martes, 27 de agosto de 2024

Traición: Capítulo 19

Paula tomó asiento y sonrió con cortesía a los padres de Mateo. El organista acababa de tocar los primeros acordes cuando alguien le dio un golpecito en el hombro.


—¿Queda sitio para uno más?


Se dió la vuelta. Pedro se encontraba de pie a su lado, con aspecto de empresario elegante, de traje azul marino y corbata. Baltazar respondió antes de que tuviese oportunidad de decir que no.


—Por supuesto, hay mucho sitio.


El clan Cullen al completo se deslizó obedientemente por el banco y Paula no tuvo más remedio que hacer lo propio. Por desgracia, «Mucho sitio» era una exageración. El espacio era apenas suficiente para un niño, y mucho menos para un hombre adulto. Cuando Pedro se sentó, Paula quedó comprimida entre él y su hijo. No había estado tan cerca de él desde la noche en el armario. La tripa se le puso como un flan con solo recordarlo. Gracias a Dios, cuando tomó el libro de himnos para cantar, no te temblaban los dedos. Al menos, hasta que él se inclinó hacia ella.


—Tienes un perfume delicioso.


Paula le lanzó una mirada de censura. La sonrisa de Pedro se hizo más amplia. Ella miró hacia adelante. Él le dio un ligero codazo.


—¿No vas a cantar? —te preguntó.


Su tono era bromista, y ella sabía que tendría que haber respondido con una broma, pero no pudo. Miró el libro. Era una situación muy íntima. El hecho de estar sentada junto a él en la iglesia, compartiendo el libro de cánticos; con su hijo al lado y la familia de él cerca. Sintió que algo le oprimía el corazón. Aquella era la vida que había deseado, por la que había rezado todos aquellos años. Pero no era real, porque el hombre junto a ella no era quien aparentaba ser. Si ella nunca hubiese oído la conversación entre él y sus amigos, podría haber seguido besando el suelo que él pisaba, pero el velo se te había caído de los ojos la noche del baile de graduación. Había aprendido lo que sucedía cuando el amor era ciego.  Paula miró por el rabillo del ojo al hombre que se sentaba a su lado. Por más encantador y atractivo que fuese, por más que se sintiese tentada a ello, había decidido que nunca más permitiría que le volviesen a hacer daño.  En cuanto el pastor Williams acabó la última plegaria e impartió la bendición, tomó su bolso y se puso de pie, mirando la puerta más cercana. No tenía ninguna intención de quedarse charlando con Pedro Alfonso. Pero, en su prisa por escapar, se olvidó de que él se encontraba en el extremo del banco. Cuando ella hizo ademán de salir, él se puso de pie y se dió la vuelta hacia ella.


—Buenos días —le dijo, y la expresión de sus ojos le indicó a Paula que él se había dado cuenta de que estaba lista para salir corriendo y le bloqueaba la salida a propósito—. Qué sorpresa encontrarte aquí.


—Entonces, somos dos los sorprendidos —dijo Paula—. Hubiese jurado que tú y tu familia iban a la iglesia metodista de la calle Elm.


—Cerró —dijo Pedro—. Hace unos cinco años.


Paula estuvo a punto de preguntarte por qué habían elegido la iglesia en la que se hallaban, pero se contuvo a tiempo. No quería hablar con Pedro un minuto más de lo necesario.


—Sí, eso sería genial —dijo Baltazar con entusiasmo—. Total, íbamos a comer fuera.


Paula dirigió la mirada a su hijo.


—¿Qué pasa?


—Que Mateo nos invita a comer con su familia —dijo Baltazar—. ¿No te parece genial?


—Lo siento —dijo Paula, pensando rápidamente—, pero no podemos. Tengo que hacer unos recados...


—Pero también íbamos a comer antes —dijo Baltazar, lanzándole una mirada de ruego a su amigo.


—Poorfaaa, señora Chaves —dijo Mateo—. Comeremos salchichas y ensalada de patatas y todo eso.


—Estoy segura de que estará todo delicioso —murmuró Paula—, pero... 

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