jueves, 8 de agosto de 2024

Traición: Capítulo 4

 —Pues bien, aquí estamos —dijo Paula, abarcando con un gesto la habitación—. ¿Qué te parece?


Lleno de cajas y maletas, el recibidor poco se parecía a la sala perfectamente ordenada que su abuela reservaba para las visitas. Pero la luz que se filtraba a través del ventanal le daba un aire alegre; y el papel floreado de las paredes, aunque anticuado, no tenía manchas. Se dió la vuelta a mirar a su hijo y cruzó los dedos. Había decidido mudarse a Kansas movida por la necesidad. El contrato de alquiler vencía, tenía te cuenta de ahorros a cero y no había posibilidad de trabajo en Washington hasta septiembre. Lo más sensato había sido volver a Lynnwood, donde Baltazar y ella tenían un sitio en el que vivir sin pagar ni un céntimo. Al heredar la casa después de la muerte de su abuela, había planeado venderla, pero algo pareció impedírselo. Aunque sus años en Lynnwood no fueron felices, aquel había sido su único hogar. Ahora, con el mundo cayéndose a trozos a su alrededor, la atraía como un faro que promete refugio de la tormenta. Y además, en Lynnwood estaría segura de no encontrarse con Pedro. Le había resultado más fácil tomar la decisión de mudarse después de su encuentro con él en Washington. Era gracioso pensar que ahora ella estaría en Lynnwood y él en la capital.


—Este sitio huele mal —dijo Baltazar, dejando una caja con cacerolas en el suelo.


Paula sintió una opresión en el pecho. Todos le habían dicho que a Baltazar no le gustaría mudarse, pero hasta aquel momento no se había quejado demasiado. Tomó aliento y se forzó a hablar en tono tranquilizador.


—Ya sé que es difícil mudarse a un sitio nuevo pero te prometo que todo saldrá bien.


—No es difícil —dijo Baltazar, sorprendido—. Me gusta.


—Pero has dicho que huele mal —se sorprendió Paula. 


—Sí, porque huele mal en serió —dije Baltazar, olisqueando el aire—. ¡Puaj! Huele y verás.


Paula obedeció inhalando profundamente, lo que le causó un estornudo.


—¿No te lo dije?


—No es tan terrible. Tiene olor a cerrado. Cuando ventilemos un poco ya verás cómo cambia.


Baltazar le lanzó una mirada escéptica.


—Venga, ayuda a tu madre a abrir algunas ventanas—le dijo Paula.


El niño miró el jardín, anhelaste, mientras hacía girar una pelota de baloncesto entre las manos.


—Tenía ganas de echar unas canastas antes de cenar.


—Me temo que el aro que miras pertenece a los vecinos —dijo Paula, recordando el día en que el señor Alfonso lo había puesto.


—Entonces no los molestará que yo lo use.


—Cielo, acabamos de cambiamos de casa. Ni siquiera conozco a los vecinos —dijo. No era verdad, pero no estaba dispuesta de ninguna manera a pedirle nada a los Alfonso.


—¿Puedo pedirles permiso? —preguntó Baltazar, tomándole la mano con una mirada suplicante—. Por favor.


El corazón se le encogió al ver la desilusión reflejada en los ojos de su hijo, pero negó con la cabeza.


—¿Qué te parece si nos vamos al parque en cuanto saquemos todo de la furgoneta? Será más divertido. Seguro que habrá niños allí con quienes podrás jugar. Si no, quizá me convenzas para que juegue contigo —le sugirió.


—Gracias, ma —dijo Baltazar, abrazándola fuerte—. Eres superguay.


Ella le retribuyó el abrazo, alisándole el pelo y disfrutando el momento. Baltazar ya no era su bebé, era un niño que cada día se parecía más a su apuesto padre. La idea de que la señora Alfonso se diese cuenta de ello en cuanto viese al niño le había quitado a Paula varias noches de sueño. Pero finalmente había decidido que sus preocupaciones eran ridículas. Para los Alfonso y todos los demás, Pedro y ella apenas se conocían. 

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