martes, 27 de agosto de 2024

Traición: Capítulo 17

 —El Jefe de Recursos Humanos del First Commerce me ha llamado esta mañana.


—Enhorabuena —dijo Pedro—. Es estupendo. Sabía que todo saldría bien.


—Sí, felicitaciones —lo coreó Candela, poniéndose de pie. Se acercó a él y se colgó de su brazo—. ¿Estás listo para el picnic? Abril y yo estamos que nos morimos de hambre.


Aunque Pedro no se separó de ella, la mirada confundida que le dirigió a Candela indicó que él no sabía cómo interpretar su comportamiento posesivo. Pero Paula sí que advirtió que Candela estaba marcando su territorio e indicándole a ella que se retirase. Casi le dió un ataque de risa al pensar en Candela Andrews sintiéndose celosa de ella. Si alguien tenía que sentirse celosa, era Paula. Pero no lo estaba, porque los celos implicarían que ella quería a Pedro Alfonso. Y ella no lo quería. En su vida, no. Y mucho menos en su corazón.


Pedro esperó hasta que Candela y Abril estuviesen seguras dentro de la casa para irse. Aunque Lynnwood era una comunidad sin problemas de seguridad, Candela estaba segura de que su ex marido la había seguido mientras hacía compras en Kansas City durante el fin de semana. Desde entonces tenía miedo. Cuando le pidió que entrase, él casi accedió, hasta ver el brillo de sus ojos y darse cuenta de que su invitación tenía mucho más que ver con la soledad que con el miedo a su ex marido. Al igual que él, sabía que no estaba preparada para una nueva relación. Y, aunque ella lo estuviese, Pedro no tenía interés en ello. Era una buena amiga y él adoraba a su hijita, pero hacía rato que se había extinguido el fuego que una vez hubo entre ellos. Su hermana le decía que era muy exigente y que si quería una familia grande, como siempre decía, sería mejor que se pusiese a ello. Pero para Sonia era fácil opinar. Desde el instituto sabía que Fernando Cullen era el hombre para ella. Se había casado con él cuando todavía ambos iban a la universidad y seguían juntos desde entonces. Pedro quería aquel mismo tipo de amor, y si para ello tenía que ser exigente, pues prefería serio. Desde luego que no se iba a preocupar por ello. Había cosas mucho más importantes por las que preocuparse. Recordó la alegría de Paula con su nuevo trabajo.  No tenía que olvidarse de agradecerle su ayuda al amigo de su abuelo. Paula necesitaba que le diesen un respiro. Aunque ella no había hecho ningún comentario al respecto, sabía que la pérdida de su trabajo en la capital le había hecho perder la confianza en sí misma. Tener nuevamente trabajo era un paso para lograr recuperarla. Lo siguiente era conseguirle la canguro. Cuando le había mencionado el nuevo trabajo de Paula a su hermana, Sonia le había dicho que la mayoría de las niñas de instituto que cuidaban niños estaban comprometidas con meses de antelación. Pedro se detuvo en una luz roja y decidió que le daría tiempo hasta el día siguiente para encontrar una. Si no lo lograba, tendría que ver qué podría hacer para ayudarla, tanto si le gustaba a ella como sino.


—¿Por qué tenemos que ir a la iglesia? —dijo Baltazar, ajustándose la corbata—. ¿No podemos ir solo a comer fuera?


—Iremos a comer fuera después de ir a la iglesia —dijo Paula, mirándose el espejo retrovisor y quitándose una mancha de carmín de la mejilla—. Además, ya estamos aquí.


—Apuesto a que tu madre no te obligaba a ir a la iglesia cuando tenías mi edad.


—Pues lo cierto es que a mí me gustaba ir a la iglesia—dijo Paula.


Era un poquito mayor que Baltazar cuando ella y su madre se mudaron a la casa de su abuela. Y lo que había dicho era verdad. Todas las semanas iba a la iglesia a rezar por la recuperación de su madre del cáncer que la aquejaba y por el retorno de su padre. Incluso después de la muerte de su madre, paula siguió rezando. Hasta que su abuela le dijo que su padre se había vuelto a casar y marchado a California. Con su nueva esposa. Sin su hija. No volvió a pisar una iglesia hasta que se encontró sola y embarazada, sin dónde ir. Con el correr del tiempo había llegado a la conclusión de que todo sucede por un motivo. Porque se había mudado a Lynnwood, había conocido a Pedro. Debido a él había tenido a Baltazar.


—Te quiero mucho —dijo abruptamente, sonriendo a su hijo.


—Pero ma —dijo Baltazar abriendo la puerta del coche, pero luego la cerró nuevamente para añadir—: Vale que me digas esas cosas en casa, pero no lo hagas cuando estemos con otros que te puedan oír, ¿De acuerdo? 

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