jueves, 8 de agosto de 2024

Traición: Capítulo 2

 —Ignacio Minchow —dijo Ignacio, estrechándole la mano con sencillez. El texano, de aspecto bonachón, era en realidad un sagaz hombre de negocios—. Encantado de conocerte. Los amigos de Pau son mis amigos.


—¿Pau? —preguntó Pedro intrigado— ¿Qué ha sido de Pauli?


—¿Pauli, eh? —Ignacio la contempló un momento—. Me gusta.


—Pues a mí no —dijo Paula, quitándole una pelusa de la solapa—. Y si alguna vez me llamas así, te mato.


Sonrió y tomó un sorbo de vina Ignacio la miró un segundo, sorprendido.


—Tendré que recordarlo —dijo luego, con una risa comprensiva.


—¿Trabajas para el Gobierno, Ignacio? —preguntó Pedro, inclinando la cabeza, como si estuviese interesado en su respuesta. Igual que cuando se sentaban en la hamaca del porche y ella le hablaba de su día. El corazón se le encogió al recordarlo.


—Ignacio es dueño de una empresa —dijo Paula, elevando la mirada hacia el texano delgado y alto, agradecida de tener a su lado a un hombre tan apueste—. No se dedica a la política.


Pedro la contempló un momento antes de volver a mirar a Ignacio.


—Pensaba que todo el mundo es esta ciudad tenia algo que ver con la política.


—¡Por Dios, no! —dijo Ignacio con una carcajada—. Yo me dedico a los coches. Nuevos, usados, compra-venta, alquiler, todo lo que se te ocurra. Somos uno de los concesionarios más grandes de General Motors de la Costa Este.


—¿De veras? —dijo Pedro—. Qué impresionante.


Aunque sus palabras parecían sinceras, a Paula le pareció que ser dueño de un concesionario no impresionaba a nadie en una ciudad donde la política era el tema recurrente de cada día.


—¿Hace mucho que salís, Pauli y tú? —preguntó Pedro.


—¿Te refieres a Pau? —dija Ignacio, guiñándole un ojo a Paula y tomando un sorbo de vino—. ¿Cuánto hace, querida? ¿Cinco o seis meses?


—Algo por el estilo —dijo ella, agradecida de que Ignacio no hiciese ningún comentario sobre la naturaleza de su relación. 


Eran solo amigos que tenían un acuerdo: Ella lo acompañaba a alguna fiesta de vez en cuando y él hacía lo mismo si ella necesitaba un acompañante. Había sido la necesidad de Ignacio de hacer contactos lo que había hecho que Paula abandonase las palomitas y la película con Baltazar para aceptar la invitación de Ignacio a una de las fiestas más de moda de la capital. El acontecimiento era una oportunidad perfecta para que ella también se relacionase con la gente y se enterase de algún empleo nuevo. Hacía dos meses que, debido a una reestructuración de la empresa de Relaciones Públicas para la que trabajaba, se había quedado sin su empleo. Y pronto se le acabarían los ahorros. Sintió un poco de ansiedad al pensarlo, pero había estado otras veces en situaciones peores y había sobrevivido. Con que se cumpliera una sola de sus plegarias bastaría.


—Volvió a utilizar su apellido de soltera después de romper con él. De eso hace cuánto, ¿Seis o siete años? —dijo Ignacio, lanzándole una mirada interrogante.


—Mucho tiempo—dijo Paula.


Ignacio estaba repitiendo las mismas mentiras que ella llevaba años diciéndole a todo el mundo: Que se había casado al acabar el instituto y se había divorciado poco tiempo después. Era un invento que explicaba fácilmente la presencia en su vida de un niño que ahora tenía nueve años y la ausencia de esposo.


—¿Estás divorciada? —preguntó Pedro con sorpresa—. Tu abuela ni siquiera me dijo que te hubieses casado.


—Entonces apuesto que tampoco te dijo que Paula tiene un hijo —dijo Ignacio.


Paula estuvo a punto de darle un codazo en las costillas. ¿Por qué no se callaba?


—De mi primer matrimonio —dijo Paula, levantando la barbilla para lanzarle a Pedro una fría mirada.


—¿Primer matrimonio? ¿Has estado casada más de una vez?


Nunca había estado casada, y tampoco tenía ninguna intención de hacerlo. Pero eso era algo suyo y él no tema por qué esterarse de ello.


—A veces, la vida no resulta como nosotros queremos —dijo Paula con voz profunda, para darle más misterio al tema.


—Venga, cielo. Ya sé que lo haces por divertirte, pero él se cree que lo dices en serio —dijo Ignacio, rodeándola con su brazo y dándole un apretón—. Pedro, conozco a Pau desde hace bastantes años y, que yo sepa, se ha casado una sola vez. 

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