Lo cierto era que habían sido amigos íntimos hasta la noche de la fiesta de graduación. Sintió un ramalazo de culpa. Lo sucedido en el armario fue culpa suya. Pero no lo había hecho deliberadamente. Dios sabía que jamás se había aprovechado de nadie. Nunca planeó robarle la inocencia. Pedro dejó la espátula y su mirada se perdió en la distancia mientras recordaba...
—Eh, mira quien ha venido —dijo Javier Royer, lanzando un aullido—. Y nada menos que con pareja.
Marcos Linderman miró, pero Pedro ni siquiera levantó la vista.
—No es ninguna novedad —dijo, tirándose de los puños de la camisa—. Yo ví a Candela hace diez minutos.
Pedro se preguntó por qué habría dejado que Marcos y Javier lo convenciesen de ir sin pareja a la fiesta. Era verdad que se había peleado con Candela, pero siempre se estaban peleando. Lo único que tendría que haber hecho era mandarle flores para que ella volviese a sus brazos en menos de lo que canta un gallo. Pero quería demostrarle que estaba cansado de sus jueguecitos. Y, finalmente, el perjudicado era él. Candela tenía acompañante. Él tenía a Marcos y a Javier.
—No me refiero a Candela —dijo Javier al tiempo que fe daba un codazo y señalaba con la cabeza—. Echa un vistazo.
Pedro dirigió la mirada a la entrada del gimnasio, no porque estuviese interesado en quién aparecería, sino porque sabía que Javier no cejaría hasta que lo hiciese.
—Oh, Dios, si es Pauli —dijo, sorprendido.
—Sabía que te sorprenderías —dijo Javier con una sucia sonrisa.
—No me lo puedo creer —dijo Marcos, abriendo mucho los ojos—. Hasta Pauli, la gorda, tiene pareja.
—No la llames así —dijo Pedro, observando con detenimiento. ¿Con quién estaba? ¿Y por qué no fe había dicho que iría a la fiesta?—. ¿Quién es? No lo conozco.
—Obviamente, algún imbécil —dijo Javier en tono despectivo—. Mira la ropa que lleva.
Pedro miró la camisa azul con pechera de puntillas que llevaba el chico con el esmoquin.
—Ella está pasable —dijo Marcos a regañadientes.
Pedro la volvió a mirar. Marcos estaba equivocado. Pauli no estaba pasable. Estaba... hermosa. Desde que la conocía, Pauli siempre había llevado pantalones de chándal y camisetas enormes. Pero aquella noche, en vez de tener el cabello sujeto en una coleta, lo llevaba suelto sobre los hombros en suaves ondas. Y aunque su vestido no se le ajustaba al cuerpo como muchos de los vestidos que llevaban otras chicas, la delicada tela verde favorecía sus curvas y resaltaba el color esmeralda de sus ojos. Lo único que le faltaba era sonreír. Se dió cuenta de que la pareja de Pauli parecía tener muchas sonrisas... Para todas menos ella. Cuando el tipo la dejó sola para acercarse a hablar con Karen Parker, una chica que no era ni la mitad de agradable que Pauli, frunció el entrecejo.
—Ese tipo es un imbécil —masculló—. Pauli no se merece que la traten así.
—No sabía que te interesaba —dijo Javier, con expresión maliciosa.
Al ver el interés que había despertado en Javier, Pedro se dió cuenta de que tendría que tener cuidado con lo que decía. Se encogió de hombros, fingiendo desinterés.
—Es mi vecina, eso es todo—dijo.
—A mí me parece que eso no es todo —dijo Javier, dándole un codazo a Marcos—. Creo que a Pedro le gusta la gorda.
Pedro apretó los dientes y se mantuvo callado porque sabía que el otro estaba borracho. Javier era un buen chico, pero se había entonado un poco demasiado para la fiesta y se le notaba.
—Me parece que hace tanto que Pedro se llevó a alguien al huerto, que hasta una foca le parece guapa—siguió Javier.
Marcos lanzó una risilla desagradable y Pedro lo miró con enfado.
—Están diciendo tonterías, colegas. Voy a mirar a las chicas.
—¡No te lo dije! —le dijo Javier a Marcos, y sus risotadas lo siguieron mientras se alejaba.
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