La mágica noche terminó demasiado pronto para el gusto de Paula. La invitó a cenar en el mejor restaurante de la ciudad, en una mesa apartada y con unas velas que creaban un ambiente muy íntimo. Aunque muchos los miraban con interés porque era su primera salida juntos, Pedro estaba abiertamente atento y afectuoso. La tocaba a menudo, insistía en tomarla de la mano, y se negaba a ocultar el hecho de que eran una pareja. Luego la llevó a ver una película romántica y después pasearon mirando los escaparates de las tiendas cerradas. Se paraba con frecuencia para besarla. Paula no conseguía sacar valor para cambiar el tono romántico y juguetón de la noche y plantear un tema más serio. Pero como le pasó a Cenicienta, el reloj dió las doce, señalándole que había retrasado demasiado lo inevitable. Pedro la llevó hacia el coche y pasó el brazo por sus hombros.
—¿Quieres que te lleve a tu casa o te gustaría ir un rato a la mía? Federico no vendrá a casa esta noche.
Su insinuación era inconfundible. Estarían solos y eso era exactamente lo que ella necesitaba para contarle su secreto.
—Vamos a tu casa.
Pero cuando llegaron allí, fue evidente que la conversación seria no entraba en los planes de Pedro. La llevó a la sala y encendió pocas luces, para que quedase en penumbra. Ella sintió un escalofrío y él le frotó los brazos con sus manos para que entrase en calor.
—¿Quieres tomar una copa? ¿Vino, quizá?
—Una copa de vino estaría bien.
La dejó sola con sus pensamientos, pero volvió a los pocos minutos, sin darle tiempo para pensar la mejor forma de sacar el tema. Le dio una copa y se sentó a su lado, tan cerca que sus caderas se rozaban. Él pasó la mano por su cabello y le dió un suave tirón de uno de los rizos para llamar su atención.
—Por fin solos.
—¿Crees que Camila lo está pasando bien con los mellizos?
—Estoy seguro de que para ella ha sido una fiesta ayudar a Carolina. Estaba muy nerviosa por la idea —sonrió y le pasó los dedos por la línea de la mandíbula—. ¿Sabes? Quería darte las gracias también por todo lo que has hecho por Camila.
—No he hecho nada. Me gusta estar con ella —intentó no dejarse seducir por su caricia, tenía una misión que cumplir y no quería que la distrajeran.
—Camila te ha tomado cariño, cosa que no me sorprende, porque yo también lo he hecho —le quitó la copa de vino, que ella había vaciado sin darse cuenta y la dejó en la mesa baja que tenían enfrente. Luego le apartó el pelo del cuello y acarició con los labios el punto sensible que tenía debajo de la oreja—. He estado pensando que, cuando Lisa vuelva a trabajar, a lo mejor querrías seguir cuidando a Camila. Yo te pagaría lo mismo, por supuesto, pero no quiero que pienses que esa es la única razón por la que te hago la oferta.
Ella cerró los ojos porque los labios de él le encendían la piel y consiguió decir:
—¿Oh?
Él abrió la boca sobre la garganta de ella y resbaló una mano por su espalda, atrayéndola hacia sí.
—Me gusta que estés aquí cuando vengo a casa por la tarde —dijo con voz ronca. El corazón de Paula latía con fuerza y el deseo amenazaba con ahogarla. Tenía que decirle la verdad, antes de que la arrastrase al fuego que estaba creando. Se estremeció. Él levantó la cabeza con expresión tierna y preocupada—. Estás temblando, Paula. ¿Estás nerviosa?
—Un poco.
—¿Te pongo yo nerviosa? —ella intentó controlar la emoción que se estaba acumulando en su garganta. Necesitaba tocarlo y le apartó un mechón de pelo de la frente.
—No, tú no me pones nerviosa.
—Entonces, ¿Cómo te hago sentir?
—Segura, deseable —también respetable, y tenía miedo de perder aquello.
Él sonrió.
—Me encanta hacerte sentir así —se apoyó en el brazo del sofá y la atrajo hacia sí, ella se dejó llevar—. ¿Te das cuenta de que no hemos estado solos desde hace dos días? Creo que estoy empezando a tener síndrome de abstinencia.
La boca de él estaba tan cerca que casi podía saborear su beso. Jenna le pasó la lengua por el labio inferior.
—¿Estás insinuando que quieres recuperar el tiempo perdido? —él resbaló la mano por su nuca, acariciando los tensos músculos.
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