—Tu hermana traerá a Camila enseguida y no hay forma de saber cuándo volverá Federico.
—Tienes razón —se le escapó un suspiro de decepción—. Pero no puedes culparme por intentarlo.
Ella se soltó de sus brazos.
—Pedro, hay una cosa que tengo que decirte.
—Parece serio —dijo, preocupado.
—Podría serlo —cruzó los brazos sobre el pecho. Los nervios de la noche anterior habían vuelto—. Es acerca de lo que pasó el día de mi boda y de la razón por la que no pude casarme con Santiago.
—He estado esperando que lo hicieras.
—¿Sí? —preguntó sorprendida.
—Sospechaba que había algo más que un asunto de compatibilidades entre Santiago y tú.
—¿Qué te hizo pensar eso?
—Aquella primera noche en el bar, tú parecías estar tan sola y perdida. Y mencionaste que habías humillado a Santiago y su familia, aunque no te puedo imaginar haciendo algo tan terrible.
El sonido de un coche estacionado a la puerta distrajo su atención. Pedro miró por la ventana y suspiró.
—Parece que vuelve Camila.
—Pedro, tenemos que hablar —no podía soportar otra demora, la invadía un sentimiento de urgencia y desesperación.
—Y lo haremos. Más tarde —se acercó a ella y le dió un abrazo y un beso en la mejilla—. Te lo prometo.
Ella se aferró a esas palabras y, un minuto más tarde, aparecieron Carolina y Camila por la puerta delantera, las seguía Javier con dos cestas porta bebés.
—Paula, papá, ¿A que no adivinan qué ha pasado? La tía Caro me ha dejado tener en brazos a Nicolás y Nina, y también darles de comer y ponerles polvos de talco cuando les cambió los pañales.
—Parece divertido —rió Paula. Miró a uno de los mellizos, Nina, a juzgar por la ropa rosa que llevaba—. Son absolutamente preciosos.
—Cuando están dormidos —dijo Carolina con sarcasmo. Las señales de cansancio de su cara eran inconfundibles—. Espero que pronto tengan un horario razonable —Carolina sacó a Nina de su cesta y se la pasó a Paula, luego tomó a Nicolás—. Ya van durmiendo ratos más largos, pero me muero de ganas de que duerman toda la noche de un tirón.
Mientras las mujeres estaban ocupadas con los mellizos, Pedro salió al porche con Javier. Una vez que se hubieron marchado y Paula y Carolina estuvieron en el sofá con los bebés, Carolina lanzó una mirada a Paula.
—Me gusta ver que Pedro y tú están juntos. Hacía mucho tiempo que no dejaba entrar a ninguna mujer en su vida, y tú le has venido muy bien.
—Él también me ha venido bien a mí.
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