jueves, 1 de agosto de 2024

Secreto: Capítulo 46

 —Puede que sí —la tentación la llamaba, su cuerpo se iba ablandando, pero su mente la exhortaba a separarse de él. Intentó luchar contra la niebla de sensualidad que la invadía.


—Pedro…


—No hablemos más, Paula —la cortó él con sus palabras y la lenta exploración de sus manos. Lentamente, subió el borde del vestido y acarició sus muslos—. Hemos charlado toda la noche. Ahora estamos solos tú y yo y tengo en mente otro tipo de comunicación.


Ella solo quería perderse en su mirada y que no volvieran a encontrarla. Había tantas cosas en aquel hombre que ella deseaba… Tocarlo, sentir su cuerpo contra el de ella, latido contra latido. Pero lo que más deseaba de todo era que él la amase. Se dejaría llevar por la pasión un poco, solo de momento.


—Un beso —dijo acercando su boca y rindiéndose a él.


Pero Pedro era como una droga potente y adictiva y nada podía saciar su hambre de él. Un beso siguió a otro, hasta que el único pensamiento que había en su mente era ser una sola cosa con aquel hombre que la hacía sentir completa. Antes de que pudiera cambiar de idea, de que su buen sentido se inmiscuyera en el momento sensual, le susurró.


—Pedro, hazme el amor.


—¿Estás segura?


Nunca había estado tan segura de algo en su vida y pensaba que el amor podía convertir las dudas en certezas. Aunque pudiera ser egoísta, quería pasar aquella noche con Pedro, que sus cuerpos y sus almas se entrelazaran de una forma que ella jamás había experimentado.


—Sí, estoy segura.


—¿No lo lamentarás por la mañana?


Ella sacudió la cabeza sabiendo que la única cosa que no podría lamentar nunca era haber hecho el amor con él. Sería un hermoso recuerdo que conservaría para siempre, no importaba lo que el mañana y la verdad pudieran traer consigo.


—No lo lamentaré. 


Con aquella promesa solemne, él la condujo escaleras arriba hacia el dormitorio, donde se comunicarían con sus labios, sus manos, y sus cuerpos. De pie ante la cama en la que había dormido sola unas semanas antes, mientras se desnudaban lentamente el uno al otro, Paula se dió cuenta de que había completado un ciclo. Había pasado de ser una novia a la fuga que buscaba un lugar donde quedarse, a convertirse en una mujer que había encontrado eso y mucho más. Y aquella noche se negaba a que el pasado ensombreciera aquel momento de pura dicha. Cada vez que Pedro le quitaba una prenda, acariciaba la piel que quedaba desnuda. Luego le ayudó ella a desprenderse de sus ropas y quedó sorprendida por la belleza de su cuerpo y la fuerza de su deseo hacia ella. No sentía temor ni vergüenza alguna de mostrarla. Él apartó las sábanas, la tumbó sobre el colchón y, tras ponerse una protección, la cubrió con todo su cuerpo. Ella se preparó para su primera unión, pero parecía que Pedro no tenía prisa para completarla. Le acariciaba el cabello y la besaba, mientras con otra mano recorría su cuerpo con un deseo que la dejaba sin aliento. Sus besos eran profundos y, tras saciarse en su boca, comenzó a trazar un sendero hacia sus pechos. Ella tembló al sentir su aliento contra la piel. Pedro levantó la cabeza al llegar al pecho y la miró.


—Paula, eres absolutamente perfecta, increíblemente hermosa — susurró. Puso su mano posesivamente sobre su pecho y frotó el pezón con su pulgar.


—Gracias —dijo, casi sin aliento, ante el intenso deseo que la invadió con su caricia.


—¿No te lo había dicho antes ningún hombre?


Su tono incrédulo la hizo sonreír.


—No, tú eres el primero.


—Sorprendente —murmuró y bajó la cabeza para concentrar su atención en los pechos que acababa de alabar.


El calor de su boca y la suavidad de su lengua conspiraban para hacerla sentirse inquieta y deseando más. Gimiendo suavemente, pasó los dedos por su cabello. Nunca se había sentido tan adorada y era algo que no quería que acabase nunca. 

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