jueves, 15 de agosto de 2024

Traición: Capítulo 11

 —Si ello sucede, entonces supongo que tendremos que conformarnos nosotros dos. ¿Qué te parece?


La amplia sonrisa de Baltazar fue la respuesta que necesitaba. Se la retribuyó y lo invadió una cálida satisfacción. Nunca se había sentido tan bien por hacer lo correcto. Paula alisó las mantas alrededor de su hijo.


—¿Has tenido un buen día?


No era necesario preguntarlo. Desde el momento en que lo llamó a comer, se le notaba en la cara, en su andar vivaracho, en la forma en que pidió repetir. Por primera vez desde la mudanza, Paula tuvo la certeza de que todo iba a salir bien.


—Es el mejor día de mi vida —dijo él, feliz, acomodándose en la almohada.


—¿Tienes un amigo nuevo? —preguntó restándole importancia. Por encima de todo, no quería que él pensase que le importaba.


—No, pero... —dijo Baltazar, y se quedó pensando.


Paula esperó. Había aprendido a no atosigar a su hijo. Tarde o temprano, le diría todo, pero según su propio ritmo.


—Quizá venga Mateo Cullen mañana por la tarde.


—¿Mateo? —preguntó, recordando vagamente a un niño rubio y delgado con bañador azul de la clase de natación.


—Aja.


—Parece simpático —dijo Paula, como si no tuviese mayor trascendencia, mientras internamente elevaba una plegaria agradecida. Sería la primera vez desde que se cambiaros a Lynnwood hacía tres semanas que un niño vendría a jugar con Baltazar—. ¿Estás contento? 


—Supongo que sí.


—En mi cole había un Cullen. Por supuesto que era tres o cuatro anos mayor que yo —dijo Paula—. Me pregunto si será su padre.


—No sé —dijo Baltazar con un encogimiento de hombros.


—Da igual. Haré unas galletas para tí y... —se detuvo, recordando súbitamente—. Oh, no. No estaré aquí por la tarde.


—¿Y Mateo no puede venir? —preguntó Baltazar con expresión de horror.


—No, seguro que todo sale bien —le dijo Paula, rogando que la adolescente que había contratado de canguro no pusiese objeciones a que un amigo fuese a jugar con Baltazar. Después de todo, le simplificaría la tarea—. Lo único que tengo que hacer es preguntárselo a Laura. Se quedará contigo mientras voy a la entrevista. ¿No es genial que mami por fin tenga trabajo?


Paula no le dijo que el trabajo era en Kansas City, pero tenía que pagar las cuentas y el puesto tenía muchas ventajas: Un paquete de beneficios además de un salario igual al que tenía en la capital, y el tipo de trabajo parecía de ensueño.


—¿Crees que Mateo traerá su propio balón? —preguntó Baltazar preocupado.


—No lo sé, cielo —sonrió Paula con pesar. Tendría que haber supuesto que a Baltazar no lo entusiasmaría la noticia.


—Si no, podemos usar el mío —dijo el niño.


Se le encogió el corazón. Era un niño tan animoso, sin quejarse ni una vez de que ella lo arrastrase de una punta a la otra del país. Pero por primera vez se dio cuenta de lo mucho que él deseaba tener un amigo. Le dió un beso en la frente.


—¿Sabes cuánto te quiero? —le preguntó.


El rostro del niño se relajó ante la pregunta, que se había convertido en un ritual diario.


—¿Hasta el cielo?


—Sí, señor —le respondió, estrechándolo en sus brazos—. Y no se te ocurra olvidarlo.


Paula se quedó a su lado hasta que él se durmió. Le retiró un mechón del cabello de la frente. Era tan joven, tan inocente. Aquella noche lejana con Pedro le había cambiado el curso de la vida, pero le había dado un gran tesoro. Hasta aquel momento, Baltazar no le había causado ningún problema. Y si sufría por no tener padre, nunca lo decía. Había sido una buena decisión no comunicarle a Pedro su paternidad. Pero si él la hubiese querido como ella lo quería a él, Baltazar habría tenido padre, además de madre. Suspiró. ¿Por qué se atormentaba pensando en lo que podría haber sucedido? Aquel era el mundo real, no una tierra de ensueño con finales de fábula. Un mundo en el que aunque se amara a alguien, no necesariamente se era correspondido. Un mundo en el que a veces había que aprender a golpes que el príncipe azul solo existía entre las páginas de un libro. 

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