Lo que quería era darle un beso impersonal, de agradecimiento. Un beso que daría a un hermano, o a un amigo de su abuela. Pero Pedro se giró ligeramente y ella rozó sus labios. Y en vez de separarse, le rodeó el cuello con sus brazos. Fue un beso exquisito. Él le rozó los labios con delicadeza, y cuando lo hizo luego con la lengua, persuasivamente, ella abrió la boca para recibirla. En el calor del momento no se detuvo ni un instante a considerar las ramificaciones de besar a Pedro de aquel modo. Lo cierto era que él, con su pausada forma de beber de sus labios, hizo que dejara de pensar totalmente. Respondió a cada beso masculino con igual pasión hasta que estremecimientos le recorrieron los brazos, encendiéndole los pechos. Se apretó contra él en una entrega sin reservas. Pedro se movió y ella sintió la dureza de su erección. Paula oyó un gemido y, en el calor de su pasión, se preguntó si habría salido de sus labios o de los de él. Levantó la vista y se quedó sin aliento al ver el deseo en los ojos masculinos. Durante una fracción de segundo quiso creer que él la deseaba de veras, que incluso la amaba.
—Oh, Pauli —susurró, su aliento cálido en la oreja femenina—. Mira lo que me haces.
¿Pauli? Pedro inclinó la cabeza, dispuesto a volver a besarla, pero ella se separó de golpe,
—Pedro, necesito más... —dijo Sonia, deteniéndose en el umbral con los ojos brillantes de curiosidad—, espero no haber interrumpido...
—No es nada —dijo Paula, resistiendo la necesidad de enderezarse la ropa—. Ya me iba. Baltazar y yo tenemos que irnos. Mañana es un gran día.
—Paula...
—Gracias por las hamburguesas —dijo Paula, interrumpiendo a Pedro. Luego se volvió hacia Sonia—, y por todo. Estuvo estupendo.
Antes de que pudiesen detenerla, Paula se fue. No quería hablar con Pedro de lo que había sucedido. ¿En qué estaría pensando? ¿Cómo podía haberse olvidado de la valiosa lección que él le enseñó hacía tantos años? Aunque quisiese creer lo contrario, tenía que recordar que nunca encontraría la felicidad en brazos de Pedro Alfonso.
Pedro se echó hacia atrás en la silla de la cocina y tomó un trago de té helado. El lunes había sido ajetreado, pero por algún motivo, se sintió inquieto y salió del despacho pronto. En vez de irse derecho a su casa, pasó por la de su hermana.
—¿Qué tal los niños? ¿Te arrepientes de haber aceptado el trabajo de canguro?
—En absoluto —sonrió Sonia—, Baltazar es muy bueno. Y cuidar a un niño de nueve años no es tanto trabajo.
—Ocho.
—¿Qué?
—Que Baltazar tiene ocho años, no nueve—dijo Pedro.
—Estás equivocado —dijo Sonia con el tono de hermana mayor dictando cátedra que siempre lo había irritado—. El niño tiene nueve años.
—Ocho —sonrió Pedro—. Pero si te hace feliz creer que tiene nueve...
—Lo aclararemos ahora mismo —dijo Sonia. Se puso de pie y cruzó la cocina para abrir la puerta mosquitera—. Baltazar, ¿Quieres venir un minuto?
Momentos más tarde, Baltazar y Mateo irrumpieron en la cocina, y sonrieron al ver a Pedro.
—¿Qué pasa? —preguntó Mateo. Agarró dos galletas del plato que Sonia había puesto para Pedro sobre la mesa y le dió una a Baltazar.
—Baltazar, ¿Tu cumpleaños era en febrero o en enero? —preguntó Sonia.
—En enero —dijo Baltazar, tragando el trozo de galleta que acababa de morder—. Te he dicho que en enero.
Pedro esbozó una sonrisa confiada mirando a su hermana. No podía esperar a demostrarle que él tenía razón.
—¿Y cuántos años tienes?
—Nueve. Soy mayor que Mateo.
—Unos meses tan solo —protestó Mateo.
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