Incapaz de contenerse, le acarició ella a su vez, pasando las manos por sus duros músculos, por los brazos y el pecho, hasta que él estuvo tan febril como Paula. Entonces, sus labios se apretaron contra los de ella y Paula sintió la presión de él, que empujaba. Gimió ante la invasión y el dolor que experimentó, pero la molestia cedió pronto cuando él empezó a moverse y la llenó completamente, elevando el placer hasta que ambos fueron barridos por la tormenta. Como Paula había deseado, se sintió conectada a él no solo con el cuerpo, sino también con la mente y el alma. Las emociones la sobrepasaron y lágrimas de felicidad inundaron sus ojos. Pedro alzó la cabeza y frunció el ceño al ver la humedad que brillaba en sus ojos.
—Paula, cariño ¿Estás bien?
—Estoy muy bien. No sabía que hacer el amor pudiera ser algo así de perfecto.
Él tardó un buen rato en comprender.
—¿Eres virgen?
—Ya no —susurró ella.
Pedro no podía apartar los ojos de la mujer que estaba a su lado. A pesar de la belleza de su cuerpo, lo que más lo hechizaba eran sus ojos, que reflejaban una vulnerabilidad que lo hacía sentirse extremadamente protector. Suponía que el haber sido su primer amante tenía algo que ver con aquellos sentimientos y aquella revelación lo desconcertaba, que aquella mujer tan sensual se hubiera reservado… Para él. Aquello lo complacía, lo halagaba y hacía que su mente bullera de preguntas. Hizo la más importante.
—Paula ¿Por qué no me contaste que no habías estado nunca con otro hombre?
—Nunca surgió en la conversación —tenía un tono burlón, pero su respuesta no lo satisfizo.
—Estoy seguro de que puedes encontrar una excusa mejor, cariño. Tuviste muchas oportunidades de decir algo, como cuando subíamos por las escaleras.
—Pedro… Yo no quería que eso fuera importante.
Pero el que fuera virgen importaba, por muchas razones diferentes. Él había tomado algo de ella que nunca podría devolver, a pesar del hecho de que se había entregado libremente a él.
—¿Y por qué no estuviste nunca con otro hombre? —preguntó, curioso por conocer las razones de que ella se resistiera a esa progresión natural en una relación seria—. Ni siquiera con Santiago.
—No, ni siquiera con Santiago. Después de todo lo que había pasado mi madre con los hombres, la mayoría de los cuales la utilizaban y se aprovechaban de ella, me sermoneó sobre la importancia de ser respetada y respetable cuando empecé a desarrollarme. No quería que nadie se aprovechara de mí y creía que ser respetada por un hombre era algo mucho más importante que el amor, porque las emociones hacían débil a la persona. Mi madre quiso de verdad a mi padre y él le rompió el corazón. Nunca volvió a ser la misma después de aquello y sintió que había perdido tanto el amor como la respetabilidad. Para mí fue la lección de toda una vida.
—Paula, tengo que preguntarte… Después de haberte dicho eso a tí misma durante tantos años ¿Por qué yo?
—Porque tú eres un hombre honorable e íntegro y estar contigo me parecía que estaba bien, y… Te quiero —por segunda vez aquella noche, Paula lo sorprendía y lo dejaba sin palabras—. Pedro, no espero que digas nada a tu vez. Solo quería que supieras que no me tomaba a la ligera el hacer el amor contigo.
Él la creyó. Aunque Ángela lo había manipulado para sus fines egoístas, no se podía negar que Paula no se parecía en nada a su primera mujer. Tenía un corazón puro y un espíritu generoso y eso era exactamente lo que lo atraía tanto de ella. Bajó la cabeza y la besó, y ella le respondió con el mismo deseo. De forma exquisita. Una necesidad primitiva se apoderó de él y la atrajo a sus brazos para colocarla bajo su cuerpo, deseándola con una intensidad que le hacía estar impaciente y ávido. Ella interrumpió el beso, parecía estar luchando para no verse arrastrada por la pasión. Lo miró a los ojos.
—Pedro… Tenemos que hablar.
—Acabamos de hacerlo. Me has dicho todo lo que necesito saber por esta noche. Mañana tenemos todo el día para estar juntos y hablaremos de lo que quieras.
Sus manos la acariciaron apartando cualquier protesta que hubiera querido hacer, y su boca persuasiva fundió los restos de su resistencia, dejándola dócil y húmeda de deseo. Y Pedro, mientras le hacía el amor, se dió cuenta de que él también se había enamorado de ella.
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