Pedro caminó entre la gente, hablando con sus amigos y viendo de vez es cuando a Pauli y su pareja. Apenas una hora después de que el baile se iniciase, vió al chico salir por una puerta lateral. Solo. Así que no se sorprendió cuando Javier lo detuvo después y le dijo que se había encontrado a Pauli llorando en un pasillo. Javier ni se inmutó cuando insistió que lo llevase hasta ella. Pedro lo llevó entonces a una parte de la escuela tan alejada del gimnasio que ni siquiera se oía lamúsica.
—¿Estás seguro de que ella está aquí? —preguntó Pedro, andando más despacio. Una sensación de inquietud le subía por la espalda.
—No quería que nadie la viese —dijo Javier. Se detuvo delante de un armario donde se guardaba el material de deportes—. Está allí. Venga, háblale.
Pedro titubeó. Sentía que allí había algo raro, pero no podía decir con exactitud lo qse era.
—¿Pedro, eres tu?—se oyó te voz de Pauli desde dentro del cuartucho.
Olvidándose de sus sospechas, Pedro entró en la habitación. Pauli se hallaba de pie junto a una pila de cajas con expresión de ansiedad.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó acercándasea ella.
—Iba a preguntarte lo mismo.
—¿Sí? ¿Por qué?
—Javier me dijo que necesitabas hablar conmigo —dijo ella, retirándose un mechón de pelo del rostro—. Insistió mucho.
De repente, Pedro comprendió lo que sucedía. Se dió la vuelta, pero no fue lo bastante rápido. La puerta se le cerró en tas narices y se oyeron unas risotadas del otro lado. Intentó abrirla, pero estaba cerrada con llave. La golpeó con el puño.
—¡Javier! ¡Esto no tiene gracia! —gritó—. ¡Déjanos salir!
—Que lo pases bien —dijo una voz, que a pesar del grosor de la puerta de roble, Jack reconoció como la de Marcos—. Hasta mañana.
—¿Mañana? ¡Y un cuerno! —dijo Pedro, dándole un puntapié a la puerta—. ¡Abran ahora mismo!
Del otro lado hubo silencio y Pedro se dió cuenta de que estaban solos. Encerrados en un cuartucho de guardar materiales de deporte. Conociendo a sus amigos, sabía que no les abrirían hasta la mañana siguiente. Pero nunca se daba por vencido fácilmente.
—Si hacemos suficiente ruido, alguien nos oirá —le dijo a Pauli, que tenía los ojos enormes de susto y la espalda apoyada contra una pila de cajas.
—Creo que no —dijo ella, negando con la cabeza—. Este cuarto está demasiado lejos de todo. Podríamos quedarnos afónicos sin que nadie se diese cuenta.
—¿Como puedes estar tan tranquila? —preguntó Pedro, pasándose la mano por el pelo mientras se paseaba—. ¿No te das cuenta de que podríamos tener que pasar la noche aquí?
—Ya lo sé —dijo ella, dando un suspiro de resignación—. Pero ¿Qué podemos hacer?
—A tu abuela le dará un pasmo si no vuelves a casa esta noche.
—Se ha ido a pasar el fin de semana a San Luis. Su hermana acaba de salir del hospital y necesita que la ayuden —dijo Pauli, dejándose caer en una pila de colchonetas de gimnasia—. No volverá hasta mañana por la noche. ¿Y tu madre?
—Voy a pasar la noche en casa de Marcos. —Es decir, iban pasarla.
Pauli lo miró sin pestañear.
—¿Por qué crees que lo han hecho?
Pedro no respondió. Aunque no estaba seguro, tenía la sospecha de por qué Marcos y Javier los habían encerrado en el cuartucho juntos.
—Están borrachos —dijo, como si ello lo explicase todo.
Pauli le sonrió tristemente, aceptando su explicación sin comentarios.
—Ojalá hubiesen elegido un sitio más limpio.
Pedro hizo una mueca al ver el hermoso vestido de Pauli manchado de polvo.
—Lo siento mucho. Me sienta fatal que te hayan arruinado la noche.
—La verdad es que no era una maravilla, que digamos —dijo Pauli con los ojos bajos—. Ni siquiera tuve oportunidad de bailar.
Aunque lo dijo sin darle demasiada importancia, a Pedro se le oprimió el corazón.
—El tipo ese era un idiota.
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