jueves, 15 de agosto de 2024

Traición: Capítulo 12

 —Ese niño es un rival temible —dijo Fernando Cullen con admiración.


—Tiene mucha energía —dijo Pedro, y se echó hacia atrás en una de las tumbonas que había rescatado del garaje de su madre—. Me canso con solo mirarlo.


—No me vengas con historias —dijo Fernando—. Seguirías allí si te pierna no me hubiese comenzado a molestar.


Habían pasado una hora jugando un reñidísimo partido con los dos niños hasta que a Fernando comenzó a dolerle la rodilla que se había herido en un accidente de esquí el año anterior.


—Como te parezca—dijo Pedro, tomando un sorbo de té helado. Al mirar a los niños, se inclinó hacia delante—. Esos niños están jugando un poco bruscamente.


Se levantó de golpe en el instante en que Mateo, absorto en el juego, marcaba una canasta y luego chocaba con Baltazar. Cruzó el patio de dos rápidas zancadas, pero no llegó a tiempo para evitar la caída de su vecino.


—Baltazar, ¿Te encuentras bien? —le preguntó, arrodillándose a su lado.


Al niño se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se las secó de un manotazo y asintió. Pedro se dió cuenta de que hacía un gran esfuerzo por no llorar.


—¿Se ha hecho daño? —preguntó Mateo, con la preocupación reflejada en su rostro pecoso—. No lo he hecho a propósito.


—Está bien—dijo Pedro, tranquilizándolo con una mano en el hombro y mirando a Fernando—. Pero creo que por hoy es suficiente.


—Tienes razón. De todos modos, Mateo y yo ya nos teníamos que ir — dijo Fernando—. Sonia ya tendrá la comida lista.


—Lo siento, Balta—dijo Mateo, sin saber qué decir—. ¿Quieres que volvamos a jugar cuando te sientas mejor?


Baltazar asintió con la cabeza, mordiéndose el labio. Pedro esperó a que su sobrino y su cuñado se marcharan antes de volverse hacia el niño. 


—Parece que te has hecho un raspón en la rodilla —le dijo con tranquilidad, como si no tuviese mayor importancia.


—Me duele —dijo Baltazar con voz temblorosa.


A Pedro se le encogió el corazón, pero quizá peor demostrar demasiada lástima.


—No me sorprende —dijo, mirando la rodilla ensangrentada—. Y me temo que tendremos que limpiarlo.


—Entonces me va a doler más.


Pedro miró los asustados ojos del niño con tranquilidad.


—Intentaré no hacerte daño.


Baltazar se lo quedó mirando un rato antes de asentir con la cabeza y ponerse de pie. Cuando entró renqueando a la casa, la canguro levantó la vista.


—¡Ay, Dios santo, le chorrea sangre por la pierna! —exclamó, dando un alarido.


—Generalmente sucede eso cuando te haces una rozadura en la rodilla—dijo Pedro, lanzándote una mirada de advertencia.


—La sangre no me gusta demasiado —parloteó Laura nerviosamente mientras los seguía al cuarto de baño—. Me desmayé cuando tuvimos que pincharnos un dedo en la clase de Biología.


—No tendrás que hacer nada. Yo me ocuparé de todo —dijo Pedro, intentando no mostrar su irritación. 


¿En qué estaba pensando Paula cuando contrató a esa niña para que cuidase a su hijo?


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