martes, 6 de agosto de 2024

Secreto: Capítulo 53

Pedro soltó un suspiro de frustración, incapaz de concentrarse en el trabajo que tenía extendido sobre la mesa. Hacía casi una semana desde que Paula había salido de su casa y de su vida y no había vuelto a verla ni a oír nada de ella desde entonces. Una dolorosa semana de cotilleo acerca del catálogo de lencería y de su relación con Paula. La noticia se había extendido con rapidez y había perdido interés con mucha más velocidad de lo que él esperaba. En unos pocos días, para ser exactos. Una vez que la novedad del escandaloso pasado de Paula desapareció, todo había vuelto a la normalidad. Todo menos su vida. Nada había vuelto a ser lo mismo desde que la dejó marchar. Ni Camila, ni su oficina vacía y silenciosa. Ni su corazón, especialmente su corazón. 


—¿Cuánto tiempo piensas estar deprimido? 


Pedro lanzó una mirada helada a su hermano, que volvía de un día de trabajo.


—No estoy deprimido.


—Nunca lo estabas. Pero no solo pareces estar hecho una pena, sino que también has estado de un humor insoportable desde que rompiste con Paula. ¿Qué ha sido de eso de darse un beso y hacer las paces?


—Lo que Paula me ocultó no se puede perdonar con tanta facilidad.


—Estoy de acuerdo en que estuvo mal lo que hizo, y que te lo debía haber dicho desde el primer momento. Ya sé que fui yo el mensajero de la mala noticia, por así decirlo, pero, ¿Nunca has cometido un error que luego lamentaras? —La pregunta era tan obvia que no necesitaba respuesta—. Ella está aún por aquí, Pedro, y no es demasiado tarde. Paula podría ser todo lo que tú necesitas si le permites que lo sea. Y si no eres capaz de perdonarla, intenta por lo menos establecer algún tipo de relación amistosa con ella, para que no resulte tan incómodo para el resto de la familia.


Y con este consejo, Federico salió de la oficina. 


Pedro se recostó en la silla sintiéndose frustrado e indeciso. Él sabía que era inevitable que se encontrase con Paula, sobre todo porque ella se había quedado en la ciudad. Eso lo sorprendía, porque había esperado que huyera del cotilleo. A lo mejor tenía que volver a enfrentarse al asunto, y a ella, por última vez, para que pudieran dejar atrás sus resquemores y seguir caminos distintos. Terminó pronto con su trabajo en la oficina y, cuando iba de camino para recoger a Camila, decidió parar en casa de Elisa Vee. La anciana lo saludó en la puerta y lo invitó a pasar. Lo miró de arriba abajo, como regañándolo.


—¿Vienes a ver a Paula?


—Sí, señora —dijo él sintiéndose tímido y sin saber qué había hecho para provocar esa reacción.


—Ya iba siendo hora —murmuró lo bastante alto como para que lo oyera Pedro. Luego le indicó la parte trasera de la casa—. Está en el patio.


Cruzó la cocina y se detuvo en la ventana que daba al patio. Había visto a Paula arrodillada en la hierba plantando pensamientos. Esperaba que se hubiera recrudecido su rabia al verla, después de que lo hubiera engañado, pero en vez de eso sintió una nostalgia y un anhelo que le dijeron que hacía tiempo que la había perdonado, pero que había sido demasiado terco para admitirlo, porque su orgullo estaba demasiado malherido para poder ver en medio de tanta confusión cuáles eran sus verdaderos sentimientos por ella. Se quedó allí, apoyado en la encimera, contemplándola en silencio. No era tanto porque hubiera posado para el catálogo como porque no hubiera confiado en él antes de que intimase afectivamente con ella. Al principio se había sentido traicionado y manipulado, pero había un hecho que cada vez estaba más claro en su mente. A pesar del pasado de Paula, no podía negar que él se habría enamorado de ella de todas formas. Su única falta había sido esperar tanto para decirle la verdad y él la había castigado injustamente por ello. El silencio de ella se había debido a su inseguridad y sus miedos. Lo invadió el remordimiento, junto con otros sentimientos más poderosos que no podía negar. ¿Cómo podía esperar que Paula confiase en él, cuando él no le había dado ninguna razón para creer que sería capaz de aceptar un pasado que ella nunca podría borrar? Probablemente Paula pensaba que él no era mejor que Santiago por haberla dejado marchar, por haberle dado razones para creer que para él su reputación era mucho más importante que ella y que no aceptaría arriesgarla por la mujer honesta y sin artimañas que ella era. Una mujer apasionada que lo amaba, a pesar de la forma en que él había rechazado en silencio aquel amor. Una mujer que sería una esposa perfecta y respetable… Si lo perdonaba por haberla juzgado injustamente. Sabiendo que tenía que enmendar lo hecho, salió al jardín y se dirigió adonde estaba ella. A pesar de la dolorosa experiencia por la que había pasado en los últimos días, tenía un aura de paz que lo atrajo. Y según se acercaba a ella, se maravilló por el valor que había demostrado al quedarse en una ciudad donde todo el mundo sabía ya lo del catálogo, al plantar cara a lo que había sido su miedo mayor cuando habría resultado mucho más sencillo marcharse y evitar los rumores y la especulación. Ella era sorprendente y él respetaba su decisión y su fortaleza. Sin la menor duda, la respetaba a ella.


—Pedro —dijo ella con voz insegura.


—Hola, Paula —su voz era baja y tranquila a pesar de lo rápidamente que latía su corazón—. ¿Cómo estás?

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