jueves, 30 de noviembre de 2023

Rivales: Capítulo 48

 —Para eso, podían cancelar el concurso —dijo Ángela.


—Eso, que papi le dé las llaves de la cocina y nos evitamos la humillación —bufó Rafael.


Por lo que Pedro había presenciado el día anterior, dudaba de que ese fuera el caso. Aun así, había algo que no encajaba y no conseguía saber qué.


—Les aseguró que Paula competiría en las mismas condiciones que los demás. Si ganara…


—Cuando gane, quieres decir —soltó Ángela.


—Si ganara —repitió Gustavo con firmeza—, será porque lo decidan los jueces. Y su padre no es uno de ellos.


—Como si eso importara —masculló alguien.


—Has dicho que lo decidiremos nosotros —intervino Pedro con voz pausada para que Gustavo continuara con la explicación.


Paula lo miró, y aunque él no supo interpretar su gesto, volvió a tener la impresión de que se sentía culpable.


 —Así es —dijo Gustavo—. La cadena ha decidido que ustedes once voten.


Pedro miró a su alrededor. Por los comentarios que había oído, tenía clara la posición de Rafael, Ángela y de otro par de concursantes. En cuanto a los demás, no tenía ninguna certeza.


—La cadena comprende que les preocupe la imparcialidad del concurso. Por eso, si votan para que Paula se quede nos aseguraremos de que no haya la menor duda respecto a posibles favoritismos.


—¿Cómo? —preguntó Ángela.


—El jurado juzgará los platos a ciegas. No sabrán quién los ha preparado.


—Vale —masculló Rafael—. Votemos.


—Antes, Paula quería decir unas palabras —dijo Gustavo. Y se echó a un lado para darle espacio.


Ella carraspeó y se frotó las manos con nerviosismo.


—Primero, quería disculparme por haber entrado en el concurso con un alias, y aseguraros que, si me dejan volver, no habrá ningún favoritismo.


Como respuesta, se oyeron algunos resoplidos escépticos. Pero Paula solo miraba a Pedro. Éste identificó en sus ojos tanto un deseo de disculparse como una determinación de acero cuando añadió: 


—Les pido una oportunidad para competir con ustedes, pero comprenderé su decisión.


—Yo voto que no —dijo Rafael.


—Quizá debería ser un voto secreto —dijo Gustavo.


—No hace falta —dijo Rafael—. ¿Quién está conmigo?


Ángela y otras dos de las mujeres participantes alzaron la mano. Otro hombre dió un paso adelante y, mirando a Paula con gesto contrito, dijo: 


—Lo siento, pero no sería la primera vez que me quedo sin trabajo por una cuestión de nepotismo.


Pedro pensó que, dada la relación con su padre, Paula estaba, si acaso, en desventaja. Pero ella se limitó a aceptar el comentario con una inclinación de cabeza.


—Eso hace cinco —dijo Gustavo—. ¿Alguien más?


—Yo creo que debería quedarse —dijo Fiorella Gimball—. Se ha ganado el puesto como los demás.


El joven Kevin se mostró de acuerdo. Otros tres chefs lo apoyaron. Había cinco a su favor. La decisión dependía de Pedro. Se hizo un profundo silencio en el que pudo percibir la animosidad que Rafael destilaba.


—Como si no supiéramos lo que vas a votar —dijo con sorna.


—¿Tienes miedo a competir con ella? —preguntó Pedro.


—¡En absoluto!


—Me alegro —Pedro miró a Paula y dijo—: porque se queda.


Paula sintió un torbellino de emociones en su interior. Las dos semanas anteriores habían sido como una montaña rusa por varias razones. Y los sentimientos que albergaba hacia Pedro eran como las burbujas de una botella de champán a punto de desbordarse. No le tranquilizó ver que le rehuía la mirada, como si, aunque hubiera votado a su favor, no confiara en ella. Tendría que esperar, pero estaba ansiosa por darle una explicación.


Apenas una hora después de que Pedro la dejara en su departamento, Gustavo la había convocado a una reunión en el estudio. Paula había acudido temiendo que fueran a denunciarla, y había salido con la cabeza dándole vueltas. Nadie había querido darle una explicación, ni siquiera cuando preguntó si su padre sabía lo que pensaban hacer. Gustavo se había limitado a insistir en que la decisión final dependía de los participantes. ¡Y gracias a Pedro, volvía a estar en el concurso! No estaba segura de cómo se sentía al respecto sabiendo hasta qué punto era importante para él ganar; y no tenía ni idea de lo que estaba pensando porque desde que había votado a su favor no le había dirigido la palabra. Tampoco podía echárselo en cara, puesto que ella no había contestado sus llamadas. Pero lo cierto era que le habían exigido firmar una cláusula de confidencialidad por la que no podía contarle a nadie que su retorno era una posibilidad, y había preferido no hablar con él a mentirle. Esperó a que Pedro fuera a servirse un café para acercarse a él.


—¿Quieres uno? —preguntó él cuando acabó de servirse el suyo.


—Sí, por favor —Pedro le pasó una taza. Al ver que hacía ademán de irse, Paula añadió—. Y gracias.


—No hay de qué —dijo él con una llamativa aspereza—. Otros cinco han votado a tu favor.


—Pero tu voto ha sido el definitivo. ¿Te arrepientes?


Pedro la miró con los ojos entornados en un gesto de irritación.


—Yo no funciono así, Paula. Creo en la honestidad.


—¿Qué quieres decir?


En lugar de contestar, Pedro dijo:


—Ya tienes la oportunidad que buscabas.


—Eso era todo lo que quería.


—Aprovéchala. Pienso ganarte. No voy a facilitarte las cosas.


—No me cabe la menor duda —replicó Paula, que empezaba a sentirse ofendida.


—Mejor así. Pero quiero preguntarte una cosa. ¿Desde cuándo lo sabes? ¿Antes de que… Empezáramos a vernos?


Paula retrocedió como si la hubiera abofeteado.


—¿Qué insinúas?


—Nada. Es pura curiosidad —dijo Pedro, encogiéndose de hombros.


Paula lo miró atónita.


—¿Crees que me he acostado contigo para conseguir tu voto? ¿Piensas que me he acostado también con los demás?


—Bastaría con que fueran cinco. Solo necesitabas seis votos — dijo él, impertérrito Paula dejó el café para evitar tirárselo a la cara y optó por el sarcasmo.


—Se ve que Rafael olvidó el trato al que llegamos.


Oyó a Pedro maldecir entre dientes a la vez que se alejaba de él. «Olvídate de él y de las dos semanas que han pasado juntos» se ordenó. Estaba allí para ganar.

Rivales: Capítulo 47

Enfriar a temperatura ambiente


Paula esperó fuera e intentó recobrar el control de sus emociones. Cuando Pedro salió, estaba pálido.


—¿Estás bien? —preguntó ella, apretándole el brazo.


—Eso es lo que debería preguntarte yo a tí —dijo él, abrazándola—. Lo siento, Paula. Confiaba en…


—Poder razonar con él como podrías hacerlo con tu padre —concluyó ella.


—Supongo que sí —contestó Pedro, con el ceño fruncido.


Pero sus familias eran muy distintas y Paula se dijo que quizá debía aceptar que no estaba en sus manos cambiar la actitud de su padre. Picaron algo en un bar cercano, pero ella había perdido el apetito y aprovechó el rato dando pistas a Pedro sobre las preferencias y las peculiaridades de su padre en la cocina. Después de lo que acababa de pasar, temía que hubiera puesto en peligro sus probabilidades de ganar. Volvieron a casa cerca de las seis. Él insistió en acompañarla aunque tenía que concentrarse en prepararse para el día siguiente.


—Mañana es un gran día para tí —dijo ella, en la puerta—. ¿Me llamarás cuando salgas del estudio?


—Por supuesto —dijo él.


—Buena suerte —Paula lo besó delicadamente y se irguió.


Por más tentador que le resultara invitarlo a pasar, abrió la puerta y entró.



Apenas habían dado las ocho, pero Pedro se había levantado al amanecer y estaba en el estudio desde antes de las siete. Aunque trabajaba bien bajo presión, o eso había creído siempre, fue consciente de que las manos le sudaban y tenía el corazón acelerado mientras esperaba con los demás concursantes a que empezara la competición. Tampoco contribuía a que estuviera tranquilo el hecho de que hubiera llamado dos veces a Paula desde la noche anterior y le saltara el contestador. ¿Estaría bien? ¿Habría pasado algo? Mientras reflexionaba, solo prestó atención parcial a los comentarios de los demás chefs. Nadie sabía exactamente qué modificaciones se habían hecho al formato, así que las especulaciones iban en aumento cuanto más esperaban en la antesala a pasar al estudio.


—Yo creo que traman algo —oyó que Ángela le decía a Rafael.


—A ver si empezamos de una vez —refunfuñó este, sin dirigirse a nadie en particular.


Pedro estaba de acuerdo. En la cocina estaba en su medio natural. Esperando, solo se sentía frustrado. Se abrió la puerta. Supuso que se trataría de Gustavo, pero se quedó perplejo al ver entrar a Paula. Iba vestida con comodidad y llevaba el cabello recogido en una práctica coleta. Instintivamente, él dirigió la mirada a los labios que le hacían enloquecer.


—¿Qué hace esa aquí? —preguntó Rafael, alzando la voz por encima del murmullo general.


Las miradas de Pedro y de Paula se cruzaron, y él vió que tenía ojeras. ¿Habría ido a desearle buena suerte? Lo dudaba. Especialmente porque la expresión de su rostro era de… ¿Culpabilidad?


—¿Paula? —consiguió finalmente articular su nombre, pero la tensión en el ambiente hizo que sonara como una interrogación.


Antes de que ella hablara, apareció Gustavo y, colocándose a su lado, dió sus palmadas características.


—¡Atención, por favor! —dijo, como si no estuvieran ya todos pendientes de él—. Varios de ustedes me han preguntado qué había decidido la cadena respecto a la participación de Paula —hizo una pausa de efecto dramático—. Pues bien, la decisión va a recaer sobre ustedes.


—¿Qué significa eso? —preguntó alguien.


—¿No van a traer a uno de los participantes en la fase eliminatoria? —preguntó otro.


Pedro escuchó ausente mientras intentaba asimilar la presencia de Paula.


—Silencio, por favor. Dejen que lo explique —dijo Gustavo—. Primero: No va a incorporarse ningún otro chef. Segundo: Hemos decidido que sean ustedes quienes decidan si Paula se queda o no en el concurso.


En la sala se elevó un murmullo inconexo.


—¿Han retrasado el comienzo dos semanas y esto es lo que han pensado? —preguntó Rafael, indignado.


—¡No es justo! —exclamó otro chef.

Rivales: Capítulo 46

Pedro la llevó al departamento de caballeros y en cinco minutos había elegido una chaqueta y una corbata.


—¿No quieres mirar más? —preguntó Paula.


—No. A eso era a lo que me refería con la diferencia entre hombres y mujeres —dijo Pedro, sonriendo. Y Paula tuvo que admitir que había algo de cierto en ello.


Veinte minutos más tarde entraban en el Chesterfield y una mujer los conducía hasta su mesa, donde los dejó tras entregarles dos menús con tapas de cuero. Paula abrió el suyo a suficiente altura como para ocultarla de la cocina, donde estaba segura que estaría su padre.


—Los platos especiales suenan bien, sobre todo el róbalo a la plancha —comentó Pedro.


—Mi padre es muy aficionado al pescado a la plancha. Recuérdalo durante el concurso.


—Tomo nota —dijo Pedro. Y fijó la mirada en un punto por detrás de Paula.


—¿Mi padre? —preguntó ella antes de que él dijera nada.


Pedro asintió con la cabeza y dijo:


—Y no parece contento.


Lo raro habría sido lo contrario. Paula dejó la carta en la mesa y tras componer una sonrisa forzada se giró para mirarlo de frente. 


—Hola, papá.


—¿Qué haces aquí? —preguntó él en una voz inusualmente baja, mientras una vena le palpitaba en la sien.


—Comer. El róbalo suena delicioso. Justo le decía a Pedro  que la plancha es una especialidad del Chesterfield.


—Aquí no eres bienvenida —dijo él entre dientes.


—Lo sé.


—Entonces, ¿Por qué has venido? —exigió saber. Y alzó lo bastante la voz como para que varios clientes se volvieran.


—Es culpa mía, señor —Pedro se puso en pie—. He pedido a Paula que viniera conmigo.


—Usted… Me resulta familiar.


—Pedro Alfonso—le tendió la mano, que el padre de Paula ignoró ostentosamente—. Soy uno de los participantes en el concurso para ganar un puesto en su cocina.


El comentario recibió un bufido desdeñoso.


—Da muestra de mucha osadía presentándose aquí con ella.


Pedro bajó la mano pero mantuvo su posición. El padre de Paula era más corpulento, pero él lo superaba en altura.


—¿Por qué? —preguntó a bocajarro, aunque suavizó sus palabras con una sonrisa—. Admiro su restaurante y lo respeto a usted lo bastante como para querer ser chef en la cocina del Chesterfield. Por eso quiero saber si mi forma de cocinar se adecua a su estilo.


—Ella no es bienvenida aquí, y usted tampoco si la acompaña.


—«Ella» es su hija.


—Yo no tengo ninguna hija —tras esas palabras, Luis se frotó el pecho Paula se puso en pie de un salto con el corazón acelerado por la preocupación.


—Papá, ¿Estás bien?


Él se sacudió de encima la mano que ella había posado en su brazo.


—Perfectamente. O lo estaré en cuanto te vayas.


Si le hubiera clavado un cuchillo en la espalda y lo hubiera girado varias veces, no le habría hecho más daño. Aun así, su reacción no había sido peor de lo que Paula hubiera esperado.


—Me voy —Paula vaciló un instante antes de añadir—: Sé que te he dicho que lo sentía, pero hay otra cosa que quiero que sepas: Te quiero, papá.


Pedro la vió alejarse. Llevaba la cabeza alta y cuadraba los hombros, pero sabía que estaba destrozada. Y él, indignado.


—No miente —dijo a Luis—. ¿Qué tiene que hacer para demostrarle que lo ama?


—No se meta en esto —gruñó el padre de Paula, aunque parecía afectado.


Pedro pasó por alto sus palabras y continuó:


—Paula ha cometido errores, como ella misma admite, pero no creo que sea la única responsable de que la relación entre usted y ella sea tensa.


—Usted no sabe nada de nuestra relación.


—Sé que su hija querría restablecerla y que lo ha intentado. También sé que tienen mucho en común.


Ese comentario se ganó un resoplido despectivo.


—A Paula le gusta cocinar tanto como a usted. Y es una cocinera excelente —añadió Finn.


—No es más que una estilista —dijo Luis con desdén.


Pedro no se arredró.


—Su hija ha heredado de usted su destreza y su pasión por la cocina. Si le diera una oportunidad, lo comprobaría por sí mismo


Luis lo miró fijamente.


—Parece que Paula le importa mucho.


—Así es.


—Sin embargo, aspira al puesto que ella querría tener. ¿Le alegra que ya no esté en la competición?


Como no estaba seguro de cómo contestar a esa pregunta, Pedro dijo: 


—Quiero que Paula sea feliz. Y creo que usted debería darle una oportunidad.

Rivales: Capítulo 45

 —¿Tienes hambre? —preguntó Paula sin volverse.


Pedro se limitó a reír.


—Me refiero a si quieres comida —Paula se volvió con el cuchillo en la mano.


—¿Qué estás haciendo?


—Todavía no lo sé. Pensaba en tortillas griegas, pero no sabía si te gustaba el queso feta.


—Me encanta —dijo él, acercándose para darle un beso de buenos días.


En la tabla vió un pimiento verde ya cortado y orégano fresco.


—Deja que te ayude —se ofreció.


A modo de respuesta, Paula le pasó un cuchillo y mientras ella batía unos huevos, él cortó unos tomates y unas aceitunas.


—¿Qué es lo que más te gusta de cocinar? —preguntó Paula a la vez que echaba los huevos a la sartén.


—Usar los cuchillos —Pedro sonrió, poniendo cara de loco y blandiendo el cuchillo en el aire.


—Además de eso —dijo ella, riendo.


Pedro se puso serio.


—La ciencia. El hecho de que juntes A y B y obtengas C.


Paula ladeó la cabeza y comentó:


—Pueden darse muchas variables.


—Sí, pero son controlables. Por ejemplo, si cuentas con buenos ingredientes, es difícil que el resultado sea malo.


—Eso es verdad.


—¿Y qué es lo que te gusta a tí?


—Lo mismo que me gusta de ser estilista: La creatividad.


—Arte en un plato.


—Exactamente —dijo Paula, sonriendo.


—Muy bien, Picasso —Pedro señaló con el cuchillo la sartén—. Enséñame tu última creación.


Desayunaron en el salón a la vez que intercambiaban anécdotas sobre sus escuelas de cocina y descubrieron que, con algunos años de diferencia, habían tenido un par de profesores en común. Después Pedro ayudó a Paula a recoger, y como ya era casi mediodía, decidió contarle su idea para que tuviera tiempo de pensársela. Ella le proporcionó la excusa perfecta al preguntarle:


—¿Estás nervioso por mañana?


El concurso iba a comenzar finalmente, aunque seguían sin saber cómo iban a resolver la ausencia de Paula.


—Más que nervioso, expectante.


Paula le guiñó el ojo.


—Esa es una buena actitud.


—De hecho, estaba pensando… —Pedro terminó de doblar un trapo de cocina y lo colgó del asa del horno. Carraspeó— que no estaría mal hacer una exploración.


—¿De qué tipo?


—A mi futuro lugar de trabajo —dijo Pedro con una sonrisa entre pícara y provocadora.


—¿Estás pensando en ir al Chesterfield?


—¡Qué chica tan lista! —bromeó Pedro.


—¿Para qué?


—Hace tiempo que no voy.


—¿Solo por eso?


—No —admitió Pedro—. ¿Qué te parece? ¿Te apuntas?


Paula retrasó la respuesta, secando con deliberada lentitud la tabla de cortar. Pero cuando Finn creyó que le daría una respuesta negativa, se volvió sonriente y dijo: 


—Te advierto que mi padre me amenazó con echarme por la fuerza si volvía. ¿Estás seguro de que quieres que vaya? —rio en tensión antes de añadir— : Puede que verte conmigo te convierta en su enemigo. Mi padre es así.


—Estoy dispuesto a arriesgarme —dijo Pedro, que ya había considerado esa posibilidad.


—Si es así, iré contigo.


Antes de que Pedro fuera a su casa para cambiarse de ropa, quedaron a las tres de la tarde delante del Chesterfield.



Paula recorría la acera arriba y abajo mientras esperaba a Pedro. No porque él se retrasara, sino porque ella llegó antes. Estaba nerviosa y le sudaban las manos. Aunque su padre había dejado claro lo que pensaba cuando anunció que su hija estaba muerta para él, seguía albergando una débil esperanza de que algún día cambiara de idea. No podía dejar de pensar en Finn y en su afectuosa y cálida familia. Con tener una mínima parte de algo así, ella se daría por satisfecha.


—¡Paula! —la llamó Pedro, bajando de un taxi.


Paula sonrió y se relajó parcialmente hasta que vió cómo iba vestido. Llevaba pantalones caquis y una camisa remangada. Estaba guapísimo, pero el Chesterfield exigía chaqueta y corbata.


—Te has olvidado de un pequeño detalle —dijo ella, indicándole la ropa con la mirada.


Él dejó escapar una exclamación.


—Tendremos que darnos prisa —dijo, tomando a Paula de la mano y caminando hacia Saks, en la Quinta Avenida.


—¿Vamos a ir de compras? —preguntó Paula, incrédula.


Pedro le abrió la puerta de la tienda.


—Perdona, las mujeres van de compras. Los hombres, compran. Son dos cosas distintas.


—¿Qué quieres decir?


—Ahora mismo lo verás.

martes, 28 de noviembre de 2023

Rivales: Capítulo 44

Dejar reposar


—Estás muy callada —dijo Pedro cuando volvían al centro en el coche, unas horas más tarde.


—Estoy cansada —dijo Paula. Se volvió hacia él y sonrió—. No recuerdo haber hablado nunca tanto.


—Las mujeres Alfonso son muy charlatanas —comentó Pedro, pero creía intuir que su estado de ánimo tenía otras razones.


—A tu madre le ha gustado el regalo —dijo Paula.


No solo le había gustado; al abrirlo, había empezado riendo y había acabado llorando de emoción. Y cuando vió el vale para el curso, se había puesto en pie y había hecho un par de pasos de claqué. Le había entusiasmado. Pedro soltó la mano derecha del volante y acarició la mejilla de Paula con los nudillos.


—Gracias de nuevo.


—Encantada de haber podido ayudar.


Pedro quería poder ayudarla a ella, y había tenido una idea, pero por el momento, se la reservó.


—¿Vas a subir? —preguntó Paula cuando estaban llegando a su casa—. Tengo una botella de vino esperando a que la abramos.


En lugar de contestar Pedro estacionó en el primer sitio que encontró.



Era pasada la medianoche cuando Pedro colapsó junto a Paula en su colchón. Se sentía totalmente exhausto y al mismo tiempo, activado. Giró la cabeza y estudió el perfil de ella en la penumbra. Había dedicado sus dos últimos años a restablecer su reputación para poder montar otro restaurante. Había pensado en nuevas recetas, en estrategias de marketing, incluso en la decoración del local… Su mente había estado concentrada solo en eso. Y de pronto, en un plazo de tiempo asombrosamente corto, sus intereses se habían ampliado incorporando a una persona.


—Deja de mirarme —dijo Paula con aparente enfado que desdijo con una sonrisa.


—No puedo evitarlo. Eres preciosa.


Pero no era solo cuestión de belleza. El destino tenía la tendencia de ser inoportuno, pero no podía negar lo evidente: Estaba enamorándose de Paula.


Paula se giró sobre el costado y se alzó sobre un codo. En la tenue luz su piel parecía casi traslúcida.


—Hacía mucho que no me sentía hermosa —dijo con voz queda—. Hacía mucho que no sentía… Nada, Pedro.


—Te entiendo perfectamente. Igual que yo.


Paula continuó con solemnidad:


—Si ahora estoy guapa es porque me haces feliz. Así que tengo que agradecértelo.


Aunque Pedro no buscaba su gratitud, comprendía a lo que se refería. También él se sentía feliz. No se había dado cuenta de lo solo y lo desgraciado que era hasta haberla conocido. Posó la mano en la mejilla de ella y se la acarició con el pulgar antes de atraerla hacia sí y besarla. Cuando separaron sus labios, Paula estaba tendida sobre Pedro y el cuerpo de éste estaba encendido de deseo.


—¿Esto quiere decir que estás listo para un segundo asalto? — preguntó ella con una risa ronca cuyo eco reverberó en Pedro.


Estaba más que excitado. Girándose tan rápido como pudo, cambió de posición y atrapó a Paula contra el colchón.


—Técnicamente —susurró al tiempo que su rígido cuerpo se adentraba en la suavidad del de ella—, éste es el tercer asalto.


Pedro se quedó a dormir. Aunque Paula no se lo había pedido… Directamente, cuando él se había levantado para ir al cuarto de baño, ella había suspirado profundamente en sueños. Al volver de nuevo a la cama,  se había acurrucado contra él, su cuerpo caliente y acogedor, y demasiado tentador como para plantearse abandonarlo. Cuando se despertó por la mañana, estaba solo en la cama. Se puso los calzoncillos y siguió el familiar sonido del filo del cuchillo sobre la tabla de cortar. Paula estaba en la cocina, de espaldas a él. Llevaba su camisa… Y éste sospechó que no había nada debajo. Deslizó la mirada por las piernas de Paula y sus delicados tobillos. Todo en ella le resultaba fascinante.

Rivales: Capítulo 43

Paula le habría agradecido la intervención de no encontrarse súbitamente convertida en el centro de atención de todos los demás ocupantes de la sala.


—¡Han visto eso! Pedro viene con compañía —dijo una mujer mayor. Su quebradiza voz resonó en la habitación, donde súbitamente se había hecho el silencio.


—Lo siento —musitó Pedro—. Mi abuela no quiere admitirlo, pero está un poco sorda.


Carolina añadió en otro susurro.


—Y seguro que piensa que está hablando en voz baja.


—¿Toda esta gente es de tu familia? —preguntó Paula.


Ella tenía una familia muy reducida. Su padre solo tenía una hermana, cuyo marido había muerto antes de que Paula naciera; y su madre era hija única. Ver una familia tan grande le resultaba asombroso… Y aterrador.


—Pedro, creo que Paula necesita una copa —comentó Sonia.


—Yo se la traigo —Jimena preguntó—: ¿Vino?


—Sí, por favor —dijo Paula sin salir de su aturdimiento.


—¿Dónde está mamá? —preguntó Pedro a Carolina.


—¿Dónde crees tú? —preguntó esta con una amplia sonrisa.


—Ven —Pedro tomó a Paula de la mano y dijo—: Vamos a la cocina.


Aunque Paula no supiera dónde estaba la cocina, podría haberla encontrado siguiendo su olfato. Una deliciosa mezcla de hierbas aromáticas perfumaba el aire.


—¡Qué bien huele!


Pedro le guiñó un ojo.


—Pues aun sabe mejor.


Apenas había caminado unos pasos cuando alguien dió una palmada a Pedro en la espalda a modo de bienvenido. Luego se dió un fuerte abrazo con otra persona. Y según avanzaron fueron intercambiando besos con la misma solicitud que los padres de Lara se dedicaban insultos. En todas las ocasiones, él se molestó en presentarla. Paula estaba abrumada. No solo por la cantidad de gente que se había reunido a celebrar el cumpleaños de la madre de Pedro, sino por la camaradería y el afecto que se manifestaban. Jamás había experimentado nada parecido. De hecho, siempre había creído que solo se daba en el cine o en los libros. Pero allí era real y tangible, y casi le resultaba doloroso. Cuando llegaron a su abuela, esta le pellizcó las mejillas.


—¿Y quién es esta preciosa señorita? —preguntó.


—Es Paula Dunham, abuela —Pedro se agachó y alzando la voz, dijo—. ¿No te lo han dicho mis hermanas?


La abuela hizo un gesto con la mano.


—Hablan demasiado deprisa y no articulan.


—Me alegro de conocerla, señora Westbrook —dijo Paula.


La anciana la miró de arriba abajo.


—Espera a comprobarlo, querida, espera a comprobarlo.


El comentario tomó a Lara por sorpresa. Estuvo a punto de reírse, pero se contuvo al darse cuenta de que la mujer hablaba completamente en serio. Afortunadamente, Jimena llegó en ese momento con la copa. Paula tomó fuerzas dando un sorbo al vino a la vez que Pedro tiraba de ella hacia la cocina, pasando de largo a varios grupos de parlanchinas tías y primas hasta llegar a una mujer que removía el contenido de una cazuela. El hombre que estaba a su lado era una versión madura de Pedor: Igual de guapo, aunque quizá más refinado.


—Tienes que terminar, Ana —dijo éste—. A los invitados no les importa que la salsa este un poco fina. Han venido a verte.


—No se puede acelerar una buena salsa —protestó ella. Luego se giró y vió a Pedro—: ¡Pepe, has conseguido venir!


—Pues claro. No me perdería tu cumpleaños. Felicidades.


—Te esperaba hace una hora —su madre arqueó una ceja—. Dijiste que me ayudarías con los preparativos de última hora.


—Yo… —Pedro miró a Paula, que se sonrojó hasta arderle las mejillas—. Hemos encontrado mucho tráfico —mintió.


Su padre sonrió. Ni él ni su madre parecían creer la excusa, pero no insistieron.


—Lo importante es que estás aquí. Y que has traído a tu… Amiga —dijo su madre en el mismo tono que había usado Jimena en Spanky’s.


—Ésta es Paula. Paula, mis padres: Ana y Horacio Alfonso.


Su madre pasó a Pedro la varilla con la que removía la salsa para estrechar la mano de Paula. Pero en lugar de soltarla, se llevó a Paula a través de unas puertas de cristal hacia el patio trasero y dejó a su hijo al cargo de la salsa. Su marido las siguió.


—Mis hijas me han dicho que eres chef —comentó.


—Así es.


—Pedro tiene mucho talento —cuando Paula asintió, la madre de Pedro continuó—: Sabes que ha estado casado, ¿Verdad?


—Ana…


Ésta chistó a su marido para que se callara y miró a Paula fijamente.


—Sí, me lo ha dicho —contestó Paula.


—También era chef.


—Ana…


En esa ocasión, hizo un ademán para callar a su marido antes de continuar: 


—Le rompió el corazón, le robó sus recetas, incluso las familiares, y arruinó su reputación.


Paula carraspeó.


—También me ha contado eso.


—Me alegro. Su corazón está curado y él es lo bastante creativo como para inventar nuevas recetas. En cuanto a su reputación…Está en el camino de recuperarla. Siendo su madre, me ha dolido que viviera un infierno y me alegro de que su vida empiece a mejorar. Así que entenderás que te avise de que si le haces daño, también te lo haré yo a tí.


Sonrió tan encantadoramente al terminar, que Paula estuvo a punto de creer que había oído mal, pero el padre de Pedro cerraba los ojos en una mueca que no dejaba lugar a dudas. En ese momento, él salió a rescatarla.


—Mamá, la salsa está lista y el asado ha descansado lo suficiente como para que papá empiece a trincharlo —en cuanto se quedaron solos, preguntó a Paula—: ¿Qué quería contarte mamá?


—Nada especial —Paula alzó los hombros con una indiferencia que contradijeron sus siguientes palabras—. Solo ha amenazado mi integridad física si te hago daño.


Pedro rió con ganas y se le formaron pequeñas arruguitas en el extremo de los ojos.


—¿De verdad?


Paula se sintió mortificada al notar que se le humedecían los ojos.


—¿Paula? No pasa nada. No lo decía en serio —intentó tranquilizarla Pedro.


—Claro que sí —pero no era eso por lo que Paula sentía ganas de llorar. Se alzó sobre los dedos de los pies y dió un rápido beso a Pedro—: Eres muy afortunado.

Rivales: Capítulo 42

Quería más espacio.


—¿El dormitorio? —preguntó ella. Cuando él asintió, dijo—: Segunda puerta a la derecha.


Y soltó un grito de regocijo cuando Pedro la tomó en brazos.


—Nunca me habían llevado en brazos —comentó mientras enfilaban el pasillo. Y bromeó—: ¡Qué primario y varonil!


—Pretendía ser romántico.


—Eso también —contestó Paula con una sonrisa.


Como correspondía al tamaño medio en Manhattan, en el dormitorio apenas cabía una cama. Especialmente si, como la de Paula, era de dos metros. Pedro buscaba espacio y lo había encontrado.


—¡Qué cama tan grande! —murmuró apreciativo, a la vez que la sentaba en el lado que no estaba ocupado por ropa.


—Disculpa el desorden. No sabía qué ponerme y me he cambiado varias veces hasta… —Paula dejó la frase en el aire.


—Decidir que este conjunto era el perfecto —concluyó él tirando del bajo del vestido hacia arriba.


Paula ahogó un gemido al sentir sus dedos en el sensible punto entre sus muslos.


—N-n-no. He tenido que ir de compras.


—Es un vestido muy bonito.


Pedro le dejó que se lo quitara por temor a rasgárselo en su ansiedad por desnudarla. Entre tanto, él se quitó el abrigo.


—Los zapatos también son nuevos —dijo ella, atrayendo su mirada a sus tacones. Se descalzó lentamente; primero uno, luego el otro. El amortiguado sonido que hicieron al caer en la alfombra no se correspondió con el sonoro palpitar del corazón de Finn.


—También me gustan —consiguió articular este.


Que Paula se hubiera tomado tanto trabajo para aquella cita, su candor al contarlo, le resultó tan excitante como la tentadora visión de sus muslos Se empezó a desabrochar la camisa precipitadamente. Y se alegró de no haberse puesto corbata. Una prenda menos que quitarse. Enseguida pasó a los pantalones. Lara estaba de rodillas en la cama, quitándose el vestido por encima de la cabeza. Cuando emergió, tenía el cabello alborotado y una expresión anhelante. Las dos mínimas piezas de satén rojo que ejercían la función de ropa interior dejaron a Pedro con la boca abierta, flácida, a la vez que le endurecían otras partes de su cuerpo.


—Me preguntaba qué llevarías debajo del vestido.


—¿Te gusta?


Pedro tragó saliva.


—Desde luego.


Paula sonrió. Y cuando él se quedó parado, devorándola con los ojos como un adolescente sobreexcitado, ella lo espoleó.


—¿Necesitas ayuda con los pantalones?


Pedro parpadeó y se aclaró la garganta. Sin darle tiempo a que reaccionara, Paula pasó a la acción, alargando las manos ansiosamente hacia el cinturón. Tirando de él, lo sacó de las trabillas haciendo una floritura. Él se bajó la cremallera.


—Puedo seguir yo —dijo.




Llegaron tarde a la fiesta. Paula lo había asumido en cuanto Pedro la llevó a su dormitorio, pero entonces le había dado lo mismo porque estaba demasiado anhelante y excitada como para planteárselo. Sin embargo, en aquel momento, al entrar en la sala de la casa de sus padres, empezaba a arrepentirse. Apenas entraron, dos mujeres jóvenes aparecieron a su lado. Por el parecido, ella dedujo que eran sus hermanas. Pedro le susurró al oído.


—Huelen el miedo.


Paula compuso una sonrisa ante el primer embate de un tercer grado.


—Pedro, llegas tarde —dijo la más alta, antes de alargar la mano a Paula—. Carolina. La hermana favorita de Pedro. Me alegro de conocerte por fin —concluyó, lanzando a Pedro una mirada recriminatoria.


—Gracias. Lo…


—Soy Sonia.


Era más baja y parecía más joven. Pero cuando estrechó la mano de Paula, se la apretó con tanta fuerza que estuvo a punto de cortarle la circulación.


—Estábamos deseando conocerte —repitió Carolina.


—Sí —apuntó Sonia—. Queríamos haber almorzado antes de hoy, pero Pedro nos dijo que estabas ocupada.


—¿Sí? —Paula miró a Pedro, burlona.


Jimena llegó en ese momento.


—¡Paula!


En lugar de estrecharle la mano le dio un abrazo tan fuerte que la levantó del suelo. Cuando finalmente la soltó, Pedro dijo: 


— Dejarle un poco de espacio.

Rivales: Capítulo 41

Pedro se quedó sin aliento cuando Paula abrió la puerta de su departamento. Había hecho algo con el maquillaje que enfatizaba sus ojos, y aunque llevaba el cabello suelto, se lo había recogido hacia los lados para dejar a la vista unos pendientes que daban luz a su rostro. El vestido, de un llamativo rojo, más que abrazarse a sus curvas parecía flotar sobre ella, ciñéndose solo a la altura de la cintura. Nada más verla se preguntó qué llevaría debajo, y se prometió comprobarlo por sí mismo más tarde.


—¡Caramba! —exclamó en un admirado susurro.


—¿Demasiado elegante? —preguntó ella, frunciendo el ceño.


—Demasiado perfecta.


Paula sonrió, sintiendo una satisfacción paralela a la inquietud que había manifestado un momento antes.


—Gracias.


Pedro iba a besarla cuando vio de soslayo a una mujer morena, alta, que se llevaba una cuchara a la boca. Irguiéndose, la saludó amablemente: 


—Hola.


La morena dejó la cuchara en el cuenco y sonriendo a su vez, contestó: 


—Hola.


—Finn esta es mi amiga Rocío —dijo Paula—. Vive en el departamento del otro lado del rellano.


—Encantado de conocerte —dijo Pedro, tendiéndole la mano.


—Lo mismo digo. Paula dice que la llevas a presentarle a…


—A una fiesta de cumpleaños —la cortó Paula.


—De su madre.


Paula dedicó una tensa sonrisa a su amiga.


—¿No tenías que irte ya? —preguntó.


—Sí, claro. Tengo que hacer la colada.


Rocío estaba ya fuera cuando volvió a asomarse para devolver a Paula el cuenco y la cuchara.


—Gracias por otra comida deliciosa —y mirando a Pedro añadió— : Paula me alimenta. De hecho cocina tanto que podría dar de comer a medio edificio.


En esa ocasión, cuando se fue, Pedro le vió alzar el pulgar a Paula.


—Lo siento —se disculpó esta.


—No pasa nada. Entiendo que he pasado el examen.


—¡Oh no, confiaba en que no lo hubieras visto! —dijo Paula, quejumbrosa.


Pedro cambió de tema. Indicando el cuenco preguntó:


—¿Qué le has dado?


—Crema de tomate. Es una receta de mi padre que he adaptado —Paula mencionó algunas especias—. Si durante el programa tienes que improvisar un primer plato, es magnífica.


—Tendrás que darme la receta —pero en ese momento, Pedro estaba más interesado en otra cosa.


Tirando de la mano de Paula, la atrajo hacia sí. El movimiento bastó para que estallara una bola de fuego entre ellos incluso antes de que sus bocas se juntaran. Pedro había pensado que se darían un beso intenso, pero breve, porque tenía que irse a la fiesta. Pero en cuanto ella le rodeó el cuello con los brazos, supo que la brevedad no sería posible. Habría sido más fácil apagar una hoguera con queroseno que extinguir el fuego que avivaba sus hormonas. Para cuando separaron sus labios, él ya había subido la falda del vestido a la altura de la cintura de Paula y metía los dedos por dentro de la goma de sus bragas, mientras que ella ya empezaba a desabrocharle el cinturón.


—Tenemos telepatía —susurró él.


—¿Hay tiempo?


—Creo que sí.


Paula soltó una risa grave y preguntó:


—¿Con qué cabeza estás pensando, Pedro?


—Con la que importa ahora mismo —la llevó hacia atrás varios pasos y miró alrededor. El sofá estaba a mano, pero era pequeño.

jueves, 23 de noviembre de 2023

Rivales: Capítulo 40

 —Creo que estás guapísima. Si no tuviera las manos ocupadas con la crema, levantaría el pulgar. ¡Está deliciosa!


—Es muy fácil. Cuando quieras, te enseño a hacerla.


—Gracias, pero no —dijo Rocío—. Ya sabes que lo hemos intentado y que nunca me salen bien tus recetas. Además, prefiero asaltar tu frigorífico; siempre hay algo fabuloso. Y encima, me libro de fregar los platos.


—Debería cobrar entrada.


—La pagaría sin titubear. Por el momento, te voy a dar un consejo gratuito —Rocío tomó otra cucharada de crema antes de continuar—: Has preguntado si estabas demasiado elegante. Todo depende de adonde vayas y qué pienses hacer.


Alzó las cejas y puso los ojos en blanco, arrancando una carcajada de Paula.


—Pedro va a llevarme a una fiesta de cumpleaños.


—Eso es el «Qué», ahora necesito el «Dónde». ¿A un restaurante? ¿A una sala de baile? ¿Y de quién es la fiesta, de un niño, de su mejor amigo?


Paula no estaba segura de que fuera una buena idea decir a su amiga la verdad, pero el nerviosismo se adueñó de ella y soltó:


 —Es el sesenta cumpleaños de su madre y su familia se reúne en su casa de toda la vida.


Su amiga abrió los ojos como platos.


—¿Se conocieron desde hace tres semanas y ya va a presentarte a sus padres?


—No, no, no —se apresuró a negar Paula—. No me lleva a conocer a sus padres, solo a la fiesta de cumpleaños de su madre.


—Lo que significa que estarán sus padres —dijo Rocío. Y sus dos hermanas… Y varios tíos, tías, primos… 


Pedro incluso había mencionado algún abuelo, pero ella había preferido no registrar nada de todo eso por temor a hiperventilar. Tal y como empezaba a pasarle en aquel momento…  No la ayudó que Rocío exclamara: 


—¡Paula, está claro que te lleva a conocer a sus padres!


—No es eso. No te digo que no vayamos en serio, pero apenas nos conocemos.


—Tampoco conocías apenas a David cuando se comprometieron.


Paula negó con la cabeza, sintiéndose en parte aliviada por la comparación.


—Precisamente. David fue un error que cometí para molestar a mi padre. Las relaciones de verdad no se precipitan. Y el hecho de que los dos hayamos estado casados…


—¿Pedro también? No me lo habías dicho —y Paula no pensaba darle detalles. Rocío preguntó—: ¿Hace cuánto?


—Hace tiempo, no te preocupes.


—Asegúrate —dijo Rocío. Y no era de extrañar porque su último novio la había dejado porque seguía enamorado de la mujer a la que había estado prometido.


—Estoy totalmente segura. Lo que no tengo claro es hacia dónde nos encaminamos.


—¿Dónde quieres llegar?


Como la respuesta que se le pasó al instante por la mente le preocupaba, Paula contestó: 


—Me limito a pasarlo bien. Estoy contenta y eso es bastante por ahora.


—Por ahora.


En lugar de tranquilizarla, la respuesta de su amiga le hizo anhelar que ese «ahora» se prolongara hacía el futuro.


—¿Me has oído? —Rocío chasqueó los dedos delante de la cara de Paula—. Te he preguntado si vas a presentármelo.


—¿Tiene alguna importancia lo que conteste?


Rocío se limitó a sonreír.

Rivales: Capítulo 39

 —Me estás ofendiendo.


—Eres un hombre —dijo Sonia como si eso lo explicara todo.


—Sonia tiene razón —intervino Luciana.


Pedro se dijo que debía haber previsto que se podría del lado de su hermana. Aunque pelearan entre ellas, siempre presentaban un frente unido cuando lo atacaban a él.


—Deberíamos conocerla antes de la fiesta —comentó Luciana a la vez que se acomodaba en uno de los taburetes.


—Estoy de acuerdo.


—Yo no estoy tan seguro —dijo Pedro.


—No hemos pedido tu opinión —dijo Sonia, sacudiendo la cabeza.


—Si no la conocemos antes, la acribillaremos a preguntas en la fiesta y lo va a pasar fatal.


—Ni siquiera he asegurado que vaya a llevarla.


Sonia le dedicó una mirada tan similar a la de su madre cuando lo amonestaba que Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para no estremecerse. Finalmente su hermana le dedicó una sonrisa felina y dijo: 


—En el fondo estás deseándolo.


Pedro se dió por vencido, entre otras cosas porque Sonia tenía razón. Quería presentar a Paula a su familia, y viceversa. Y en lugar de que esa idea lo inquietara, le hacía sentirse bien consigo mismo.




Bañar en su jugo


—¿Vas a volver a quedar con Pedro esta noche? —preguntó Rocío. Estaba sentada en el sofá, tomando la crema de tomate que Lara había preparado para almorzar—. ¿Cuántas veces han salido ya? ¿Cinco, seis?


Para Paula, no las suficientes. Cuanto más lo veía, más tiempo quería pasar con él. Era una locura… Pero el sentimiento era tan natural que no tenía sentido intentar reprimirlo.


—Acabas de suspirar —dijo Rocío en tono acusador.


Paula recordó aquello de que la mejor defensa era un buen ataque.


—¿Te molesta?


—Sí —Rocío hizo un mohín—. Has quedado más veces en las dos últimas semanas que yo en los últimos seis meses. No es justo —sonrió—. Pero me alegro por tí.


—Gracias, Rocío. Yo también me alegro por mí.


La cadena de televisión todavía no había decidido qué hacer con su puesto, así que Pedro tenía mucho tiempo libre y parecía encantado de pasarlo con ella. Habían salido a cenar un par de veces y él había cocinado para ella en su apartamento en otra ocasión, tal y como había prometido. Una boloñesa tan deliciosa como el sexo que la había seguido.


Paula nunca se había sentido igual. Lo único que nublaba sus días era seguir peleada con su padre, pero Pedro la ayudaba a sentirse mejor. Dadas sus buenas relaciones familiares, no era de extrañar que fuera tan optimista e insistiera en que algún día resolverían sus problemas y establecerían una buena relación. Paula toqueteó el cinturón plateado que recogía la cintura de su vestido rojo. Llevaba un conjunto nuevo, incluidas las sandalias de tacón. Normalmente no se preocupaba por su aspecto y se ponía lo primero que encontraba en el armario. Pero aquella noche era especial, así que se había esforzado incluso más que la semana anterior y había ido de compras por la mañana. Volvió a ajustarse el cinturón, que se había comprado por recomendación de la dependienta, junto con unos pendientes colgantes de cristal que capturaban y reflejaban la luz.


—¿Te parece que me he pasado?

Rivales: Capítulo 38

 —Creo que tienes razón.


Paula se las puso y terminó de vestirse. Finn se puso unos pantalones y la acompañó hasta la puerta, donde ella se calzó. Desde fuera llegó el sonido de una bocina.


—Debe ser mi taxi.


—Deja que me ponga la camisa y que te acompañe.


Mientras esperaban al ascensor se miraron en silencio y por primera vez se instaló entre ellos cierta incomodidad. Pedro había estado con otras mujeres desde su divorcio, pero con ninguna se había quedado mudo. Quizá porque el sexo no había sido tan espectacular o porque ninguna de ellas le había importado tanto como Paula. Habían llegado casi al bajo cuando soltó a bocajarro: 


—¿Cuándo nos volvemos a ver? Te debo una cena.


Paula sonrió.


—¿Cuándo quieres que nos veamos? No tiene que ser para cenar, aunque es verdad que me has traído a tu departamento con falsos pretextos —se inclinó y lo besó en la mejilla—. Gracias, por cierto.


—¿Por qué?


—Por seducirme con falsos pretextos.


—Ha sido un placer —dijo Pedro, dando las gracias porque Paula no fuera el tipo de mujer que jugaba a marcar distancias—. ¿Qué te parece mañana?


—Vale. ¿En el Isadora? Puedes dormir un rato. ¿A las nueve? ¿Las diez? Soy muy flexible.


—Lo sé —Pedro sonrió de oreja a oreja y ella también. Con gran pesar él añadió—: Vienen mis hermanas. Sonia dice que quiere hablar de la fiesta de mi madre, pero me temo que me van a someter a un interrogatorio.


—¡A qué velocidad viajan las noticias! —dijo Paula.


Llegaron al bajo y Pedro mantuvo la puerta del ascensor abierta para dejarla pasar.


—Es lo que tiene la tecnología —dijo mientras iban hacia la puerta principal—. Antes habrían pasado al menos un par de días.


—Estoy libre toda la tarde. ¿Tú?


—También.


Pedro se preocupó súbitamente de hasta qué punto le hacía feliz saber que iban a seguir viéndose. Debió notársele en el rostro, porque Paula le preguntó:


—¿Pasa algo?


—No —dijo él, sonriendo—. Nada.





—¿Y cuándo vamos a conocerla? —preguntó Luciana nada más entrar por la puerta.


Tenía veinticuatro años y era la pequeña y la mimada de la familia. Sonia comentó:


—Espero que la traigas a la fiesta de mamá.


—No-no estoy seguro —dijo él, sorprendiéndose de que no le saliera un rotundo «no».


Pero Paula era diferente. Y la actividad sexual de la noche anterior había dejado su cuerpo y su mente en una neblina.


—¿Eso significa que a lo mejor sí? —preguntó Carolina con una sonrisa triunfal.


Pedro decidió no contestar y cambiar de tema:


—¿Qué les parece el regalo que tengo para mamá?


El día anterior se lo había contado en un mensaje.


—¿Los zapatos de claqué y las clases? —Carolina puso los brazos en jarras—. ¿Quieres que nos creamos que se te ocurrió a tí solo?


—¿Por qué no? —protestó Pedro.


Sonia resopló.


—Porque es tan especial que solo se le habría ocurrido a una mujer.


—Da lo mismo a quién se le ocurriera —Carolina hizo un ademán como si despejara el aire—. Lo que importa es que está saliendo con alguien.


—He tenido más citas desde mi divorcio.


—Con mujeres con las que querías acostarte, pero a las que no te interesaba volver a ver —dijo Sonia. Y alzando las manos, añadió—: No es una crítica. Solo digo lo obvio.

Rivales: Capítulo 37

Familia. De pronto recordó el mensaje que le había mandado su hermana Sonia cuando Paula y él dejaban el Spanky’s. Como había previsto, para entonces ya sabía que estaba con una mujer. Y suponía que también su otra hermana y su madre. "Mañana Carolina y yo vamos al centro, decía el mensaje. Queremos hablar de la fiesta de mamá. Prepáranos un buen brunch". No lo engañaban. Quizá ese era el tema de conversación inicial, pero pronto preguntarían por su vida social. Y aunque hablaban de brunch, eran capaces de presentarse en su departamento a primera hora de la mañana. Por muy encantadoras que fueran y aun sabiendo que solo querían lo mejor para él, prefería que no coincidieran con Paula. Fue hacia la cocina.


—Creo que tu blusa está en el suelo, delante del frigorífico.


Efectivamente, yacía en una pila junto a la falda y las medias. Después de quitarle esas prendas, Paula y él habían ido hacia el salón, buscando superficies más blandas y cómodas para la posición horizontal. Cuando ella fue a tomarla de sus manos, él la retiró para que no la alcanzara.


—El trato es que me dejes ponértelas —dijo. Y extendió la mano para que ella le diera la ropa interior.


Aunque Paula puso los ojos en blanco, el brillo que vio en ellos indicó a Pedro que estaba tan dispuesta y excitada con el juego como él.


—No recuerdo haber accedido a que me vistas —dijo ella, pero le pasó el sujetador y las bragas.


—La colcha —indicó Pedro con la barbilla.


Muy lentamente, haciendo un movimiento que recordaba al que Pedro había usado para desnudarla hacía apenas unas horas, Paula desplegó la colcha, exponiendo los delicados montículos de sus senos. Él tragó saliva. Era Navidad y ella era su regalo.


—¿Crees que vas a estar a la altura? —preguntó ella en un susurro ronco—. Es más difícil de lo que parece.


—¿Eso crees? —la retó él con una mirada significativa dirigida a sus abultados calzoncillos.


—Me refería a ponerme el sujetador —dijo Paula, riendo.


—Creo que sabré hacerlo.


Pedro lo tomó de la mano de la Paula y lo mantuvo en alto delante de su pecho.


—Pasa los brazos por los tirantes. Así —musitó él, acercándose y, lamentablemente, aproximando la seda hasta tapar lo que para él era la perfección.


—¿Vas a abrocharlo o qué? —preguntó ella al ver que se quedaba parado.


El «O qué» resultaba una opción tentadora. Con un gruñido Pedro terminó la tarea, felicitándose a sí mismo, hasta que se dió cuenta de que lo siguiente eran las bragas. Había salvado un obstáculo, pero solo para llegar a otro, todavía más difícil de superar. Las sujetó por la cintura pensando qué estrategia seguir. Pero todas las posibilidades exigían inclinarse hacia adelante, lo que lo aproximaría aún más a la tentación. Se dió por vencido.


—Mejor que lo hagas tú —dijo, dándoselas.

martes, 21 de noviembre de 2023

Rivales: Capítulo 36

Batir


Algo despertó a Pedro cerca de la medianoche. No algo, sino alguien. Podía intuir su sombra, moviéndose a tientas por el departamento.


—Puedes encender la luz —dijo él, incorporándose sobre un codo.


—No hace falta, gracias.


La afirmación fue seguida de un golpe seco y una exclamación contenida. Pedro encendió la lámpara del lateral del sofá.


—¿Estás bien?


—Sí.


A Pedro se le aceleró el corazón al ver que estaba desnuda y que se envolvía en la colcha con la que solía cubrir el sofá. Tenía la ropa interior en una mano mientras con la otra sujetaba la colcha alrededor del cuerpo. La mirada de él se fijó en las torneadas piernas que le habían rodeado la cintura en el momento del clímax, y su cabello era una maraña de seda, la que él había creado al hundir los dedos en él, cuando la pasión lo había arrastrado al precipicio.


—Lo siento. No quería despertarte —dijo ella.


—Debería disculparme yo por haberme quedado dormido.


Lo último que Pedro recordaba era haber colapsado a su lado tras el sexo más vigoroso y creativo que había experimentado en su vida. Paula rió.


—Lo raro es que no nos hayamos quedado los dos en coma.


—¿Te… Vas?


Le sorprendió querer retenerla. Las pocas veces que había llevado una mujer a su departamento, había estado encantado de quedarse solo. Pero con Paula… Quiso pensar que era porque el sexo había sido extraordinario y no por otros motivos.


—Sí. He pedido un taxi. Estaba buscando mi ropa, pero solo he encontrado un par de cosas —dijo ella, sacudiendo la mano con las dos últimas prendas que Pedro le había quitado.


Y este tuvo que reprimir un gemido al recordar la torturadora y deliciosa lentitud con la que le había retirado el sujetador y las bragas.


—Si sigues mirándome así no voy a poder mancharme —dijo ella.


—¿Cómo te miro? —preguntó él, aunque lo sabía bien.


—Pedro, échame una mano —dijo ella, impaciente.


—Encantado —contestó él, sonriendo. Y ciertas partes de su anatomía confirmaron sus palabras.


—Me refiero a que me ayudes a encontrar la ropa —dijo ella, fingiendo impaciencia.


—Con una condición…


Paula lo miró con suspicacia.


—¿Cuál?


—Que me dejes vestirte.


—Nunca había recibido una oferta así de un hombre.


—Tampoco yo la había hecho.


Ni sabía por qué acababa de hacerla cuando lo que quería era tenerla en sus brazos, desnuda. Pedro se planteó si estaba bien de la cabeza. La idea de vestirla le resultaba excitante. Como un juego preliminar, pero a la inversa, que solo podía resultarle frustrante y que intensificaría la tensión para un futuro encuentro. Porque lo habría. Estaba seguro. Él se levantó, totalmente cómodo en su desnudez. Y le alegró ver que Paula deslizaba la mirada por su cuerpo y se mordisqueaba el labio. Se puso los calzoncillos bajo su ardiente mirada y preguntó con sorna: 


—¿Te tienta quedarte?


—Desde luego —admitió ella—. Pero el taxi va a llegar en cualquier momento y debo volver a casa.


Pedro estuvo a punto de preguntarle por qué. No tenía ni pareja ni familia que la esperara.

Rivales: Capítulo 35

Lo que explicaba que estuviera tan ansioso por ganar el concurso. Paula optó por el humor.


—No es fácil conocer a alguien con tan mala fama como yo en los círculos culinarios de Nueva York.


Tal y como esperaba, Pedro dejó escapar una carcajada.


—Si te sirve de consuelo —añadió Paula—, mi ex le dedicó una crítica espantosa en su última columna.


—Lo sé. Y me gustaría alegrarme de que el Rascal’s pierda su reputación, pero… —la sonrisa de Pedro desapareció.


Paula decidió cambiar de tema. Aunque no tenía hambre, se sentó en uno de los taburetes de la isla y dijo: 


—En Spanky’s has mencionado un plato principal.


—Sí —Pedro fue hacia el frigorífico—. Hace tiempo que no hago la compra, así que tendré que preparar algo con lo que haya.


Abrió la puerta doble, de espaldas a ella. Mientras rebuscaba en los estantes, Paula lo observó a él. Como le había dicho a Rocío, era un ejemplar magnífico desde los anchos hombros al prieto trasero.


—¿Tienes mucha hambre?


Sin apartar la mirada de su trasero, Paula dijo irreflexivamente:


—Muchísima.


Pedro se volvió y ella notó que se ruborizaba. Una mirada de entendimiento pasó entre ellos. La de él, pura masculinidad. Lara la había visto antes: cuando sus manos se rozaron al asir la manija del taxi; mientras volaban la cometa; y, aquella misma noche, en el Spanky’s. Todas esas miradas habían sido intensas, pero la de aquel momento podría haber encendido una hoguera en medio de una tormenta.


—Tengo pasta e ingredientes para una boloñesa, pero ya sabes que para conseguir una buena salsa hace falta tiempo. Los sabores deben madurar.


—Y fundirse.


—¿Estás dispuesta a esperar, Paula?


—La verdad es que la paciencia no es uno de mis atributos.


—Entonces —Pedro sacó un cuenco y cerró las puertas—, tengo estos restos de la cena de ayer. Pollo Thai.


—Suena picante.


—Lo está —Pedro sonrió—. ¿Te interesa?


—Desde luego —dijo Paula. No se refería al pollo, y por cómo la miraba, Pedro tampoco—: ¿Puedo probarlo?


—Claro. ¿Quieres que lo temple?


Paula sacudió al cabeza y rodeó la isla.


—Así está bien.


Pedro destapó el cuenco, pero eso fue lo único que hizo antes de que se fundieran en un abrazo. Vagamente, Paula percibió los aromas del jengibre y el cilantro, pero sus sentidos estaban concentrados en el aroma, el tacto y el sabor de él. Ninguna proximidad le resultaba bastante a pesar de que estaban pegados desde los muslos a los labios. Nada era suficiente. Estaba caliente, firme, acogedor. Un suspiro escapó de sus labios y él lo replicó.


—Llevo… Pensando en esto… tú y yo… desde hace tiempo — musitó, mordisqueándole el cuello.


—Yo también —admitió Paula.


Pedro rió.


—Me alego. ¿En qué más has pensado?


Pedro quería que marcara ella los parámetros y por eso le ofreció una puerta de salida por si cambiaba de idea. Podía retirarse o lanzarse de cabeza. Y Paula, más que sentirse osada, tuvo la sensación de hacer lo correcto al decir: 


—En tu camisa. En cómo estarías sin ella.


La risa de Pedro reverberó en su cuerpo. Fue una sensación deliciosamente erótica, pero lo que la dejó sin aliento fue la respuesta de él: 


—Yo he estado pensando lo mismo. ¿Y si satisfacemos nuestra curiosidad?


Paula se llevó las manos al primer botón de la blusa, pero él se las retiró.


—Déjame a mí.


—Vale, pero solo si tú me dejas a mí.


Un hambre muy distinta se apoderó de ella cuando Pedro le desabrochó la blusa. Cuando llegó a la cinturilla de la falda, le acarició delicadamente la piel de la cintura, y ella dejó escapar un suspiro. Sin apartar la mirada de sus ojos, él sonrió y cuando le abrió la blusa, soltó un silbido. Empezó a deslizársela por los brazos, pero Paula lo detuvo.


—Me siento un poco expuesta —dijo, indicando los ventanales con la cabeza—. ¿Te importa?


—Enseguida vuelvo —Pedro corrió las cortinas y apagó una lámpara para atenuar la luz. Luego volvió a su lado—: ¿Por dónde íbamos?


—Por… Aquí —dijo Paula, quitándose la blusa.


Pedro lanzó un gemido de apreciación. Paula sonrió y susurró:


—Ahora me toca a mí.

Rivales: Capítulo 34

 —Nos separamos hace un par de años. Mi ex y mi abogado huyeron como dos bandidos.


Paula emitió una exclamación de empatía antes de decir: 


—En mi caso, hace casi seis.


Paula había aprendido mucho en aquellos años, y aunque no estaba segura de estar preparada para otra relación, lo que sí sabía era que no quería mantener una, ni aun superficial, con un hombre que siguiera traumatizado por una separación previa. Ese no parecía el caso de Pedro, pero prefirió asegurarse.


—¿Cuánto tiempo estuvieron casados?


—Cinco años. Candela me planteó la separación dos días después de nuestro aniversario. No me extrañó. Yo llevaba tiempo intentando que fuéramos a terapia.


Así que había querido salvar su matrimonio.


—¿Tienes hijos?


—No —Pedro se rascó la barbilla—. Aun antes de que las cosas empezaran a ir mal decidimos esperar a formar una familia. Al final resultó ser una buena idea. La separación ya fue suficientemente traumática.


Paula arrugó la nariz y dijo con total sinceridad:


—Lo siento.


—Yo también lo sentí en el momento —Pedro rió con una mezcla de tristeza y amargura—. Pero se me pasó cuando supe que se estaba acostando con mi mejor amigo y socio. Ahora ex, en ambos casos.


—¡Auuu!


—Peor aún fue que ella se quedó con el restaurante y con todas mis recetas, de las que dijo ser autora.


Paula abrió los ojos de sorpresa. ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta hasta ese momento?


—¿Tú eres Pepe Westbrook?


Durante un tiempo había sido el restaurante más de moda en Nueva York, casi tan conocido como el Chesterfield. Hasta que Westbrook lo perdió todo en un escandaloso divorcio que había aparecido en todos los medios. Paula no recordaba los detalles, pero le sonaba que había habido un conflicto respecto a la autoría de los platos.


—Me temo que sí —dijo él—. Por cierto, solo mi madre, mi ex abogado y la prensa, me llaman Pepe.


 Paula se quedó pensativa.


—¿No escribieron un libro juntos?


—Sí. Pero yo era la parte creativa del proyecto —Pedro carraspeó y se tiró del cuello de la camisa con suficiencia—. Por cierto, fue nominado a los premios James Beard.


—Lo recuerdo bien. Admirable.


—¿Qué más recuerdas?


—Que hubo un es…


—Escándalo —terminó Pedro por Paula.


—No tenemos que hablar de ello.


—No me importa. Ya es historia —dijo Pedro, pero Paula percibió la tensión que lo dominaba—. Como soy un romántico, dediqué el libro a Candela. Su abogado usó mi dedicatoria, en la que decía debérselo todo, para aducir que ella era la autora real. Y también usaron como prueba que fuera ella quien hizo la promoción del libro mientras yo me ocupaba del restaurante. 


—¡Vaya!


—Fue brutal. Mi reputación fue arrastrada por el barro.

Rivales: Capítulo 33

Para cuando terminaron su segunda ronda de bebidas, eran cerca de las once. Pedro pagó la cuenta, pero ella exigió dejar la propina. Era una tontería, pero estaba acostumbraba a pagar a medias y le gustaba hacerlo. Hacía una noche calurosa y húmeda. En el aire flotaba una mezcla del olor de tubos de escape y de la fruta de un mercado próximo. Paula había asumido que él pararía un taxi, pero en lugar de eso, le tomó la mano y arrancaron a caminar. Un poco más tarde llegaban delante del edificio donde se habían conocido, apena dos semanas antes. Unos pasos más adelante, Pedro se detuvo delante de una puerta encajada entre dos escaparates y sacó una llave del bolsillo.


 —¿Vives aquí?


—Sí. Por fuera no lo parece, pero en la planta superior, el antiguo espacio comercial ha sido dividido en varios departamentos aceptables.


Una vez centro, recorrieron un pasillo que acababa en un montacargas. Pedro usó la llave para activarlo y cuando se detuvo, seis pisos más arriba, las puertas se abrieron a un espacioso estudio con tuberías expuestas, suelos de madera y paredes de ladrillo rojo. Pero lo que atrajo de inmediato la atención de Paula fue la cocina.


—¡Qué envidia! —exclamó, quitándose los zapatos de un puntapié y cruzando hacia el suelo de cemento pulido—. Tu isla es más grande que toda mi cocina. ¿Cómo lo encontraste?


—Por medio de un primo mío que es arquitecto.


Paula miró el resto del espacio. A pesar del aire industrial, resultaba acogedor. Había unas altísimas ventanas enmarcadas por unos visillos que colgaban desde el techo.


—Bonitas cortinas.


—Las eligieron mis hermanas.


Una vez más, su familia. La vida de Pedro estaba llena de parientes dispuestos a ayudar. Era imposible no sentir envidia.


—¿Desde cuándo vives aquí? —preguntó. 


Aparte de la cocina, el mobiliario escaseaba. Había un sofá, una televisión y una caja que servía como mesa. Ni siquiera se veía una cama, así que Lara asumió que el sofá se transformaba en una.


—Hace un par de años.


Parecía más el piso de un estudiante que el de un hombre de más de treinta años.


—¿Puedo preguntarte una cosa?


—Claro.


Paula carraspeó y su voz resonó en el despejado espacio.


—¿Hace cuánto te divorciaste?


—¿Tanto se nota?


Paula se encogió de hombros.


—Yo dejé mi departamento medio vacío durante un tiempo después de que David se fuera. No me importó que se llevara el sofá, pero me puse furiosa al ver que faltaba el robot de cocina.


—¡Bastardo!


La reacción de Pedro hizo reír a Paula.


—Tranquilo, retuve sus palos de golf hasta que me lo devolvió.


—Bien hecho. Recuérdame que no me enemiste nunca contigo.


—¿Vas a contestar o no?


Pedro miró alrededor.

jueves, 16 de noviembre de 2023

Rivales: Capítulo 32

 —Una copa de tinto de la casa.


—Muy bien. ¿Y tú, Pedro, la cerveza de siempre?


Tras asentir, él añadió:


—Y un plato de espárragos.


—¿Espárragos? —preguntó Paula.


—Vienen envueltos en jamón y en una masa crujiente — explicó él.


—A los clientes les encantan —comentó Jimena.


—Paula juzgará por sí misma. Es chef.


—¿De verdad? —Jimena abrió los ojos—. Nunca pensé que volverías a salir con otra de esas.


El comentario hizo que Paula enarcara las cejas. En lugar de marcharse, tal y como Finn habría querido que hiciera, Jimena acribilló a Paula a preguntas.


—¿Trabajas para clientes privados, como Pedor? ¿Se han conocido en el trabajo? Espero que no estés en el concurso de la televisión, compitiendo con él.


—Paula ya no está en el programa —Pedro se mordió la lengua. ¿Cómo podía ser tan idiota e incluir la palabra «Ya»?


—¡Oh, no! ¿Te han eliminado? ¡Cuánto lo siento!


Aunque la luz era tenue, Pedro pudo ver que Paula se sonrojaba.


—Jime… —empezó. Pero su prima era imparable.


—¡Qué rabia! Seguro que tienes más suerte la próxima vez. No hay que darse por vencido. Fíjate en Pedro. Ha recibido muchos golpes, pero ha conseguido recuperarse y por fin volver al terreno de juego —Jimena carraspeó—. No me refiero a salir con alguien. Ya sabes lo que quiero decir.


—Sí. Lo sabemos —dijo Pedro con aspereza—. ¿Te importa traernos las copas?


—Claro, claro —Jimena hizo una mueca—. Cuando empiezo no paro. La primera ronda va por mi cuenta.


—¿Qué ha pasado con contestar con monosílabos? — masculló Paula en cuanto se quedaron solos.


—Lo siento —dijo Pedro, riendo.


—No pasa nada. De hecho, Jimena ha contestado una pregunta que llevo varios días haciéndome.


—¿Cuál?


—Si sales mucho. Por su entusiasmo al ver que venías con una amiga, está claro que no eres un ligón.


Pedro rió de nuevo.


—Nunca lo he sido. Además, hace tiempo que no salgo con nadie.


Continuaron charlando hasta que una camarera se acercó con sus copas.


—Los espárragos estarán listos en unos minutos —anunció.


Paula probó el vino, degustándolo de una manera que casi arrancó un gemido a Pedro.


—Muy bueno. Iría bien con mi especialidad de ternera.


—¿Cómo es?


Paula describió un plato que hizo que a Pedro se le hiciera la boca agua, no solo por la comida, sino por la imagen que se hizo de ella mientras lo preparaba.


—Tendrás que hacérmelo la próxima vez. O enseñarme a prepararlo.


Paula asintió. No parecía extrañada de que hicieran planes.


—Me encantará —dijo. 


Y vió que casi se había acabado la copa. El vino le dejó una sensación agradable. También ayudaba el hombre que tenía frente a sí. Pedro era como una bocanada de aire fresco en su realidad del momento. O mejor, un arco iris en medio de una espantosa tormenta.


—Estás sonriendo —comentó él.


—Sí. Gracias.


—¿Por qué?


—Porque sí.


—Creo que sé a lo que te refieres.


—¿Sí?


—Sí. Yo pienso lo mismo respecto a tí.


La camarera llegó con los espárragos. Paula tomó uno. Tenían un aspecto delicioso.


—¡Qué buena pinta!


—Esa es la opinión de la estilista. Ahora quiero la de la chef.


Paula le dió un bocado y lo saboreó mientras Pedro la observaba, expectante.


—Tan delicioso como aparenta —dijo finalmente con una amplia sonrisa.


—Es un magnífico primer plato —dijo él, devolviéndole la sonrisa.


—¿Y cuál sería el plato principal?


Paula habría jurado que la temperatura en el bar subió varios grados cuando Pedro contestó: 


—Prefiero enseñártelo.



Llevar a ebullición


La impulsividad había causado muchos problemas a Paula, así que llevaba tiempo, sobre todo desde su divorcio, actuando con cautela… Sobre todo en relación a los hombres. Había tenido citas con varios, pero no había repetido. Por eso llevaba tiempo sin practicar sexo: Prefería no tener que arrepentirse a la mañana siguiente. Pero aquella noche, con Pedro, todo parecía diferente, como si tuviera ante sí un horizonte prometedor aunque su vida presente fuera un desastre.


Rivales: Capítulo 31

 —No. Pero he pasado por delante muchas veces de camino a la revista.


No tardaron en llegar. Aunque era un día entre semana, estaba bastante animado. Los profesionales de la tarde habían dejado lugar a jóvenes estudiantes acompañados por algún veterano curtido.


—Es muy agradable —comentó Paula mientras sorteaban mesas altas hacia un reservado en la parte trasera.


—A mí también me gusta.


No había grandes pantallas de televisión retrasmitiendo deporte ni figuritas colgando del techo. La decoración era sencilla y rústica. De hecho, se parecía a la casa que la familia de Pedro tenía en Vermont. Era el modelo en el que su prima Jimena, la dueña, se había inspirado al montar el negocio. Y había sido un éxito desde el primer momento. Pedro se sentía orgulloso de su prima. En el Spanky’s se reunía la gente para charlar en torno a una buena copa y comida de calidad por un precio razonable.


—Creo que la mujer que está detrás de la barra intenta reclamar tu atención —comentó Paula.


Pedro estaba seguro de que era Jimena.


—Haz como que no la ves —dijo él.


—¿Es amiga tuya?


—Es mi prima. Y la dueña del local.


Lara sonrió.


—¿Y fue su primo, el gran chef, quien la ayudó a diseñar el menú?


—Sí. Spanky’s es más un bar que un restaurante, pero Jimena quería servir comida especial, así que le hice algunas sugerencias.


—¡Qué amable por tu parte!


Pedro se encogió de hombros.


—Somos familia.


—No todas las familias son como la tuya.


Pedro se tragó una disculpa por temor a incomodar a Lara.


—Ahora que sé que la carta es cosa tuya, estoy ansiosa por probar algo —dijo ella.


—No te vas a sentir desilusionada —contestó Pedro.


Su tono fanfarrón hizo sonreír a Paula. En lugar de mandar a una camarera, Jimena acudió a su mesa en persona, tal y como Pedro había calculado que haría. Desde su divorcio, todas las mujeres de su familia se empeñaban en concertarle citas. Estaba seguro de que el rumor de que le habían visto con una mujer correría como el fuego en la familia Westbrook. En cuanto la vio aproximarse, dijo a Paula:


—Te advierto que las mujeres de mi familia son unas cotillas y va a intentar sacarte información. Contesta con monosílabos.


—¿Y si me amenaza con llevarme al cuarto de las escobas y arrancármela con el suero de la verdad?


—Ríete todo lo que quieras —dijo Pedro, controlándose para no reír a su vez—. Pero luego no digas que no te he advertido.


—Vale. No me quejaré —Paula hizo un saludo militar justo cuando la prima de Pedro llegaba a la mesa.


Jimena era cinco años más joven que él. Era una mujer alta y fuerte, con mucha personalidad.


—Hola Pedro. No sabía que ibas a venir, y menos con… Una amiga —comentó, alzando las cejas.


La sutileza no era una de sus mejores características.


—Ha sido una decisión improvisada. Paula y yo estábamos cerca y… —se encogió de hombros y dejó la frase en suspenso, sabiendo que Jimena rellenaría los huecos.


—Ya sabes que siempre me alegro de verte —Jimena sonrió con complicidad—. Y me encanta que vengas con… Una amiga.


Pedro contuvo un gruñido a duras penas.


—¿Vas a presentarnos? —preguntó su prima.


—Jimena, Paula —dijo él, moviendo la mano de una a otra.


—Encantada de conocerte —Paula le tendió la mano.


—Lo mismo digo.


—Me encanta tu local. Es muy agradable.


—Gracias, eso era lo que pretendía —Jimena miró a Pedro y refiriéndose a Paula, añadió—: Me gusta.


—Ya somos dos.


—¿Qué quieres tomar? —preguntó a Paula.

Rivales: Capítulo 30

Paula empezó a emplatar. La cocina no era lo bastante grande como para una mesa, así que había montado una barra ancha contra una de las paredes. La había decorado con unas hortensias azules y un candelabro de plata en cada extremo. Con los platos listos, puso un par de manteles individuales de cuadros azules y blancos y servilletas blancas, lo que le dio cierto aire francés.


—Se nota que sabes lo que haces —dijo Pedro, pasándole una copa de vino.


Tras dar un sorbo, ella dijo:


—Lo mismo digo con la elección del vino —iría perfecto con el salmón.


—Me has pedido tinto y este es mi favorito.


—También el mío a partir de ahora. Tiene un toque de roble y vainilla. ¿Es americano o francés?


Pedro sonrió enigmáticamente y dijo:


—Es un secreto.


Paula dejó su copa sobre uno de los manteles.


—Toma asiento. Enseguida estoy contigo.


Mientras Pedro ocupaba uno de los taburetes, Paula bajó la luz de la cocina con un regulador de intensidad. Luego apretó el botón de un mando a distancia y empezó a sonar la trompeta de Miles Davis.


—¿Te gusta el jazz? —preguntó Pedro.


—Es una herencia de un novio de adolescencia que era un fan de Coltrane. Si no te gusta, puedo poner otra cosa.


—No, es muy agradable —Pedro alzó su copa—. Quiero hacer un brindis: Por los buenos comienzos —y la chocó contra la de Lara.


Era un brindis peculiar, teniendo en cuenta que Lara acababa de sufrir una derrota tanto profesional como personal. Sin embargo, a ella le pareció oportuno. A pesar de todo, sentía que estaba en el buen comienzo de algo. A pesar de que Pedro no era un entusiasta de los musicales, disfrutó plenamente de Annie. De hecho, le dió pena que acabara porque significaba que la velada con Paula se acercaba a su fin. Los sentimientos que despertaba en él eran absurdos teniendo en cuenta que apenas se conocían. Le asustaban, pero no tenía el menor deseo de reprimirlos. Salieron del teatro y caminaron un par de manzanas hacia Times Square.


—Se está haciendo tarde —dijo ella.


—¿Es demasiado tarde para tomar una copa?


—No. No tengo que levantarme temprano —dijo Paula, sonriendo.


Tampoco él. Podían dormir tanto como quisieran… Si es que optaban por dormir. Pedro carraspeó.


—Conozco un sitio cerca de donde nos conocimos que tiene una buena lista de vinos. También sirven excelentes raciones.


—Suena bien, ¿Es de donde salías para tomar el taxi?


—No. Salía de mi apartamento. Tengo un estudio cerca de aquí.


Paula ralentizó el paso y sonrió antes de preguntar: 


—¿No serás el dueño de ese sitio en el que dan excelente comida, verdad?


—No. Es un pub de verdad. Se llama Spanky’s. ¿Lo conoces?


Pedro no tuvo claro si Paula se sentía aliviada o desilusionada de que no fueran a su departamento. Por su parte, lo tenía claro.

Rivales: Capítulo 29

 —Está bien. Pero con una condición.


—¿Cuál? —preguntó Pedro, que estaba dispuesto a aceptar cualquier cosa.


—Que me dejes prepararte antes una cena.


Para Paula representaba la manera de darle las gracias y de presumir de habilidades culinarias en un ambiente relajado. La opinión que Pedro se forjara de su cocina le importaba mucho. Cuando ya estaban hechos todos los preparativos, tuvo tiempo de ducharse y arreglarse justo antes de que sonara el telefonillo de la puerta principal. Ella salió a esperarlo a la puerta mientras él subía las escaleras. Cuando llegó al rellano anterior y la vió, la miró detenidamente, esbozando una sonrisa. Se había puesto una falda y un top de seda. No solía usar falda porque en su trabajo tenía que agacharse e incluso gatear a menudo, pero le gustaba vestirse elegante de vez en cuando y ponerse tacones. Sus amigas siempre le decían que tenía unas buenas piernas, de tobillos finos y pantorrillas bien torneadas gracias al ejercicio. La mirada de aprobación de Pedro pareció confirmarlo.


—Está usted muy guapa, señorita Dunham —dijo él al llegar a lo alto de la escalera.


—Lo mismo digo —contestó Paula.


Pedro se había afeitado y llevaba el cabello peinado hacia atrás. Con unos pantalones negros y una camisa blanca abierta en el cuello, tenía un aspecto tan delicioso como el sorbete de melón que ella había preparado de postre. Le dió la botella de vino que había insistido en llevar y, tomándole el rostro entre las manos le dio un beso que le puso la carne de gallina.


—¿A qué se debe eso? —preguntó Paula, sin aliento.


—Es una forma de agradecerte la cena.


—Pero si todavía no hemos comido —dijo Paula, aturdida.


—Ya, pero quería hacerlo de todas formas —Pedro sonrió y ella sintió que se le aceleraba el corazón.


Una vez dentro, Pedro olfateó el aire.


—Huele deliciosamente. ¿Estragón? —preguntó.


Paula asintió y esperó. Como buen chef, Pedro querría adivinar los ingredientes por sí mismo.


—Eneldo.


—Sí.


—Limón y ajo.


—Ajá.


—¡Has hecho salmón!


—Con una costra de hierbas aromáticas, judías verdes blanqueadas y salteadas con limón y aceite de oliva.


Pedro hizo los correspondientes sonidos de aprobación. Entraron en la cocina, que era más pequeña de lo que a Lara le habría gustado, pero grande en comparación con los tamaños estándar en Nueva York. Tenía todo lo necesario para un chef: Seis fogones, una buena superficie de trabajo y un gran frigorífico.


—Muy agradable —comentó Pedro.


—Gracias. Es la única habitación en la que he hecho obra desde que la compré, hace dos años. El cuarto de baño es un horror, pero tengo mis prioridades.


—Te entiendo. ¿Quieres que abra el vino?


—Sí, gracias. El sacacorchos está en el primer cajón, y tengo un decantador en el armario de arriba, junto a las copas.

martes, 14 de noviembre de 2023

Rivales: Capítulo 28

Visitaron tres tiendas antes de encontrar lo que buscaban: Un estudio en el que daban clases a adultos, con la ventaja de que tenían un local cerca de la casa de los padres de Pedro. Como no sabía el número de pie, Paula le sugirió que sacara una fotografía a un par y la convirtiera en la tarjeta de cumpleaños con un ticket regalo para las clases.


—¿Vas a cenar a casa de tus padres? —preguntó Paula cuando salieron.


—No.


—¿Tienes trabajo?


—No. He despejado mi agenda durante las próximas semanas para encajar el concurso.


—¿Semanas? —preguntó ella con sorna.


—Ya ves, me siento optimista —dijo él, esbozando una sonrisa.


—Espero que ganes —dijo Paula, poniéndose seria—. Si no voy a ser yo quien dirija la cocina de mi padre, al menos me alegro de que tú puedas conseguirlo.


—Gracias. Eso significa mucho para mí.


Pedro apretó la mano de Paula. Por primera vez en mucho tiempo, tenía la sensación de que todo iba a ir bien. Cocinar a fuego lento.


 Aunque no habían hecho ningún plan al separarse el día anterior, él llamó a ella a las ocho de la mañana. Contestó al tercer timbre, jadeante.


—Hola, Paula. Soy Pedro. ¿Te llamo en mal momento?


—Estoy… Acabando… Mi… Entrenamiento —dijo ella entrecortadamente.


Pedro tuvo que contener un gemido al imaginarla en unas mallas ajustadas, sudorosa.


—Te puedo llamar más tarde.


—Dame… Un cuarto de hora.


—Vale.


Pedro calculó que necesitaría al menos ese tiempo para que le bajaran las pulsaciones. Pero cuando volvió a llamar, seguía teniendo el corazón acelerado.


—¿Qué pasa? —preguntó Paula.


Pedro bajó la mirada a su ingle, pero decidió callarse.


—¿Estás ocupada esta noche?


—No, a no ser que cambiar los muebles de mi departamento cuente.


—¿Sueles hacerlo a menudo? —preguntó Pedro, sonriendo.


—Solo cuando he tenido una mala semana —explicó ella.


Pedro rió.


—Cuando yo tengo una mala semana, abro una cerveza y veo alguna serie.


Se alegró de conseguir que Paula riera; le gustaba que sus bromas la sacaran de su abatimiento.


—¿Por qué lo preguntas? —dijo ella—. ¿Quieres que te ayude con otro regalo o que vayamos a volar una cometa?


—No. Solo voy de compras excepcionalmente y en cuanto a la cometa, ya he hecho bastante el ridículo.


Una carcajada le llegó del otro lado de la línea.


—Entonces, ¿Qué quieres hacer?


Una pregunta inocente que provocó una respuesta primitiva en Pedro. Carraspeó para librarse de pensamientos inoportunos.


—Tengo dos entradas para un musical. Nos las dieron en la cadena para compensarnos por las molestias de la semana pasada.


Hizo una mueca. ¡Vaya manera de hacerla sentir bien!  Paula no sonó ofendida cuando contestó: 


—Es justo que la aproveche puesto que fui yo quien causó los problemas. ¿Qué vamos a ver?


—Annie.


—¿Quieres ir a verla? —preguntó Paula, incrédula.


Pedro la entendía. El musical para un público familiar sobre una huérfana no estaba entre sus preferencias, pero…


—Quiero ir si tú vienes conmigo —dijo con total honestidad.


Paula mantuvo en tensión a Pedro unos segundos al retrasar la respuesta.


Rivales: Capítulo 27

Pedro sacudió la cabeza.


—Ya tiene una selva. Mi padre dice que es como vivir en el trópico.


Paula bebió.


—¿Dices que va a cumplir sesenta años?


—Sí.


—Es una fecha importante. ¿Hay algo que siempre haya querido hacer y que no haya hecho, o algún lugar al que haya querido ir?


Pedro sonrió.


—Debía haber acudido a tí antes. Si mis hermanas no hubieran comprado ya sus regalos les propondría que la invitáramos a un viaje por Europa. Siempre ha querido hacer uno.


—Quizá puedan regalárselo para su aniversario.


—¡Qué buena idea! —dijo Pedro. Y llevado de nuevo por la curiosidad, preguntó—: ¿Qué tal lo pasaste cuando estuviste allí? ¿Pudiste viajar?


—Visité museos e hice visitas turísticas. Pero sobre todo, comí —el rostro de Paula se iluminó—. La gastronomía de un país es tan importante como su arte.


Él coincidía con ella plenamente.


—¿Dónde y cuál fue tu plato favorita?


Paula no vaciló:


—Unos escalopinni de ternera en un restaurante italiano en París —y acompañó el comentario con un ronroneó que tuvo un efecto perturbador en el cuerpo de Pedro.


—¿Comida italiana en París? —dijo con escepticismo—. Yo hago unos escalopinni deliciosos.


—Tendrás que demostrármelo —dijo Paula, retándolo con coquetería.


—Lo haré —contestó Pedro, que no hacía ese tipo de ofertas a la ligera. Cocinar para una mujer era para él tan íntimo como hacer el amor.


Se miraron en silencio y para reprimir la tentación de besarla, Pedro dijo: 


—Volviendo a mi madre, ¿Qué te parece un collar?


—¿Le gustan las joyas?


—La verdad es que no especialmente.


—Entonces olvídalo. Una mujer que cumple sesenta años merece un regalo que represente lo que ha conseguido en la vida y lo que todavía le queda por hacer.


—¡Zapatos de claqué! —exclamó Pedro súbitamente, chasqueando los dedos—. Una vez me dijo que tuvo que dejar las clases de pequeña porque su padre enfermó y no podían pagarlas. Todavía hace algunos pasos de vez en cuando— concluyó riendo quedamente.


—Si es así, deberías regalarle los zapatos y unas clases. Es una gran idea.


—Creo que sí —dijo Pedro, agradecido y sorprendido por lo bien que Paula lo entendía.


Paula se ofreció a ir a comprarlos con él. Buscaron una tienda en Internet y se dirigieron a la más próxima. Hacía un día agradable, aunque se habían anunciado tormentas para la tarde. Pedro sentía una formándose en su interior, especialmente cuando su mano rozó accidentalmente la de Paula. Cuando sucedió una segunda vez, se la tomó y un relámpago que partió del punto de contacto, lo atravesó de pies a cabeza.

Rivales Capítulo 26

 —No soy la persona más adecuada para juzgar —dijo—. Me casé por las razones equivocadas. Por eso no duró.


—David Dunham —dijo Pedro como si nombrara al diablo.



Y a Paula no le extrañó. Su ex era famoso por sus demoledoras crítica. Los chefs lo temían y detestaban a partes iguales. Su padre se había puesto lívido cuando le anunció que se habían prometido.


—Si te casas con él, te repudiaré —le dijo el mismo día de la boda.


—Estarás encantado. Siempre he sido una desilusión para tí.


—Eso no es verdad, Paula. Lo serás si sigues adelante con esto. Sabes que no lo amas.


—¿Tú qué sabes? ¿Cómo vas a conocerme si jamás has pasado tiempo conmigo? —había replicado ella.


—Dime que lo amas —la retó su padre—. Dime que no te casas con él para vengarte de mí.


—Eso solo es una ventaja añadida —respondió ella, incapaz de admitir que tenía razón.


En ese momento, con las mejillas ardiendo, dijo a Pedro: 


—Fue la peor época de mi vida.


—Ese tipo es un imbécil. No hace críticas: Insulta. Recuerdo que a tu padre le dió solo dos puntos.


—Así fue como nos conocimos. Mi padre estaba furioso y me mandó al periódico para que exigiera una rectificación —Paula cerró los ojos y sacudió la cabeza—. Acabé aceptando una invitación de David a la ópera. Lo hice solo para irritar a mi padre. Casarme con él fue el golpe definitivo.


—¿Cuánto tiempo duró su matrimonio?


—Recuperé el sentido común en cuestión de meses. Pero fue suficiente para que mi padre dejara de hablarme.


Pedro sabía que no era de su incumbencia, pero no pudo reprimir la pregunta: 


—¿Lo amabas?


—No —dijo Paula sin titubear—. Y él tampoco a mí. También él quería provocar a mi padre. Por eso mismo fue una boda imperdonable. 


—Pero ahora quieres ser perdonada.


—Quiero recuperar una relación con mi padre sin resentimiento ni amargura. Ahora dudo que vaya a conseguirlo.


Desde el punto de vista de Pedro, también Luis había actuado mal, pero decidió cambiar de tema.


—¿Puedo pedirte un favor?


Paula parpadeó, sorprendida, pero asintió.


—¿Qué favor?


—Va a ser el sesenta cumpleaños de mi madre y mis hermanas dicen que este año no basta con que lleve flores.


—¿Quieres que te ayude a elegir un regalo?


—Así es, ¿Lo harás?


—Claro —Paula apoyó los codos en la mesa y dijo—: Háblame de ella, de sus intereses y sus hobbies.


Pedro se rascó la mejilla.


—Le gusta cocinar. De hecho, ha insistido en cocinar para la fiesta.


—¿Fue ella quien te aficionó a la cocina?


—Sí —los recuerdos hicieron sonreír a Pedro. Mientras el padre de Paula había usado la cocina como castigo, su madre la había convertido en una diversión. Si recogía su habitación, compartía con él la receta de sus galletas. Cuando sacaba buenas notas, le enseñaba a preparar sus mejores platos—. Es una gran cocinera. Casi todas sus recetas proceden de su madre.


Él había incorporado algunas al menú de su restaurante. También de esas se había apropiado Candela.


—Debe estar muy orgullosa de tí —dijo Paula con melancolía.


—Así es. Tanto ella como mi padre tuvieron que sacrificarse para mandarme a la escuela de cocina —Pedro bebió un sorbo de café, pero no consiguió librarse de la amargura que sentía cada vez que pensaba en Candela.


—¿Necesita algún instrumento de cocina? —preguntó Paula, volviendo al regalo.


—Creo que tiene todo lo que necesita.


—¿Qué más cosas le gusta hacer?


—La jardinería. Pero no tiene un jardín grande. Planta hierbas aromáticas en macetas.


—¿Una planta de interior?

Rivales: Capítulo 25

 —Los postres no son mi especialidad, pero se me ha ocurrido una tarta decadente —continuó Pedro.


—¿De chocolate?


—Claro. Solo una tarta de chocolate puede ser decadente.


—Suena bien —dijo Paula, e intentó leer las notas de su cuaderno, pero Pedro lo cerró.


—Algún día te la haré —dijo él a la vez que la camarera llegaba para atender a Paula.


—¿Qué tal fue la cena con tu familia? —preguntó ésta cuando se quedaron solos.


—Bien. Mi padre abrió un buen whisky y mi madre hizo su famosa lasaña.


—¿Qué tiene de especial?


A Paula le extrañó ver que la mirada de Pedro se ensombrecía.


—La receta de la salsa es un secreto familiar.


Paula siguió sin comprender su gesto torcido.


 —Supongo que les contaste todo lo que pasó ayer.


—No todo. Decidí guardarme la mejor parte —Pedro le guiñó un ojo.


—¿Sí? —a Paula se le puso la carne de gallina al imaginar a qué se refería.


—Sí. Jamás les contaría a mis hermanas que me he caído de un árbol.


Paula rió. En el extremo opuesto del comedor, se produjo un alboroto en el que estaba implicada una pareja. Vió que la mujer se ponía en pie y le decía unas cuantas palabras fuertes al hombre. Luego se quitó un anillo y se lo tiró a la cara junto con su café helado, antes de marcharse, encolerizada. Su avergonzado acompañante salió poco después.


—¡Qué desagradable! —comentó Paula.


—A mí me pasó algo similar.


—¿A tí personalmente?


—No. A un cliente para el que preparé una cena romántica porque iba a declararse a su novia. Acabaron tirándose algo más que bebidas.


—¿Tuvieron una pelea de platos? —preguntó Paula entre asombrada y divertida.


Pedro asintió.


—El plan se fue abajo cuando ella le acusó a él de haberse acostado con su hermana.


—¡Qué sinvergüenza!


—Eso pensé yo. Por eso le dí a ella el pastel de limón con merengue cuando buscaba algo para tirarle.


—¡No! —exclamó Paula, abriendo los ojos desmesuradamente.


—Me pareció apropiado porque él había escondido dentro el anillo.


—Aun así, qué manera de desperdiciar una tarta —dijo Paula, risueña.


—Y era una de mis mejores creaciones —Pedro frunció el ceño y continuó en tono circunspecto—: No entiendo cómo se puede ser infiel, y menos con una hermana o una amiga íntima. Esa es una traición…


—Aún más dolorosa.


—El matrimonio es algo muy serio. O debería serlo.


Paula bajó la mirada.

jueves, 9 de noviembre de 2023

Rivales: Capítulo 24

 —En el momento, fue puramente práctico. Gané yo y me metí en el taxi en el momento que empezaba a llover. Él acabó empapado. Luego, adivina quién apareció en la televisión al poco rato de que yo llegara.


—El chico del taxi. ¿Tiene nombre?


—Pedro Alfonso.


—Pedro Alfonso—repitió Rocío, pensativa—. Suena familiar.


—¿Sí? —Paula se rascó la mejilla.


—Asumo que es un chef. ¿Ha aparecido en otros programas de cocina?


—No creo —dijo Paula—, pero ya sabes que no veo la tele. A mí también me sonó de algo, pero si lo hubiera visto antes no me habría olvidado de su cara.


—¿Tan guapo es? —preguntó Rocío con una sonrisa.


A modo de respuesta, Paula se llenó la boca con otra cucharada de helado y emitió un: 


—Mmm.


—Sentiría celos si ahora mismo tuviera tiempo para un hombre, pero no lo tengo —Rocío sacudió la cabeza y continuó—: Miento, estoy celosa. Suena a Romeo y Julieta —suspiró—. «Chefs embelesados compiten por un premio». A lo mejor es una suerte que tu padre haya aparecido. Así no tienen que enfrentarse.


—Ya habíamos quedado en vernos una vez terminara el concurso. Esto solo lo ha anticipado.


—Al menos te ha salvado de tener un día espantoso.


Eso sí era verdad.


—Hemos quedado mañana. Resulta que también va al Isadora regularmente.


Rocío carraspeó.


—No es por amargarte, pero ¿Te has planteado qué pasará si gana el concurso?


—¿Qué quieres decir?


—Piénsalo, Pau, se convertiría en el sucesor de tu padre.


Paula tragó saliva.


—Para él no es más que un paso en su carrera.


—Vale —dijo Rocío, pero en un tono de desconfianza que encontró eco en Paula.


Efectivamente, ¿Cómo se sentiría si Pedro terminaba siendo el sucesor de su padre?



Saltear


Cuando Paula llegó al Isadora, Pedro ya estaba sentado en la mesa que habían compartido con anterioridad. Tomaba notas y tenía a su lado una taza vacía. Él alzó la cabeza y en cuanto sus miradas se encontraron pasó entre ellos una corriente eléctrica.


—Buenos días —saludó Paula.


—Buenos días —Pedro sonrió y, señalando la taza, añadió—: Espero que no te importe que haya empezado sin tí.


—Claro que no —Paula se sentó frente a él—: ¿Cuándo has llegado?


—A las seis.


Paula enarcó las cejas.


—¿Qué te ha hecho madrugar tanto?


—Tú.


El pulso de Paula se aceleró al tiempo que Pedro le dedicaba una sonrisa pícara.


—¿Yo?


—No podía dormir pensando en tí y en comida.


—Me siento halagada. O eso creo —Paula rió—. No sé si es un piropo inspirar insomnio y gula.


—Te aseguro que sí.


Y de nuevo aquella sonrisa, tan poderosa que, de haber estado de pie, Paula supo que habría hecho que le flaquearan las piernas.