—Para eso, podían cancelar el concurso —dijo Ángela.
—Eso, que papi le dé las llaves de la cocina y nos evitamos la humillación —bufó Rafael.
Por lo que Pedro había presenciado el día anterior, dudaba de que ese fuera el caso. Aun así, había algo que no encajaba y no conseguía saber qué.
—Les aseguró que Paula competiría en las mismas condiciones que los demás. Si ganara…
—Cuando gane, quieres decir —soltó Ángela.
—Si ganara —repitió Gustavo con firmeza—, será porque lo decidan los jueces. Y su padre no es uno de ellos.
—Como si eso importara —masculló alguien.
—Has dicho que lo decidiremos nosotros —intervino Pedro con voz pausada para que Gustavo continuara con la explicación.
Paula lo miró, y aunque él no supo interpretar su gesto, volvió a tener la impresión de que se sentía culpable.
—Así es —dijo Gustavo—. La cadena ha decidido que ustedes once voten.
Pedro miró a su alrededor. Por los comentarios que había oído, tenía clara la posición de Rafael, Ángela y de otro par de concursantes. En cuanto a los demás, no tenía ninguna certeza.
—La cadena comprende que les preocupe la imparcialidad del concurso. Por eso, si votan para que Paula se quede nos aseguraremos de que no haya la menor duda respecto a posibles favoritismos.
—¿Cómo? —preguntó Ángela.
—El jurado juzgará los platos a ciegas. No sabrán quién los ha preparado.
—Vale —masculló Rafael—. Votemos.
—Antes, Paula quería decir unas palabras —dijo Gustavo. Y se echó a un lado para darle espacio.
Ella carraspeó y se frotó las manos con nerviosismo.
—Primero, quería disculparme por haber entrado en el concurso con un alias, y aseguraros que, si me dejan volver, no habrá ningún favoritismo.
Como respuesta, se oyeron algunos resoplidos escépticos. Pero Paula solo miraba a Pedro. Éste identificó en sus ojos tanto un deseo de disculparse como una determinación de acero cuando añadió:
—Les pido una oportunidad para competir con ustedes, pero comprenderé su decisión.
—Yo voto que no —dijo Rafael.
—Quizá debería ser un voto secreto —dijo Gustavo.
—No hace falta —dijo Rafael—. ¿Quién está conmigo?
Ángela y otras dos de las mujeres participantes alzaron la mano. Otro hombre dió un paso adelante y, mirando a Paula con gesto contrito, dijo:
—Lo siento, pero no sería la primera vez que me quedo sin trabajo por una cuestión de nepotismo.
Pedro pensó que, dada la relación con su padre, Paula estaba, si acaso, en desventaja. Pero ella se limitó a aceptar el comentario con una inclinación de cabeza.
—Eso hace cinco —dijo Gustavo—. ¿Alguien más?
—Yo creo que debería quedarse —dijo Fiorella Gimball—. Se ha ganado el puesto como los demás.
El joven Kevin se mostró de acuerdo. Otros tres chefs lo apoyaron. Había cinco a su favor. La decisión dependía de Pedro. Se hizo un profundo silencio en el que pudo percibir la animosidad que Rafael destilaba.
—Como si no supiéramos lo que vas a votar —dijo con sorna.
—¿Tienes miedo a competir con ella? —preguntó Pedro.
—¡En absoluto!
—Me alegro —Pedro miró a Paula y dijo—: porque se queda.
Paula sintió un torbellino de emociones en su interior. Las dos semanas anteriores habían sido como una montaña rusa por varias razones. Y los sentimientos que albergaba hacia Pedro eran como las burbujas de una botella de champán a punto de desbordarse. No le tranquilizó ver que le rehuía la mirada, como si, aunque hubiera votado a su favor, no confiara en ella. Tendría que esperar, pero estaba ansiosa por darle una explicación.
Apenas una hora después de que Pedro la dejara en su departamento, Gustavo la había convocado a una reunión en el estudio. Paula había acudido temiendo que fueran a denunciarla, y había salido con la cabeza dándole vueltas. Nadie había querido darle una explicación, ni siquiera cuando preguntó si su padre sabía lo que pensaban hacer. Gustavo se había limitado a insistir en que la decisión final dependía de los participantes. ¡Y gracias a Pedro, volvía a estar en el concurso! No estaba segura de cómo se sentía al respecto sabiendo hasta qué punto era importante para él ganar; y no tenía ni idea de lo que estaba pensando porque desde que había votado a su favor no le había dirigido la palabra. Tampoco podía echárselo en cara, puesto que ella no había contestado sus llamadas. Pero lo cierto era que le habían exigido firmar una cláusula de confidencialidad por la que no podía contarle a nadie que su retorno era una posibilidad, y había preferido no hablar con él a mentirle. Esperó a que Pedro fuera a servirse un café para acercarse a él.
—¿Quieres uno? —preguntó él cuando acabó de servirse el suyo.
—Sí, por favor —Pedro le pasó una taza. Al ver que hacía ademán de irse, Paula añadió—. Y gracias.
—No hay de qué —dijo él con una llamativa aspereza—. Otros cinco han votado a tu favor.
—Pero tu voto ha sido el definitivo. ¿Te arrepientes?
Pedro la miró con los ojos entornados en un gesto de irritación.
—Yo no funciono así, Paula. Creo en la honestidad.
—¿Qué quieres decir?
En lugar de contestar, Pedro dijo:
—Ya tienes la oportunidad que buscabas.
—Eso era todo lo que quería.
—Aprovéchala. Pienso ganarte. No voy a facilitarte las cosas.
—No me cabe la menor duda —replicó Paula, que empezaba a sentirse ofendida.
—Mejor así. Pero quiero preguntarte una cosa. ¿Desde cuándo lo sabes? ¿Antes de que… Empezáramos a vernos?
Paula retrocedió como si la hubiera abofeteado.
—¿Qué insinúas?
—Nada. Es pura curiosidad —dijo Pedro, encogiéndose de hombros.
Paula lo miró atónita.
—¿Crees que me he acostado contigo para conseguir tu voto? ¿Piensas que me he acostado también con los demás?
—Bastaría con que fueran cinco. Solo necesitabas seis votos — dijo él, impertérrito Paula dejó el café para evitar tirárselo a la cara y optó por el sarcasmo.
—Se ve que Rafael olvidó el trato al que llegamos.
Oyó a Pedro maldecir entre dientes a la vez que se alejaba de él. «Olvídate de él y de las dos semanas que han pasado juntos» se ordenó. Estaba allí para ganar.