martes, 31 de mayo de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 48

El doctor había vuelto en el coche a Londres concentrado en sus pensamientos. Estaba claro que Sofía le había dicho algo a Paula que era la causa de su distanciamiento. Pero mientras daban el paseo, ella no le había parecido distante. La única forma de averiguarlo era ver a Sofía. Probablemente había dicho algo en broma y Paula lo había malinterpretado... La noche siguiente fue a su casa y se la encontró con un grupo de amigos.


—Quiero hablar contigo, Sofía —le dijo cuando ella lo recibió.


—Ay, imposible, Pedro —dijo ella, mirando su rostro inexpresivo y los ojos fríos—. Estamos por salir.


—Puedes reunirte con tus amigos más tarde. Ya es hora de que tengamos una charla, Sofía; y ¿Qué mejor momento que este?


—Bueno, de acuerdo —dijo ella, haciendo un mohín para luego sonreír, zalamera—. Comenzaba a pensar que me habías olvidado.


Pronto, cuando todos se hubieron ido, ella se sentó en el sofá y dió una palmadita a su lado.


—Qué bien, los dos solos.


El doctor se sentó en una silla frente a ella.


—Sofía, hemos salido juntos, nos hemos visto en casas de amigos, ido al teatro..., Pero creo que te he dejado claro que no había más que eso, una amistad —le dijo y preguntó abruptamente—: ¿Qué le has dicho a Paula?


La belleza desapareció del rostro de Sofía.


—¡Conque es eso, te has enamorado de esa sosa! Me lo imaginé hace semanas, cuando Dolores te vió en York. La insípida esa y sus estúpidos animales. Pues da igual, porque te he arruinado el plan: Le he dicho que estabas a punto de casarte conmigo, que la habías ayudado por compasión y que cuanto antes desapareciese de tu vida, mejor...


Se interrumpió al ver la frialdad del rostro masculino. 


—Pedro, no te vayas —le dijo cuando él se puso de pie—. No es la esposa adecuada para tí. Necesitas alguien como yo, que esté bien relacionada, reciba a la gente adecuada, se vista bien...


—Lo que necesito es un esposa que me ame y a quien yo ame —le respondió. Se dirigió a la puerta y se marchó.



Era una pena que tuviese la agenda tan abarrotada de pacientes los próximos días, pensó, deseando ver a Paula. Sintió deseos de llamarla por teléfono, pero sabía que no sería suficiente. Además, deseaba ver su rostro cuando hablase con ella. Volvió a su casa, fue a su despacho y comenzó a estudiar la pila de casos que tenía sobre la mesa tras apartar con firmeza a Paula de su mente. Lady Haleford llamó a la señora Twitchett a su dormitorio para preguntarle cómo iría Amabel a su casa.


—¿Dónde vive? ¿No me dijo alguien que venía de York?


—Sí, señora, tiene una tía allí. Se marchó de su casa cuando la madre se volvió a casar: El padrastro no la quiere. Viven en algún sitio de Castle Cary; tendrá que tomar el tren y luego un taxi o un autobús, si lo hay — dijo la señora Twitchett. Luego preguntó, titubeante—: Ah, señora, ¿Podríamos quedarnos con Félix y Marc mientras ella está fuera? Como su padrastro no los quiere... Los iba a sacrificar, por eso se marchó ella de su casa.


—Pobrecita. Ocúpese de que Enrique, el del garaje del pueblo, la lleve a su casa. Ya le he dicho que desde luego que los animales pueden quedarse.


Así que el taxi del pueblo llevó a Paula a su casa, lo cual fue un alivio, porque de lo contrario el viaje le habría resultado terriblemente largo y tedioso. Además, no tenía tiempo de organizarlo. Al final de la tarde, Enrique se detuvo frente a su casa. Varias ventanas estaban iluminadas y Paula vió un gran invernadero a un lado de la casa. Al bajarse del coche, vió otro más allá, donde antes estaba el huerto de manzanos. La puerta delantera se abrió al empujarla y al entrar al vestíbulo, vió a su padrastro salir de la cocina. 


Juntos A La Par: Capítulo 47

 —Es muy hermosa, ¿No? Dimos un paseo y tomamos una taza de café. No pudo quedarse demasiado, estaba de paso. Conducía un deportivo rojo... —dijo, y se interrumpió al darse cuenta de que estaba parloteando como un loro. Se metió el pollo en la boca y masticó; le supo a cartón.


—Sí, es muy hermosa —estuvo de acuerdo el doctor, mirándola fijamente un momento antes de dirigirse a su tía—: No te canses con las visitas, tía.


—Desde luego que no. Además, aunque Paula parece un ratoncito, me defiende como un dragón. ¡Bendita sea! No sé lo que haría sin ella — dijo, añadiendo luego—: Pero seguro que se irá pronto.


—No lo haré hasta que usted no quiera —dijo la aludida—. Y para entonces, se sentirá tan bien, que no me necesitará más —le sonrió a la anciana, añadiendo—: La señora Twitchett ha hecho su postre favorito. ¡Esa sí que es una persona imprescindible en esta casa!


—Lleva años conmigo. Pedro, la señora de Bernardo es una cocinera espléndida, ¿No? ¿Y Bernardo?, ¿Sigue llevándote la casa?


—Es mi mano derecha —dijo el doctor—. En cuanto te encuentres mejor, te llevaré a la ciudad para que pruebes su comida.


Lady Haleford necesitaba su siesta.


—¿Te quedas a merendar? —rogó—. Hazle compañía a Paula. Estoy segura de que tendrán mucho de lo que hablar.


—Lo siento, pero tengo que irme —dijo él, mirando su reloj—. Me despediré ahora.


Cuando Paula volvió a bajar, ya se había ido. Era lógico, se dijo, aunque le hubiese gustado decirle adiós, explicarle... Pero cómo explicaba una que se había enamorado de alguien que estaba comprometido con otra persona. No tenía sentido volverse a ver. Y además, había perdido a un amigo.


—Qué pena que Pedro se marchase tan pronto —comentó más tarde lady Haleford, mucho más descansada después de su siesta. Le lanzó una rápida mirada a Paula—. Trae las cartas, nos ayudarán a pensar en otra cosa.


Varios días después de la visita de Pedro, Paula, que se hallaba en la cocina, recibió una llamada telefónica. 


—¿Paula? —dijo su padrastro, que parecía muy alterado—. Oye, tienes que venir a casa inmediatamente. Tu madre está enferma. Ha estado en el hospital y ahora que la han mandado a casa no hay nadie que la cuide.


—¿Qué pasa? ¿Por qué no me avisaste que estaba enferma?


—Solo era una neumonía. Pensaba que seguiría internada hasta que se recuperase del todo, pero aquí está, en cama la mayoría del tiempo. Bastante tengo yo que hacer sin tener que cuidarla a ella.


—¿No tienes ayuda?


—Hay una mujer que viene a limpiar y cocinar. No me digas que contrate a una enfermera; es tu obligación venir a casa y ocuparte de tu madre. Y no quiero ninguna excusa. Eres su hija, recuerda.


—Iré en cuanto pueda —dijo Paula, y colgó.


La señora Twitchett se dió cuenta de lo pálida que se había puesto.


—¿Pasa algo malo? Mejor dínoslo.


Fue un gran alivio tener alguien a quien contárselo. La señora Twitchett y Nélida la escucharon desahogarse.


—Tienes que ir, ¿Verdad, cielo? —dijo Nélida, mirando a Marc y Félix, echados frente a la cocina de leña—. ¿Te los llevarás contigo?


—Oh, Nélida, no puedo. Él quería sacrificarlos a los dos, por eso me marché de casa —dijo Paula, enjugándose las lágrimas—. Tendré que llevarlos a algún sitio donde me los cuiden.


—No es necesario —dijo la señora Twitchett con cariño—. Se quedarán aquí hasta que soluciones el problema. Lady Haleford los quiere a los dos y Nélida se ocupará de sacar a pasear a Marc. Anda, ve a decirle a la señora lo que sucede.


—Desde luego que tienes que ir a tu casa inmediatamente —dijo Lady Haleford, que tomaba su primera taza de té sentada en la cama—. Y no te preocupes por Marc y Félix. Cuando tu madre se reponga, te esperamos aquí. ¿Querrá que vuelvas con ella para siempre?


—No lo creo —dijo Paula, negando con la cabeza—. Mi padrastro no me quiere, ¿Sabe?


—Entonces vete a hacer la maleta y ocuparte de tu viaje. 

Juntos A La Par: Capítulo 46

 —No me esperabas, ¿Verdad? —dijo el doctor alegremente—. He venido a comer.


—Lady Haleford se alegrará de verte —dijo Paula cuando recobró la voz. El corazón le iba a explotar en el pecho.


Pedro la miró y se dió cuenta de que algo malo sucedía.


—He recibido órdenes de dar un paseo contigo antes de comer. ¿Vamos?


Paula pensó que lo más hermoso que le podía suceder en la vida era estar junto a él. ¿No podría relegar su decisión hasta que él se fuese? Intentaría recordar que eran solo amigos.


—¿Dónde está Tiger? —preguntó.


—Lo están malcriando en la cocina. Espera un segundo. Iré a buscarlos a él y a Marc.


Pronto volvió con los perros y, tomándola del brazo, comenzó a andar a paso ligero con ella.


—¿Estás muy ocupado? —preguntó ella, consciente del contacto de su brazo.


—Terrible. ¿No hay gripe por aquí?


—Uno o dos casos. ¿Has visto a lady Haleford? Me parece que está un poco mejor. Cuando llegue la primavera podré sacarla a pasear en el coche de vez en cuando. Y tiene deseos de salir al jardín también.


—Me parece que seguirás aquí unas semanas más. ¿Querrías marcharte, Paula?


—No, por supuesto que no. A menos que lady Haleford quiera que me vaya...


—Es de lo más improbable. ¿Has pensado en el futuro? 


—Sí, mucho. Ya sé lo que quiero hacer: aprender a usar un ordenador. Hay un sitio en Manchester, he visto el anuncio en el periódico —añadió, para que pareciese más convincente—. He ahorrado dinero, así que puedo buscarme un sitio dónde vivir.


El doctor se dió cuenta de que ella estaba improvisando, pero no lo dijo. Llevaban caminando a paso ligero un rato y pasaron la última de las casas del sendero. El doctor se detuvo y la hizo girarse para mirarla de frente.


—Paula, hay tanto que quisiera decirte...


—No —dijo ella—, ahora no. Y tampoco luego. Lo comprendo, pero no quiero saberlo. ¿No te das cuenta? Somos amigos y espero que siempre lo seamos, pero cuando me marche lo más seguro es que no nos volvamos a ver nunca.


—¿Qué te hace pensar que no nos volveremos a ver nunca más?


—No resultaría —dijo Paula—. Y ahora, por favor, no hablemos más del tema.


—Muy bien —asintió él con la cabeza; había una expresión helada en sus ojos azules—. Será mejor que volvamos o la señora Twitchett dirá que se le ha pasado la comida.


El doctor siguió conversando amigablemente hasta que llegaron a la casa. Bajo pretexto de ver si lady Haleford necesitaba algo, Paula escapó escaleras arriba. El aire fresco le había arrebolado agradablemente el rostro, pero seguía siendo anodina, pensó al mirarse en el espejo y pasarse el peine. Mientras comían, lady Haleford, encantada con la compañía de Pedro, le hizo miles de preguntas.


—¿Qué tal estás, Pedro? Sé que estás muy ocupado, pero tendrás algún tipo de vida social, ¿No?


—No mucha. He estado hasta arriba de trabajo.


—Ha venido de visita la Potter-Stokes, me ha traído flores de parte de su madre. Dios sabrá por qué, apenas la conozco. Con diez minutos de su cháchara quedé en cama, así que la mandé a dar un paseo con Paula...


—¿Sofía ha venido aquí? —preguntó Pedro lentamente y miró a Paula, sentada frente a él.


Ella pinchó un trozo de pollo y le lanzó una rápida mirada. 

Juntos A La Par: Capítulo 45

A pesar de su enfado, Sofía sabía que aquella era su oportunidad y buscaba la forma de abordar el tema. Pisó un charco y el agua le salpicó los zapatos, las medias y el bajo de su largo abrigo.


—Caramba, mire lo que me ha sucedido. Me temo que no soy de campo. Por suerte vivo en Londres y lo seguiré haciendo. Me caso pronto y Pedro vive y trabaja allí... 


—¿Pedro? —preguntó Paula con recelo.


—Bonito nombre, ¿Verdad? Es médico, siempre terriblemente ocupado, aunque logramos estar bastante tiempo juntos. Tiene una casa hermosa. Me hace ilusión vivir allí —giró la cabeza para sonreírle a Paula—. Es tan bueno..., Muy amable y considerado. Todos sus pacientes lo adoran. Y siempre está dispuesto a ayudar a aquellos que tienen problemas. Hay una pobre chica que ha rescatado últimamente. Ha hecho todo lo posible por encontrarle un trabajo. Espero que ella le esté agradecida. Ella no tiene ni idea de dónde vive él, por supuesto. Lo que quiero decir es que no es el tipo de persona que uno desearía tener como amiga. Y, claro, supongo que ella no será tan tonta de pretender algo más, ¿No le parece?


—No creo que sea posible —se apresuró a decir Paula—. Pero estoy segura de que le estará agradecida.


—Yo creo que sí —dijo Sofía y enlazó su brazo con el de Paula—. Y si ella vuelve a recurrir a él por cualquier motivo, hablaré con ella. No dejaré que se aprovechen de él. Solo el cielo sabe la cantidad de gente a la cual Pedro habrá ayudado sin decírmelo. En cuanto me case, las cosas cambiarán, se lo aseguro —afirmó, asintiendo con la cabeza y sonriendo a Paula. Notó con satisfacción la palidez de la joven.


—¿Podemos volver? —le dijo esta—. Me muero por una taza de café.


Mientras tomaban el café, Sofía tuvo mucho que decir de la próxima boda.


—Por supuesto, Pedro y yo tenemos muchos amigos... Y él es una persona conocida en el mundo de la medicina. Iré de blanco, por supuesto... —dijo, dando rienda suelta a su imaginación.


Cuando finalmente se marchó, Paula agradeció que lady Haleford siguiese durmiendo. No tenía deseos de repetir la conversación que había tenido. Además, la vida privada de Pedro no era asunto suyo. Sofía no le gustaba, pero ni se le pasó por la cabeza que pudiese estar mintiendo. 



De momento, no había ninguna posibilidad de ir a ver a Paula. La epidemia de gripe se había extendido de forma alarmante. El doctor trató a sus pacientes sin cansancio aparente, durmiendo cuando podía, sacando fuerzas del incondicional Bernardo y de la excelente comida de su esposa. Pero no olvidaba a Paula y de vez en cuando se permitía pensar en ella, deseando también que ella pensase en él.  Con Sofía no tuvo ningún contacto; ella se había ido a la finca de unos amigos, donde había menos riesgo de contagiarse de la gripe. Lo llamaba por teléfono y le dejaba mensajes perfectamente calculados para hacerle saber que estaba preocupada por él, contenta de esperar ahora que había sembrado la semilla de la duda en la mente de Paula, que era tan tonta que se creería todo lo que le había dicho. La pobrecilla estaba perdidamente enamorada, y ni lo sabía. Si lady Haleford no hubiese estado tan irritable los días después de la visita de Sofía, Paula le habría mencionado la boda, pero pasó bastante tiempo de angustia hasta una noche, a las dos de la madrugada, en que lady Haleford se encontraba totalmente despierta y con deseo de conversar.


—Ya es hora de que Pedro siente cabeza —dijo la anciana—. Dios quiera que no se case con la Potter-Stokes esa. No la puedo soportar. No se puede negar que es bonita y ambiciosa. Lo harían lord enseguida si se casase con él, porque ella está muy bien relacionada. Pero se convertiría en un amargado.


Paula, hecha un ovillo en la silla junto a la dama, murmuró algo para calmarla. Desde luego que aquel no era momento para contarle lo que sabía. Lady Haleford dormitó y ella pudo concentrarse en sus pensamientos. Eran tristes, porque coincidía con la anciana en que Sofía no era la mujer adecuada para Pedro. «Necesita alguien que lo quiera», reflexionó y se sobresaltó al darse cuenta de que pensaba en sí misma. Una vez superada su sorpresa, se permitió fantasear un poco. No tenía ni idea de dónde vivía Pedro ni de cómo era su trabajo, pero lo querría y cuidaría, y se ocuparía de su casa; luego vendrían los niños...


—Me apetece un poco de leche caliente —dijo Lady Haleford—. Y será mejor que te vayas a dormir, Paula. Tienes cara de agotada.


Mientras esperaba que se calentase la leche, Paula se dió cuenta de que llevaba mucho tiempo enamorada de Pedro, que lo había aceptado en su vida como el aire que respiraba. Pero no había nada que hacer: Sofía había dejado muy claro que él no tenía intención de volverla a ver. Si el doctor iba a visitar a su tía, pensó, vertiendo la leche en la taza favorita de Lady Haleford, haría todo lo posible por no cruzarse con él y, de hacerlo, se comportaría de forma amable y distante, indicándole que se había dado por aludida.


Dos días más tarde, al salir de la iglesia, Paula vió el coche de Pedro estacionado frente a la casa. Se detuvo en el porche, intentando pensar en cómo escaparse. Si volvía a entrar en la iglesia, podría salir por la puerta lateral y esperar a que él se fuese... Sintió el peso de un brazo sobre sus hombros. 

jueves, 26 de mayo de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 44

Paula bajó al salón tan lentamente como pudo. Félix y los perros habían entrado allí cuando llevaron el café, y el doctor estaba sentado frente al fuego. Se levantó al verla entrar, acercó una silla a la suya y la invitó a que sirviese el café.


—Y ahora cuéntame qué pasa —le dijo con calma—. Porque algo pasa, ¿No? ¿No somos lo bastante amigos como para que me lo digas? ¿Es algo que he hecho?


—Pues sí —dijo ella tomando un sorbo de café—. Pero son tonterías mías, así que si no te importa, preferiría no hablar de ello.


El doctor tuvo que contenerse para no estrecharla entre sus brazos.


—Sí que me importa.


Ella dejó su taza sobre la mesita.


—Bueno, no era necesario que me llevaras a cenar porque Lady Haleford te lo pidiese. Si lo hubiese sabido, no habría ido... —se atragantó de rabia—. Como darle un bizcocho a un perro...


Pedro reprimió una carcajada, no de diversión, sino de alivio y ternura. Si aquello era todo...


—Y no me compré el vestido porque esperara que me invitases a salir —prosiguió ella, que no había acabado. Lo miró a los ojos—. Eres mi amigo, Pedro y así es exactamente como te considero: Como un amigo.


—Venía para invitarte a salir, Paula —le dijo él con calma—. Nada de lo que mi tía dijera tuvo ninguna influencia. En lo que concierne a tu vestido nuevo, ni se me había ocurrido. Era un vestido bonito, pero tú estás guapa de cualquier manera —habría querido decirle muchas más cosas, pero aquel no era el momento adecuado—. ¿Seguimos siendo amigos?


—Sí, claro que sí, Pedro. Siento haber sido tan tonta.


—Saldremos otra vez después de Navidad. Me parece que seguirás aquí un tiempo más.


—Me siento muy feliz aquí. Todos son tan amistosos en el pueblo y realmente no tengo nada que hacer.


—Dispones de muy poco tiempo para tí misma. ¿Tienes oportunidad de ver a alguien, de salir y conocer gente joven?


—Pues no, pero no me importa.


Al rato, él se levantó para irse. Seguía nevando y todavía le quedaba bastante camino. Tiger, con pocos deseos de partir, se acercó. Paula se inclinó a acariciarlo. 


—Vete con cuidado —le dijo al doctor—. Y espero que tú y tu familia tengan una feliz Navidad.


Se quedó mirándola.


—¡El año que viene será diferente! —le dijo, y sacó un paquetito del bolsillo—. Feliz Navidad, Paula —dijo, y la besó. No esperó a oír sus sorprendidas gracias.


Paula, apretando en su mano la pequeña caja envuelta en alegres colores, miró al coche hasta que desapareció de la vista. Pensar que él volviese a visitarla de camino a Londres hizo que un dulce calorcillo le recorriese el cuerpo. Esperó hasta la mañana de Navidad antes de abrir su regalo, sentada en la cama en la oscuridad. Contenía un broche, un lazo de oro y turquesas, una joya pequeñita que iría bien con su modesto vestuario. Se levantó y se puso el vestido gris, prendiéndose el broche en el escote antes de ponerse el abrigo para ir a la iglesia. Aunque ya no nevaba, cubría el suelo una gruesa alfombra blanca y el día estaba oscuro y frío. Cuando acabó el servicio, saludó alegremente a los vecinos, deseándoles felicidades, y volvió a la casa a sacar a Marc a dar un breve paseo antes de dejarlo al calor de la lumbre. Lady Haleford, se había despertado de mal humor. No quiso desayunar, no quiso levantarse y dijo que se encontraba tan cansada que no quería mirar sus regalos.


—Léeme un rato —pidió, caprichosa.


Paula se sentó entonces a leerle Mujercitas. Encontró el capítulo que describía la Navidad; los sencillos placeres de las cuatro niñas y su madre contrastaban con la vida muelle que siempre había llevado Lady Haleford.


—Soy una mujer horrible —dijo al rato Lady Haleford.


—Es usted una de las personas más buenas que conozco —dijo Paula y, olvidando que era solo una empleada, se levantó y abrazó a la anciana con cariño.


Así que la Navidad fue Navidad después de todo. Abrieron sus regalos, comieron el pavo, el pastel de frutas y los dulces navideños, intercalados con breves siestas para descansar, y Paula se fue a dormir temprano después de meter a la anciana en cama. No tenía nada más que hacer, pero no importaba. Pedro volvería a Londres al día siguiente y quizá pasaría a saludarlas otra vez... Pero nevaba y el doctor no podía correr el riesgo de no llegar a Londres por la nieve, así que no se detuvo en el pueblo. El mal tiempo continuó malo hasta Año Nuevo, que amaneció soleado. Mientras Paula paseaba a un reticente Marc, se preguntó qué le depararía el año que comenzaba... 

Juntos A La Par: Capítulo 43

Paula bajó al salón tan lentamente como pudo. Félix y los perros habían entrado allí cuando llevaron el café, y el doctor estaba sentado frente al fuego. Se levantó al verla entrar, acercó una silla a la suya y la invitó a que sirviese el café.


—Y ahora cuéntame qué pasa —le dijo con calma—. Porque algo pasa, ¿No? ¿No somos lo bastante amigos como para que me lo digas? ¿Es algo que he hecho?


—Pues sí —dijo ella tomando un sorbo de café—. Pero son tonterías mías, así que si no te importa, preferiría no hablar de ello.


El doctor tuvo que contenerse para no estrecharla entre sus brazos.


—Sí que me importa.


Ella dejó su taza sobre la mesita.


—Bueno, no era necesario que me llevaras a cenar porque lady Haleford te lo pidiese. Si lo hubiese sabido, no habría ido... —se atragantó de rabia—. Como darle un bizcocho a un perro...


Pedro reprimió una carcajada, no de diversión, sino de alivio y ternura. Si aquello era todo...


—Y no me compré el vestido porque esperara que me invitases a salir —prosiguió ella, que no había acabado. Lo miró a los ojos—. Eres mi amigo, Pedro y así es exactamente como te considero: Como un amigo.


—Venía para invitarte a salir, Paula —le dijo él con calma—. Nada de lo que mi tía dijera tuvo ninguna influencia. En lo que concierne a tu vestido nuevo, ni se me había ocurrido. Era un vestido bonito, pero tú estás guapa de cualquier manera —habría querido decirle muchas más cosas, pero aquel no era el momento adecuado—. ¿Seguimos siendo amigos?


—Sí, claro que sí, Pedro. Siento haber sido tan tonta.


—Saldremos otra vez después de Navidad. Me parece que seguirás aquí un tiempo más.


—Me siento muy feliz aquí. Todos son tan amistosos en el pueblo y realmente no tengo nada que hacer.


—Dispones de muy poco tiempo para tí misma. ¿Tienes oportunidad de ver a alguien, de salir y conocer gente joven?


—Pues no, pero no me importa.


Al rato, él se levantó para irse. Seguía nevando y todavía le quedaba bastante camino. Tiger, con pocos deseos de partir, se acercó. Paula se inclinó a acariciarlo. 


—Vete con cuidado —le dijo al doctor—. Y espero que tú y tu familia tengan una feliz Navidad.


Se quedó mirándola.


—¡El año que viene será diferente! —le dijo, y sacó un paquetito del bolsillo—. Feliz Navidad, Paula —dijo, y la besó. No esperó a oír sus sorprendidas gracias.


Paula, apretando en su mano la pequeña caja envuelta en alegres colores, miró al coche hasta que desapareció de la vista. Pensar que él volviese a visitarla de camino a Londres hizo que un dulce calorcillo le recorriese el cuerpo. Esperó hasta la mañana de Navidad antes de abrir su regalo, sentada en la cama en la oscuridad. Contenía un broche, un lazo de oro y turquesas, una joya pequeñita que iría bien con su modesto vestuario. Se levantó y se puso el vestido gris, prendiéndose el broche en el escote antes de ponerse el abrigo para ir a la iglesia. Aunque ya no nevaba, cubría el suelo una gruesa alfombra blanca y el día estaba oscuro y frío. Cuando acabó el servicio, saludó alegremente a los vecinos, deseándoles felicidades, y volvió a la casa a sacar a Marc a dar un breve paseo antes de dejarlo al calor de la lumbre. Lady Haleford, se había despertado de mal humor. No quiso desayunar, no quiso levantarse y dijo que se encontraba tan cansada que no quería mirar sus regalos.


—Léeme un rato —pidió, caprichosa.


Paula se sentó entonces a leerle Mujercitas. Encontró el capítulo que describía la Navidad; los sencillos placeres de las cuatro niñas y su madre contrastaban con la vida muelle que siempre había llevado lady Haleford.


—Soy una mujer horrible —dijo al rato lady Haleford.


—Es usted una de las personas más buenas que conozco —dijo Paula y, olvidando que era solo una empleada, se levantó y abrazó a la anciana con cariño.


Así que la Navidad fue Navidad después de todo. Abrieron sus regalos, comieron el pavo, el pastel de frutas y los dulces navideños, intercalados con breves siestas para descansar, y Paula se fue a dormir temprano después de meter a la anciana en cama. No tenía nada más que hacer, pero no importaba. Pedro volvería a Londres al día siguiente y quizá pasaría a saludarlas otra vez... Pero nevaba y el doctor no podía correr el riesgo de no llegar a Londres por la nieve, así que no se detuvo en el pueblo. El mal tiempo continuó malo hasta Año Nuevo, que amaneció soleado. Mientras Paula paseaba a un reticente Marc, se preguntó qué le depararía el año que comenzaba... 

Juntos A La Par: Capítulo 42

Por más tranquila que fuese la rutina de la casa de lady Haleford, al acercarse la Navidad comenzaron a aparecer visitas a saludar a la anciana y Paula tuvo que utilizar todo su tacto para convencerlos de que se retirasen cuanto antes. Aun así, la anciana dio muestras de cansancio. Tanto, que hubo que llamar al médico. Navidad o no, la paciente debía volver a la tranquilidad y paz totales, decretó el doctor, permitiendo sólo alguna visita ocasional.


—Lo dejo a su discreción, señorita Chaves —dijo—. Tampoco será bueno contradecirla demasiado. ¿Duerme bien?


—No —dijo Paula—, aunque dormita bastante durante el día.


Así que Paula recibía a la gente en el vestíbulo y, a menos que fuesen parientes o amigos muy íntimos, les decía que lady Haleford no estaba en condiciones de hacer vida social. Les ofrecía papel y pluma por si querían escribirle una nota y los contentaba con café y los dulces navideños de la señora Twitchett. Una tarea delicada, pero todos quedaron contentos. Aunque la casa estaba tranquila, el pueblo se hallaba lleno de vida y luces, con coros de niños que recorrían las calles cantando villancicos. Y la señora Twitchett, además de asegurarse de que lady Haleford tuviese los delicados platos que apenas probaba, hacía comida más festiva adecuada a la época para ellas tres. Daba gracias a Dios por estar en aquella casa e intentaba no pensar en Pedro.


Después de repartir los habituales regalos navideños entre sus empleados y asegurarse de que Bernardo y su mujer tuviesen todo lo necesario para pasar una buena Navidad, el doctor Alfonso llenó el maletero del coche con regalos para su familia y, acompañado por Tiger, se dispuso a marcharse a casa de su madre, en Glastonbury. Le gustaba la idea del largo paseo en coche y, además, le causaba ilusión volver a ver a Paula al visitar a su tía de camino.  Comenzaba a nevar, cuando partió, muy temprano por la mañana del día 24. Tiger, sentado junto a él, observaba con atención el tráfico. Les llevó bastante salir de Londres. El doctor condujo con paciencia pensando en ella, sabiendo que la vería al cabo de una hora aproximadamente. Cuando llegaron, el pueblo estaba precioso, todo iluminado con sus luces navideñas y abetos adornados. Al final de la calle, vió la silueta de Paula con Marc. Tiger bajó corriendo del coche al oler a sus amigos y aunque al principio pareció que ella quería huir, luego se inclinó a acariciar al perro antes de dirigirse hacia el doctor. Él fue a su encuentro. El gorro de lana y el abrigo de Paula estaban blancos de nieve, y tenía las mejillas sonrojadas por el frío. Al doctor le pareció hermosa, aunque su saludo distante lo dejó perplejo.


—Hola —la saludó con alegría—. Voy de camino a pasar las navidades con la familia. ¿Cómo está mi tía?


—Un poco cansada —le dijo ella con seriedad—. Demasiadas visitas.


Se dirigieron a la casa.


—Querrás verla, ¿Verdad? Estará terminando de desayunar —como él no respondió, el silencio se hizo un poco largo—. Supongo que habrás estado muy ocupado.


—Sí. Vuelvo a Londres el 26 —dijo él. Llegaban a la puerta de entrada cuando añadió—: ¿Qué pasa, Paula?


—Nada —respondió ella, demasiado rápido—. No pasa nada —y al abrir la puerta dijo—: ¿Te importaría subir a ver a lady Haleford mientras seco a los perros y me arreglo un poco?


La señora Twitchett entró al hall y Paula se fue. Pedro no se quedaría demasiado y ella no volvería a verlo antes de que se fuese... Los perros se echaron delante del fuego y, cuando Nélida entró anunciando que el doctor tomaría una taza de café antes de salir, Paula subió. Lady Haleford estaría lista para comenzar el lento proceso de vestirse.


—Vete —le dijo la anciana al verla entrar—. Ve a tomar un café con Pedro. Ya me vestiré más tarde —al ver que Paula se mostraba reticente, insistió—. Venga, date prisa. Le querrás desear una feliz Navidad, ¿No? 

Juntos A La Par: Capítulo 41

A la mañana siguiente, tuvo que repetir todo y escuchar los comentarios satisfechos de la anciana.


—Le dije a Pedro que te habías comprado un vestido...


Paula deseó que la tierra la tragase. Encima de que él había consentido en sacarla a pasear, probablemente pensaba que ella se lo había comprado con la esperanza de que la invitase.


—Necesitaremos más papel —dijo rápidamente—. Iré a comprar un poco.


En la tienda, rodeada de las mujeres del pueblo, se sintió mejor. Era una tonta. ¿Qué importaba el motivo que Pedro hubiese tenido para invitarla a salir? Había sido una bonita sorpresa y se había divertido. Además, ¿Qué pretendía? Volvió e hizo el resto de los paquetes mientras contaba por tercera vez lo que había sucedido la noche anterior, ya que la anciana protestó que no le había contado nada. La salida sería un agradable recuerdo y nada más. Si volvía a ver al doctor, se ocuparía de indicarle que, aunque seguían siendo amigos, ni pretendía ni deseaba otra cosa. "Estaré un poco distante", reflexionó Amabel, y dentro de algunas semanas me habré ido. Como era una chica sensata, se puso a planear su futuro. Aquello era una pérdida de tiempo, porque Pedro lo estaba planeando por ella. Todavía le quedaban varias semanas con su tía, tiempo suficiente para que se pudiesen ver con frecuencia y permitir que Paula se diese cuenta por sí misma de que él estaba enamorado y quería casarse con ella. Tenía muchos amigos, seguro que alguno de ellos necesitaba compañía o algo por el estilo, donde Félix y Marc fuesen bienvenidos y donde él pudiese visitarla con tanta frecuencia como fuese posible. 


No era la única persona que pensaba en el futuro de Paula. Sofía, decidida a casarse con él, veía en esa chica una seria amenaza. Pedro, inmerso en su trabajo y pensando en Paula, rechazó cortésmente varias de las invitaciones de Sofía y las sugerencias de salir alguna noche, sin pensar que ella quisiese nada más que su compañíade vez en cuando. Pero estaba equivocado. Sofía se fue a Aldbury, estacionó el coche lejos del centro del pueblo y se dirigió a la iglesia, un edificio antiguo y hermoso. Alguien, supuso que el vicario, se acercó a preguntarle si podía ayudarla. Era un hombre mayor, agradable, deseoso de hablar con aquella encantadora dama que estaba tan interesada en el pueblo.


—Oh, sí —le dijo—. Hay varias familias antiguas que viven en el pueblo desde hace mucho tiempo.


—¿Y aquellas hermosas casas de tejados de paja? Hay una que es bastante más grande que el resto.


—Ah, sí. La casa de lady Haleford. Una familia muy antigua. Ella es muy mayor y ha estado enferma últimamente, pero gracias a Dios ya está de vuelta en su casa. Hay una joven encantadora que le hace compañía. Apenas la vemos, porque tiene poco tiempo libre, pero el sobrino de lady Haleford viene a visitar a su tía y los he visto a ambos paseando a los perros. Hace poco que ha estado aquí y, según me han dicho, ¡salió con ella una noche! Perdone que hable tanto, pero es que al vivir en un pueblo pequeño tenemos tendencia a interesarnos en la vida de los demás. ¿Está de paseo por esta parte del país?


—Sí, esta es una buena época del año para pasear en coche. Ha sido un placer hablar con usted, vicario —dijo Sofía, y le estrechó la mano.


Varias señoras la miraron desde la tienda del pueblo, sin perder detalle de su apariencia. Se marchó rápidamente en el coche, pero pronto se detuvo a un lado del camino para pensar mejor. Estaba furiosa. No amaba a Pedro, pero deseaba lo que un matrimonio con él le daría: Un marido guapo, dinero, una casa hermosa y la posición social que le proporcionarían su nombre y la profesión de su marido. Dió un puñetazo de rabia al volante. Tenía que hacer algo pronto, pero ¿Qué? 

martes, 24 de mayo de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 40

No la sorprendió en absoluto que lady Haleford no pusiese ninguna objeción a que saliese con el doctor. Además, una amiga de la señora Twitchett iría a pasar la velada con ella.


—Sal y diviértete —dijo la vieja señora—. Disfruta de la cena y baila un poco.


Así que cuando llegó el sábado, Paula se puso su vestido gris y se afanó con el maquillaje y el cabello. El doctor la esperaba abajo. Lady Haleford se había negado a irse a la cama pronto; la señora Twitchett la ayudaría, le dijo a Paula, aunque esta tendría que pasar por su habitación al volver, en caso de que necesitase algo. Ésta, con su vestido gris bajo el abrigo, saludó al doctor con seriedad. Dijo que estaba lista, le deseó las buenas noches a la señora, les dijo a Marc y Félix que se portasen bien y se sentó en el coche junto a Pedro. Era una noche despejada y fría. Una luna brillante convertía todo en plata.


—No iremos demasiado lejos —dijo el doctor—. Hay un bonito hotel cerca. Podemos bailar si nos apetece.


Comenzó a hablar de una cosa y de otra, y Paula, que se había sentido un poco cohibida, perdió su timidez y comenzó a divertirse. No sabía por qué se sentía de repente cohibida con él, después de todo, era su amigo, un viejo amigo. Él había elegido con cuidado el hotel y era perfecto. El vestido gris, sencillo y sin pretensiones, pero con clase, iba perfectamente con el discreto lujo del restaurante. La comida estaba deliciosa. Paula comió gambas, ensalada César y lenguado a la plancha con patatas paja. Luego, dulces navideños. El sitio estaba lleno y la gente bailaba. Cuando el doctor sugirió que bailasen, ella se puso de pie inmediatamente.


—Hace años que no bailo —se le ocurrió decir cuando llegaron a la pista.


—Ya era hora, entonces —dijo él, inclinando la cabeza para sonreírle.


Paula bailaba muy bien y no se le había olvidado. Pedro se preguntó cuánto tardaría ella en darse cuenta de que lo amaba. Estaba dispuesto a esperar, ¡Pero ojalá no fuese demasiado! La buena comida, el champán y el baile habían transformado a una muchacha bastante sosa en alguien totalmente distinto. Cuando llegó el momento de marcharse, ella, con las mejillas arreboladas y los ojos brillantes, desinhibida por el champán, le dijo que nunca lo había pasado tan bien en su vida.


—York parece una pesadilla —le dijo—. ¿Y si no me hubieses encontrado? ¿Qué habría hecho? Eres mi ángel de la guarda, Pedro.


—Bueno, ya te las habrías apañado sola —dijo el doctor, que no tenía intención de ser su ángel de la guarda, sino alguien mucho más interesante—. Eres una chica muy sensata, Paula.


De repente, todas las cosas que ella deseaba decir se le secaron en la boca.


—He bebido demasiado —le dijo, y habló de los placeres de la velada hasta que llegaron a la casa de lady Haleford.


Él entró con ella para encenderle las luces y asegurase de que estuviese bien, pero no se quedó. Paula lo acompañó hasta la puerta, agradeciéndole nuevamente la invitación.


—La recordaré siempre —dijo.


Pedro la rodeó con sus brazos y le dió un beso, pero antes de que ella pudiese decir nada, se había ido, cerrando la puerta silenciosamente tras de sí. Paula se quedó un largo rato pensando en el beso, pero luego se quitó los zapatos y subió a su habitación. Todo estaba silencioso cuando se asomó a la puerta del cuarto de lady Haleford, así que se desvistió y se preparó para dormir. Se estaba metiendo en la cama cuando oyó la campanilla de la anciana que la llamaba. Se puso una bata y fue a ver qué necesitaba. Lady Haleford estaba completamente despierta y quería que le contara todo lo que había hecho.


—¿Dónde fueron y qué comieron?


Así que Paula ahogó un bostezo y se hizo un ovillo en un sillón junto a la cama para relatarle lo que había sucedido. Todo menos el beso, por supuesto.


—Te lo has pasado bien —dijo la anciana, complacida—. Fue idea mía, ¿Sabes?, que Pedro te llevase a pasear. Es muy amable, ya sabes. Siempre dispuesto a hacer un favor. Y está tan ocupado, que estoy segura de que le habrá costado encontrar el momento —lanzó un suspiro de satisfacción—. Ahora, vete a la cama, Amabel, que mañana tenemos que acabar con los regalos de Navidad. 


Paula le ahuecó la almohada, le ofreció una bebida, redujo la luz de la mesilla y volvió a su habitación. Allí se metió en la cama y cerró los ojos, pero no se durmió. Su hermosa velada había sido una farsa, un acto de caridad hecho por obligación por alguien que ella creía que era su amigo. Seguía siendo su amigo, se dijo, pero su amistad estaba mezclada con conmiseración. Finalmente se durmió con las mejillas húmedas por las lágrimas.


Juntos A La Par: Capítulo 39

La lista les llevó varios días de trabajo, porque lady Haleford solía quedarse dormida con frecuencia, pero finalmente Paula tomó el autobús del pueblo con la lista y un fajo de billetes en el bolso. Se divirtió haciendo las compras, aunque fuesen para otra persona. Como lady Haleford tenía una familia grande, la lista era larga: libros, rompecabezas y juegos para los más pequeños; para los mayores, albaricoques en brandy, una mezcla especial de café, botes de queso Stilton, una caja de vino, cajas de frutas confitadas y chocolates que hacían agua la boca. Le sobraba una hora hasta que partiese el autobús, así que Paula hizo sus propias compras. Ya era hora, pensó, de proveerse de artículos de perfumería, medias y un grueso jersey. Y luego regalos: una baraja para lady Haleford, un pañuelo de seda para la señora Twitchett, unos pendientes para Nélida, un collar nuevo para Marc y un ratón de juguete para Félix. Le costó encontrar un regalo para su madre; eligió una blusa de seda rosa y, como no podía dejarlo sin regalo, le compró un libro a su padrastro. En el último momento vió un vestido, gris plata, de un tejido suave. El tipo de vestido que serviría para cualquier ocasión, se dijo. Después de todo, era Navidad. Lo compró, y cargada con paquetes, volvió a Aldbury. La anciana quiso ver todo y, después de tomar una taza de té, Paula pasó la siguiente hora desenvolviendo y envolviendo paquetes con cuidado. Lady Haleford le dijo que al día siguiente tendría que ir a la tienda del pueblo a comprar papel de regalo y etiquetas, para poner los nombres. La tienda de] pueblo era un tesoro de artículos navideños. Pasó una alegre media hora eligiendo papel y cintas de colores y luego, de rodillas en el suelo para que lady Haleford la pudiese supervisar, se alegró de su experiencia en la tienda de Dolores. Más de una vez tuvieron que desenvolver algún paquete porque la vieja señora se dormía y luego no recordaba para quién era. El doctor, que entró en la habitación sin que ninguna de las dos se diese cuenta, se quedó en el umbral mirándola por detrás. Incluso sin verle el rostro, se notaba que Paula estaba nerviosa. La anciana abrió los ojos y lo vió.


—Pedro, qué placer. Paula, he cambiado de opinión. Desenvuelve el Stilton y busca una caja en la que meterlo. 


Paula dejó el queso y miró por encima de su hombro. Pedro le sonrió y ella lo retribuyó con una radiante sonrisa, porque estaba feliz de volverlo a ver.


—¿Stilton? ¿Para quién es, tía? —preguntó el doctor, mirando la montaña de alegres paquetes—. Veo que has hecho tus compras navideñas.


—¿Te quedas a comer? —preguntó lady Haleford—. Paula, ve a decírselo a la señora Twitchett —dijo, y cuando ella se fue, añadió—: Pedro, ¿Quieres sacar a pasear a Paula, por favor? Un paseo en coche... O a merendar, o a lo que sea. No sale nunca y nunca se queja.


—Desde luego. Uno de los motivos por los que venía era para invitarla a cenar algún día.


—Estupendo. La señora Twitchett me ha dicho que Paula se ha comprado un vestido nuevo. Porque es Navidad, le dijo. Quizá no le pago suficiente...


—Tengo entendido que está ahorrando para poder estudiar algo.


—Sería una buena esposa... —dijo la anciana y se durmió nuevamente.


Después de comer, mientras paseaban a los perros y conversaban tranquilamente como dos viejos amigos, él la invitó a cenar. Pero ella se detuvo para elevar los ojos hasta los de él.


—Oh, sería estupendo, pero no puedo, ¿Sabes? Tendría que dejar a lady Haleford sola toda la velada. Nélida se va a casa de su madre después de la cena y la señora Twitchett estaría sola.


—Ya veremos cómo lo solucionamos, si lo dejas en mis manos.


—Además —continuó Paula—, tengo solo un vestido. Una tontería que cometí porque es Navidad.


—Ya que te lo pondrás cuando salgamos, no me parece que sea una tontería —dijo él suavemente—. ¿Es bonito?


—Gris pálido. Muy sencillo. No se pasará de moda en varios años.


—Me parece lo ideal para salir por la noche. Te vendré a buscar el sábado que viene. A las siete y media.


Volvieron y, al cabo de un rato, él se fue.


—El sábado —le recordó, inclinándose para darle un rápido beso en la mejilla. Tan rápido que ella no supo si eran imaginaciones suyas. 

Juntos A La Par: Capítulo 38

 —Soy la acompañante de lady Haleford —dijo Paula, que percibió la frialdad de los hermosos ojos azules—. Pero le daré el mensaje si lo desea. ¿Quiere volver más tarde o esperar dentro? Ha estado enferma y no madruga.


—Pasaré a la vuelta —dijo Sofía con una dulce sonrisa—. Lamento retenerla con esta lluvia, qué poco considerada. Pero quizá a usted no le importa el campo en invierno. A mí no me gusta esta parte de Inglaterra. He estado en York durante un tiempo y después de pasar por allí, este pueblo parece tan triste...


—Es muy agradable —dijo Paula—. Pero York es hermosa. Vivía allí hasta hace poco tiempo.


Con el rostro enmarcado por húmedos mechones, sonrió al recordar al doctor.


—¿Tiene buenos recuerdos de allí? —preguntó bruscamente Sofía.


—Sí —dijo Paula, que inmersa en sus recuerdos no se dió cuenta.


—Bueno, no la detengo más —sonrió Sofía, haciendo un esfuerzopor parecer amistosa.


Más tarde, Paula le habló a lady Haleford de su encuentro.


—Me cuesta recordar la gente —dijo la anciana, inquieta—. ¿Cómo era? ¿Morena, rubia, bonita?


—Rubia y muy hermosa, con unos enormes ojos azules. Conducía un deportivo rojo.


Pero Sofía no volvió, por supuesto, y después de unos días se olvidaron de ella. Decidió cambiar de táctica. Dejó de llamar al doctor, pero se preocupó de asistir a las cenas de los amigos comunes a las que él estaba invitado. Como se acercaba la Navidad, había bastantes. Pero la vida social de Pedro dependía mucho de su trabajo, así que, para irritación de ella, solo lo veía de vez en cuando. Cuando lo hacía, él era amable y cordial como siempre, pero nada más. Los días se sucedían plácidamente en Aldbury. Lady Haleford tuvo sus altibajos y Paula pasó muchas horas sentada en su habitación leyéndole o jugando a las cartas con ella. Así que fue una alegría que la señora Alfonso anunciase visita. 


—Iré con dos de mis nietos: Delfina y Francisco. Nos quedaremos un par de días antes de llevarlos a Londres a hacer las compras de Navidad. Lady Haleford los quiere mucho y quizá la alegre verlos. ¿Quieres pedirle a la señora Twitchett que se ponga, Paula? Te encargo que le digas a mi tía que iremos.


La noticia satisfizo a lady Haleford enormemente.


—Dos buenos niños —le dijo a Paula—. Tendrán unos doce años. Son mellizos, ¿Sabes? Hijos de una hermana de Pedro —cerró los ojos un instante y dijo luego—: Tiene dos hermanas menores, ambas casadas.


Llegaron dos días más tarde. Delfina era delgada y rubia, con grandes ojos azules y una larga trenza rubia. Francisco era más alto, serio y callado.


—Paula, qué agradable volver a verte —saludó la señora Alfonso con entusiasmo—. Te encuentro un poco pálida... Supongo que no saldrás lo suficiente. Aquí están Delfina y Francisco. ¿Por qué no te los llevas al jardín un rato mientras hablo un poco con lady Haleford? Abrígate bien —su mirada se detuvo con interés en Marc, que repentinamente apareció entre los niños—. ¿Están contentos tus animales?


—Sí, muy felices.


—¿Y tú?


—Yo también, señora Alfonso.


Aunque hacía frío, era un día despejado sin viento. Los niños y Paula anduvieron por los senderos del jardín hablando de lo que harían en Navidad.


—Pasamos la Navidad en casa de la abuela —explicaron los niños—. Nuestros tíos y primos estarán allí, y tío Pedro. Nos lo pasamos fenomenal todos los años. ¿Y tú?, ¿Irás a tu casa?


—Supongo que sí —dijo Paula y antes de que le pudiesen hacer más preguntas, añadió—: La Navidad es divertida, ¿Verdad?


Se quedaron dos días y a Paula le dió pena despedirse de ellos, pero su breve visita había cansado a lady Haleford y rápidamente volvieron a su plácida rutina. No pudo evitar el deseo de disfrutar de las navidades y se llevó una agradable sorpresa cuando lady Haleford le encargó que fuese a Berkhamstead de compras.


—Siéntate —le ordenó—, y apunta la lista. 

Juntos A La Par: Capítulo 37

Cuando acabaron el té, lady Haleford decidió dormir la siesta.


—¿Te quedarás a cenar? —preguntó a su sobrino—. Te veo tan poco...


—Sí, con mucho gusto —dijo él—. Mientras tú duermes un rato, Paula y yo sacaremos los perros a dar una vueltecita.


—Tomaré una copa de jerez antes de cenar —dijo la anciana, desafiante. 


—¿Por qué no? Volveremos dentro de una hora. Vamos, Paula.


—¿Desea algo antes de que nos vayamos, lady Haleford? —preguntó Paula, poniéndose de pie.


—Sí, tráeme a Félix para que me haga compañía.


Félix, que sabía perfectamente a quién pertenecía la casa donde los habían acogido con tanta cordialidad, se hizo un ovillo en el regazo de la anciana. Hacía frío fuera, pero la luna brillaba en el cielo estrellado. El doctor tomó a Paula del brazo y caminó con ella a paso ligero atravesando el pueblo. Pasaron la iglesia y siguieron por un sendero hasta salir al campo. Cada uno llevaba a su perro y los animales trotaban junto a ellos, contentos ante el inesperado paseo.


—Bueno —dijo el doctor—. ¿Qué tal tu trabajo? ¿Ya te has acostumbrado? Estará muy quejumbrosa mi tía después del ataque...


—Sí, pero es lo normal. ¿No lo estarías tú? Me siento muy feliz aquí. El trabajo no es duro y todos son muy amables.


—Pero ¿Te tienes que levantar durante la noche?


—De vez en cuando —no le dijo que lady Haleford se despertaba la madrugada la mayoría de las noches y exigía compañía. Temiendo que él le hiciese más preguntas, preguntó—: ¿Has estado ocupado? ¿No has tenido que volver a York?


—No, esa cuestión ya está resuelta satisfactoriamente. ¿Has tenido noticias de tu madre y la señorita Chaves?


—Sí. La tía Teresa vuelve a casa a finales de enero y mi madre parece muy feliz. Ya han acabado de sembrar y tienen bastante ayuda —titubeó un momento—. Mi madre ha dicho que todavía no vaya a verlos. El señor Graham sigue un poco molesto. Emprendieron el camino de vuelta.


—¿Qué quieres hacer después?


—Pues, como podré ahorrar mucho dinero, pensaba hacer un curso de informática para conseguir un buen trabajo —añadió con inquietud—: ¿Tu madre quiere que me quede un tiempo más?


—Sí, desde luego. El doctor que piensa que mi tía necesita al menos dos meses en las presentes condiciones, quizá más.


Llegaban a la casa. 


—Tienes poca libertad —le dijo el doctor.


—Estoy bien —replicó ella.


Cenaron pronto porque lady Haleford se cansaba enseguida y, en cuanto acabaron, el doctor se levantó para irse.


—¿Volverás? —exigió saber su tía—. Me gusta tener visitas y la próxima vez tienes que contarme un poco de tu vida. ¿Todavía no has encontrado una chica para casarte? Tienes treinta y cuatro años, Pedor. Con tu dinero, tu espléndida casa y la profesión que amas, necesitas ahora una esposa.


—Serás la primera en saberlo cuando la encuentre —le respondió él, inclinándose a besarla en la mejilla. A Paula le dijo—: No, no te levantes. La señora Twitchett me acompañará —apoyó una mano en su hombro al pasar a su lado y, con Tiger siguiéndolo, se fue.


—Es un hombre muy ocupado y supongo que tendrá muchos amigos. Pero necesita una esposa. Tiene montones de dónde elegir y está esa Sofía..., la viuda de Potter-Stokes. Hace siglos que lo intenta cazar. Si Pedro no tiene cuidado, lo conseguirá —dijo lady Haleford y cerró losojos—. No es una buena chica...


Dormitó un momento y entonces Paula pensó en Pedro. Aunque fuera lo lógico para un hombre de su posición, la idea de que él se casase le resultó deprimente.


Una semana más tarde, Paula volvía de su media hora de paseo diario con Marc. Llevaba la cabeza inclinada contra el viento y la lluvia, por lo que no vió el pequeño coche deportivo que estaba estacionado junto a la puerta de lady Haleford hasta hallarse a su lado.


—Disculpe —dijo con inquietud la mujer que lo conducía—, ¿Es esta la casa de lady Haleford? Mi madre es amiga de ella y me pidió que pasase a verla, ya que venía hacia esa zona. Pero es demasiado pronto para visitas. ¿Puedo dejarle un mensaje?


Sonreía de forma encantadora mientras examinaba a Paula. Seguro que aquella era la muchacha, reflexionó Sofía. Parecía una rata mojada. No podía creer que Pedro estuviese interesado en ella. Dolores le había tomado el pelo.


—¿Es usted su nieta o su sobrina? —dijo, desplegando todo su encanto—. ¿Quizá se lo podría decir? 

jueves, 19 de mayo de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 36

Paula se propuso ser la mejor acompañante posible. No le resultó sencillo, porque lady Haleford era bastante difícil. No solo por su edad, sino porque después del ataque ya no podía vivir la vida a la que estaba acostumbrada. Los primeros días todo le parecía mal, aunque toleraba a Félix y Marc, y decía que solamente ellos la comprendían. Por suerte, la señora Twitchett y Nélida hacían todo lo posible por ayudarla, que estaba convencida de que las cosas mejorarían. Una tarde en que lady Haleford se durmió jugando a las cartas, se quedó sentada en silencio esperando que se despertase. Y mientras lo hacía, pensó que su trabajo no era fácil, no tenía libertad y casi nada de tiempo libre, pero por otro lado, tenía un hogar cómodo, los animales estaban mimados y cuidados y podría ahorrar dinero. Además, le gustaba lady Haleford, y la casa y el jardín eran hermosos. Tenía tanto que agradecer que no sabía por dónde empezar. Por el doctor, supuso, que había hecho posible que todo sucediese. Si supiese dónde vivía podría escribirle para darle las gracias... La puerta del salón se abrió silenciosamente y él entró. Lo miró boquiabierta. Luego se llevó un dedo a los labios.


—Está dormida —susurró, y sintió una oleada de felicidad al verlo.


Él se inclinó a darle un beso en la mejilla antes de sentarse.


—He venido a merendar —le dijo—. Y si mi tía me invita, también me quedaré a cenar. 


Lo dijo como si fuese algo que hacía habitualmente y tuvo cuidado de esconder el placer que le causaba volver a ver a Paula. Seguía sin ser una belleza, pero la buena comida le estaba devolviendo las suaves curvas y habían desaparecido sus ojeras. Qué hermosos ojos, pensó el doctor y sonrió, sintiéndose complacido con su compañía.  Lady Haleford se despertó con un pequeño resoplido.


—Pedro, qué gusto. ¿Te quedas a merendar? Paula, vete a avisar a la señora Twitchett. Ya conoces a Paula, por supuesto.


—La he visto al entrar. Sí, conozco a Paula. ¿Cómo te encuentras ahora que estás en casa, tía?


—Me canso —se quejó la señora—, y me olvido de las cosas. Pero es bueno estar en casa nuevamente. Paula es buena y no se impacienta. Algunas de las enfermeras eran impacientes.


—¿Duermes bien?


—Supongo que sí. Las noches son largas, pero Paula hace té y charlamos —dijo, añadiendo con ansiedad—: ¿Me pondré bien, Pedro?


—Lentamente —dijo él con suavidad—. Recuperarse es más difícil que estar enfermo.


—Odio la silla de ruedas y el andador. Prefiero apoyarme en el brazo de Paula. Qué suerte que la hayas encontrado, Pedro. No es guapa y además se viste con esa ropa tan sosa..., pero tiene bonita voz y es dulce — dijo la anciana, como si Paula no estuviese allí—. Has hecho una buena elección, Pedro.


—Desde luego que sí, tía —dijo el doctor, sin mirar a Paula.


Nélida les llevó la bandeja con el té y él comenzó a conversar sobre su madre, su trabajo y amigos comunes, dándole tiempo a Paula para que superase su incomodidad. Era tan sensata que no se molestó por los comentarios de lady Haleford, pero el doctor suponía que se sentía avergonzada.


Juntos A La Par: Capítulo 35

 —¿Fuera? No, estaré en casa las próximas semanas —dijo Sofía, poniendo cara de pena—. Hace días que Pedro y yo intentamos encontrarnos. Es que está tan ocupado... No te imaginas lo difícil que es pasar juntos una o dos horas.


—Pero, cariño —dijo la señora, que como no tenía nada de malicia no la veía en los demás—, tienes que venir a cenar. Al menos los sentaré uno al lado del otro y podrán pasar un rato juntos. Invitaré a otro hombre para completar el número.


—¡Qué amable de tu parte! —dijo Sofía, poniéndole una mano en el brazo—. Al menos, si nos sentamos juntos, podremos quedar en vernos otro día.


Ella estaba convencida de que si Pedro la volvía a ver, reanudaría su amistad con ella y se olvidaría de esa chica insignificante, pero sufrió una desilusión. El doctor la saludó con su habitual sonrisa, escuchó su entretenida charla y, con sus habituales buenos modales, evadió sus preguntas de dónde había estado. A Sofía la irritaba que, a pesar de sus esfuerzos, no lograse que él pasase de ser solo un amigo. Cuando acabó la velada, la llevó a su casa, pero no aceptó su invitación de entrar a tomar una copa.


—Tengo que levantarme temprano —le dijo y le dió las buenas noches con distante amabilidad.


Sofía se fue enfadada a la cama. No encontraba nada que criticar en su actitud masculina, pero se dió cuenta de que había perdido la poca influencia que había tenido sobre él, lo cual la hizo empecinarse más en conquistarlo. Desde que era niña, siempre había obtenido lo que quería, y en esos momentos quería a Pedro.


—Qué pena que Pedro no pueda venir, se va de fin de semana —le dijo una amiga de su madre varios días más tarde, mientras jugaba de pareja con ella al bridge.


—Sí —dijo Sofía, como si ya lo supiese—. Quiere mucho a su madre.


—Ella vive en un sitio tan agradable... También irá a visitar a una tía anciana —rió la señora—. No parece un programa interesante. ¿Irás con él, Sofía?


—No, había prometido ir a visitar a una antigua compañera de colegio.


Sin saber por qué, a Sofía le pareció sospechosa aquella información. A los dos días llamó a Pedro y, haciéndose la desentendida, le propuso ir al cine.


—No estaré el fin de semana —le dijo él.


—Ah, no importa —dijo ella como si no le importase demasiado—. Otro día será. ¿Vas a visitar a tu madre?


—Sí. Será agradable escaparse de Londres un par de días.


Aunque parecía amable y cortés como siempre, Sofía se dió cuenta de que no hacía ningún progreso con él. Había alguien más. ¿Sería la misma chica? Después de pensarlo bastante, decidió llamar a la casa de la señora Alfonso. Si ella le respondía, cortaría diciendo que se había equivocado de número. Pero si le respondía el ama de llaves, que era bastante parlanchina, le tiraría de la lengua.  Tuvo suerte. Cuando dijo que era una antigua amiga del doctor, la mujer le contó que él iría a pasar el fin de semana y que partiría la mañana del domingo a visitar a lady Haleford.


—Ah, sí —la alentó Sofía—, su tía abuela. Una anciana encantadora.


—Acaba de volver a casa —prosiguió el ama de llaves—. Ha tenido un ataque de apoplejía. Pero la señora me ha dicho que han conseguido a alguien que viva con ella: Una joven muy competente.


—Tengo que llamar a lady Haleford. ¿No me daría el número?


Una vez que tuvo el número, le resultó fácil averiguar que lady Haleford vivía en Aldbury. Encontraría una excusa para ir a visitar a la anciana y enterarse de qué era lo que tenía aquella chica que mantenía a Pedro tan interesado en ella. 

Juntos A La Par: Capítulo 34

Lady Haleford era menuda y delgada y caminaba con un bastón y el apoyo de la señora Alfonso, pero aunque andaba lentamente, no parecía en absoluto una inválida. Retribuyó el saludo de la señora Twitchett y de Nélida, que la esperaban en la puerta. Paula se había quedado en segundo plano, acompañada por Marc. Félix se sentó cerca.


—Bien, ¿Dónde está la chica que Pedro me ha encontrado? — preguntó la dueña de casa enseguida.


La señora Alfonso la acompañó al salón y la sentó en un sillón con respaldo alto.


—Aquí, esperándote —dijo—. Paula, ven a conocer a lady Haleford. 


—Mucho gusto, lady Haleford —dijo Paula.


Lady Haleford la contempló detenidamente. Tenía ojos oscuros que brillaban en medio de su cara arrugada, su pequeña nariz era aguileña y la boca estaba torcida debido al ataque.


—Una joven sosa —observó—. Pero la belleza tiene solo la profundidad de la piel, según dicen. Bonitos ojos y bonito cabello. Joven... —añadió, malhumorada—, demasiado joven. Los viejos aburren a los jóvenes. No durarás ni una semana, ya lo verás. Tengo mal genio, me olvido de cosas y me despierto por las noches.


—Seré feliz aquí, lady Haleford —dijo Paula con suavidad—. Espero que permita que me quede y le haga compañía. Su casa es hermosa, ha de estar contenta de haber vuelto. Ahora que está aquí seguro que mejorará rápidamente.


—Pues supongo que tendré que soportarte —dijo lady Haleford, sin dejarse influir por sus palabras.


—Solo hasta que usted lo desee, lady Haleford —dijo Paula rápidamente.


—Al menos sabes hablar —dijo la anciana. Su mirada se dirigió a Marc—. ¿Este es el perro que me mencionó Pedro? ¿Y también el gato?


—Sí. Ambos son mayores y se portan bien. Le prometo que no molestarán.


—Me gustan los animales —dijo lady Haleford—. Ven aquí, perro.


Marc avanzó, obediente, y se quedó quieto mientras lady Haleford lo miraba y luego le palmeaba la cabeza suavemente.





Dolores había llamado a Sofía para informarla de la visita del doctor.


—Le dije que ella se había marchado de York, me inventé una tía en algún sitio, una amiga de su madre... —dijo, sin mencionar que él no la había creído—. Se fue y no lo he vuelto a ver. ¿Ha vuelto a Londres? ¿Lo has visto?


—No, todavía no, pero sé que ha vuelto. He llamado a la consulta y dicho que quería una cita. Hace días que está aquí, así que no puede haber pasado demasiado tiempo buscándola. Eres un ángel, Dolores y te has deshecho de ella de una manera genial. 


—Para eso están los amigos. Me mantendré alerta por si ella sigue por aquí —lanzó una risilla—. ¡Buena cacería!


Sofía llamó a casa de Pedro varias veces, pero Bernardo siempre le decía que su jefe había salido.


—¿Se ha vuelto a ir de viaje? —preguntó ella abruptamente.


—No, no, señorita. Supongo que estará muy ocupado en el hospital — dijo Bernardo.


Cuando el doctor llegó a su casa por la noche, lo informó de las numerosas llamadas.


—Me he atrevido a decirle que usted estaba en el hospital. No quiso dejar mensaje.


—Me parece perfecto, Bernardo. Si vuelve a llamar, dile con cortesía que estoy muy ocupado en este momento.


Bernardo murmuró su asentimiento sin dejar ver su satisfacción; no le gustaba Sofía Potter-Stokes en absoluto.


Por pura casualidad, Sofía se encontró una mañana con una amiga de su madre.


—Cariño, hacía tiempo que no te veía. Tú y Pedro Alfonso están generalmente juntos... —se extrañó—: El viene a cenar el jueves, pero alguien me había dicho que tú estabas fuera. 

Juntos A La Par: Capítulo 33

Subieron los gastados escalones de roble hasta el descansillo al que daban varias puertas.


—Te he puesto junto a la habitación de mi tía —dijo la señora Alfonso—. Hay un cuarto de baño entre las dos habitaciones: El de ella. El tuyo está al otro lado de tu dormitorio. Espero que no te tengas que levantar por la noche, pero si estás cerca, será más fácil.


Abrió una puerta y entraron juntas. Era una habitación amplia, con un pequeño balcón que daba al costado de la casa y hermoso mobiliario. Tenía bonitas cortinas de algodón floreadas a juego con la colcha, una gruesa alfombra y un adorable sillón de orejas junto a una mesita, cerca de la ventana. Delante del tocador había un taburete y una lámpara con una pantalla rosada en la mesilla de noche. La señora Alfonso atravesó la habitación y abrió una puerta.


—Este es tu cuarto de baño. Me temo que es un poco pequeño...


—Es perfecto —dijo Paula, y pensó en el lavabo en la trastienda.


—Y esta es la puerta que da a la habitación de mi tía.


La atravesaron y entraron a la habitación de lady Haleford. Estaba magníficamente amueblada, con cortinas de damasco, una cama con dosel haciendo juego, un tocador de madera maciza cubierto de cepillos y peines de plata, espejos y pequeños frascos de cristal.


—¿Siempre ha vivido aquí lady Haleford?


—Sí. Al menos, desde la muerte de su esposo. Ella prefiere esta casa a la mansión. El jardín es hermoso y las habitaciones no son demasiado grandes. Además, al estar en el pueblo, puede ver a sus amigos con más comodidad. Hasta su ataque, conducía ella, pero por supuesto que eso no será posible ahora. ¿Sabes conducir?


—Sí, aunque no estoy acostumbrada a hacerlo en grandes ciudades.


—Tendrías que llevar a lady Haleford a la iglesia y quizás a visitar a algún amigo por aquí.


—Podré hacerlo —dijo Paula.


Recorrieron la casa, que le recordó a la suya: Cómoda, antigua e inmaculadamente limpia. Al último sitio que entraron fue a la cocina, tan antigua como el resto de la casa. Algo olía deliciosamente y la señora Twitchett se apartó del fogón para anunciarles que la cena estaría lista al cabo de media hora. Nélida se afanaba ante la mesa y, delante del fuego, como si hubiesen estado allí toda la vida, Marc y Félix se alegraron de verla, pero no hicieron ningún intento de levantarse a saludarla.


—Parecen cansadísimos —dijo la señora Twitchett—. Ya han comido y no han molestado en absoluto. 


—¿De veras que no les incomoda que estén aquí? —preguntó Paula, inclinándose a acariciarlos.


—Estamos contentas de que estén aquí. Nélida los adora. Siempre serán bienvenidos.


Paula sintió un súbito deseo de echarse a llorar. Supuso que eran tonterías suyas, pero el hecho de tener un hogar tan cálido para sus dos amigos era fantástico. Merecían paz y tranquilidad después de los últimos meses... Le sonrió a la señora Twitchett, le dio las gracias y siguió a la señora Alfonso fuera de la cocina. Durante la cena, la madre de Pedro la informó de sus obligaciones: Nada oneroso, pero probablemente tedioso y aburrido. Se tomaría su tiempo libre cuando pudiese y si ello no era posible, tendría que tomarse dos medias jornadas. Quizá tuviera que levantarse por las noches ocasionalmente y, la señora Alfonso puntualizó, el trabajo podía ser un poco exigente. Pero el salario que le ofreció era el doble de lo que le pagaba Dolores. Paula pensó que si era cuidadosa podría ahorrarlo íntegro para luego pagarse unos estudios que le permitiesen tener una seguridad en el futuro. Era una pena que no supiese que el doctor, sentado ante la mesa de su consulta, pensaba en ella mientras analizaba la historia clínica de su próximo paciente. Esperaba que Paula se sintiese feliz en casa de su tía abuela; todo había sido un poco precipitado y quizá estuviese ya arrepentida, pero algo había que hacer para ayudarla. Se levantó a atender al enfermo y se olvidó de ella totalmente. 

martes, 17 de mayo de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 32

Aldbury era un pueblo encantador, de la época de los sajones, rodeado de bosques y parques. Paula supo que le gustaría vivir allí y deseó que fuese en alguna de las casas antiguas que pasaban, de ladrillo con vigas de madera y tejado de paja. El doctor condujo hasta el otro lado del estanque con patos y se detuvo frente a una vivienda un poco apartada de las demás. Aunque era un poco más grande, también tenía el tejado de paja y su mismo aspecto acogedor. Se bajó y le abrió la puerta.


—Ven a saludar a mi madre —la invitó—. Yo bajaré a los perros y a Félix dentro de un momento.


La puerta de la casa se abrió, dando paso a una mujer sonriente, baja y gruesa.


—Ya ha llegado, señorito Pedro —dijo afablemente—. Y la señorita...


—Paula Chaves. Paula, ésta es la señora Twitchett.


Él se inclinó a besarla y Paula le estrechó la mano, consciente del escrutinio de la mujer. Ojalá que la cabezadita y la sonrisa de la señora Twitchett fuesen buena señal. El vestíbulo era amplio y bonito, pero ella no tuvo tiempo de mirar demasiado porque enseguida se abrió la puerta y entró la señora Alfonso.


—No es necesario que las presente —le dijo el doctor, dándole un beso—. Las dejo un momento, ya vuelvo.


—Sí, hijo. ¿Puedes quedarte?


—Diez minutos. Tengo consulta dentro de un par de horas.


Se fue y la señora Alfonso tomó a Paula del brazo.


—Ven a sentarte un momento. La señora Twitchett traerá el café enseguida. Estoy segura de que te vendrá bien. Me imagino que Pedro no se ha detenido demasiado en el camino.


—Una vez. Tomamos café y sándwiches.


—Pero es un viaje largo, incluso a la velocidad que va él. Quítate el abrigo y ven a sentarte, que te informe un poco de la situación. La tía de mi esposo, lady Haleford, es muy mayor y el ataque la ha afectado considerablemente. Necesita bastante atención. No una enfermera, sino alguien que esté cerca de ella. Espero que no te resulte muy arduo, porque eres joven y... ¡Los ancianos pueden ser terriblemente agotadores! Es un encanto de viejecita, y a pesar de que es un poco olvidadiza, está bien de la cabeza. ¿Te lo ha dejado bien claro Pedro? —preguntó la señora Alfonso con inquietud.


—Sí. Haré lo posible por que lady Haleford se sienta lo mejor posible, de veras —dijo enseguida Paula. 


—¿No te molesta la vida del campo? Me temo que no tendrás demasiada libertad.


—Señora Alfonso, estoy tan agradecida de tener un trabajo que me permita traerme a Félix y a Marc..., Y me encanta el campo.


—¿Quieres avisarle a tu madre dónde te encuentras? —preguntó la señora Alfonso amablemente—. En cuanto te hayas instalado, llámala por teléfono. Yo me quedaré a pasar la noche y mañana traeremos a lady Haleford.


El doctor se unió a ellas entonces. Lo seguía la señora Twitchett con una bandeja con café. Tiger y Marc entraron tras ella.


—Félix está en la cocina. Qué animal más sensato es. Ya ha conquistado a la señora Twitchett y a Nélida —le sonrió a Paula y se dirigió a su madre—. ¿Te irás a casa mañana? Yo intentaré venir el fin de semana próximo. ¿Le aclararás todo a Paula antes de irte? Bien —dijo, se bebió el café y se inclinó a darle un beso en la mejilla—. Ya te llamaré. Espero que seas feliz con mi tía, Paula —dijo poniendo una mano en el hombro de esta—. Si tienes algún problema, no dudes en decírselo a mi madre.


—De acuerdo, pero no creo que los haya. Y gracias, Pedro.


Otra vez desaparecía de su vida y esta vez, probablemente fuese la última. La había rescatado con celeridad y sin aspavientos, la había vuelto a ayudar y era lógico que se olvidase de ella. Le ofreció la mano con una sonrisa que le iluminó el rostro.


—Adiós, Pedro.


Él no respondió, solamente le dio una palmadita en el hombro y se marchó.


—Iremos arriba —dijo la señora Alfonso entonces—. Te enseñaré tu habitación y luego recorreremos la casa para que te sientas cómoda antes de que llegue lady Haleford. Vendremos a mediodía y yo me marcharé después de comer. ¿Estás segura de que podrás apañártelas?


—Sí —dijo Paula con seriedad—. Estoy segura, señora Alfonso.


Quizá no fuese fácil al principio, pero le debía tanto a Pedro...


Juntos A La Par: Capítulo 31

 —Muy sensato de tu parte, cariño. Una oportunidad para agradecerle y a la vez tener ocasión de decidir lo que quieres hacer. Oí que Pedro decía que me llamarías. Esto cambia las cosas, desde luego. Pensaba volver para Navidad, para recibirte en casa, pero ahora que no es necesario, me quedaré unas semanas más. Pero recuerda, si me necesitas, llámame. Es un alivio que haya acudido en tu ayuda. Es un buen hombre, alguien en quien se puede confiar.


Paula acababa la conversación cuando entró Pedro.


—He metido a los perros en el coche —dijo él presuroso—. ¿Quieres ponerte el abrigo y nos vamos? —metió a Félix en la cesta—. Tengo que estar de vuelta en el hospital a las tres, así que te dejaré de paso —añadió con impaciencia—: Ya te explicaré por el camino.


Como estaba claro que no le diría más hasta que lo considerase conveniente, Paula obedeció. Pero la consumía la curiosidad mientras esperaba que llegaran a la M1 y el doctor le explicase la situación.


—Vamos a Aldbury, en Hertfordshire. Mi madre está allí, preparando todo para el retorno de mi tía. Ella te lo explicará todo: Tu tiempo libre, el salario... Y pasará la noche para ayudarte a instalarte. Está muy aliviada de que hayas aceptado el trabajo y tanto ella como la señora Twitchett, el ama de llaves, y Nélida están encantadas.


—Puede que no le guste a tu tía abuela.


—No sé qué puede haber en tí que no le guste, Paula.


Mientras hablaba, el doctor lanzó una ojeada al perfil sin pretensiones que miraba hacia adelante. Paula parecía de lo más tranquila, a pesar de que él le había pasado como una apisonadora por encima, llevándola a un futuro incierto. Era lo único que se le había ocurrido hacer; no tenía tiempo y hubiese sido impensable dejarla sola en York.


—Te he empujado un poco, ¿No? Pero a veces hay que aprovechar las oportunidades. 


—Una buena oportunidad para mí —sonrió Paula—. Te estoy muy agradecida y lo haré lo mejor que pueda con tu tía abuela. ¿Cómo se llama?


—Lady Haleford. Ochenta y siete años, hace diez que es viuda. No tiene hijos. Le encantan su jardín, los pájaros, el campo y los animales. Le gusta jugar a las cartas y hace trampas. Desde el ataque está muy inquieta y nerviosa. Es olvidadiza y está un poco malhumorada —dijo, añadiendo—: Me temo que no habrá gente joven.


—Bueno, nunca he salido demasiado, así que no importa.


Cuando tuviese un momento, pensó el doctor, saldría con ella, a cenar y bailar, al teatro o a un concierto. No le tenía lástima. Paula no era el tipo de persona que inspirase pena, pero se merecía un poco de diversión y a él le gustaba. Tenía que reconocer que incluso se estaba encariñando un poquito con ella, de una forma fraternal. Deseaba verla llevar la vida que ella quería, de modo que pudiese conocer gente de su edad, casarse... Frunció el ceño. Ya habría tiempo para eso... Siguieron viajando en silencio, cómodos con su mutua compañía.


—¿Quieres que paremos? —preguntó él al rato—. Hay un pub muy tranquilo unos quince kilómetros más adelante. Podemos sacar a los perros.


El pub se encontraba apartado del camino y el aparcamiento se hallaba casi vacío.


—Entra —le dijo el doctor—. Yo sacaré a los animales. No podemos quedarnos mucho.


Paula no perdió tiempo y se dirigió al servicio de señoras. Tomaron sándwiches de rosbif y café, dejaron corretear un poco a los perros y volvieron a entrar al coche. Félix, dormitaba en su cesta. Viajar en un Rolls Royce era muy agradable, reflexionó ella. Y Pedro conducía con calma. Le daba la impresión de que era un hombre que no se alteraba fácilmente.


—Ya no falta demasiado —dijo él cuando salió de la autopista. 

Juntos A La Par: Capítulo 30

Varias horas más tarde Paula, alimentada, duchada y acostada, con Marc bajo la cama y Félix echado a sus pies, intentaba recordar lo que había sucedido, que parecía un cuento de hadas. ¿Cómo había conseguido Pedro un saloncito privado, una bandeja con té, comida para Félix y Marc tan rápido? Le habían deshecho la maleta, lavado y planchado la ropa, se hallaba en una habitación con un balcón donde Félix se podía sentir libre, había tomado una cena deliciosa, una copa de vino y Pedro la había instado a comer y beber y no hacer preguntas, sino irse a la cama, porque tenían que partir temprano por la mañana. Había obedecido, soñolienta. Agradeció la cena y le deseó buenas noches. Y todo parecía perfectamente normal, al igual que los sueños parecían normales. Por la mañana tenía que encontrar una forma de irse, pero en esos momentos solo podía cerrar los ojos. Cuando los volvió a abrir, un débil sol se filtraba por las cortinas y una simpática camarera le traía una bandeja con un té.


—El doctor Alfonso desearía que se vistiese deprisa y se reuniese con él en el saloncito dentro de veinte minutos. Yo tengo que llevarme el perro para que pueda salir con el del doctor.


Paula tomó el té, sacó a Félix al balcón y se duchó y vistió a toda prisa para no hacer esperar a Pedro, así que su pelo no era una maravilla y apenas se puso maquillaje, pero estaba descansada y dispuesta a lo que fuese. El doctor se encontraba mirando por una ventana. Se dió la vuelta cuando ella entró y la contempló detenidamente.


—Eso está mejor —el aspecto de Paula había mejorado—. ¿Has dormido bien?


—Sí, sí. Maravillosamente —dijo, y se inclinó a acariciar la cabeza de Marc—. Gracias por sacarlo. Y gracias por la habitación, fue como un sueño.


Les llevaron el desayuno y, cuando se sentaron a la mesa, ella dijo: 


—Supongo que tendrás prisa. La camarera me pidió que me apresurara. Te agradezco tu amabilidad, Pedro —luego añadió—: Hay varios trabajos que iré a ver esta mañana.


—Paula, somos amigos, así que no digamos más tonterías —dijo el doctor, untando generosamente una tostada con confitura—. Eres una joven con valor, pero ya basta. Dentro de media hora nos marcharemos de York. Le he escrito una nota a Antonio para que sepa lo que ha sucedido cuando vuelva a su casa y se lo diremos a la señorita Chaves lo más pronto posible.


—¿Decirle qué?


—Dónde estarás y lo que estarás haciendo.


—No iré a casa.


—No, por supuesto que no. Me gustaría que hicieses algo por mí. Tengo una tía abuela que se está recuperando de un ligero ataque de apoplejía. Lo único que desea es volver a su casa, pero mi madre no ha logrado encontrar a nadie que viva con ella durante un tiempo. Tiene un ama de llaves y una doncella que llevan años con ella. Lo único que hay que hacer es hacerle compañía, conversar, entretenerla. Es mayor, tiene más de ochenta años, pero adora su casa y su jardín.


Le estaba pidiendo ayuda y ella le debía tanto... Además, era su amigo, y los amigos se ayudan cuando es necesario.


—Si a tu tía abuela le parece bien que esté con ella, lo haré. Pero ¿Y Félix y Marc?


—Vive en el campo y le gustan los animales. Te aviso que es muy mayor y puede que le dé otro ataque, así que el puesto no es permanente.


—Supongo que para alguien como yo, sin ninguna preparación, será difícil encontrar un trabajo fijo —dijo ella, y se terminó el café—. Pero tengo que escribirle a la tía Teresa para decírselo.


—¿No tienes su número de teléfono?


Cuando llamaron, la voz de la tía Teresa sonó fuerte y clara preguntando quién era.


—Soy yo, Paula. No pasa nada, pero tengo que contarte..., Es decir, explicar...


—¿Señorita Chaves? —dijo el doctor, quitándole el auricular de las manos—. Soy Pedro Alfonso. Quiero tranquilizarla. Paula está conmigo y totalmente segura. Ya se lo explicará, pero le prometo que no tiene que preocuparse por nada —le devolvió el teléfono—. Sacaré a los perros a dar una vueltecilla. Dile a tu tía que la llamarás esta noche.


Paula le relató a la tía Teresa de forma bastante coherente lo que había sucedido.


—Y Pedro me ha ofrecido un trabajo con una tía de él. Le he dicho que sí porque me gustaría retribuirle su amabilidad. 

Juntos A La Par: Capítulo 29

De repente, se encontró frente a la iglesia medieval que a veces visitaba. Siguiendo un impulso, entró. Estaba silenciosa y fría, pero había paz dentro.


—Las cosas nunca son tan malas como parecen —dijo en voz alta y Marc movió el rabo, en señal de asentimiento. 


Pronto, cansado de tanto caminar, el perro se durmió a sus pies, pero Paula se quedó pensando, intentando hacer planes con una cansada cabeza que, a pesar de sus esfuerzos, estaba llena de pensamientos sobre Pedro. Si él estuviese allí, pensó soñadora, sabría exactamente qué hacer.




El doctor había llegado a York poco después de comer, se había registrado en el hotel y, con el fiel Tiger a su lado, se dirigió a la tienda de Dolores. Esta se hallaba tras el mostrador, leyendo, pero levantó la vista cuando lo vió entrar y se puso de pie. Sabía que tarde o temprano aparecería, pero sintió un pánico momentáneo al verlo.


—He venido a ver a Paula —le dijo él—. ¿Puede tomarse una o dos horas libres? O mejor, la tarde. No puedo quedarme demasiado en York.


—No está.


—No estará enferma, ¿No?


—Se ha ido. No la necesitaba más —retrocedió un paso al ver la expresión de su rostro—. Tiene a su tía.


—¿La despidió así como así? —dijo el doctor sin levantar la voz, pero Dolores se estremeció al oírlo—. ¿Se llevó al perro y al gato?


—Por supuesto. Dijo algo de ir a casa de unos amigos de su madre. Por... —se interrumpió, intentando inventar algo—. Creo que dijo Nottingham, una tal señora Skinner... —acabó y lanzó un suspiro de alivio.


—No la creo —dijo él, mirándola con frialdad en los ojos y el rostro inescrutable—. Y si le pasa algo a Paula, la consideraré responsable de ello.


El doctor se marchó. Dolores se precipitó a la cocina a servirse un whisky y no vió a la chica de la pastelería llamando al doctor.


—¿Busca a Paula? La despidió sin siquiera darle una semana de preaviso, pobrecilla. Le dijo que no la necesitaba más.


—Dolores me ha dicho que se ha ido a casa de unos amigos.


—No la crea —dijo la chica, dando un bufido—. Esa mujer le dirá cualquier cosa. Seguro que se ha ido a casa de su tía. El hombre ese, Antonio, la viene a buscar los domingos. 


—Gracias. Probablemente esté allí. Ya la avisaré si la encuentro.


Lo miró irse. Era un sueño de hombre, al margen del dinero. Llevaba un abrigo de cachemira y su corbata de seda costaría lo que un vestido de ella... Pero no había nadie en la casa de la señorita Chaves y tampoco en la casita de Antonio. En la tienda del pueblo no tuvo mejor suerte: Antonio estaba de viaje y no habían visto a Paula. El doctor volvió a York, aparcó el coche en el hotel y volvió a salir a pie con Tiger. Estaba preocupado, angustiado al no saber el paradero de Paula. Hizo un esfuerzo por tranquilizarse mientras metódicamente recorría las calles de la ciudad. Estaba seguro de que no se había ido de York. Preguntó en las tiendas y en una le dijeron que la habían visto hacía dos días comprando un bocadillo y un café. Una pista débil, pero suficiente para hacerlo volver andar por la ciudad. Cuando llegaba a un extremo de Shambles por segunda vez, reparó en la pequeña iglesia cercana donde Paula le dijo que iba de vez en cuando. Entró por la puerta abierta y la vió, una figura pequeña sentada en uno de los primeros bancos. Lanzando un suspiro de alivio, se dirigió silenciosamente hasta donde se encontraba.


—Hola, Paula —le dijo con calma—. Pensé que te encontraría aquí.


—Pedro —dijo ella al verlo mientras Marc meneaba el rabo y gemía de alegría—. Pedro, ¿Eres realmente tú?


Las lágrimas le impidieron continuar y él se sentó a su lado y le pasó un brazo por los hombros. Dejó que llorase y, cuando sus sollozos remitieron, le ofreció su pañuelo.


—Lo siento —dijo Paula—. Ha sido la sorpresa... Estaba pensando en tí y de repente, has aparecido.


—Paula —dijo él con ternura—, fui a la tienda y esa mujer, Dolores, me dijo lo que había hecho. Llevo horas buscándote, pero este no es momento de hablar de ello. Primero iremos al hotel, cenaremos y te irás a dormir; y mañana ya hablaremos. 

jueves, 12 de mayo de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 28

Una nerviosa y malhumorada Sofía la llamó por teléfono, poniendo punto y final a su indecisión. Le dijo que una de sus amigas había mencionado que Pedro no estaría en Londres para el cumpleaños de su hija. Y el cumpleaños tendría lugar tres días más tarde.


—Tienes que hacer algo rápidamente, lo prometiste —dijo Sofía, simulando estar tristísima, aunque en realidad, lo que sentía era rabia—. Ay, Dolores, me siento tan infeliz —sollozó.


—En cuanto llegue a la tienda —prometió Dolores, la cual sintió que no le quedaba más opción.


Ni se molestó en dar los buenos días al entrar a la tienda. No le gustaban las cosas desagradables y cuanto antes acabara con aquello, mejor.


—Tengo que despedirte —le dijo a Paula—. No hay suficiente trabajo para tí, y además, necesito la habitación del fondo. Puedes irte esta noche, en cuanto acabes de hacer la maleta. Deja tus cosas, las vendrás a buscar más tarde. Te pagaré, por supuesto.


—¿Qué he hecho? —preguntó Paula con voz ahogada, colocando en el estante el hada que desembalaba.


—Nada. Ya te lo he dicho: Quiero la habitación y no te necesito en la tienda —apartó la mirada—. Puedes volver con tu tía, y si quieres trabajo, hay muchos empleos antes de Navidad.


Paula no dijo nada. ¿De qué le valdría? Sería inútil decirle que su tía seguía fuera y que había recibido una tarjeta de Antonio pidiéndole que no fuese al pueblo el domingo porque se marchaban fuera diez días.


—Y no vale la pena que digas nada —dijo Dolores abruptamente—. Ya lo he decidido y no quiero oír ni una palabra del tema.


Se fue a la pastelería a tomar su café y al volver, le dijo a Paula que podía tomarse una hora libre para recoger sus cosas. Paula sacó su maleta y comenzó a llenarla. No tenía ni idea de adonde ir. Le alcanzaba el dinero para pagar una pensión, pero ¿Aceptarían a sus animales? No tendría mucho tiempo de buscar nada una vez que saliese de la tienda, a las cinco. Deshizo la cama, metió la comida que le quedaba en una caja y volvió a la tienda. Cuando dieron las cinco, Dolores seguía en la tienda. Le dió a Paula el salario de una semana, le dijo que podía dar su nombre si alguien le pedía referencias y volvió a sentarse tras el mostrador. 


—No te entretengas —le dijo—. Quiero irme a casa.


Pero Paula no estaba dispuesta a apresurarse. Le dió de comer a sus animales, se lavó y merendó, porque no estaba segura de cuando podría volver a comer. Luego se puso el abrigo nuevo, tomó a Marc de la correa, la cesta de Félix, su maleta y salió. No dijo nada. «Buenas noches» hubiese sido una burla. Cerró la puerta tras de sí, levantó la maleta y tras saludar con la mano a la chica de la pastelería, partió a buen paso. Si pudiese encontrar algo hasta que volviesen Antonio y su mujer... Anduvo por calles laterales, porque en el centro seguro que no encontraría nada barato, y finalmente encontró un sitio, deprimente y sucio, pero donde la dejaron quedarse con sus animales a condición de que se los llevase durante el día. Salió a comer y cuando volvió se lavó, se limpió los dientes, se puso el camisón y se metió en la cama. Estaba demasiado cansada para pensar, así que cerró los ojos y se durmió. A la mañana siguiente se levantó pronto y salió con los dos animales, pero a mediodía había comprobado que sería difícil encontrar un trabajo donde se pudiese llevar a Félix y Marc. Compró un cartón de leche y un bocadillo de jamón y encontró un rincón tranquilo junto a St. Mary's, donde se sentó a darles de comer a los animales la lata que les había llevado. Luego sacó a Félix para que explorase los canteros. El animal pronto volvió a acomodarse en su cesta. La tarde fue tan decepcionante como la mañana y lo mismo sucedió con el día siguiente. El tercer día, cuando tomaba el desayuno, lo informaron de que tenía que dejar la habitación libre, que habían hecho la vista gorda un par de días, pero que los animales no gustaban a otros huéspedes.


Era una mañana hermosa pero fría. Paula se sentó en el parque a pensar. No podía volver a su casa; ya se había escapado una vez y quizá no resultase tan fácil otra vez. Y nada la haría abandonar a Marc y a Félix. Tenía que esperar ocho días hasta que volviese Antonio. Y aunque fuese muy frugal, no le alcanzaría el dinero para pagar un alojamiento durante ese tiempo. Compró el periódico y miró los anuncios. Después de marcar los más interesantes, se levantó para ir a verlos, pero con la maleta y la cesta de Félix resultaba un poco cansado. La rechazaron en todas partes, sin maldad, pero con una indiferencia dolorosa. 

Juntos A La Par: Capítulo 27

Dolores parecía afectuosa por la mañana: Quiso saber dónde había ido Paula, si había comido bien y si su amigo volvería a visitarla. Paula, sorprendida por su actitud, no vió motivos para esconderle nada y le hizo un alegre relato de su tarde. Cuando Dolores mencionó que quizás él volviese pronto, ella le aseguró que sí. Cualquier duda sobre el plan de Sofía se la quitó la chica de la pastelería cuando le sirvió el café.


—Qué bien que Paula tenga con quien salir —comentó—. Se lo ve muy enamorado de ella. La besó al despedirse y todo. Se quedó en la puerta de la tienda una eternidad, hasta que ella entró. Ya volverá, seguro. Qué increíble, ¿No? Con lo sosa que parece...


Sofía se tenía que enterar de aquello, así que Dolores envió a Paula a la oficina de correos a buscar un paquete y llamó a su amiga por teléfono. Imaginaba que su reacción sería de rabia o de lágrimas, pero no esperaba silencio.


—¿Sofía? —preguntó después de un momento.


Sofía pensaba rápido; había que deshacerse de la chica enseguida. Si Dolores no estaba decidida todavía, tendría que hacerlo con urgencia.


—Dolores, tienes que ayudarme —dijo con una vocecilla angustiada—. Estoy segura de que es algo transitorio. Hace unos pocos días pasamos la velada juntos —añadió, aunque era totalmente falso. No le preocupaba mentir, lo importante era contar con el apoyo de Dolores. Logró emitir un gemido—. Si él vuelve a visitarla y ella no está, no podrá hacer nada el respecto. Sé que tiene compromisos en el hospital que no podrá evitar —se inventó—. Por favor, dile que ella tiene un trabajo nuevo y que no sabes dónde es. ¿O que tiene novio? Mejor dile que dijo que se reuniría con su tía en Italia. Ahí sí que no se preocuparía más por ella. De hecho, seguro que es lo que ella haría.


—Pero tiene el gato y el perro... —comenzó Dolores. 


—¿No has dicho que había un matrimonio que trabajaba para su tía. Se los dejará a ellos —dijo. Parecía una solución razonable.


—De acuerdo, la echaré. Pero dentro de unos días. Tengo que preparar la mercancía de Navidad y no puedo hacerlo sola.


—No sabes cuánto te lo agradezco —dijo Sofía, emitiendo otro convincente gemido—. Estoy segura de que todo se arreglará cuando él vuelva y estemos juntos nuevamente.


Lo cual era excesivamente optimista por su parte. Una vez que Pedro volvió, no hizo ningún intento por ponerse en contacto con ella. Cuando ella lo llamó, un inexpresivo Bernardo le dijo que el doctor no se podía poner. Desesperada, fue al consultorio, donde le dijo a la recepcionista que él la esperaba cuando terminase de ver a sus pacientes.


—Pedro, sé que no debería estar aquí, pero hace tanto que no nos vemos... —dijo cuando él salió de la consulta a la sala de espera. Levantó el rostro hacia él, consciente de su propia belleza—. ¿He hecho algo que te ha molestado? Nunca estás en casa cuando te llamo, tu mayordomo siempre dice que no te puedes poner —le colocó una mano en el brazo y esbozó una triste sonrisa que había practicado frente al espejo.


—He estado ocupado... Y lo sigo estando. Lamento no haber podido verte, pero me tendrás que tachar de tu lista, Sofía —le sonrió—. Estoy seguro de que hay media docena de hombres haciendo cola para salir contigo.


—Pero ellos no son tú, Pedro —rió ella—. No estoy dispuesta a dejarte ir —dijo, y se dio cuenta de su error cuando él levantó las cejas ligeramente—. Eres el perfecto compañero para salir de vez en cuando, y lo sabes.


Se despidió de él con un alegre adiós.


—Estarás en la cena de los Sawyer, ¿Verdad? —añadió—. Nos veremos allí.


—Sí, por supuesto —dijo él, pero Sofía se dió cuenta de que, de no ser por sus buenos modales, le habría demostrado su impaciencia. 


Cuanto antes se librase Dolores de aquella muchacha, mejor, pensó. Una vez que esta hubiese desaparecido del mapa, ella se dedicaría a cazar a Pedro. Pero Dolores no había hecho nada por echar a Paula. Por un lado, porque la necesitaba en la tienda y por el otro, su indolencia le impedía tomar decisiones. 

Juntos A La Par: Capítulo 26

Mientras seguía lustrando cuidadosamente unos marcos de plata, Paula pensó que quizá Dolores fuese más amable de lo que ella creía.


—Ve a arreglarte —le dijo cuando se divisó la corpulenta figura del doctor aproximándose—. Que espere diez minutos en la tienda mientras te preparas.


Mientras Paula le daba de comer a Félix, se peinaba y le ponía la correa a Marc, Dolores invitó al doctor a que echase un vistazo a la tienda.


—Ya hemos comenzado la campaña de Navidad —le dijo—. Siempre hay muchos clientes, pero cerramos cuatro días. Paula podrá irse a casa de su tía abuela. En este momento está en el extranjero, pero estoy segura de que para entonces habrá vuelto —le echó una mirada especulativa—. ¿Usted también se tomará unas vacaciones?


—Sí, supongo que sí.


—Pues si ve a Sofía, déle recuerdos de mi parte. ¿Se queda mucho?


—Me voy esta noche. Pero volveré antes de Navidad.


Paula salió entonces, con Marc. Parecía tan feliz que Dolores tuvo un instante de remordimiento. Pero fue solo un instante y, en cuanto ellos se fueron, llamó por teléfono.


—Sofía, prometí llamarte. Tu Pedro acaba de salir de la tienda con Paula. La va a llevar a la costa y pasarán el resto del día juntos. Además, me ha dicho que tiene intenciones de volver antes de Navidad. ¡Será mejor que te busques otro candidato, cariño! —exclamó. Al oír a la otra despotricar, dijo—: Yo no perdería el tiempo enfadándome. Si lo quieres tanto, será mejor que pienses en algo.


Sofía pensó en algo inmediatamente.


—No, no puedo hacer eso —dijo Dolores cuando se lo dijo. Aunque era una chismosa, no hacía las cosas con maldad—. La chica trabaja muy bien, y no puedo despedirla así como así.


—Por supuesto que puedes. Conseguirá un trabajo enseguida, hay mucho por Navidad. Y cuando Pedro vuelva, le dices que ella ha conseguido un puesto mejor y que no sabes dónde está, que le avisarás si sabes algo. No podrá faltar a su trabajo más de dos días. A la chica no le pasará nada y «ojos que no ven, corazón que no siente»... —concluyó Sofía, y se echó a llorar.


Dolores cedió; después de todo, Sofía y ella eran viejas amigas. 


Tras comer una nutritiva sopa en un pequeño pub, porque según el doctor no podían ir a pasear con el estómago vacío, salieron en el coche hacia el norte por las colinas de Yorkshire hasta un pueblecito de pescadores llamado Staithes. El doctor Alfonso estacionó el coche y, entrelazando su brazo firmemente con el de Paula, comenzó a andar en medio del fuerte viento, con los perros trotando alegremente a su lado. No hablaron, era difícil hacerlo debido al aire y, en realidad, no había necesidad. Les bastaba su mutua compañía. El mar estaba picado, gris bajo un cielo gris, y en cuanto salieron del pueblo no encontraron a nadie. Al rato volvieron al pueblo y recorrieron sus calles mirando los escaparates de los anticuarios. Anduvieron entre las hermosas casas estilo Regencia y las más modestas de los pescadores hasta llegar al pub Cod and Lobster. La merienda fue estupenda. Paula, con las mejillas sonrosadas y el cabello alborotado, radiante después del ejercicio, comió tarta de jengibre, tostadas y mermelada casera con un apetito espléndido. Se sentía feliz: La tienda, el triste cuartucho, la soledad y la falta de relaciones no importaban. Estaba con alguien que había dicho que era su amigo. No hablaron sobre sí mismos ni sobre sus vidas, había tantas otras cosas de las que charlar. Finalmente, se levantaron a regañadientes para irse. Cuando llegaron a York era todavía temprano y el doctor estacionó el coche en su hotel. Llevó a los perros a su habitación mientras Paula se arreglaba. Había poca gente en el restaurante y comieron pollo à la king y pastel de limón con nata mientras conversaban afablemente. Ella deseó que la velada no acabase nunca, pero como eso no podía ser, poco antes de las nueve dejaron el hotel para ir andando hasta la tienda. La chica que trabajaba en la pastelería estaba cerrando. Los saludó con la mano y luego se quedó mirándolos. Le gustaba Paula, que parecía llevar una vida solitaria y aburrida. De repente, había aparecido aquel gigantón. El doctor tomó la llave de Paula, le abrió la puerta y se la devolvió.


—Gracias por una tarde tan hermosa, Pedro —dijo ella—. Me siento renovada con tanto aire fresco y buena comida.


—Me alegro —dijo él sonriendo al rostro entusiasmado que se elevaba hacia él—. Tenemos que repetirlo en algún momento —al ver su expresión de incertidumbre, añadió—: Esta noche me voy a Londres, Paula. Pero volveré.


Abrió la puerta y la hizo entrar, no sin antes darle un rápido beso. La chica de la pastelería lo vio y sonrió. Paula no sonrió, pero se sentía radiante. Había dicho que volvería...