martes, 2 de noviembre de 2021

Indomable: Capítulo 9

 -¿Qué sucede? -él se había quitado las gafas y apretaba con tanta fuerza la mandíbula que supo la respuesta antes de que hablara.


-Ajústese el cinturón de seguridad y agárrese.


La sombría orden hizo que mirara por el parabrisas. Sobrevolaban las Rocosas. El verde intenso que lo cubría todo por debajo de las cumbres más altas era hermoso. Darse cuenta de que estaban a punto de caer entre todos esos árboles, y que probablemente morirían en el impacto, fue algo tan vivido que de pronto no fue capaz de respirar. El corazón le atronó en los oídos al ver cómo las montañas y ese verdor se acercaban cada vez más. Se puso tan rígida por la tensión que sintió un dolor literal. El terror le dejó la boca seca y muda. Pero cuando la avioneta de pronto se ladeó a la izquierda, su estómago la acompañó e inició un grito ahogado. Sus ojos muy abiertos miraron a Pedro y vió que luchaba con los controles. Tardó un momento en registrar el hecho de que había girado el avión adrede. Aunque estaba fuera de control, lo había obligado a responder.


-¿Qué haces? -la pregunta no transmitió todo lo que pasaba por su interior, pero era lo más próximo a lo que de verdad quería saber: « ¿Vamos a morir?»


Una cobardía que jamás había sospechado en ella le atenazó las entrañas. ¡Estaban a punto de morir y no se hallaba preparada! El avión descendió con el morro por delante y ella pudo ver las copas de los árboles tan cerca que le dio la impresión de que si alargaba la mano las tocaría. Vió las hojas en las ramas e instintivamente apretó los pies contra el suelo en un intento irracional por elevarse.


-¡Cúbrete la cara!


Paula estaba demasiado paralizada para moverse. Lo último que vislumbró antes de que el morro de la avioneta se elevara y le bloqueara la visión fue un prado abierto. Y entonces el sonido terrible de los árboles barriendo el metal llenó el avión. Adelantó el torso y se tapó la cara con los brazos. Debió desmayarse, porque nunca sintió el impacto.  Pedro se limpió con gesto impaciente el goteo de sudor que caía entre sus cejas, y no se sorprendió de tener los dedos ensangrentados. La cabeza le dolía como mil demonios, pero estaba vivo. No sabía cuánto tiempo llevaba inconsciente, pero no podía ser mucho. Él sol, o lo que podía ver de su posición por los árboles, no se había movido demasiado. Pero había perdido el conocimiento el tiempo suficiente para oler con fuerza la pérdida de gasolina. Miró a su pasajera. Paula al fin parecía desarreglada. La barbilla descansaba sobre su pecho, y parecía una muñeca rota. No daba la impresión de tener ninguna herida, de modo que alargó la mano para tocarle el brazo y sacudirla un poco. Entonces se movió, alzó la cabeza y emitió un gemido suave. Paula sentía como si cada articulación de su cuerpo se hubiera dislocado. Lentamente recuperó la conciencia, y con ella el recuerdo de caer entre los árboles. Despertó por completo y miró alrededor con frenesí. Más allá de las ventanillas rotas de la cabina, se veían ramas y troncos de árboles por doquier. La punta de una rama había penetrado por una ventana y la tenía apenas a quince centímetros de la cara.


-¿Estás bien?


La pregunta brusca la sobresaltó, pero cuando giró la cabeza para mirar a Linc, sintió el cuello rígido por el dolor. El terror y la desorientación que experimentaba se mitigaron al verlo. Ya no llevaba puesto el Stetson. Un corte cerca del cuero cabelludo brillaba con sangre, pero aparte de eso, exhibía su aspecto agreste y dominador de siempre. Bajo el bronceado se le veía la piel un poco cenicienta, pero estaba gloriosa y maravillosamente ileso. Le sacudió un poco el brazo, haciendo que fuera consciente de que le hablaba a ella.


-¿Estás bien?


La pregunta sonó un poco más amable en esa ocasión, y por algún motivo los ojos se le empezaron a llenar de lágrimas. Molesta, se obligó a contenerlas y se concentró en repasar mentalmente su cuerpo en busca de heridas. Además de un cuello tenso y un cuerpo que le dolía por todas partes, se consideraba ilesa. La comprensión plena de que estaba viva le provocó una oleada de pura euforia.


-Parezco estar... bien.


Pedro no parecía tan eufórico como se sentía ella. De hecho, mostraba una expresión tan lóbrega que Paula experimentó algo de ansiedad.


-Entonces será mejor que salgamos. Con cuidado -añadió-, ya que tenemos una filtración de gasolina.

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