-Pásamela y empieza con el resto de tus cosas.
Paula lo contempló un instante, reacia. ¿Podría confiársela? ¿Y si lograba abrirla y veía el contenido... Repasaba el contenido? El maquillaje y demás productos femeninos de higiene eran cosas que consideraba demasiado personales para ojos masculinos. Sin ninguna duda demasiado personales para los ojos de Pedro Alfonso. Ojos que eran tan marrones que parecían negros, y tan intensos que parecía que nada se le escapaba. De pronto tuvo la sensación de que penetraban en lo más hondo de su cerebro, como si pudiera leer su próximo pensamiento antes de que ella misma lo conociera. La pequeña maleta se le escapó de los dedos, sobresaltándola. Intentó agarrarla en un acto reflejo, pero no con la suficiente rapidez. Sería poco digno debatirse con él, así que se echó atrás y cerró los puños.
-Empieza a repasar tu equipaje -la orden sonó en voz baja, pero en esa ocasión tenía un deje acerado que melló el orgullo de ella-. Quédate con lo básico.
-Todo lo que guardo es básico -fue la firme respuesta de ella, lo que provocó que los ojos de él se dirigieran a Paula como una flecha a un blanco.
-Compláceme, princesa. Tengo un mal día.
La dura expresión de su boca resultó sorprendentemente intimidadora, y eficaz. Paula titubeó un momento antes de alargar la mano hacia la maleta grande. Entonces los ojos oscuros se concentraron en la pequeña. Ella abrió la maleta, le dedicó un simbólico repaso y la cerró. Con igual celeridad hizo lo mismo con la otra.
-¿Valium?
La hosca pregunta captó su atención y miró en dirección a Pedro. Había conseguido abrir la pequeña. De forma automática alargó la mano para recogerla antes de asimilar la mirada sombría que exhibía él. Entre dos dedos endurecidos sostenía un frasco que le había recetado el médico.
-¿Tienes adicción a estas cosas?
-Desde luego que no -fue la rápida respuesta ante su evidente desaprobación. No le prestó atención a la mano extendida de ella.
-¿Cuan a menudo los tomas? -Paula inclinó el torso para reclamar el frasco, pero Pedro cerró la mano y lo mantuvo fuera de su alcance-, ¿Cuan a menudo? -la mirada directa que le lanzó la advirtió de que hablaba en serio.
-No es asunto tuyo -espetó de malhumor-. Dámelo.
-Parece una dosis grande para una principiante -comentó al bajar la vista para leer la etiqueta.
-¿Sugieres que soy una adicta? -sintió que se acaloraba.
La miró con dureza y estudió su rostro durante un momento.
-¿Qué es lo que puede poner nerviosa a una mujer como tú?
Sintió la pregunta como un sopapo. Pedro Alfonso no sólo se había pasado, sino que había conseguido dar en puntos dolorosos. La emoción que surgió en su interior la pilló desprevenida y de repente los ojos le escocieron.
-No sabes de qué estás hablando -soltó, consternada al oír su voz ahogada. Y eso la enfureció-. Dame ese frasco.
Se lo guardó en el bolsillo de la camisa. La acción consiguió que ella se pusiera frenética.
-¿Cómo te atreves? -la voz le tembló por la indignación.
-Sigue preguntándotelo, -repuso con calma, sin pestañear-. Me atrevo a muchas cosas, y a muchas más que me atreveré en los siguientes días. Pero preferiría salir de aquí con una damisela neurótica que con una damisela neurótica y atontada -indicó sus maletas-. Y ahora acabemos con eso.
El rápido cambio de tema y el movimiento suave que realizó para alcanzar la maleta grande la sorprendieron. La abrió al instante y comenzó a repasarlo todo. La visión de sus manos grandes hurgando con indiferencia entre sus cosas personales la ofendieron.
-Necesito todo lo que hay ahí -repitió ella, luego alargó la mano para cerrar la tapa de la maleta. Antes de lograrlo, Pedro le asió la muñeca. Paula lo miró a los ojos.
-Mira a tu alrededor, Paula.
La orden solemne envió una oleada de terror por su cuerpo que le hizo olvidar la maleta. La absoluta seriedad en la cara de Pedro era inconfundible. Por su mente pasó una imagen de bosques densos y montañas altas. Pero la interminable vegetación que había visto desde el cielo sería aún más terrible y pavorosa desde el suelo. La extraña sensación que experimentó, que ese entorno agreste se cerraba en torno a ellos, hizo que sintiera todavía más terror. A pesar de la orden de él, no pudo forzarse a mirar a su alrededor.
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