Éste jamás dió en el blanco. A él le bastó con alzar la mano y darle un pequeño empujón en el hombro. No fue gran cosa, pero bastó para hacerle perder el equilibrio. Ella volvió a gritar antes de sufrir una nueva y gélida zambullida. En esa ocasión Pedro dejó que se debatiera sólo unos momentos antes de agarrarla por los brazos y ponerla de pie.
-¡Matón prepotente! -soltó ella con voz entrecortada.
Le aferró las muñecas antes de que pudiera tratar de golpearlo otra vez. Paula intentó darle unas patadas, pero las piernas le temblaban por la fatiga y el agua tiraba demasiado de su ropa y cuerpo para que pudiera lograr algo más que tropezar con su propio pie. La pierna sobre la que se equilibraba estaba demasiado débil para la fuerza de la corriente, y resbaló. Si Pedro no la hubiera tenido firmemente asida de las muñecas, habría vuelto a caer.
-Ríndete, pequeña diablesa -comentó con humor hosco mientras la sacudía un poco-. Hasta un caballo salvaje sabe cuándo debe dejar de luchar.
-¡Yo no soy un caballo! -estalló casi sin fuerzas. Apenas podía sostenerse de pie. Alzó la mirada extenuada para clavarla en sus ojos, pero en su expresión aún ardía con intensidad el desafío-. ¡Y tú no eres ningún domador!
Entonces él rió entre dientes. Un sonido ronco y masculino que resultaba demasiado cálido y atractivo.
-De modo que entiendes que no dejaré que me pisoteen hasta matarme al final de la historia. Es el primer signo de verdadera esperanza que he visto en tí, princesa -la acercó y Madison se quedó sin aliento- Vamos a secarte y a prepararte para dormir.
"Vamos a secarte..." Las imágenes que pasaron por su mente fueron asombrosamente sexuales y al instante se puso en guardia. Se hallaba tan débil que estaría por completo a su merced. La tenía bien sujeta y era imposible liberarse. En realidad, ¿Qué clase de persona era Pedro Alfonso? La sola idea de que un hombre pudiera dominarla a la fuerza e imponerse a ella le resultaba ajena. Pero le acababa de mostrar lo indefensa que estaba físicamente ante él. ¿Y si decidía insinuarse? Se encontraban solos en esas montañas. Para algunos hombres la proximidad bastaba. Nunca se había considerado vulnerable al peligro sexual. Cuidaba su seguridad personal y sabía sin ninguna duda que la imagen firme que proyectaba desanimaba a casi todos los miserables de considerarla una víctima. Su actitud independiente y su personalidad cáustica intimidaban a la mayoría de los hombres, manteniéndolos con éxito a distancia prudencial. Pero el contacto de Pedro tenía un efecto curioso en ella. ¿Cómo podía estar asustada de él y, al mismo tiempo, encenderse con la descarga eléctrica de su roce? ¿Estaba tan hambrienta de afecto en su vida emocionalmente aislada que resultaba presa fácil para un hombre de atractivo razonable? ¿Incluso ante uno que había establecido la grosera comparación de domar a una yegua para domesticarla? ¡Estaba perdiendo la cabeza! Cauta con él y con la excitación desconcertante que agitaba en ella, comenzó a tirar de las manos para ver si lograba soltarse de su férrea prensa. Él se detuvo al sentir su resistencia y con gesto casual juntó sus manos. Con gran rapidez pasó los dedos de una mano enorme en torno a las dos muñecas de Paula, luego reanudó la marcha, arrastrándola fuera del agua como una prisionera. Su aprensión se multiplicó ante esa nueva demostración de fuerza. Se sintió irritada porque esa exhibición de macho enviara un delicioso temblor de peligro sensual por su cuerpo. No tenía importancia preguntarse qué clase de hombre era... ¿Qué clase de mujer era ella?
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