jueves, 4 de noviembre de 2021

Indomable: Capítulo 13

 -En el acto... As -repuso. Tuvo la satisfacción de ver un destello de reacción en sus ojos, y dejó que sus labios esbozaran una sonrisa.


Sintiendo que de alguna manera se había vengado, se sentó sobre la maleta para cambiarse de calzado. Cuando terminó de quitarle los cordones a las botas, Pedro había guardado todo en el bolso, menos la red. Como odiaba verse limitada a un par de zapatillas, en un impulso guardó las botas en la red. Y entonces él empezó a marchar en dirección a los árboles que había al otro lado del prado, y sus largas zancadas no tardaron en poner distancia entre ellos. En la precipitación por recoger el bolso de mano y la red para alcanzarlo, Paula estuvo a punto de olvidar el neceser que contenía su maquillaje y productos personales. Se pasó la correa del bolso a un hombro, el cordel de la red al otro y luego recogió el neceser y corrió en pos de Pedro. Consiguió dar media docena de pasos antes de tropezar y caer de bruces. Él estableció un ritmo que sabía que sería brutal para Paula. No lo hacía para ser cruel, sino para que ella prestara más atención a mantenerse a su lado que a pensar en el aprieto en que se encontraban. Y conocía lo suficiente sobre su personalidad envenenada para saber que la puya de «As» era el preludio a un discurso más extenso acerca del accidente. Si le daba una oportunidad, tenía el potencial para hostigarlo todo el trayecto. Dió por hecho que la ruta más rápida para salir de las montañas era ir cuesta abajo. Debían encontrar un arroyo y un lugar seguro para acampar durante la noche. En cuanto el sol se pusiera por detrás de las cumbres occidentales se quedarían sin luz. A Su Alteza eso no le iba a sentar bien. Al menos podrían encender una hoguera. Tenía cerillas y un encendedor, pero iban a necesitar agua. Podían saltarse unas cuantas comidas, pero sin agua podrían continuar poco tiempo. Encontrar una corriente también podría significar que quizá capturaran algunos peces y así solucionaran el problema de la comida.


Miró por encima del hombro. Paula seguía llevando ese maldito neceser. Se había pasado la correa del bolso y la cuerda de la red a través del pecho para liberar sus manos, pero llevaba el neceser como si contuviera una botella de nitroglicerina. ¿Para qué? Paula Chaves era una belleza natural. Podría haber sido capaz de lavarse la cara, cepillarse el pelo y salir de su mansión como si pareciera una mujer de un millón de dólares. No le recriminó que lo llevara porque había reconocido que al menos algunas de las cosas de su colección tal vez les resultaran de utilidad si no conseguían encontrar pronto la civilización. Esperaba que dieran con el puesto de guardia de un ranger, una cabaña particular o un refugio de cazadores que tuviera un teléfono, pero, en el mejor de los casos, era una posibilidad remota. No podía conjeturar cuántos kilómetros cuadrados de vegetación los rodeaban. Encontrar por casualidad a otra persona en un lugar tan extenso sería imposible. Además, ya habían consumido gran parte de su suerte al sobrevivir al accidente. Sería una tontería contar con más.


Paula se sentía extenuada y miserable, y le parecía que tenía los pies en carne viva. Las zapatillas eran nuevas y no exactamente de su número. No importaba que hubieran caminado cuesta abajo lo que parecían horas. No había ningún sendero, y el curso elegido por Pedro estaba lleno de obstáculos. La raíz de un árbol aquí, una rama caída allí, un matorral denso casi a cada paso. A veces la dirección en la que iban era tan empinada que a menudo se dejaba caer de espalda para deslizarse hasta el fondo. Estaba sudorosa y sucia, y tenía tanta sed que la lengua le colgaba de la boca. Las piernas largas de Pedro hacían que la marcha fuera fácil para él, pero ella apenas conseguía mantener el ritmo. Se mantenía tan por delante de ella que la conversación resultaba imposible aunque no hubiera estado tan jadeante. 

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