martes, 30 de noviembre de 2021

Indomable: Capítulo 42

 -Bueno, eso es todo, entonces -musitó y apretó las manos con tanta fuerza que le dolieron-. Me despediré ahora, para que los dos podamos emprender la vuelta.


Pedro la miraba fijamente, y daba la impresión de poder penetrar hasta el rincón más apartado de su cerebro. Paula esbozó una sonrisa tensa y esperó que él jamás supiera lo destrozada que estaba por tener que despedirlo y regresar a su vida solitaria y desesperada sin esperanza de gozo. Kiara, como si percibiera que se trataba de un adiós, se lanzó hacia Pedro. Él se agachó para acariciarla.


-Ya nos veremos, Kiara. Cuida tus modales con la señorita Paula.


Se levantó en silencio. La miró con expresión solemne y se llevó la mano a la visera del Stetson en educado saludo vaquero. Luego se marchó. Kiara se quedó con la vista clavada en la puerta cerrada, la cabeza ladeada y gimiendo. Las rodillas de Paula cedieron y cayó sobre el borde de la cama. Le dolía tanto el corazón que tenía ganas de ponerse a gemir como la perra. Regresó a Texas en coche. Fue un viaje largo, tranquilo y agotador. Kiara fue tan callada como ella, y casi todo el trayecto lo hizo con la cabeza colgando del asiento, como si estuviera demasiado deprimida para vivir otro minuto.



Tres días más tarde llegaron a Coulter City a las diez de la noche, y Paula llevó a Kiara directamente a la cama. Carla salió corriendo de la zona del servicio, situada en la parte de atrás de la mansión, al oírla entrar, pero la pequeña doncella desapareció al instante cuando la informó de que no la necesitaba. Las dos durmieron hasta las once de la mañana siguiente. Al levantarse, Kiara parecía recuperada, y con viveza examinó todas las habitaciones de la planta alta. Apenas podía moverse, pero se puso una bata y bajó para dejar salir a la perra al jardín delantero. Al bajar más tarde, se había duchado y peinado. Soltó a Kiara para que fuera a explorar la mansión. No se había molestado mucho con el maquillaje, y se había puesto unos sencillos pantalones grises y una camisa blanca de algodón. En vez de dirigirse al comedor, donde sabía que tenía la larga mesa preparada para el almuerzo, fue a la cocina, donde Juan, Esmeralda y Carla iban a comer.


-Me preguntaba si después de terminar el almuerzo seríais tan amables de reunirse conmigo en la biblio... no, en el salón -esperaba que la elección menos formal de estancia los ayudaría a estar más a gusto-. Tengo algo que decirles a los tres que espero... -se interrumpió-. Si no les importa -añadió, muy incómoda, sin pasar por alto las rápidas miradas que se lanzaron los tres mientras asentían.


-Sí, señorita.


Cuando dió media vuelta para marcharse, Esmeralda preguntó:


-¿Desea que le sirvan ahora el almuerzo, señorita?


-No, gracias, Esmeralda -se volvió-. Ahora mismo no tengo hambre.


Se sintió aliviada al escapar de la cocina, pero la espera en el salón fue angustiosa. Le dolió que el personal apareciera antes de lo esperado, como si hubiera comido a toda velocidad o ni siquiera hubiera terminado. Qué bruja debió haber sido para que esas tres personas estuvieran preocupadas por la posibilidad de no complacerla. Y estaban preocupados, pudo verlo en sus ojos mientras entraban en silencio y formaban en el centro de la habitación. Kiara trotó detrás de ellos y se alineó a su lado.


-Por favor -comenzó, e indicó el sofá y los sillones que lo flanqueaban-. Por favor, sientense... y ponganse cómodos.


De nuevo se miraron, pero se sentaron y la esperaron expectantes. Paula se aclaró la garganta, tan atenazada que temía no poder hablar.


-Quería hablar primero con ustedes, porque creo que ha sido con los tres con quien me he comportado de forma más dura y poco cortés.




Malena Bodine Duvall había oído hablar del accidente aéreo de su prima. Varias veces llamó a la mansión, pero cortó antes de poder marcar el último número. Toda Coulter City bullía con rumores sobre Paula chaves. Tanto que las historias habían llegado hasta el Broken B. La opinión general era que Paula debió creer que iba a morir y había experimentado una especie de conversión religiosa. Eso o recibió un golpe en la cabeza y no podía recordar quién era. Había estado perdida en las montañas con Pedro Alfonso durante casi cuatro días. Como se sabía que Pedro era un hombre duro y directo, casi todos especulaban con que había conseguido domar a la fierecilla. Cómo había logrado esa proeza era causa de atrevidas teorías. 

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