Prácticamente la arrastró de vuelta al campamento. Kiara los siguió al trote. La perra gimió ante la indignidad de la correa. Pedro había decidido que la cuerda era demasiado pesada para una perra tan pequeña, de modo que abrió una de las cajas de pantys y con estos improvisó una. Habían avanzado poco cuando la perra volvió a cojear, de modo que la acomodó bajo su brazo. Caminaron durante una hora. Justo cuando él iba a desviarse del sendero en dirección a la corriente, se detuvo.
-¿Oyes eso?
Paula se paró a su lado y prestó atención. No pudo captar nada inusual por encima del sonido de los pájaros y el crujido ocasional de las hojas bajo la leve brisa. Pedro reemprendió la marcha por el sendero a un ritmo más veloz. Ella percibió su urgencia, y eso le provocó una cierta excitación.
-¿Qué ha sido? -preguntó ansiosa.
-Esperemos para comprobarlo -fue la respuesta cauta de él, aunque no impidió que sus esperanzas se desbocaran.
Aunque hacía un rato que marchaban en línea descendente, el sendero comenzó a hacerse bastante cuesta abajo. Los pies de Paula resbalaron varias veces, aunque logró mantenerse erguida. Pedro llegó primero al fondo, luego esperó que se reuniera con él. Al llegar a su lado, ella vió un prado herboso. Formaba parte de un valle. La corriente que habían estado siguiendo... Dió por hecho que era la misma, lo atravesaba. En el otro extremo del valle, junto a la ladera de otra montaña, se veía una sección de camino asfaltado. Por la derecha de pronto apareció un coche blanco que pasó a toda velocidad por la parte de carretera que les resultaba visible. Desde la otra dirección avanzó más despacio una minicaravana. Paula no pudo contener su excitación y se volvió hacia Pedro para agarrarle el brazo.
-No me lo creo... ¡Lo conseguimos! -lo soltó y se lanzó a sus brazos.
Pedro se puso rígido un momento, luego le devolvió el abrazo. La estrechó con fuerza y le cortó el aliento. Paula percibió el significado del gesto, pero no lo entendió. Cuando se echó atrás para mirarlo, él se inclinó y la besó. Un beso breve e insatisfactorio, pero lo interpretó como la liberación emocional de haber conseguido al fin escapar del bosque. Su rostro se suavizó en una amplia sonrisa. Los ojos oscuros le brillaban.
-Veamos si alguien nos lleva.
De pronto Paula no sintió más dolor en el cuerpo, y avanzó con él por la extensión verde en dirección a la colina rocosa debajo de la carretera, tan excitada que apenas podía contenerse de emprender la carrera. Pedro puso a Kiara en el bolso y se pasó la correa al hombro. La cuesta era tan empinada que prácticamente se vieron obligados a ascender a rastras. En cuanto llegaron a la superficie asfaltada, apareció otra minicaravana. Pedro agitó los brazos. Entonces su aventura en las montañas llegó a un final súbito. La pequeña familia que iba en el vehículo hizo espacio para su equipo y los llevó hasta el puesto de los rangers. Después de proporcionarles un resumen de lo sucedido, los transportaron hasta Colorado Springs; Pedro fue al aeropuerto para presentar el informe necesario. Paula se duchó, llamó al servicio de habitaciones y compartió la comida con Kiara. Ambos cayeron en un sueño exhausto antes de que Linc regresara al motel.
A la mañana siguiente la despertaron unos ladridos felices ante la puerta que comunicaba los dos cuartos. Algo había sucedido durante su separación de una noche. Lo supo en cuanto vió la cara de Pedro. Esa mañana se mostraba distante. Se ofreció a sacar a Kiara, pero no se reunió con ella cuando Paula pidió el desayuno en la habitación. Hacía unos minutos que él había salido cuando sonó el teléfono. Era Pedro que la llamaba para decirle que había llevado a Kiara a un veterinario que había calle abajo para que la examinara y la vacunara. Como desconocían la historia del animal, consideró que era una necesidad. Cuando regresaron una hora más tarde, la perra había sido bañada y peinada y lucía una correa respetable.
-Me sentí extraño al pasear a una perra tan elegante por la calle -Pedro esbozaba una mueca irónica.
-¿Así que es una Yorkshire?
-Ha quedado bien, ¿No crees? -asintió-. En la clínica calcularon que debía tener un año de edad. Cuesta creer que debajo de esas greñas sucias había un pedigrí de alta alcurnia. Dejé mi nombre y mi teléfono por si alguien denuncia su desaparición.
Reinó un silencio incómodo. Todo había sucedido tan deprisa. Primero el puma, luego encontrar la carretera, después el repentino regreso a la civilización. El sentido de camaradería que hubieran podido labrar en las montañas casi había desaparecido. Habían sobrevivido juntos a un accidente de avión y a cuatro días de aislamiento difícil y de pronto volvían a ser desconocidos. Tres noches atrás, Pedro le había hecho perder la cabeza con sus besos. Y dos noches antes la había obligado a enfrentarse a la persona en que se había convertido, cambiando para siempre su actitud hacia el mundo y afectando el modo en que se comportaría el resto de su vida. Pero al mirarse en la habitación del motel, se sentían tan cautos y recelosos como si se hubieran conocido aquella mañana. A Paula empezaron a escocerle los ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario