La ropa seca sólo le dio calor un rato. Arrimarse al fuego hizo que la cabeza se le adormilara. No mencionaron la comida. Al menos Pedro le había dado una linterna que sacó de su bolso para poder alejarse del campamento para satisfacer una demorada llamada de la naturaleza. En ese momento hacía lo que podía para no prestarle atención mientras la parte delantera de su cuerpo se calentaba demasiado y la trasera se enfriaba. Lo observó cuando desenrolló el plástico y lo extendió en el suelo al otro lado de la hoguera. Era más ancho que una cama doble. Luego extendió la única manta que tenían y la puso sobre el plástico. Había colgado sus vaqueros de la rama de un árbol, pero empleó la cuerda para fabricar un tendedero para la ropa mojada de Paula. Por la mañana todo estaría seco. Esa consideración la avergonzó un poco. Quizá lo había juzgado mal. Tal vez se había pasado al decirle que era un neandertal. Tampoco tendría que haberlo criticado por el accidente de la avioneta. Al menos había conseguido aterrizar sin que murieran. La somnolencia y el agotamiento parecían potenciar la cálida sensualidad que quedaba de la «Charla sobre sexo» que habían mantenido una hora antes. El suave resplandor dorado del fuego contribuía a esa sensación. Pedro era completamente inapropiado para ella. Todos los hombres que había conocido desde Damián lo habían sido. Nadie había alcanzado jamás el ideal establecido por él. Él terminó de hacer la cama improvisada. Luego arrastró su bolso, sin duda para usarlo como almohada. Lo observó, preguntándose cómo habría solucionado el problema para que durmieran. Paula había dejado bien claro lo que pensaba al respecto, de modo que no le preocupaba dónde iba a dormir Pedro. Hasta que se enderezó y la miró desde el otro lado.
-Es hora de acostarse.
Las secas palabras la sobresaltaron. Entonces comprendió el significado de su comentario de que no quería acurrucarse junto a un bulto mojado. Algo le indicó que no tenía intención de dormir en otra parte que no fuera la manta, a pesar de lo que había dicho ella.
-No podemos dormir juntos -fue la instantánea réplica de Paula.
-Sólo disponemos de una manta y la temperatura como mínimo bajará otros diez grados. A menos que recordaras reservar una habitación en el motel local, no tienes elección.
-Dormir juntos no es una opción.
-Es la única opción -contradijo él-. ¿Quieres que nos peleemos o preferirías tumbarte y dormir un poco?
El recuerdo de hallarse a su merced en la corriente aún era poderoso. La mirada sombría que le dedicaba era una promesa solemne de que estaba dispuesto a imponerse otra vez para garantizar su cooperación. De pronto se sintió desvalida y atrapada. No importaba que estuviera salvajemente atraída por Pedro. La extraña sensación de que de algún modo eso se hallaba relacionado con la infelicidad en su vida era fuerte y de repente profundo. En el pasado había sido una niña desvalida, sin elecciones reales. Se había visto atrapada en una existencia dolorosa y triste, con tutores que deberían haberla querido, pero que no pudieron hacerlo porque ella no valía la pena. También él la veía como a una carga, un estorbo en sus esfuerzos por salir de las montañas. Y en ese momento la atrapaba... La obligaba a echarse junto a él a pasar la noche. Aún lo miraba, quieta, cuando Pedro avanzó hacia ella. En su tardía precipitación por ponerse de pie para alejarse de él, jadeó ante el súbito aguijonazo de dolor al moverse. El cuerpo se le había puesto tan rígido que apenas podía levantarse. Sus piernas eran extensiones gemelas de agonía, y tenía los pies tan doloridos que sólo pudo cojear unos pasos hasta que él la alcanzó.
-¡Mantente alejado de mí! Él mostró una expresión de impaciencia, pero se frenó.
-¿Tienes muy mal los pies? -el tono bajo exhibió cierta preocupación que alivió el pánico de Paula y despertó algo vulnerable en ella. Que desapareció en el acto al pensar que si tenía los pies demasiado llagados le presentaría un nuevo problema. Sería una carga aún mayor si no podía caminar.
-No mucho -dió dos agónicos pasos.
Se había puesto unos calcetines limpios pero no las zapatillas, para que se secaran. Los pies todavía le dolían demasiado como para probarse las botas y odió pensar que caminar por el campamento pudiera ensuciarle los calcetines.
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