martes, 9 de noviembre de 2021

Indomable: Capítulo 18

En cuanto estuvo en tierra firme, trató de plantar los pies y soltarse. Fue imposible hasta que de pronto él la dejó ir. Trastabilló hacia atrás y estuvo a punto de sufrir la nueva indignidad de caer sobre su trasero.


-Quítate esa ropa.


La orden brusca la horrorizó. Miró en torno al círculo de luz. Todo lo que había fuera de su perímetro dorado se hallaba sumido en negras sombras y en un peligro invisible. Aunque Paula comprendía la necesidad de secarse, carecía de intimidad. Recordó el comentario de secarla y experimentó otra oleada de excitación. Lo contempló con expresión aprensiva mientras él se quitaba las botas. Tenía los vaqueros mojados. Desencajó los ojos cuando llevó la mano al cinturón. Sin ninguna timidez, lo desabrochó y se lo quitó con gesto seco. Cuando deslizó la mano hacia el botón metálico de los vaqueros, ella apartó la vista. « ¡Va a quitarse los pantalones!» El suave sonido de la cremallera al bajar la obligó a darle por completo la espalda y a acercarse al borde mismo de la luz. «Oh, Dios, ¿Qué vendrá a continuación?» Paula miró con desesperación en dirección a los árboles oscuros que marcaban el linde entre la tenue luz y la absoluta negrura. El fresco aire nocturno penetró a través de su ropa empapada y le absorbió el calor del cuerpo. Estaba helada.


-Puedes ponerte la bata... -la voz de Pedro la sobresaltó-..., lo cual no te aconsejo, o puedes ponerte la ropa limpia.


Paula se atrevió a mirar por encima del hombro. Pedro llevaba unos vaqueros secos. No se había metido la camisa en la cintura, pero estaba decentemente vestido. Parte de su preocupación se atenuó hasta que él añadió:


-Me niego a acurrucarme junto a un bulto mojado, así que date prisa.


-Por lo que a mí respecta, puedes acurrucarte junto al puerco espín más cercano -repuso, alarmada por sus palabras.


-Damisela, cada palabra que sale de tu boca es un desafío -la miró-. Uno de estos días algún hombre con más serrín que sentido común en la cabeza te va a poner a prueba.


La amenaza sensual estaba allí presente. ¿Por qué de repente todo parecía tan sexual? Desesperada por revivir la distancia crispada del desagrado mutuo, Paula alzó un poco la barbilla.


-Ahórrame tus analogías folclóricas, vaquero. Sólo un hombre muy débil que siente el impulso de demostrar y defender constantemente su virilidad ve una amenaza en toda conversación. 


-Si esa es tu forma de provocarme -hizo una mueca divertida-, debes saber que siento una atracción especial por un desafío. Y cuando surge uno tan ligado a la posibilidad de sexo, se me hace casi irresistible.


La declaración la alarmó. La primitiva reacción femenina que desencadenó en ella de miedo y excitación hizo que deseara gritar de frustración.


-Aquí no hay ningún desafío sexual -afirmó, ansiosa porque su mente pensara en otra cosa que no fuera el sexo. Pero de pronto su cerebro estaba obsesionado con el tema.


Los ojos de Pedro adquirieron una intensidad que le quitó el aire. Adrede la recorrió de arriba abajo, y cuando se detuvo en los puntos significativos de su cuerpo, Paula sintió que la sangre le atronaba en los oídos.


-Así que ningún desafío sexual, ¿Eh? -miró su rostro acalorado-. Insolente, rubia y hermosa, con las curvas adecuadas en los lugares adecuados -clavó los ojos en sus pechos mientras sin pudor constataba lo que veía-. Ropa mojada que se pega al cuerpo. Atributos... exuberantes. El frío viento de la montaña que endurece...


Consternada, Paula bajó la vista a la blusa roja mojada y se quedó boquiabierta. A pesar del color oscuro de la camisa, bien podría haber estado desnuda de cintura para arriba. Aferró la pechera y apartó la tela empapada de su piel.


-Ahora ves otro motivo importante para ponerte ropa seca -indicó él-. Te daré la espalda hasta que hayas terminado.


Los dientes empezaron a castañetearle y se dió cuenta de que tenía un frío de muerte. No le quedaba más remedio que confiar en él para que no mirara mientras se cambiaba. Sentía tanto frío que apenas podía hablar.


-¿Có-cómo sé que... que no mi-mirarás?


-Porque te doy mi palabra -afirmó con severidad.


Algo en ella se relajó. Pedro Alfonso tenía fama de respetar su palabra. Pero, ¿Su fuerte integridad pública se extendía hasta el aislamiento de las Montañas Rocosas? Pedro apartó la vista de su rostro ansioso y se acercó a sus pertenencias. Recogió el bolso de red y se lo arrojó por encima del fuego. Paula lo atrapó en el aire y se lo llevó al pecho. La miró unos momentos más antes de darle la espalda y dirigirse al límite de la luz. 

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