Cuando de pronto desapareció, sintió un escalofrío de inquietud. Lo había mantenido a la vista toda la jornada, pero sólo porque él no había decidido establecer un récord de marcha como el día anterior. ¿Adonde había ido? Los pasos desmañados de Paula se aceleraron. Se había salido del sendero, aunque no estaba segura del lugar exacto. Iba a hacer acopio de energía para llamarlo cuando sintió que algo se acercaba por detrás. Algo grande, fuerte y abrumador la agarró, sacándola del sendero y arrastrándola hacia los árboles a tanta velocidad que sólo pudo jadear. Una dura mano masculina se cerró sobre su boca antes de que pudiera gritar. El gruñido ronco de la voz de Pedro fue aterrador y tranquilizador.
-Corre, maldita sea, o serás la cena de un animal.
Paula no pudo pensar, sólo fue capaz de reaccionar. Aunque se hallaba tan exhausta y rígida que apenas podía caminar, de pronto revivió y se puso a trastabillar por entre los árboles a un ritmo entrecortado para escapar del peligro innominado que acechaba en alguna parte a su espalda. Pedro le quitó la mano de la boca y dejó de empujar. Le aferró el brazo y la guió a su lado por la cuesta empinada, lejos del arroyo. La prensión sobre su brazo era fuerte y dolorosa, pero a ella no le importaba siempre y cuando la llevara consigo. Las piernas le cedieron justo cuando llegaban a la cima. Tenía los pulmones en llamas y trabajando como un fuelle. La cabeza le daba vueltas y las rodillas estaban demasiado gelatinosas para sostenerla. El terror le provocó náuseas. ¡Sea lo que fuere de lo que escapaban, la iba a alcanzar ya! Pedro no podría cargarla y salvarse él. Y jamás se sacrificaría por ella. El oso, no podía ser algo inferior a un oso, la capturaría. ¡A ella! ¡Paula Chaves, devorada por un oso! ¡Por qué no habría muerto en el accidente! ¡Oh, Dios! Pedro dejó que se derrumbara, aunque la ayudó y no permitió que aterrizara con mucha dureza. ¿Por qué no la dejaba caer? Podría aprovechar el tiempo para escapar. Mientras el oso se concentraba en despedazarla y engullirla, él podría correr kilómetros. Un sollozo de puro horror sacudió su cuerpo y le desgarró el pecho y la garganta reseca. Miró atrás esperando ver al oso, pero no había nada. Titubeó unos momentos, tratando de emplear algo de fuerza para incorporarse mientras aún existía una leve posibilidad de escapar, pero él se lo impidió.
-Ya ha pasado todo -anunció-. Mira allí -señaló pendiente abajo a la derecha, a un claro entre los árboles. Desde donde estaban podían ver un trecho del arroyo. Pasados unos momentos, un enorme oso pardo apareció a la vista-. Era imposible saber si ya había comido o no, de modo que lo mejor era largarse antes de que nos oliera.
Paula estaba en el suelo apoyada sobre un codo, pero el hecho de que se había salvado del oso hizo desaparecer el terror y la tensión de su cuerpo. Al verlo tan lejos y ajeno a su presencia experimentó un alivio monumental; giró sobre su estómago y quedó tendida boca abajo, con la mejilla sobre el antebrazo mientras intentaba recuperar el aliento.
-Odio esto -gruñó, pero sin rastro de lágrimas en la voz.
Pedro debía reconocérselo. Se quejaba con frecuencia cuando se sentía desdichada, pero no se derrumbaba. Para ser una aristócrata consentida, había pasado por un infierno, pero aparte de un sollozo de temor cuando ya no podía correr más y pensaba que iba a morir, no se había disuelto en un charco de lágrimas. No pudo evitar admirar la férrea sustancia que había mezclada con todo ese fuego y vinagre.
-Cuando recuperes el aire, continuaremos por entre estos árboles hasta que nos hayamos alejado bastante del oso para establecer el campamento.
-¿Cómo sabremos que ya nos hemos alejado? -logró articular.
-Comprobaremos la orilla del arroyo en busca de huellas de zarpas. Eso nos indicará que no hemos parado en uno de sus puntos favoritos para abrevar.
La respuesta sensata la reconfortó. Resultaba evidente que Pedro era un hombre que pensaba. Quizá no tuviera una educación completa, pero se trataba de una persona muy inteligente. Sin embargo, había ganado varias fortunas, de modo que lo que hubiera necesitado para alcanzar el éxito no había requerido un diploma universitario, ni siquiera de instituto. En todo momento había percibido que era más inteligente y capaz que ella, pero no había deseado reconocerle ese mérito. El mundo de Paula era mucho más seguro y menos doloroso cuando ella reinaba suprema en él. Quizá se debiera a la extenuación y al abatimiento, quizá porque se había visto obligada a vivir mucho más allá de sus posibilidades, pero de pronto se sintió aliviada por hallarse en compañía de un hombre duro, macho, dominante e inteligente como él. Con Pedro había logrado degustar lo agradable que sería tener a alguien más fuerte que la cuidara, que la guiara a un sitio mejor que el que podía alcanzar por sus propios medios. De ese modo no tendría que enfrentarse sola a la carga de la vida. Al menos durante un tiempo.
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