jueves, 18 de noviembre de 2021

Indomable: Capítulo 32

Paula se sintió aterrada por la idea. A partir de ese momento no perdió de vista al perro. No quería que la atacara por sorpresa, como hacían algunos animales. Al concluir su habitual paseo mañanero en el bosque y ponerse la blusa roja y los pantalones caquis para otro día extenuante, Pedro ya había capturado dos peces. Se reunió con él junto al agua para observar. El perro siguió cada uno de sus movimientos y se sentó a cierta distancia en la orilla. Incluso a un metro, Paula pudo ver que el pobre temblaba y que sus ojos irradiaban ansiedad. Decidió que ése era tan buen momento como cualquiera para preguntarle a Pedro cuáles eran sus posibilidades.


-¿Crees que alguien nos está buscando?


-Si sabe dónde hacerlo -repuso al rato, después de mirarla unos instantes-. No sé si alguien oyó mi llamada de socorro por la radio. Es probable que tu madre haya llamado a las autoridades al ver que no aparecías.


Paula rehuyó su mirada. No quería reconocer que su madre ya se habría ido de Aspen y que no existía ni la más remota posibilidad de que Alejandra hubiera contactado con nadie.


-He estado atento a algún avión que sobrevolara la zona, para poder lanzar una bengala -añadió él.


-Seguro que alguien informó de tu desaparición -aventuró ella esperanzada.


Pedro era el tipo de persona que se echaba en falta.


-Mi viaje era privado y sin tiempo establecido -meneó la cabeza-. Además, se suponía que en todo momento iba a estar despejado, de modo que el plan de vuelo no tenía una fecha determinada -calló-. Nadie sabría que había que iniciar una búsqueda y preparar un equipo de rescate.


-Entonces... Creo que eso significa que nadie va a buscarnos -la afirmación de ella captó su atención.


-¿Qué te hace decir eso? -el tono sombrío de su voz era la primera insinuación de que no estaba muy entusiasmado al encontrarse perdido entre las montañas.


-Que mi madre me invitó, pero no le dije cuando iba a ir, ni si lo haría. Aunque llamara a mi casa, el personal de servicio no sabe que iba a volar contigo -no fue capaz de mirarlo-. ¿Cuánto crees que nos queda? -quería escuchar una conjetura positiva, algo que avivara sus esperanzas.


-Nos hallamos en el centro de todo lo que viste cuando aterrizamos. Son muchos kilómetros.


-Gracias, Daniel Borne, por esa nota de prensa optimista -quiso esconder su abatimiento detrás del sarcasmo.


Él no respondió y ella no intentó continuar la conversación. Al rato, Pedro se dirigió corriente arriba. Cuando regresó al campamento, había capturado cuatro peces. Paula se obligó a mirar cómo limpiaba los pescados. Menos mal que tenía un buen cuchillo. Después de empalarlos para asarlos, tiró las cabezas, las colas y las entrañas al arroyo. Le indicó que para evitar atraer a depredadores. El perro regresó con ellos al campamento, pero sin dejar de mantener la distancia. Cuando los pescados estuvieron hechos, el apetito de Paula no era mejor que el del día anterior, aunque esa mañana por un motivo distinto. Estaba deprimida. Era su tercer día en las montañas. Parecía que los días iban a extenderse interminablemente en una pesadilla de agotamiento y desesperanza. Sólo era cuestión de tiempo que un animal los atacara o les sucediera algún desastre. Como no pudo probar más de dos bocados, le dio el resto de su comida al perro hambriento. Pero a pesar de recibir casi todo de ella, mostró su predilección por él. Después de comer, el animal saltó al regazo de él y se quedó allí temblando. Pedro le echó un vistazo y anunció que era una hembra. Paula lo observó, conmovida por la gentileza que mostraba con el pequeño animal, pero decepcionada porque lo hubiera elegido a él. Nunca había sido la favorita de nadie, y ese pequeño defecto al parecer se extendía a los perros. Debía ser realmente patética por estar celosa de la popularidad de Pedro con el perro. Consternada consigo misma, se lavó en la corriente y se cepilló los dientes. Guardaron las cosas, apagaron el fuego y emprendieron otra interminable marcha. Ese día fue peor que los dos anteriores. Prácticamente en todo momento caminaron por una vegetación densa, y tuvieron que esquivar troncos caídos, dar rodeos y superar pequeñas elevaciones y hondonadas que poco a poco empezaron a parecer más altas y profundas. Se vieron obligados a alejarse del arroyo porque la marcha por la orilla era mucho más dificultosa. A Paula le preocupó que hubieran perdido su fuente de agua. 

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