jueves, 18 de noviembre de 2021

Indomable: Capítulo 30

Contuvo el aliento con clara sonoridad a la luz de las llamas. Tenía los ojos como platos, y se movían de forma errática de los ojos de él a sus labios y viceversa. En el último segundo, cuando la boca de Pedro estuvo tan cerca que pudo sentir su calor, Paula sintió pánico. En cuanto los labios la rozaron, giró la cabeza con brusquedad, y la ligera fricción de apartarlos de los suyos le produjo partes iguales de terror y excitación. « ¡Soy la única mujer en estas montañas!» El pensamiento fue un intento desesperado por retener una hebra de autoconservación. Impertérrito, él le mordisqueó la oreja y el cuerpo de ella se sacudió de placer. Su aliento surtía el efecto de un huracán. De algún modo consiguió interponer las manos entre ellos. La rodilla de Pedro subió por el interior de sus muslos en suave contraataque. Los labios jugaron con el lóbulo de su oreja y Paula se sintió sacudida por leves temblores de placer y miedo. Necesitó todas sus fuerzas para formar mentalmente las palabras y obligarse a expresarlas para que se detuviera.


-Levántate -el hecho de que carecieran de indignación o verdadera afirmación la consternó.


Intentó escurrirse por debajo, pero Pedrocerró los dedos en torno al pelo de su nuca y con suavidad forzó su cabeza hacia él. Los dedos de su otra mano jugaban con el pezón de su pecho, excitándolo. Paula sintió andanada tras andanada de saetas ardientes a través del cuerpo. Con osadía él incrustó la rodilla entre sus piernas. Al mismo tiempo, sus labios la reclamaron y su suerte quedó echada. El contacto inicial de su boca fue tierno y persuasivo, haciendo que ella perdiera todo rastro de pensamiento coherente. La presión fuerte de su boca le separó los labios. Luego la lengua penetró de forma agresiva. El impacto de la intimidad la dejó jadeante y le proporcionó un acceso más profundo. Durante varios minutos, la tocó, invadió y exploró en un beso tan carnal que la mareó. Ya era imposible resistirse a algo. Las manos de Paula subieron por su torso y encontraron su cuello. Sin ninguna barrera, Pedro apoyó más el peso sobre ella, que no pudo evitar devolverle el beso, para entregar todo gramo de pasión y emoción en ese acto.  A partir de ahí la situación se tornó más salvaje y desinhibida. Pedro le desabrochó los botones de la blusa e introdujo la mano. Paula no supo cómo los dedos superaron el sujetador hasta alcanzar su piel, ni le importó. Se ahogaba en un mar de sensaciones en el gozo jamás soñado de estar tan cerca de otro ser humano. Con las manos le recorrió los brazos, los hombros, la cara, el pelo. El impulso primitivo de conectar completamente con Pedro, de absorberlo y permitir que la absorbiera, hizo que soltara un gemido bajo. Toda su vida había ansiado el amor, y de pronto Pedro le ofrecía lo que siempre había querido en un increíble banquete de caricias, sabores y dulces placeres. El corazón de Paula se abrió por completo a él y el certero conocimiento de que le brindaba las riquezas de la intimidad le provocó un temblor de gratitud y gozo. Y por ello no fue capaz de comprender que apartara despacio la boca de ella. Sus dedos aún hacían cosas maravillosas con su pecho, pero incluso eso se detuvo al alejar la mano y apoyar la mandíbula contra su mejilla. Los dos respiraban entrecortadamente y no podían hablar. Había concluido. En su corazón ella supo que algo iba mal y le aterraba lo que pudiera suceder. Tenía el cuerpo excitado y se afanó por acallarlo. Pedro recuperó el aliento antes que ella. ¿Cómo podía ser posible que algo tan increíble sucediera con un hombre y no fuera suficiente para él? Acababa de tener la experiencia más espectacular de su vida, pero sabía que Pedro estaba a punto de estropearla. Su oscuro defecto debía ser más terrible de lo que había pensado. «Por favor, Pedro, no lo estropees». Algo en su interior se encogió. Apartó los brazos de su cuello y le empujó el pecho para darle a entender que quería que la soltara. Pero él sólo alzó la cabeza y la miró. Paula apartó la vista. Pedro la abrazó con más fuerza.


-¿Adonde vas a ir?


-A cualquier parte menos aquí -tenía la voz tan áspera que apenas resultaba audible. Y hablaba en serio. El último sitio donde quería estar era con él. No porque no pudiera soportarlo, sino porque no toleraba tanta proximidad cuando sabía que para ella significaba mucho más de lo que él podría llegar a sentir-. Ahora quiero dormir -mantuvo el rostro vuelto para no tener que mirarlo a los ojos. 


El cálido peso de su cuerpo hacía imposible que el suyo se calmara. También avivó un poco su ego saber que el de Pedro tampoco se había calmado. No era tan virginal como para no poder reconocer que él estaba excitado. Paula realizó otro movimiento inquieto y Pedro se apartó; giró hasta quedar de costado y al rato sintió que la cubría con la manta. Él yació lo bastante cerca como para quemarla con el calor de su cuerpo. Pero no la tocó. Que no lo hiciera le dejó el corazón más atribulado que nunca. 

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