martes, 16 de noviembre de 2021

Indomable: Capítulo 25

Pero ese tipo de dependencia, de debilidad, era peligrosa para alguien como ella. Estaba demasiado hambrienta y no era capaz de confiar en que no se volviera loca al probar algo que jamás podría conducir a algo más. O a nada permanente. De pronto se sintió más desgraciada por dentro que por fuera. Si sobrevivía a esa ordalía, su cuerpo se recuperaría. Lo que la volvía tan sombría era el conocimiento de que su corazón jamás se recuperaría después de haber probado un poco de esperanza. Cuando encontraron un sitio donde acampar cerca del arroyo, se sentía tan exhausta que no le importó que Pedro usara los cordones de sus botas y sus zapatillas para formar una tosca trampa con ramas para un conejo. Había encendido una hoguera y extendido la manta mientras Paula se adentraba entre los árboles en su viaje íntimo. Al regresar, se derrumbó sobre la manta y se quedó dormida al instante. No debían de ser más de las cuatro de la tarde, pero durmió como un tronco. 


Cuando Pedro la despertó, había oscurecido. La sorprendió ver que la luna había salido y que iluminaba el valle en el que se hallaban, prolongando la que proporcionaba la hoguera. El olor a conejo asado era lo único que podría haberla convencido de salir a gatas de la manta y realizar el esfuerzo de lavarse en la corriente para poder comer. Cerró los ojos para no tener que contemplar el pequeño y tostado cadáver sobre el fuego. Sentía el corazón lleno de culpabilidad, pero estaba tan hambrienta que apenas pudo evitar unas lágrimas de alivio al dar el primer bocado de comida. La culpa la dominó por dos veces, y casi no fue capaz de obligarse a dar un cuarto y quinto mordiscos. Aunque el estómago vacío le imposibilitó la resistencia. Al terminar el último trozo de carne había saciado su endiablado apetito. Se limpió las manos grasientas en los pantalones caquis sucios, demasiado absorta en el conejo como para importarle haber hecho algo tan desagradable. Además, la camisa roja y los pantalones estaban estropeados ya, razón por la que se los había vuelto a poner esa mañana después de que se secaran durante la noche. Había querido guardar la ropa limpia para cuando llegaran a la civilización. Si es que lo hacían. Era domingo por la noche. Alejandra había comentado que sólo se quedarían en Aspen hasta el domingo por la tarde. Lo que hubiera ocurrido cuando Paula no apareció, ya había pasado. Sin duda Alejandra la había descartado de su vida. Para siempre. Contempló el fuego, sintiéndose trágica. Comer algo y dormir un poco le había hecho restablecer las fuerzas, y poco a poco comenzó a sentir menos dolor y agotamiento en el cuerpo. Se hallaban en una situación realmente lóbrega. Con anterioridad se había sentido tan desdichada que no había podido meditar en ello. Pero en ese momento sólo podía pensar en todo el tiempo que llevaban en las montañas. Le alegró que Pedro la distrajera.


-Si no te alejas mucho probablemente sea seguro que te refresques un poco en la corriente. Lava bien esos puntos ampollados para curarlos antes de irte a dormir.


La idea de tomar un baño le elevó la moral, pero el esfuerzo que necesitaría para sacar el jabón y la ropa limpia la hizo reaccionar lentamente. Además, recordaba con absoluta claridad lo fría que estaba el agua. Poco a poco acopió la suficiente ambición para moverse. Tuvo que arrastrarse hasta el neceser y el bolso de red. Se le pasó por la cabeza la idea de ir a gatas hasta un lugar resguardado un poco corriente arriba, pero la hierba era demasiado alta y no fue capaz de olvidarse de las serpientes. Logró levantarse en el momento en que Pedro se incorporaba para ayudarla. Intentó no prestarle atención. A pesar de todo, cada vez que lo miraba del otro lado de la hoguera, tenía que obligarse a no clavarle la vista. Ese día no se había afeitado, y en el rostro exhibía la sombra oscura de un proscrito. ¿Por qué de repente eso le resultaba atractivo? Por lo general los hombres que no se afeitaban la repelían. Daban la impresión de ser sucios y desaliñados. Pero en Pedro eso parecía otra indicación de virilidad en su forma más elevada. El baño resultó tan traumático y frío como había temido, aunque sus pies hinchados y su piel quemada por el sol agradecieron el agua helada. Logró cepillarse los dientes y luego lavarse el pelo. Al salir del agua, se dio cuenta de que no tenía toalla con que recogerse el cabello ni con que secarse. Y el aire nocturno era fresco. Irritada, hurgó en el bolso de red y sacó su segundo par de vaqueros limpios. Podría usarlos como toalla y aún tener los otros para ponerse. Cuando terminó de secarse, se vistió. Enfundarse los calcetines no fue tan duro como intentar calzarse las botas. Incluso sin los cordones eran demasiado pequeñas para sus pies hinchados. Al fin regresó con cautela junto al fuego sólo con los calcetines. Pedro seguía sentado delante de la hoguera, con su juego limpio de ropa al lado. Cuando Paula se dirigió a la manta y se derrumbó en ella, él se levantó.


-Si no te importa prestarme tu jabón, iré a lavarme. 

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