jueves, 25 de noviembre de 2021

Indomable: Capítulo 38

 -Tendrás que realizarte un escáner y llevarlo como prueba -sonrió.


Paula también sonrió y apoyó la cabeza en el árbol. El súbito gruñido de Kiara atrajo su atención. La pequeña perra se había puesto de pie y miraba hacia la izquierda del sendero en el que se hallaban. Tenía el pelo erizado y su gruñido agudo vibraba con una ferocidad casi cómica, pero no había duda de que los alertaba de un peligro. Sintió algo de alarma.


-¿Qué crees que es? -su mente imaginó a otro oso o a algún depredador grande.


-Esta mañana hizo lo mismo con el conejo y al menos con media docena de ardillas antes de que te despertaras -Pedro se lo tomó con más calma.


Pero los gruñidos de Kiara fueron frecuentes mientras recogían sus cosas y proseguían la marcha. Paula se dió cuenta de que Pedro se mostraba más alerta y vigilante al escrutar la vegetación que los rodeaba. 


Pasado un rato, la tensión se redujo a un nivel más normal de atención. Kiara siguió gruñendo de vez en cuando, pero ella ya no supo si la perra había abandonado la idea de convencerlos de la presencia de una amenaza invisible o no había nada más grande que un animal inofensivo. Poco después Pedro se desvió hacia el arroyo. Debían ser las tres de la tarde, pero había decidido que tenían que acampar pronto. Le ordenó a Kiara que permaneciera con Paula mientras iba a recoger leña. Ella se dedicó a reunir hojas en un punto que parecía bueno para encender una hoguera sobre una pequeña elevación cerca de la corriente. Kiara se quedó a su lado, pero sin dejar de dar vueltas por el campamento, con el pelo erizado y gruñendo. Sin la presencia tranquilizadora de Pedro, Paula empezó a sentirse nerviosa. Debido a su vulnerabilidad ante cualquier animal salvaje, oteó la zona y divisó una rama muerta de aproximadamente un metro de largo y el grosor de su brazo. Se dirigió a recogerla y la blandió con ambas manos para probar un golpe contra un tronco cercano. El impacto le sacudió los brazos, pero la madera demostró ser sólida y si se veía obligada a empuñarla por algún motivo grave, sería una maza razonable. Iba a dar otro golpe experimental al aire cuando Kiara se puso a gruñir y a ladrar y salió disparada en la dirección que había tomado Pedro. Paula titubeó, pero era evidente que la ferocidad de la perra significaba que iba tras algo. Empuñó el arma recién encontrada y la siguió. Unos metros más arriba Kiara viró, sin dejar de ladrar. El espantoso aullido que soltó entonces hizo que el corazón le diera un vuelco. La diminuta Kiara no era rival para un animal más grande que un conejo, sin importar su aparente ferocidad. Corrió entre los árboles hacia la procedencia del aullido. Aunque Paula estaba aterrorizada y preparada para algo parecido al tamaño de Godzilla, se sobresaltó al irrumpir en un pequeño claro y ver a ese enorme felino dorado sobre un saliente rocoso. La roca no se encontraba a más de un metro del suelo, pero el animal se agazapaba sobre ella y miraba a la pequeña Kiara con muerte en los ojos. Paula se paralizó con la maza en las manos, demasiado petrificada para moverse. El gran felino lanzó una garra letal en la dirección de la perra. Aunque el arco ni se acercó a dos metros de donde ladraba Kiara, ésta gimió como si las largas zarpas la hubieran hecho trizas.


-¡Kiara! -Paula intentó llamar al animal a su lado con la remota esperanza de que pudieran retroceder y dejar en paz al felino, pero la perra apenas la obedeció.


Kiara retrocedió unos tres metros y se detuvo. Casi en el mismo instante, el cuerpo enorme del felino fluyó con elegancia por la cara del saliente con el afán de seguirla. Se mantuvo sobre terreno más elevado que el de Kiara, aunque sin dejar de avanzar hacia el ruidoso animal, lentamente y de forma amenazadora, con las fauces abiertas emitiendo siseos roncos. La perra no dejó de retroceder, pero el felino se movía como en cámara lenta para mantener la distancia. Paula trató de retroceder, pero Kiara se paró, como si intentara protegerla, y comenzó a ladrar con tanta intensidad y ferocidad que se quedó afónica. El felino se agazapó y ella supo que iba a saltar. Kiara era demasiado terca para irse y el depredador se sentía demasiado atraído por su pequeña y peluda presa como para encontrar otra cosa que hacer. En cuanto saltara, Kiara moriría. Un segundo más tarde, Paula avanzó gritando y blandiendo la maza en el aire. Fue levemente consciente de que el felino se sobresaltó y se agazapó aún más; entrecerró los ojos y clavó la vista en ella. Pero había adoptado una postura defensiva, o al menos eso le pareció, por lo que aprovechó la ventaja de la sorpresa y continuó su avance. 

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