El hombre era un absoluto neandertal. Paula odió tener que aferrarse a él un momento mientras se afanaba por estabilizarse. Los músculos de las piernas gritaban de dolor por el ejercicio inusual, pero la sostuvieron. Le ardían los pies. Entonces Pedro la soltó y recogió su bolso para unirlo al neceser de ella. Luego se alejó sin mirar atrás. Agotada e irritada, se dio cuenta con cierta sorpresa de que el bolso y la red aún seguían asegurados a su pecho. Marchó detrás de él, aliviada cuando aminoró el ritmo lo suficiente para que ella pudiera seguirlo. Casi habían perdido la luz cuando oyeron el suave sonido del agua en movimiento. Pedro se detuvo a escuchar, y Paula chocó con el brazo que había alzado para detenerla. Se encontraba tan cansada que casi se arrastraba.
-Vamos.
De repente él viró a la izquierda del sendero de alces que seguían y al instante desapareció entre los árboles. Paula se tuvo que obligar a desviarse del camino para seguirlo. Se abrió paso entre la vegetación, luchando para evitar que el pelo y la red se engancharan en cada arbusto y rama que pasaba. Al final rodeó un árbol y trastabilló hasta detenerse para recuperar el aliento. Una rápida corriente de unos dos metros de ancho dividía el claro estrecho. Las orillas eran rocosas en algunos puntos, pero lo bastante anchas como para que Pedro se hubiera tendido cuan largo era sobre una roca plana que sobresalía unos centímetros por encima del borde de la corriente. Aunque se moría de sed, Paula se tomó tiempo para quitarse el bolso y la cuerda de la red y depositarlas junto a las cosas de Pedro antes de reunirse con él en la roca. En cuanto se dio cuenta de que ella lo había alcanzado, dejó de salpicarse agua. Ella se arrodilló a medio metro de él y adelantó el torso rígido para apoyarse con una mano en la piedra y con la otra llegar al agua. No le importó sentir los ojos de Pedro seguir cada uno de sus movimientos. Aunque había poca luz, pudo ver con claridad que tenía la mano muy sucia como para beber de ella. Desesperada por tomar un trago fresco, se acercó al borde para lavarse las manos con vigor en la corriente. Se hallaba tan sedienta que olvidó sacar una pastilla de jabón del neceser y ahuecó la mano para llevar unos sorbos de agua a la boca. En el último instante, la súbita preocupación por la calidad del agua hizo que titubeara. El líquido se escurrió de su mano.
-No es agua mineral, encanto, pero se puede beber.
Le lanzó una mirada colérica por el apodo empleado y luego dejó de hacerle caso. Tardó un rato en mitigar en parte la sed. Por ese entonces Pedro había abandonado la orilla.
-Busca más ramas secas -indicó cuando ella se irguió. Paula lo miró por encima del hombro, sorprendida al ver que ya había reunido una pequeña cantidad de ramas y hojas-. Muévete mientras aún puedas ver tu mano delante de tu cara.
Ya había escasa visibilidad. Una buena hoguera les daría luz, de modo que se obligó a ponerse de pie. Se sentía tan rígida que apenas era capaz de caminar. Encontró varias ramas orilla abajo y estaba a punto de inclinarse para recogerlas cuando una idea surgió para aterrorizarla. ¿Y si todas esas ramas no eran madera? ¿Y si una era una serpiente? Aunque no habían visto ninguna en todo el día; el ruido de su marcha sin duda las habría espantado. Se irguió y con movimientos torpes las pateó. En cuanto estuvo segura de que todas eran madera, se agachó para recogerlas. Al rato reinaba tanta oscuridad que ya no pudo ver nada, de modo que regresó dolorosamente junto al pequeño fuego cargada con su fardo de ramas. Las dejó en el suelo en el momento en que Pedro entraba en el pequeño círculo de luz del otro lado de la hoguera. Cargaba con una enorme cantidad de madera seca. Había seleccionado varias piezas que eran tan gruesas como sus brazos musculosos, y cuando las dejó caer sobre la insignificante pila que ella había reunido, casi toda su contribución quedó aplastada. Esa indiferente destrucción le pareció un insulto, aunque en lo más hondo de su ser sabía que no era intencionado. De pronto todos los tormentos y frustraciones del largo día se abatieron sobre ella. Jamás llegaría a tiempo a Aspen. Durante horas había evitado pensar en ello, pero ya no podía eludirlo. Su madre jamás volvería a llamarla; nunca le daría otra oportunidad. Nada en su vida iba a cambiar alguna vez. Ese pensamiento desolador la machacó. Tenía más dinero del que jamás llegaría a gastar, pero nadie a quien amar y que fuera capaz de amarla. La historia con su madre y con su padre ausente demostraba esa amarga verdad y recalcaba la existencia de algún defecto fatal que nunca lograría superar. Esa oportunidad perdida con su madre recalcaba toda su desgracia de no ser merecedora de amor. La injusticia de la situación le atravesó el corazón, haciendo que rezumara una negra amargura. Su malhumor creció como una conflagración.
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