martes, 23 de noviembre de 2021

Indomable: Capítulo 34

Paula sintió una furia irracional e instantánea. Estaba frustrada, mojada y aterrada por tener que soportar otro momento a la intemperie. Y encima en ese momento se veían reducidos a tener que elegir entre dos desdichas: permanecer calientes y secos mientras se morían de hambre, o comer y congelarse toda la noche. Siempre y cuando pudieran conseguir algo para comer cuando la tormenta pasara, si lo hacía.


-Oh, en absoluto, la elección es tuya, Jeremiah Johnson -soltó, encogiéndose interiormente por la maldad de sus malos modales.


Él no respondió. Paula pensó que era una bruja mezquina y desagradecida. Y si tenía alguna duda sobre sus defectos abismales, Pedro se reclinó en el suelo seco y con calma comenzó a enumerarlas.


-Te recuerdo de cuando trabajé en el rancho de tu abuela. Debías tener quince años cuando te ví por primera vez. Lo que hacías cuando te dejaba el chofer era salir corriendo hacia los establos para ver a los potrillos. Casi siempre te dirigías al granero o a los pastizales antes incluso de haberte cambiado de ropa.


Hizo una pausa, como si el recuerdo significara algo para él. Paula recordó esos tiempos con sorprendente claridad. La sorprendió que alguien le hubiera prestado atención entonces, y más que Pedro pudiera revivirlos de un modo que sugería que le eran gratos.


-Tenías la boca llena de alambres y las piernas tan largas y flacas como un potrillo. Y un tacto muy suave con los animales -continuó con suavidad, pero algo en su tono le indicó que pretendía ser claro-. En aquellos días, tu trato era amable con todo el mundo. Se te veía tan tímida que te sonrojabas cada vez que alguien te decía algo, pero siempre eras amable y dulce con todos. No parecía importarte quién pudiera ser, nunca dejabas de mostrarte educada y respetuosa.


«No como ahora». No pronunció esas palabras, pero ella las oyó nítidamente en el silencio que siguió. Se sentía muy incómoda.


-Era una niña fea -dijo con voz ahogada, casi contra su voluntad. El reconocimiento la aturdió, y no supo si intentaba defenderse o explicar la diferencia entre la niña lastimosamente necesitada que había sido o la adulta insoportable en que se había convertido.


-Esa niña era dulce y especial -soslayó su comentario-. Jamás entenderé por qué la cambiaste -bajó la voz-. Puede que tuviera la ortodoncia y las piernas flacas, pero toda ella era de oro. Y mil veces superior a la mujer que ocupó su lugar. 


Las palabras sosegadas fueron como una estaca que atravesaron su corazón. Una emoción desbordante subió por su interior. Apretó los dientes para contenerla.


-¿Y qué recibió por ser tan buena? -no pudo evitar el comentario amargo-. Su dulzura jamás compensó su fealdad. Ni siquiera... -calló antes de soltarlo todo: «Ni siquiera ante mi padre y mi madre».


-No existe algo parecido a un niño feo, Paula -la voz de Pedro se tornó dura-. Padres malos con un corazón feo tal vez, pero no niños feos.


No pudo evitar el impulso de volverse y mirarlo. La absoluta sinceridad que vió en sus ojos le estrujó el corazón de forma despiadada. Se sentía emocionada por su declaración, y ése fue el momento preciso en que Paula Chaves se enamoró profunda e irrevocablemente. Pero el dolor y los miedos de toda una vida la dominaron. Pedro era el último hombre al que debería amar. Era demasiado bueno para ella, no lo merecía. Aunque sucediera el milagro y él pudiera sentir algo que no fuera desprecio, su extraño y oscuro defecto garantizaría que lo perdería. Como había perdido a todo el mundo que había amado.


-Lo siento por tí, Paula. Tus padres no obraron bien contigo, y tu abuela fue muy mezquina. Debieron herirte mucho, pero nada de eso te da el derecho a descargarte sobre otras personas.


Ella giró la cabeza como si la hubiera abofeteado. Experimentó la vergüenza más profunda de toda su vida. De pronto no le importó que lloviera otra vez con fuerza. No podía soportar oír una palabra más, su corazón no aguantaría escuchar otra dura verdad. Se lanzó a la tormenta y resbaló pendiente abajo hasta la corriente. Luego corrió por la zona llana de la orilla alejándose del refugio. Se hallaba demasiado débil para correr mucho y se apoyo en el tronco de un árbol pequeño. Lloró, dolida por la niña triste que había sido y cayó de rodillas, avergonzada por la persona en que se había convertido. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario