-Muchas gracias, cavernícola -estalló-. ¿Para qué he perdido mi tiempo buscando esas ramas?
Impertérrito por su exabrupto, Pedro se puso en cuclillas del otro lado del fuego y colocó dos de las piezas más grandes en las llamas.
-De acuerdo, encanto -musitó-. Te lo has estado guardando todo el día. Suelta esa pequeña pataleta, pero haz que sea completa, no te reserves nada para más adelante.
«De todos los condescendientes y arrogantes...» La furia de Paula se desbocó.
-Oh, sí -acordó con voz sarcástica que fue aumentando de tono-. Soltemos la pequeña pataleta... As -le regaló una sonrisa venenosa-. La pataleta de la que tú eres el responsable, Señor Macho, porque me has obligado a caminar por la selva con los zapatos que tú me obligaste a elegir y que ya tienen agujeros - la mueca burlona en su cara vaciló un poco, lo cual le indicó que había herido un poco su ego, ayudándola a continuar-: Empecemos por ese avioncito de juguete, Rey de los Aires. ¿Qué demonios le pasó? -inquirió con ese tono despectivo que había perfeccionado con los años-. ¿Se le rompió la correa de goma? »En cuanto a tu habilidad como piloto, podrías haber virado esa maldita cosa hacia las llanuras, donde habríamos tenido alguna oportunidad de que nos vieran y nos rescataran. Y ahora que pienso en ello, ¿Qué le pasó a la radio? -su voz se había vuelto más exigente y furiosa con cada palabra-. ¿Sabe alguien que estamos aquí? ¿Te molestaste en trazar una ruta de vuelo o fuiste demasiado macho? »Lo cual me conduce a la siguiente pregunta lógica: ¿Por qué no tienes un teléfono móvil como el resto de millonarios de Texas? ¿Es demasiado complicado para que lo maneje un neandertal como tú? -la voz estridente de pronto adquirió un gruñido femenino y despectivo-. ¿Sabes?, eres realmente un neandertal. Y mientras estamos en el tema de tu pasado -continuó prácticamente a gritos-, ¿tienes aún alguna conexión primitiva con la naturaleza y sentido de la orientación, o estamos destinados a vagar por la maleza hasta que ambos nos abriguemos con pieles de animales y vivamos en una cueva?
El discurso de Paula de pronto se agotó cuando una enorme ola de mareo la invadió. Temblaba, oscilando sobre piernas inseguras, sintiéndose alejada de sí misma. ¿Iba a desmayarse? Los sonidos nocturnos del bosque comenzaron a penetrar en su conciencia, como si se hubieran detenido durante su exabrupto. Los grillos, el crepitar del fuego... Todo se combinó para crear una peculiar tensión nueva que parecía centrarse en Pedro Alfonso e irradiar de él. No le había quitado los ojos oscuros de encima, aunque esa sonrisa indulgente y condescendiente que tanto la había enfurecido hacía rato que había desaparecido. El aire entre ellos se cargó de repente con lo que Paula sólo pudo considerar un desagrado activo. ¿Y qué? Lo odiaba más de lo que él nunca podría odiarla. Sin decir una palabra, él se incorporó en el otro lado de la hoguera y se estiró. Con la misma lentitud alzó la mano para quitarse el Stetson y lo dejó caer al suelo. En ningún momento quitó la vista de ella.
-Da la impresión de que alguien tiene que hacer un esfuerzo contigo, señorita Paula -indicó con determinación con su acento tejano. Comenzó a rodear el fuego.
Paula no fue capaz de moverse mientras avanzaba. La silenciosa amenaza de su acercamiento la tenía hipnotizada. De pronto la aterró tanto que el miedo del accidente y la marcha del día parecieron un suave caso de ansiedad.
-Como alguien de mi educación diría, «Es hora de que alguien dome a esa pequeña yegua y le ponga una silla de montar» -sus ojos ardían-. Veamos si se te puede hacer cabalgar.
Cuando llegó a su lado la alzó en brazos y la alejó de la hoguera. En gesto de protección, Paula apoyó las manos en su pecho.
-¡Cómo te atreves a ponerme las manos encima! ¡Bájame, mono gigante! - empujaba con todas sus fuerzas cuando de golpe él la soltó.
La caída en el agua helada de la corriente provocó un grito en ella. La superficie del agua rompió su caída y la engulló hasta los hombros. El frío la hizo jadear y se debatió frenéticamente para poder plantar los pies en el fondo y erguirse. Pero el fondo era resbaladizo y la oscuridad la desorientaba. Manoteó, escupiendo insultos, hasta que logró quedar sumergida por completo bajo la superficie. Cuando al fin consiguió girar y ponerse de rodillas, tuvo que luchar con ahínco para ponerse de pie en el agua somera. En cuanto se incorporó, Pedro se cernía sobre ella como si meditara en serio empujarla y mantenerla bajo el agua. Atragantándose con lo que había tragado, y más furiosa que nunca, Paula cerró el puño y le lanzó un golpe.
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