Había esperado que algún día sus padres dejaran de decirle lo afortunada que era de poder ir al internado privado en el que la habían inscrito cuando eran tan ricos que les sobraba el dinero, pero que luego se había convertido en una losa para su bolsillo cada mes. Y entonces había esperado que sus compañeras del colegio se diesen cuenta de que seguía siendo la misma, aunque sin dinero. Sofía y otras chicas le habían demostrado que eran sus amigas de verdad, pero otras, como Marcela, le habían dado la espalda al cabo de una semana. Y había esperado a que Iván diera el primer paso y le pidiese que empezasen a salir en serio. Pero una y otra vez le había dicho que estaba demasiado ocupado con el proyecto en el que estaba trabajando y en el que ella le estaba ayudando. La presentación de los planes de promoción ante el comité tenía que salir perfecta, le había dicho, pero luego podrían irse a pasar juntos un fin de semana fuera, para relajarse, y le dirían a los demás en la oficina que eran pareja. Lo único que le pedía era que esperase unas semanas más. Hasta entonces la relación entre ambos sería su pequeño secreto. Sí, un sórdido secreto. Ella no había sido más que un peón en sus tejemanejes, del que se había deshecho cuando ya no le había hecho falta, para volver con la chica con la que estaba viviendo. No, el pasado era el pasado, y ella ya había esperado bastante. Conocer a Pedro le había hecho ver todo lo que había estado perdiéndose, y le dolía no haber sido capaz de relajarse y disfrutar de su compañía como si hubiese sido una cita de verdad. Pero no lo había sido, y era eso lo que tenía que recordar, por bonita que fuera su sonrisa, y por increíble que hubiese sido la sensación de sus labios sobre los suyos.
Se quitó la gabardina y comenzó a subir lentamente las escaleras, arrastrando los pies. Los botines le pesaban como si llevase dentro de ellos plantillas de plomo. Los escalones de la vieja escalera de madera chirriaban, y el eco hacía resonar sus pasos, pero ya se había acostumbrado. Cuando Sofía le había preguntado si quería ir a vivir allí con ella porque en una casa tan grande se sentía muy sola, Paula no se lo había pensado dos veces. Pero eso había sido hacía dos años, antes de que Sofía se fuera a París. Se detuvo en mitad de la escalera y alzó la vista hacia la vidriera de colores del rellano. En los días de verano la casa se llenaba de luz, y parecía un lugar mágico, vibrante, lleno de vida, pero en ese momento la casa estaba en penumbra, y la lluvia y el viento azotaban los cristales. De pronto fue como si todos sus problemas se agolpasen en su alma, y se deslizó contra la pared hasta quedar sentada en el escalón. Echó la cabeza hacia atrás y prorrumpió en suaves sollozos. No estaba llorando porque la casa estuviese en silencio, ni por la oscuridad. Estaba llorando porque se sentía tan sola que de repente había sentido también lástima por sí misma. No tenía a nadie con quien hablar de sus cosas y de sus problemas; no había nadie que la comprendiera, o a quien le importara. Bueno, tenía a Sofía, pero a esa hora estarían sirviendo la cena en el restaurante de París en el que estaba trabajando, y no podría hablar con ella hasta por la mañana. Para ella, más que una amiga, era como una hermana, y la admiraba muchísimo. Podría haberse hecho abogado, como querían sus padres, pero no era eso a lo que ella aspiraba. Había empezado por abajo, lavando platos, y había acabado con un diploma en catering y una oportunidad de demostrar, en un reputado restaurante de París, de lo que era capaz.
Nadie estaba más orgullosa de Sofía que ella. No solo había sido su mejor amiga en el internado; había permanecido a su lado incluso cuando la bolsa se había desplomado y con ella el negocio de su padre. Y le había salvado la vida al proponerle que se fuera con ella y compartieran los gastos del alquiler hasta que encontrara un sitio propio donde vivir. Era una situación en la que las dos partes habían salido ganando, como diría Iván. Iván… Paula se llevó una mano a la boca y se enjugó las lágrimas de las mejillas. ¡Qué estúpida había sido! Había tomado la decisión correcta al presentar su dimisión al descubrir que le había ocultado que ya tenía una novia. Y una novia con dinero, además: La hija del jefe. Sí, era algo de lo que jamás se arrepentiría, aunque hubiese significado dejar un trabajo a jornada completa que estaba bien pagado. Era solo que… Bueno, algunas veces tenía la sensación de que en aquella casa vacía, donde además de un hogar tenía su estudio, el silencio se convertía en algo casi tangible. Su estudio… Una pequeña sonrisa arqueó sus labios y se secó las mejillas con el dorso de la mano. Sí, tenía su estudio, donde podía dibujar y pintar, y no quería nada más.
Pobre Pau... que triste todo!
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