jueves, 22 de julio de 2021

Conectados: Capítulo 4

Paula se apresuró a guardar el lápiz y el cuaderno y se irguió en su silla mientras @deportista avanzaba sin prisa hacia ella. Cuando se detuvo frente a su mesa, alzó la vista hacia sus ojos. Eran tan oscuros como el chocolate negro y tan profundos que podría mirarlos durante horas y perderse en ellos.


–Soy un tipo deportista –le dijo–. ¿Es a mí a quien esperas, chica de ciudad?


Se quedó allí de pie, aguardando pacientemente su respuesta con esa sonrisa de modelo de revista en los labios. Tenía una voz profunda y aterciopelada, como la de esos locutores de radio que ponían baladas románticas de madrugada. Suerte que estaba sentada, se dijo Paula, porque al oírla le flaquearon as rodillas. Y, a juzgar por las miradas de las mujeres que estaban en las mesas más próximas, parecía que el poder de atracción de @deportista tenía un radio de al menos tres metros. ¿Qué necesidad tenía un hombre así de citarse con mujeres por Internet?, se preguntó tragando saliva.


–Yo diría que sí –levantó un extremo del pañuelo lila de seda que tenía liado al cuello.


Era la prenda que le había dicho que llevaría para que la reconociera.


–Perdona que llegue tarde –se disculpó él con otra sonrisa. Se quitó la cazadora y la arrojó al suelo, junto a su paraguas–. Tenía que llevar a alguien al aeropuerto y el tráfico estaba horrible. Gracias por esperar.


–No pasa nada. Me alegra que por fin nos conozcamos – contestó ella tendiéndole la mano.


Él dió un paso adelante para estrechársela, y en el momento en que sus largos y fuertes dedos se cerraron en torno a los suyos, Paula se encontró teniendo pensamientos de lo más inapropiados sobre el efecto que provocarían esos mismos dedos en otras partes de su cuerpo. Cuando por fin le soltó la mano y tomó asiento frente a ella, respiró aliviada.


–Lo mismo digo. Así que… Publicidad para empresas, ¿No? Un sector complejo el de la publicidad.


No podía soltarle la verdad así, de sopetón. Le daría cinco minutos para que pidiera un café y luego se lo diría con suavidad.  Tomó un sorbo de su taza para darse tiempo a pensar en algo inteligente que contestar.


–Bueno, sí, a veces lo es. Pero para tener éxito un emprendedor tiene que correr riesgos, ¿No?


Los labios de él se curvaron en una nueva sonrisa.


–Yo diría que esa es la mejor parte. Desafiar los límites, a pesar de los riesgos. ¿Me dejas que te pida otro café? –le preguntó.


Y, sin esperar una respuesta, giró la cabeza hacia la barra. Una de las camareras apareció solícita al otro lado de la nada, como el genio de la lámpara.


–Tráiganos dos cafés como el que está tomando la señorita. Y también una tortilla de tres huevos con jamón, champiñones y muchas especias; pero nada de cebolla. Ah, y también un panini y un par de galletas. Gracias.


La camarera asintió con una sonrisa. Increíble. Atónita, Paula se quedó mirando la barra, tras la cual las dos camareras se afanaban para preparar lo que @deportista había pedido. Se volvió hacia él y le preguntó, señalando la barra con la cabeza:


–¿Siempre haces eso?


Él parpadeó, y le contestó con otra deslumbrante sonrisa:


–¿El qué?, ¿Pedir café? Pues sí, de vez en cuando. Sobre todo cuando estoy en una cafetería.


–Me refería a que si siempre pides desde la mesa en la que estás sentado en vez de ir a la barra, como todo el mundo. ¿Y por qué has pensado que me apetecía otro café? A lo mejor habría preferido un té. O uno de esos emparedados de ternera.


Él apoyó los antebrazos en la mesa y se inclinó hacia delante. Llevaba desabrochados los dos primeros botones de la camisa, y Paula no pudo evitar que sus ojos se desviaran hacia el trozo de torso bronceado que se entreveía. Inspiró, tratando de no pensar en lo que estaba pensando, pero el corazón le palpitó con fuerza cuando él le respondió en un susurro:


–Decidí arriesgarme, chica de ciudad.


Y luego se echó hacia atrás, y le guiñó un ojo. 


¿Arriesgarse? ¿Que había decidido arriesgarse? Hablaba como si fuera James Bond, y estaba segura de que lo hacía con toda la intención, que sabía perfectamente el efecto que tenían en las mujeres esa clase de frases. De pronto saltó en su interior una señal de alarma. ¿Qué necesidad tenía un hombre tan atractivo y seguro de sí mismo de recurrir a una página de contactos para conseguir una cita?, se preguntó, mirándole recelosa.


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