jueves, 1 de julio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 27

 -Sí, claro. Pero primero vamos a mi casa a tomar un café. Después podemos dejar allí a los perros; no creo que les guste mucho ir a visitar monumentos.


Lo que dijo sonó tan razonable que Paula no se lo discutió. Además, cuando llegaron a su casa, Polo se mostró encantado de quedarse en el jardín con Prince. Pedro la acompañó a la habitación donde habían desayunado el primer día. Paula sirvió el café de una cafetera de plata en unas pequeñas tazas de porcelana fina y, en silencio, disfrutó de los lujos de la casa del doctor. Era una pena que no pudiera ver las otras habitaciones, pensó mientras tomaba una pasta. Seguro que estaban llenas de muebles preciosos... Cuando volvieron a Ámsterdam, él estacionó el coche junto a la consulta.


-Primero voy a enseñarte un plano de la ciudad para que te familiarices con las calles principales. En primer lugar iremos a la estación, considérala el centro de una tela de araña. Las calles principales salen de ese centro y los canales lo rodean. Lleva siempre la dirección de Julia Smith y mi teléfono, por si te pierdes, y no te alejes mucho de las calles principales hasta que conozcas la ciudad mejor.


Caminaron a paso rápido hasta la estación y después, bajaron por Damrak hasta la plaza que llevaba el mismo nombre. Allí estaba el palacio real. Siguieron caminado por las calles principales hasta la hora de comer. La llevó a un hotel al lado del mercado de flores y Paula comió con apetito por el extenuante paseo.


-Muchas gracias -le dijo mientras tomaban el café-. Todo estaba delicioso.


-Me alegro. Ahora te enseñaré dónde están los museos y las iglesias, la plaza del ayuntamiento, los hospitales y los bancos.


Así que volvieron a partir. No se trataba de una salida de amigos, pensó Paula, consciente de que le estaban empezando a doler los pies. Sin embargo, después de eso le iba a resultar mucho más fácil moverse por la ciudad. Eran las cuatro de la tarde cuando Róele dijo por fin:


-¿Te apetece tomar algo?


La llevó a un elegante café. Nada más entrar, Paula se hundió en el asiento. 


Fue un alivio descubrir que estaban muy cerca de la casa de Julia Smith.


-Ya está bien por hoy -le dijo el doctor-. Entra, yo iré a buscar a Polo.


Si los pies no le hubieran dolido tanto, quizá habría insistido en ir con él. Pero tal y como estaba, entró agradecida en la casa.


-Volveré dentro de quince minutos -le dijo él desde la puerta.


Paula se quitó los zapatos y se puso unas zapatillas de estar en casa. Cuando él volvió con Polo, tenía una bandeja lista para tomar café. Pedro se la quedó mirando de arriba abajo. Su cabellera pelirroja tenía un increíble brillo bajo la luz tenue del recibidor y el largo paseo le había dado a sus mejillas un color espléndido. Él sintió la tentación de tomarla en sus brazos y besarla, pero se resistió, plenamente consciente de que no era ni el lugar ni el momento.


-¿Te apetece un café? -preguntó ella.


-Tengo una cita -respondió él-. Espero no haberte cansado demasiado.


-No, no. He disfrutado mucho. Me será de gran ayuda en el futuro. Muchas gracias.


Él le dedicó una sonrisa, se despidió de ella y se marchó. Mientras le daba de comer al perro, Paula pensó en el día que habían pasado juntos. Le encantaba estar con él porque era muy agradable y la hacía sentirse cómoda a su lado, pero lamentablemente dudaba de que volviera a tener muchas oportunidades como la de aquel día. Él había considerado su deber enseñarle Ámsterdam; eso era todo. Era su empleada y eso era algo que no debía olvidar, a pesar de toda su amabilidad. Julia Smith le había dicho que volvería tarde, así que se preparó la cena y se puso a escribirle una carta a su madre. Tenía muchas cosas que contarle y acababa de terminar la carta cuando Julia Smith entró. Se sentaron juntas hasta la hora de ir a la cama intercambiando información sobre lo que habían hecho durante el día. «Mañana», pensó Paula soñolienta, «tengo que ir a misa; y después me iré a explorar». Cuanto antes conociera la ciudad, mejor. 

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