jueves, 29 de julio de 2021

Conectados: Capítulo 9

 –Ya veo –dijo Pedro–. Espero que el que te hayan visto aquí conmigo no vaya a causarte ningún problema –añadió, mirándola preocupado.


Ella esbozó una sonrisa y sacudió la cabeza.


–No pasa nada; ya no tienen nada que ver con mi vida.


Pedro apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia delante.


–No es asunto mío –le dijo en voz baja–, pero, a mi modo de ver, hay dos maneras de lidiar con los chismosos: ignorarlos y quitarle importancia a lo que puedan decir de tí, o…


De pronto tomó su mano y se puso a juguetear con sus dedos.


–¿Qué haces? –lo increpó Paula. Intentó apartar su mano, pero él no se lo permitió–. ¡Están mirando hacia aquí y haciendo fotos con sus móviles! –gimió con voz ahogada, pensando que las cosas no podían ponerse peor.


–Estupendo –contestó él muy calmado–. Entonces probemos la otra opción: Darles algo de lo que hablar.


Había algo en su voz que debería haberla alertado de que las cosas sí iban a ponerse peor, pero estaba demasiado absorta mirándolo a él, que estaba humedeciéndose los labios con la lengua. Y fue justo entonces cuando, de repente, Pedro se levantó e, inclinándose hacia ella, le pasó una mano por la nuca y la besó. Y no fue un beso en la mejilla; no, no. Sus labios, cálidos, sensuales y húmedos, acariciaron los suyos de un modo tan tierno que la conmovió, y cuando los labios de él se apartaron, echó la cabeza hacia atrás para que la besara de nuevo. Y lo hizo, solo que esa vez fue un apasionado beso con lengua que la dejó temblorosa, muda y sin aliento. Cuando abrió los ojos se encontró con que él también estaba jadeante, y no pudo resistir la tentación de quedarse mirando su boca, aún húmeda por el beso. No sabía si apartarlo de un empujón por haberse tomado esas libertades con ella o echarle los brazos al cuello y besarlo de nuevo.


–¿Pau? –la llamó él, sacándola de su aturdimiento.


–¿Sí? –respondió ella, alzando la vista hacia sus ojos.


–¿Crees que con eso bastará para contentar a esas chismosas? –le preguntó con voz ronca en un susurro. 


–Yo diría que sí –contestó ella, y al mirar hacia donde estaban sentadas y verlas con la cabeza agachada, tecleando afanosamente en sus móviles, añadió–: Ya lo creo que sí –empujó la silla hacia atrás, agarró su bolso y se levantó–. Ahora vuelvo; demasiada cafeína – mintió, y se alejó hacia los servicios.


Al llegar a la puerta se giró un momento para observarlo. Se había puesto a mirar algo en su móvil, y estaba moviendo el dedo por la pantalla con una delicadeza que le hizo pensar que seguro que era increíble en la cama. Se volvió con un suspiro y entró en los servicios. Solo al entrar en uno de los cubículos y cerrar la puerta tras de sí, cayó en la cuenta de que Pedro la había llamado por su nombre después de besarla. ¡Estupendo, ahora sabía cómo se llamaba! Se sentó en la taza del inodoro con los codos apoyados en las rodillas, y se mordió la uña del meñique, intentando dilucidar qué debía hacer. Podría ir a despedirse de él y darle las gracias por lo comprensivo que se había mostrado a pesar del engaño y del plantón de Marcela. Y ya de paso por el beso, que había estado bien. No, mejor que bien. También podría marcharse sin despedirse y salir de la cafetería a hurtadillas, sin que la vieran aquellas dos cotillas. ¿O quizá debería despedirse de Pedro y pasar por delante de ellas con la cabeza bien alta? Después de todo, Iván no le llegaba ni a la suela de los zapatos al guapísimo hombre que había dejado en la mesa. Y otra opción era despedirse de Pedro como si el beso no la hubiese afectado en absoluto, marcharse y tratar de no pensar en que era el hombre más atractivo que había conocido en mucho tiempo, y que seguramente se pasaría días reviviendo aquella «Cita». En fin, una cosa estaba clara: No iba a solucionar nada quedándose allí sentada, dándole vueltas al tema. Se levantó, abrió la puerta y fue hasta los lavabos. Se miró en el espejo y contrajo el rostro. Había entrado en la cafetería repitiéndose que solo estaría allí diez minutos. ¿Cómo podía ser que se hubiese quedado casi una hora y que él la hubiese besado? Era evidente que Pedro era un seductor, con ese aspecto de dios griego, y acostumbrado a que las mujeres cayesen rendidas a sus pies. Tenía que salir de allí cuanto antes si no quería que las cosas se complicasen aún más.

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