Cortó la tortilla en cuatro trozos, y luego en ocho, antes de pinchar uno, junto con la ensalada de guarnición, y se llevó el tenedor a la boca. Cuando Paula vió sus sensuales labios cerrarse en torno al tenedor, y como lo sacaba luego lentamente de ella, sintió que una ola de calor la invadía, y tuvo que dejar en el plato la mitad del panini que había tomado para aflojarse el pañuelo. Decididamente debía de tener algún problema, porque no acaba de explicarse que un hombre tan sexy estuviese soltero y buscando citas por Internet. Había oído hablar de hombres casados o comprometidos que se inscribían en páginas de contactos para tener aventuras con pobres chicas desprevenidas. ¿Sería uno de esos? ¿Y si fuera un periodista que estaba haciendo un documental sobre las tristes chicas desesperadas que se citaban con hombres por Internet? «Céntrate, Paula; no te dejes llevar por tu imaginación». Inspiró, y le soltó de sopetón:
–Tengo que decirte algo: no soy la ejecutiva que crees que soy. @chicadeciudad es mi jefa, pero tuvo que marcharse fuera por un asunto de negocios urgente, y era demasiado tarde para cancelar esta cita, así que he venido yo en su lugar para disculparme. Lo siento.
Y, dicho eso, se echó hacia atrás, dejó caer las manos al regazo y se preparó para el chaparrón que se temía que le iba a caer.
Él siguió masticando un momento antes de dejar los cubiertos en el plato, cruzarse de brazos y erguirse en el asiento. Cuando se quedó mirándola con los ojos ligeramente entornados, el ceño fruncido, Paula tuvo que hacer un esfuerzo para reprimir el impulso de morderse las uñas. Si lo que pretendía era intimidarla, lo estaba consiguiendo.
–A ver si lo entiendo: No eres la chica con la que se supone que había quedado esta tarde.
Ella apretó los labios y se encogió tímidamente de hombros, a modo de disculpa.
–¿Y tampoco eres una ejecutiva?
Ella sacudió la cabeza.
–Ya veo –murmuró él, como decepcionado–. Entonces, ¿Cómo puedo conocer a la chica que escribió esos mensajes? ¿O es que se ha echado atrás?
Paula parpadeó un par de veces antes de contestar.
–Fui yo quien los escribió. Mi jefa me pagó para que lo hiciera por ella, pero la verdad es que disfruté charlando contigo y aprendiendo cosas de tí y…
–¿Que te pagó para que los escribieras? –la cortó él enfadado–. Entonces, ¿Quién diablos eres y por qué has venido aquí? –le espetó, apoyando los brazos en la mesa inclinándose hacia ella.
Paula se echó hacia atrás. Tenía que confesarle toda la verdad… Si le dejaba meter baza, pensó cuando volvió a increparla.
–¿De qué va esto? ¿Es una especie de juego que se traen tu jefa y tú? ¿Se divierten jugando con los hombres con los que contactan por Internet? De hecho, puede que estés fingiendo que eres tu secretaria porque no soy como esperabas, o que sí seas la secretaria y hayas estado utilizando la cuenta de tu jefa para conocer a alguien por encima de tu estatus social. ¿Cuál es la verdad?
Paula se quedó mirándolo horrorizada.
–¿Un juego? No es ningún juego. Marcela, mi jefa, ni siquiera sabe que estoy aquí. Y jamás utilizaría su cuenta para conocer gente. Esa es una acusación horrible.
–Muy bien, pues ¿De qué va esto entonces? ¿Por qué estás aquí?
–Porque mi jefa me dijo hace menos de una hora que no iba a poder acudir a la cita, y me sabía mal dejarte aquí, esperando, cuando te habían dado plantón. Eso es todo. ¿Satisfecho? –le espetó Paula.
Y antes de que él pudiera contestar, tomó el panini con las dos manos y le dió un gran bocado. Lo cual fue un error, porque en el instante en que le hincó el diente al pan tostado, un chorretón de tomate le saltó a la blusa blanca, su blusa favorita, y la más cara. Tragó e intentó limpiar la mancha con la servilleta de papel, pero fue peor el remedio que la enfermedad. Dejó la servilleta en la mesa y miró a @deportista, que estaba observándola anonadado.
–Con la comida rápida sí que te arriesgas –masculló Paula–. El bocadillo de ternera que estaba comiendo ese señor no es el único peligro que esconde el menú –suspiró y le dió otro bocado al panini.
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