Antes de llegar a la ciudad, Pedro tomó un desvío. Un rato después estacionaron el coche frente a la casa. En el piso de abajo había luces encendidas y, al cabo de un instante, Kulk y Mevrouw Kulk aparecieron por la puerta. Salió y fue a abrirle la puerta a Paula. La acompañó al interior de la casa bajo la lluvia y el viento y allí los saludaron con alegría. Mevrouw Kulk le quitó el abrigo y la acompañó a un aseo al final del vestíbulo. Estaba cansada y le apetecía irse directamente a la cama, pero también estaba hambrienta. Se lavó la cara, se arregló el pelo y volvió al vestíbulo. Cuando llegó, los dos hombres habían ido por las maletas y ella permaneció de pie sin saber qué hacer. Pero un segundo después, apareció el ama de llaves con Prince y Polo. Paula estaba de rodillas abrazando a su perro cuando Pedro volvió.
-Bienvenida a casa, Paula. Tenemos la cena preparada; me imagino que estarás hambrienta.
La tomó de la mano y la llevó a una habitación de techos altos y grandes ventanales. Las paredes estaban pintadas de blanco y de ellas colgaban cuadros con marcos dorados. Los muebles eran de caoba. Había una mesa rectangular, rodeada de ocho sillas, un aparador enorme y una vitrina donde se mostraba la plata. Frente a la puerta, una chimenea encendida.
-Es una habitación preciosa -declaró Paula olvidándose del cansancio por un momento.
Pedro la ayudó a tomar asiento. En la mesa había dos servicios preparados. A pesar de la hora que era, la plata y la cristalería brillaban sobre los manteles individuales y, en el centro, había un jarrón con flores frescas. La cena estaba deliciosa: un pastel de carne, un soufflé cremoso y, de postre, un pastel de frutas con un hojaldre suave como las plumas.
-Como es el día de nuestra boda, el champán es obligatorio -dijo Pedro con una sonrisa-. Eres una novia preciosa, Paula.
Ella lo miró sorprendida.
-¿Con un traje del año pasado y el único sombrero que pude encontrar en el pueblo?
-Sí, aun así eres una novia preciosa. El día quizá haya sido un poco inusual, pero yo lo he disfrutado.
-¿De verdad? Yo también; aunque no puedo decir lo mismo del viaje en barco.
-Lo siento mucho -dijo estudiando su cara cansada-. Ahora será mejor que te vayas a la cama. Mevrouw Kulk te acompañará a tu habitación. Mañana volveré tarde; espero que no te aburras.
Ya estaba medio dormida cuando acompaño al ama de llaves escaleras arriba, y en cuanto se metió en la cama, cayó rendida. Por la mañana, una joven descorrió las cortinas de su habitación para revelar una mañana nublada y triste. Emma se sentó en la cama y aventuró un goeden morgen con tanto éxito que la chica se puso a hablarle en holandés.
-Lo siento -la interrumpió Paula-, No entiendo -dijo de nuevo en holandés, era otra de las frases que había aprendido de su libro.
La chica sonrió y le dejó sobre la mesilla una bandeja con un té. Se sintió aliviada al encontrar una nota de Pedro junto a la tetera. Con una letra casi ininteligible, le deseaba buenos días y le recomendaba que se tomara un gran desayuno y que se diera un buen paseo con los perros. Él volvería sobre las seis.
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