martes, 27 de julio de 2021

Conectados: Capítulo 5

Un mechón de cabello castaño cayó sobre la frente de @deportista, que lo echó hacia atrás con las puntas de los dedos, como un modelo, pero sin perder ese aire viril y rudo. En sus labios se dibujó una sonrisa, entre sugerente y descarada, tan contagiosa que Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír también. Según su perfil de la página de contactos, dirigía con su hermano una compañía de ropa deportiva, dentro de la cual él promocionaba la línea de deportes marítimos, entre ellos el surf, que además practicaba. Por su aspecto daba la impresión de ser otro emprendedor guapo y arrogante que había tenido suerte en los negocios, y que aprovechaba cualquier oportunidad para alardear de su dinero a la más mínima oportunidad. No le extrañaba que esperase que todo el mundo saltase solo con que chasquease los dedos. «Dile la verdad y acaba con esto; lo soportará», se dijo. Inspiró para reunir el valor suficiente y se irguió en la silla. Estaba a punto de decirle quién era y por qué estaba allí, cuando llegó la camarera con lo que él había pedido, y la distrajo el delicioso aroma del panini con jamón y queso recién tostado y de las galletas con trocitos de avellana.


–Las damas primero –le dijo @deportista, señalándole el panini, que acababa de cortar en dos. Aunque se le había hecho la boca agua al ver el queso derretido, Paula iba a declinar su ofrecimiento cuando le sonó el estómago.


–Gracias –murmuró sonrojándose–, pero hay algo que tengo que decirte, y es importante. Es que… No soy quien crees que soy. Cuando te envié esos mensajes, yo…


De pronto se oyó un batacazo. El hombre mayor de la mesa de al lado se había levantado, dejando caer la silla, y jadeaba mientras se aferraba con las manos al borde de la mesa. Parecía presa del pánico. Se le salían los ojos de las órbitas, y estaba cada vez más rojo. Paula se levantó como un resorte.


–¡Dios mío, se está ahogando! –exclamó–. ¡Necesita ayuda!


Y aunque la gente al oírla empezó a levantarse para ver qué pasaba, no esperó a que acudiera nadie en su rescate, sino que ella se adelantó. Le dió un fuerte golpe entre los omóplatos con la base de la mano, pero no tuvo efecto alguno. Paula iba a repetirlo cuando @deportista apareció a su lado, rodeó el tronco del hombre con los brazos por detrás y tiró con fuerza hacia atrás. De la garganta del hombre salió volando un trozo de bocadillo de ternera, con el que se había atragantado, y sus hombros se distendieron de alivio. Cuando se hubo recobrado del susto, le tendió la mano a @deportista, que se la estrechó y le dio una palmada en el brazo antes de volver a su mesa, aparentemente ajeno a los vítores y los aplausos de los otros clientes y las camareras.


–¿Te ocurre algo? –le preguntó Paula al verlo contraer el rostro, como dolorido, cuando se sentó.


–No es nada; solo un calambre –respondió él, masajeándose el muslo–. Es que no estoy acostumbrado a estar sentado mucho rato.


–Lo que has hecho ha sido impresionante –dijo Paula.


Él se encogió de hombros, como si no tuviese importancia.


–El primer empleo que tuve fue de socorrista en Cornualles; nos dieron un cursillo de primeros auxilios. Me alegra haber podido ayudar, aunque tú, para ser una chica de ciudad, no has estado mal. Solo que, si me permites un consejo, golpea con más fuerza la próxima vez.


–¿La próxima vez? Espero no volver a verme en una situación así –murmuró Paula–. ¿Cómo consigues mantenerte tan calmado? Yo estoy hecha un manojo de nervios –añadió mostrándole su mano, que estaba temblando, y se le había puesto helada.


Él, por toda respuesta, sonrió y la tomó entre las suyas para masajeársela y darle calor. A pesar de los callos que tenía en los dedos y en las palmas, sus manos eran sorprendentemente suaves. Paula sentía debilidad por las manos; era una de las primeras cosas en las que solía fijarse al conocer a una persona, y las de aquel hombre eran espectaculares. Tenía los dedos largos y esbeltos, con las uñas limpias y cortas, pero en los nudillos se observaban algunas cicatrices. Tal vez se había equivocado al etiquetarlo como el típico directivo arrogante. Aquellas no eran las manos de alguien que se pasaba el día encerrado en un despacho. ¿Podría ser que no le hubiese mentido en sus mensajes cuando le había dicho que hacía surf?


–Simplemente sabía lo que había que hacer y lo he hecho – contestó finalmente–. ¿Estás más tranquila? –ella asintió–. Estupendo, pues vamos a comer –dijo apartando sus manos, para decepción de Paula.

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