jueves, 8 de julio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 35

 -Nunca pensaría algo así. Solo quería decir que formaríamos un matrimonio ideal.


-¿No me lo estarás pidiendo porque te doy pena?


-No, Paula -contestó él con el ceño fruncido.


-Creo que deberíamos pensárnoslo.


-Yo ya me lo he pensado, pero tú puedes tomarte todo el tiempo que necesites. Voy a volver a Ámsterdam unos días para dejar que tomes una decisión sin presiones.


La idea no le gustó mucho, porque no le apetecía quedarse allí sola. Pero a él no podía pedirle consejo sobre su matrimonio, ¿Verdad?


-No sabes nada sobre mí...


-Al contrario, sé de lo que eres capaz. Eres sensata, tenemos gustos parecidos, sabes escuchar... Y, además, eres una joven muy atractiva. Y permíteme aclararte que no voy a obligarte a un compromiso romántico hasta que no estés lista.


-¿Solo amigos para empezar?


-¿Ves lo que quiero decir? Sensata y sensible. Sí, amigos, solo amigos.


-Otra cosa. Parece que eres bastante rico, pero no quiero que pienses que me caso contigo por tu dinero.


Pedro dió un suspiro de alivio. Paula se iba a casar con él y, tarde o temprano, aprendería a quererlo. De momento, él tenía suficiente amor para los dos.


-Lo sé -dijo con firmeza-. Tengo mucho dinero y me apetece compartirlo contigo.


Su sonrisa era cálida y amable y, sobre todo, le daba seguridad.


-¿Te quieres casar conmigo, Paula?


-Sí. Me gustas mucho y sé que te echaría mucho de menos si te marcharas ahora.


Él tomó las manos de Paula entre las suyas.


-¿Te importaría si nos casáramos aquí en Salcombe y volviéramos lo antes posible a Ámsterdam?


-Todavía tengo que recoger las cosas de mi madre...


-Entonces ponte manos a la obra mientras yo voy a hablar con la señora Pike y con el sacerdote.


-¿Cuánto puede tardar una licencia especial? 


-Veinticuatro horas. Nosotros somos los que debemos fijar la hora y el día.


-¿Solos los dos?


-Bueno, quizá al doctor Walters le apetezca asistir. ¿Qué opinas de la señorita Johnson y de la señora Craig?


-Muy bien.


Paula se levantó y comenzó a recoger la mesa. Él le quitó los platos y le puso las manos sobre los hombros.


-Qué poco romántico por mi parte. Pedirte que nos casemos ante los restos de la comida. Tengo que resarcirte por esto -se inclinó y la besó con suavidad en la mejilla-. Vamos a ser felices, Paula, te lo prometo...


El beso le había provocado una oleada de calor que le había recorrido todo el cuerpo. Si quería ser sincera consigo misma, tenía que admitir que le había gustado y, por primera vez desde la muerte de su madre, se sintió contenta y feliz.


En cuanto él salió por la puerta, ella se fue a la habitación de su madre y comenzó la tarea de recoger su ropa. Los armarios y los cajones estaban llenos. Durante el poco tiempo que Paula había estado fuera, su madre se había gastada una fortuna en ropa, sombreros y zapatos; la mayoría de ellos seguían nuevos. Guardó uno o dos de los vestidos más serios por si a la señora Pike le gustaban y lo demás lo metió en bolsas para darlo a la beneficencia. En el joyero estaban las mismas cosas de siempre. Emma decidió que llevaría el collar de perlas en la boda y lo demás lo guardaría para cuando se presentara la ocasión. Lloró un poco al recordar a su madre y a su padre; ahora era huérfana, pensó con autocompasión. Pero pronto su yo sensato volvió a tomar el mando y le recordó que iba a casarse con un hombre que le gustaba mucho e iba a vivir en una casa espléndida.


Pedro volvió con la noticia de que el párroco los casaría en dos días, a las diez y media de la mañana.


-También he visto a la señora Pike. He quedado con ella para que venga cada quince días para ver qué tal está todo. ¿Qué quieres que haga con la ropa de tu madre? -le preguntó al darse cuenta de que ella había estado llorando.


-Hay tres bolsas llenas. ¿Las podrías llevar a la beneficencia en Kingsbridge? 


Pedro decidió que cuanto antes se deshicieran de los recuerdos que le causaban tanto dolor, tanto mejor.


-Buena idea. Recoge tu abrigo que vamos los dos.


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