jueves, 1 de julio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 25

 -Buenos días, doctor. Me imagino que usted es la señorita Chaves. Y el perro -dijo fijándose en Polo-. ¿Quieren tomar un café?


-Me alegro de verte de nuevo, Smitty. Primero, tengo que pasarme por el hospital, así que será mejor que me marche enseguida. Llévate a Paula a la consulta y explícale un poco el trabajo. Seguro que aprende rápido.


Julia Smith acompañó al doctor a la puerta y después le dedicó una sonrisa a Paula.


-Vamos a tomar un café.


-¿Sabía que iba a traer a Polo conmigo?


-Sí, me lo dijo el doctor. En la parte de atrás hay un patio pequeño y podemos dejar la puerta de la cocina abierta. Creo que ahí estará bien.


-Seguro que sí. ¿De verdad no le importa?


-No, en absoluto. Ahora le enseñaré su habitación, señorita Chaves.


La habitación daba a la calle, estaba muy limpia y era alegre. Los muebles eran sencillos y la cama estaba contra una de las paredes.


-Mi habitación está al otro lado. Entre los dos dormitorios hay un cuarto de baño. Si desea estar a solas, hay una habitación pequeña junto a la cocina.


Paula miró por la ventana intentado buscar la manera más apropiada de preguntarle sobre la renta. Julia Smith no era una casera habitual. Fue la mujer la que sacó el tema.


-El doctor me va a pagar por su alojamiento; por esa razón, su sueldo será más bajo.


-Ah, gracias. Su inglés es perfecto. ¿Ha vivido en Inglaterra?


-Sí, hace varios años. Verá que la mayoría de los holandeses hablamos ingles, aunque nos gusta que los extranjeros hablen nuestro idioma. Yo le recomendaría que tomara clases.


-Sí, muy buena idea. Y, por favor, llámeme Paula.


Pusieron una manta en el suelo de la cocina para Polo y dejaron la puerta del jardín abierta. Después, se fueron caminando a la consulta. Tardaron cinco minutos en llegar a la entrada imponente que daba a un vestíbulo igual de imponente. Allí había varias puertas y una de ellas tenía una placa con el nombre del doctor Alfonso. Julia Smith le enseñó la consulta y dónde se guardaban todas las cosas; después le pidió que se sentara junto a ella.


-Antes de ser de utilidad, tienes que aprender toda la rutina, así que presta mucha atención.


Paula se sentó a su lado pensando que Julia Smith, además de parecerse a la señorita Johnson físicamente, era igual de severa. Se sentía un poco abrumada. Nunca se había imaginado que el doctor fuera tan rico. Él nunca le había dado ninguna pista; pero ¿Por qué debería haberlo hecho? Además, había ido a Ámsterdam a trabajar para él y no tenía por qué conocer su vida privada, aunque no le importaría saber un poco... La primera persona que llegó fue el doctor Alfonso, que cruzó hacia su despacho con un breve saludo. Cinco minutos más tarde, una enfermera que saludó amigablemente a Julia Smith y ni siquiera le dijo hola a Paula. Después fueron llegando otras personas: un hombre gordo con la cara colorada, una mujer muy delgada, una jovencita acompañada por una madre de aspecto fiero... Cuando todos se marcharon, Julia Smith le explicó:


-Esta es una mañana típica. Ahora el doctor se va al hospital y después, a media tarde, volverá para recibir a más pacientes. Prepárale un café antes de que se marche.


-¿Llamo a la puerta? -preguntó Paula con la taza en la mano.


-Sí, pero no digas nada si él no habla primero.


Paula llamó y pasó. Él estaba sentado en su escritorio escribiendo y ni siquiera levantó la vista. Ella dejó el café sobre el escritorio y volvió a salir, un poco decepcionada. Al menos, podría haber levantado la cara para dedicarle una sonrisa... Ellas también se tomaron un café y, justo cuando acababan, salió Pedro. Las tareas de Paula serían sencillas. Recoger y llevar cosas, preparar café, encargarse de que el escritorio del doctor estuviera cada mañana exactamente como a él le gustaba, ordenar las revistas y, cuando estuviera a gusto con esas tareas, empezaría a encargarse de archivar nuevas entradas en los historiales de los pacientes y del correo.


-Son tareas pequeñas, pero que a mí me quitan mucho tiempo. Si las haces tú, yo podré ocuparme de la contabilidad y el papeleo.


Volvieron a casa a la hora de comer y, en ese rato, Paula sacó a Polo. Después regresaron a la consulta. Solo vió al doctor en un par de ocasiones y él apenas le dedicó un saludo. Había sido un día muy agradable, pensó Emma enroscada en su cama. Julia Smith tenía un aspecto serio y severo, pero ella estaba convencida de que un día podrían ser amigas. El trabajo era fácil y, para vivir, tenía una habitación agradable y suficiente comida. Además, estaba segura de que Polo era bien recibido. Lo único malo era que el doctor parecía haberse olvidado de ella. El día siguiente discurrió bien, aunque parecía que los pacientes no se iban a acabar nunca. Aparte de un rato para comer, no habían tenido un solo respiro. Así que cuando Julia Smith le dijo que llevara unas cartas al correo, ella fue encantada. Ya era casi de noche y hacía frío, pero era muy agradable estar en la calle después de llevar tantas horas metida en la consulta. 

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