-Menudo amigo sería... Ve a preparar ese té y, después, decidiremos qué vamos a hacer de cena.
Ella se quitó el abrigo y se dirigió hacia la cocina.
-Hay huevos, jamón, pan y mantequilla -le dijo cuando él apareció.
Pedro vió con alivio que la sombra de pena había empezado a desaparecer de su rostro. Estaba pálida, cansada y triste; pero el dolor se había disuelto un poco por la familiaridad del entorno y su aceptación de los hechos. Ella preparó la cena mientras él ponía la mesa. Cuando todo estuvo listo, se sentaron frente al fuego. Tenían planes que hacer, pero él no quería hablar de nada serio; por eso en cuanto pudo, cambió la conversación hacia temas triviales como la compra. Por la mañana, la despertó para que tomaran el té juntos. Ella había dormido toda la noche de un tirón y, aunque al despertar había sentido el dolor de la pérdida, ya no era un dolor insoportable. Se puso la bata y bajó a la cocina. Allí estaba Pedro, con el pelo despeinado, sirviendo dos tazas de té. Sus buenos días fueron alegres, pero impersonales.
-Veo que has dormido bien. Mientras preparas el desayuno voy a buscar pan; debe estar recién hecho.
Después del desayuno, caminaron hacia el banco. En la puerta, Paula le dijo:
-¿Te importa pasar conmigo? Seguro que lo entiendo todo, pero por si acaso hay algo...
El director los recibió muy serio. Después de darle el pésame, abrió una carpeta que tenía sobre el escritorio.
-Me temo que lo que tengo que decirle es bastante desagradable, aunque seguro que podemos llegar a algún acuerdo... Antes de que usted se marchara a Holanda, había una pequeña suma de dinero en la cuenta. No era mucho, pero lo suficiente para darle a su madre cierta seguridad. Ella tenía su pensión y me dijo que no tenía necesidad de pagar los gastos de la casa, así que pensé que tendría dinero de sobra. Desgraciadamente, se gastó el dinero con alegría y cuando acabó con todo, me pidió que le diera un crédito. Me aseguró que usted lo pagaría. Al cabo de poco tiempo, se volvió a gastar todo el dinero y ha dejado bastantes deudas.
Paula dijo con un hilo de voz:
-Pero... yo le dejé una buena cantidad de dinero, además, tenía su pensión... ¿Está seguro?
-Completamente seguro. Lo siento, señorita Chaves.
-¿Sabe si tiene otras deudas pendientes?
-Hay unos cuantos cheques que no hemos querido pagar. Le sugiero que abra una cuenta para que yo pueda saldar todas las deudas.
-Pero, yo no tengo... -comenzó a decir Paula.
-Es un consejo muy sensato, Paula -la interrumpió el doctor con calma-. Deja que el señor Ansty abra la cuenta, yo me encargaré de eso -ella abrió la boca para decir algo, pero él no la dejó-. Paula, deja que yo me ocupe por el momento.
El tono de su voz la hizo callarse. Solo emitió un leve gemido cuando el director anunció cuál era la cantidad adeudada. ¿Cómo diablos iba a poder pagar eso? El resto del tiempo se lo pasó con la mente en blanco, sin escuchar lo que los dos hombres estaban diciendo. Cuando salieron del banco, ella se paró en seco.
-Debo estar loca para dejarte pagar ese dinero. Vamos al banco a decirle que has cambiado de opinión.
Él no dijo nada, y la llevó a una cafetería a tomar lago.
-Cuando volvamos al chalet te lo explicaré todo. Ahora tómate el café y vamos a hacer la compra.
Pedro sonaba muy convincente y no parecía preocupado en absoluto. Eso la tranquilizó un poco. Cuando llegaron a la casa, había un mensaje del señor Trump en el contestador. La sobrina de la señora Riddley iría a Salcombe a recoger las cosas de su tía. La mujer esperaba que la señorita Chaves hubiera dejado todo tal y como estaba para comprobar por sí misma que no faltaba nada.
-Es el colmo -exclamó Paula, enfadada-. ¿Acaso piensa esa mujer que voy a quedarme con algo que no sea de mi madre? -preguntó mientras cortaba el pan con más energía de la necesaria-. ¿Y tengo que quedarme aquí todo el día para esperarla?
-Eso parece. Yo tengo que ir al centro de salud a visitar a los colegas, así que no puedo hacerte compañía.
-Bueno, ahora me vas a explicar cómo voy a pagar las facturas.
Él pensaba explicarle muchas más cosas, pero en ese momento, alguien llamó al timbre.
-He oído que estabas aquí -dijo la señora Craig cuando Paula abrió la puerta-. He venido para darte el pésame y charlar un rato. Veía a tu madre a menudo, ¿sabes? Seguro que te encantará saber lo feliz que era. Qué desgracia tan grande. Pero he oído que murió de manera instantánea...
La señora Craig se sentó cómodamente en una silla.
-Habría ido al funeral si hubiera sido aquí, pero, claro, ella deseaba que la enterraran con su marido.
«Sé que no quiere ser descortés», pensó Paula, «Pero si no se marcha pronto, voy a gritar». Pedro decidió rescatarla.
Pero por Dios que mujer más desconsiderada! Y está Pau es tan buena que no la pone en su lugar... y la madre sin palabras! La mujer más egocéntrica y egoísta del mundo
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