Paula se fue a dar un paseo con los perros y por la tarde les escribió a Mariana y a la señorita Johnson. Después de tomar el té, subió a su habitación, examinó su ropa y se dió cuenta que no le apetecía ponerse nada. Lo mismo le daría llevar una falda vieja, porque no había nadie para apreciar las cosas tan bonitas que se había comprado. Cuando bajó, Pedro estaba en la salita, estirado cómodamente en un sillón. Estaba dormido, con la cara relajada. Se quedó mirándolo y lo entendió todo: Estaba enamorada de él. Entonces desapareció el mal humor, la inseguridad y la autocompasión. ¿Cómo no se habría dado cuenta antes? Siempre lo había amado, desde el primer día que lo había visto, en la panadería. Ahora sí que estaban en un apuro. Verónica en Estados Unidos, libre para casarse con él y él atado a una mujer a la que se había unido sin amor. Había sentido pena por ella misma cuando en realidad tenía que haberla sentido por él. Lo conocía bastante bien y sabía que él no haría nada al respecto; aunque estuviera enamorado de aquella otra mujer. Así que ella tendría que hacer algo, porque lo que más le importaba era que él fuera feliz. En ese momento, él abrió los ojos.
-Hola, he llegado antes de lo previsto. ¿Has tenido un buen día?
Ella le contó lo que había hecho y le ofreció un café.
-La cena se servirá dentro de una o dos horas.
-Tengo el tiempo justo de ir a ver al dominee. Quiero preguntarle cómo va el asunto de los árboles de Navidad.
Así que Paula se volvió a quedar sola y, aunque hubiera querido hablar con él, no tuvo oportunidad de hacerlo. Durante la cena hablaron, por supuesto, pero solo de trivialidades y ella no encontró la oportunidad de decir lo que quería. Después de la cena, él le dijo que tenía que trabajar y se marchó a su estudio. Allí seguía cuando ella abrió la puerta y le deseó buenas noches. Quizá ese habría sido un buen momento, pero a él se lo veía muy ocupado, con papeles por todo el escritorio. Quizá mañana, pensó Paula antes de quedarse dormida.
Al día siguiente, Pedro llegó a casa temprano y la acompañó al pueblo. Ella se dió cuenta de que él hablaba con todo el mundo. Escuchaba atentamente a los más ancianos, que habían ido a echar un vistazo, se reía con los más jóvenes y jugaba con los niños. Se notaba que disfrutaba con la gente a la que había conocido durante toda su vida y que ellos lo aceptaban como uno más. Igual que la aceptaban a ella, pensó con placer. Cuando llegaron a casa, todavía faltaba una hora para la cena. Paula fue a la salita y Pedro la siguió. Cerró la puerta detrás de él y le dijo:
-Paula, tenemos que hablar...
-Sí, pero antes de que empieces... ¿Sabías que Verónica estaba libre antes de casarte conmigo?
Él no había esperado esa pregunta y contestó sin pensárselo.
-No, Paula.
Ella se sentó y Polo se subió a su regazo.
-Es importante porque...
-No tiene la menor importancia -la interrumpió él.
En ese momento, sonó el teléfono y él contestó.
-Sí. Llevaré el coche a Schipol. Dame una hora.
Al colgar el teléfono, le explicó que tenía que irse a Viena.
-No sé cuánto tiempo estaré fuera. Dile a Kulk que me prepare una bolsa -le pidió, y se dirigió hacia su estudio.
Ella fue a buscar a Kulk. Quince minutos más tarde, Pedro ya se había marchado.
Al día siguiente, tenía que ir a un desayuno que organizaba la esposa del director. No le apetecía mucho, pero sabía que no podía negarse. Allí se encontró con caras que le resultaban familiares. Algunas sabían que él se había marchado a Viena.
-Una urgencia -le dijo una de las mujeres-. A un político importante le han dado un tiro en el tórax y esa parte es la especialidad de Pedro -le dijo con una sonrisa-. Pero eso ya lo debes saber muy bien. ¿Has tenido noticias suyas?
-No, se marchó precipitadamente. Me llamará en cuanto tenga un minuto libre.
Su compañera le puso una mano sobre el brazo.
-Sé lo nerviosa que te debes sentir, cariño. Incluso, ahora, después de muchos años casada con un médico, todavía me molesta que tenga que salir corriendo a algún sitio. A todas nos gusta Pedro. Es todavía muy joven, pero es muy brillante. Nos alivió tanto cuando esa mujer, Verónica... Ya sabrás ¿No?
Paula asintió con la cabeza.
-Todas nos alegramos cuando se marchó. Era una mujer muy hermosa, pero tenía un corazón frío y calculador. Era egoísta y ambiciosa.
-Pedro me ha dicho que se ha divorciado...
-Menos mal que te encontró a tí. Todas pensamos que eres la mujer más apropiada para él.
Ella pensaba lo mismo, pero ¿lo sabría él? Ella había encajado muy bien en su vida, pero había otras cosas aparte de eso. Había quedado con Kulk para que la recogiera en la consulta. Al pasar por la casa de Julia Smith, sintió el impulso de llamar a la puerta. Cuando la mujer la vió, su expresión severa mostró una agradable sonrisa.
-¡Paula! ¡Qué sorpresa! Pasa, por favor. No tengo que volver a la consulta hasta las dos. ¿Quieres tomar un café? Lo acabo de hacer.
Paula ya se había tomado muchos cafés aquella mañana, pero no podía negarse.
-Sí, gracias.
Se sentaron junto a una vieja estufa y charlaron un rato del tiempo, del precio de las cosas y de cosas así. Pero Paula no quería hablar de esos temas.
-¿Puedo hacerle una pregunta? En los últimos días estoy oyendo hablar mucho de una tal Verónica. Sé que él me va a hablar de ella, pero cada vez que lo va a hacer, se tiene que marchar corriendo a alguna parte. Si supiera un poco más de esa mujer, me resultaría más fácil contestar a la gente que me la nombra -le dijo mirando con esperanza a la cara severa de su acompañante.
La mujer no cambió la expresión y Paula se sintió bastante triste.
-Espero que me entienda. Todo el mundo me habla como si la conociera y yo no sé qué decir...
-Siempre hay cotilleos y quizá te hayan dado una impresión equivocada sobre el tema. No es asunto mío hablar contigo de este tema. Solo te diré que se fue hace mucho tiempo y, si el doctor quiere hablarte de ella, ya encontrará el momento. Siempre hay rumores en esas reuniones sociales, algunos infundados.
Ella suspiró decepcionada.
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