martes, 20 de julio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 46

Tenía que tener el mejor aspecto posible, pensó Paula mientras se arreglaba para el cóctel de esa noche. Se cepilló el pelo hasta que este tuvo un aspecto sedoso y, después, se maquilló con esmero. Luego se puso el vestido de terciopelo verde. Incluso para su ojo crítico, el resultado era perfecto. Y la mirada de admiración de Pedro se lo confirmó. Aunque ya estaba acostumbrada a los eventos sociales, éste le hacía sentirse nerviosa. El director del hospital era una persona muy importante y ella quería causarle buena impresión para no decepcionar a su marido. Cuando lo conoció, se dió cuenta de que no tendría que haberse preocupado. Su anfitrión era un señor de mediana edad muy simpático y su esposa, una mujer imponente con un peinado estirado, era la amabilidad en persona. Tomó a Paula bajo su tutela y se la presentó a algunos de los invitados. Al volver a casa, ella preguntó nerviosa.


-¿Qué tal he estado? Me gustaría poder hablar holandés, pero al nivel que tú lo hablas, no solo balbucir algunas palabras.


-Has sido todo un éxito, Paula. Todos los hombres de la fiesta me tenían envidia y las mujeres me han felicitado. Si quisieras, tendrías una espléndida y ajetreada vida social.


-Bueno... -dijo Paula-. Me gusta conocer a gente, ir al teatro y cosas así, pero no muy a menudo. Y solo si tú vienes también.


-Haré todo lo que pueda por acompañarte, pero tendrás que ir sola a muchos desayunos por las mañanas.


-Mañana voy a uno en el pueblo. Los niños lo han organizado para recaudar fondos para la fiesta de Navidad del colegio y el dominee me ha invitado. Creo que será divertido y, además, podré practicar mi holandés con los niños. Le pedí a Teresa que preparara algunas galletas para llevar algo. Espero que no te importe.


-Paula, por supuesto que no me importa. Esta es tu casa y puedes hacer lo que quieras. Mi madre solía ayudar mucho al dominee y él estará encantado al ver que tú estás interesada.


La visita al pueblo fue un éxito; los niños se sorprendieron al escuchar lo mal que hablaba Paula, pero ninguno se rió de ella. Tampoco se rieron las mujeres de los colegas de Róele cuando asistió a varios desayunos con ellas. Además, todas se dirigían a ella en inglés. Eran personas muy amables y escondían muy bien su curiosidad. Se aseguraron de que iba a las tiendas apropiadas, le dieron pistas sobre qué llevar a las diferentes reuniones... Paula tomó buena nota de todo y apreció que ellas quisieran ser sus amigas. Pero no iba a permitir que la vida social la absorbiera. Con la ayuda de Teresa, estaba empezando a entender el funcionamiento de la casa: La organización de las comidas, la rutina diaria, la revisión y cuidado de las antigüedades por si algo necesitaba la atención de un experto... Y todo lo tenía que hacer sin molestar a Pedro. Además estaba el pueblo. Al menos una vez por semana se daba un paseo con los perros y tomaba café en casa del dominee. También se unió al comité de organización de las fiestas de Navidad. Sus días estaban completos y se sentía feliz. Aunque no totalmente, porque veía a Pedro muy poco. A veces, incluso le parecía que la estaba evitando. Asistieron a unas cuantas cenas y una vez la llevó a una obra de teatro. Ella no entendió ni una palabra, pero le encantó estar una hora sentada a su lado.


Un día, Pedro le informó de que en el hospital se iba a celebrar una fiesta para los médicos a la que también asistirían las autoridades de la ciudad.


-Ponte el vestido azul. Yo tengo que ir de esmoquin. También estarán allí mis padres y otras personas que ya conoces.


La noche de la fiesta, bajó a la salita y se encontró con que Pedro ya estaba allí. Llevaba un esmoquin impecable y estaba de pie en la puerta del jardín mirando a los perros. Cuando ella entró, él llamó a los animales y cerró la puerta.


-Preciosa -le dijo caminado hacia ella-. Paula, ya es hora de que nos comprometamos.


-Pero si ya estamos casados -respondió ella.


-Ya sé; pero a mí siempre me han gustado los compromisos tradicionales, con el anillo y todo eso.


Paula se rió.


-No seas absurdo, Pedro. Todo eso se hace antes de la boda.


-Pero nosotros no tuvimos tiempo. Así que tenemos que hacerlo ahora. No te he comprado un anillo, pero, quizá te guste llevar éste. 


En su mano tenía un gran zafiro azul rodeado de diamantes. Se trataba de una joya que había pertenecido a la familia durante varias generaciones y ahora quería regalársela a ella.

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