Se lo puso en el dedo junto al anillo de casada.
-Quedan muy bien juntos.
Paula levantó la mano para admirarlo.
-Es precioso. Y me queda bien.
-Recordé la talla de tu anillo de boda e hice que te lo arreglaran.
Pedro actuaba de una manera tan razonable que todo parecía una mera formalidad. «No tengo ningún motivo para sentirme mal», pensó Paula. «Me ha dado un anillo precioso y debo considerarme afortunada».
La fiesta fue fantástica. Había camareros y camareras impecablemente uniformados que ofrecían champán y canapés en bandejas de plata. Paula no duró mucho tiempo junto a Pedro. Enseguida llegó la mujer del director y se la llevó por la sala. Todos fueron muy amables con ella. Los hombres jóvenes se mostraron muy aduladores y las jóvenes la bombardearon con preguntas sobre la boda. Le habría gustado que hubiera estado con ella, pero él estaba en el otro extremo del salón, hablando con un grupo de hombres. Así que se las arregló para dar algunas respuestas insustanciales. Pedro era una persona reservada y seguro que no quería que todo el mundo conociera las circunstancias de su boda. A mitad de la velada, se encontró junto a una señora mayor.
-Así que tú eres la mujer de Pedro. Me ha sorprendido que por fin se haya casado, y con una chica inglesa. Les deseo que sean muy felices. Debes encontrarlo todo muy extraño, ¿Verdad?
-Bueno, no mucho -respondió Paula con amabilidad, pero deseando que la mujer se marchara-. La vida aquí es muy parecida a la vida en Inglaterra.
-Todos pensábamos que ya se quedaría soltero. Después de todo, adoraba a Verónica. Él cambió por completo cuando ella se marchó a Estados Unidos. Pero claro, ahora necesita una esposa, alguien que se ocupe de su casa. Para un hombre con su profesión es necesario. Seguro que contigo ha hecho una buena elección.
La mujer era bastante malévola, pensó Paula.
-Me imagino que es natural que la gente sienta curiosidad por nuestro matrimonio. Pero todos han sido muy amables conmigo, y muy simpáticos. Me siento como en casa. Y nunca escucho los cotilleos...
La aparición de uno de los médicos jóvenes la salvó de decir nada más.
-¿Van a venir al baile del hospital? Ahora que Pedro te tiene de pareja, no le queda ninguna excusa. Él siempre viene, baila una pieza con la mujer del director y se vuelve a marchar. Pero ahora puede bailar toda la noche contigo. Aunque no tendrá muchas posibilidades, porque todos queremos bailar contigo.
-¿Cuándo es el baile?
La mujer fue la que contestó.
-Es un baile anual. A Pedro no le gusta asistir desde que Verónica se fue a América.
-Me parece que eso tendrá que cambiar -respondió ella alegremente, y suspiró aliviada cuando el joven le sugirió que lo acompañara a la mesa a servirse algún canapé.
-Mevrouw Weesp es un poco... ¿Cómo diría?... Ácida. Es la viuda del antiguo director y creo que ahora se siente sola y no muy bien recibida.
-Pobre mujer -pensó Paula, pero se olvidó de ella inmediatamente cuando vió a Pedro.
-¿Te lo estás pasando bien? -le preguntó mientras le llenaba un plato con salmón y tartaletas de queso.
Algunos de sus amigos se unieron a ellos y ya no tuvo oportunidad de hablar con él en toda la velada.
-Una noche muy agradable -observó él más tarde-. El baile es el próximo acontecimiento social al que tendremos que asistir.
-El joven con el que estaba hablando me dijo que no solías quedarte.
Se fueron a la salita, donde Teresa les había dejado café y unos sandwiches.
-Alguien llamada Mevrouw Weesp estuvo hablando conmigo. Pedro, ¿Quién es Verónica?
Ella notó que se le tensaba la cara.
-Una chica que conocí hace tiempo. ¿Por qué lo preguntas?
-¿Por qué iba a preguntarte? -respondió ella enfadada-. Soy tu mujer y no debemos tener secretos.
-Ya que me lo preguntas, te lo contaré. Ella era, y todavía lo es, una mujer muy hermosa y yo me enamoré. De eso hace diez años. Se fue a Estados Unidos y se casó allí. El año pasado, me la volví a encontrar en un seminario y un tiempo después me enteré que se había divorciado.
-Así que, como no se quiso casar contigo te tuviste que conformar conmigo.
-Creo que será mejor que hablemos del asunto cuando no estés tan enfadada.
-¿Yo? ¿Enfadada? -preguntó con una voz que no parecía la suya-. Por supuesto que no lo estoy, solo te he hecho una pregunta civilizada sobre un asunto del que me tendrías que haber hablado hace siglos.
-¿Por qué? No es lo mismo que si estuvieras enamorada de mí. Mi pasado no debe interesarte igual que a mí no me interesa el asunto de Diego.
Paula explotó.
-¿El asunto de Diego? Sabes muy bien que no podía soportarlo.
-¿Tanto te importa, Paula?
-No me importa en absoluto -dijo dando media vuelta-. Me voy a la cama.
Una vez en su habitación, tiró la ropa sobre una silla, se metió en la cama y estuvo llorando hasta que se quedó dormida. A pesar de todo, aún no se había dado cuenta de que estaba enamorada de su marido. Pero él sí lo sabía. También sabía que debía manejar la situación con mucha cautela y no decirle nada hasta un día o dos más tarde, hasta que ella misma se diera cuenta. Había sido muy paciente y ahora tenía que seguir siéndolo.
A la mañana siguiente, Paula bajó a desayunar esperando que Pedro se hubiera marchado. Pero él seguía allí. Le deseó buenos días con su estilo tranquilo y amable y le alcanzó una tostada.
-Voy a pasar la mayor parte del día en el hospital, pero mañana estaré libre para acompañarte a la fiesta del colegio. ¿Ya tienen todo lo que quieren para los niños?
Paula le respondió con brevedad, preguntándose si tendrían que olvidarse de lo que había pasado la noche anterior. «Quizá él se olvide, pero yo no», pensó. Todavía estaba disgustada. Él tomó el correo para echarle un vistazo y ella se dió cuenta de que la carta de arriba tenía un sello de Estados Unidos. Al marcharse, él le puso una mano sobre el hombro, pero no le dió el beso que solía darle.
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