Paula bajó a desayunar bastante contrariada. Llevaba una de las faldas nuevas y un jersey de cachemir, y el pelo lo llevaba recogido en un moño informal. Cuando el doctor la vió, pensó que estaba adorable, pero por la expresión de su rostro, estimó que no era el momento de decírselo.
-¿A qué hora llegarás?
-Por la tarde.
-¿Puedes llamarme cuando llegues?
-Te llamaré desde el aeropuerto.
Cuando él se marchó, Paula se fue con los perros a dar una vuelta. Ya estaba empezando a conocer la zona. Dió una larga caminata sin encontrarse con nadie y se sintió sola. Pedro llamó después de comer.
-Espero que tu paciente no esté muy enferma -dijo Paula- así tendrás algún tiempo para visitar Roma.
Durante los días que Pedro estuvo fuera, hizo un montón de cosas para mantenerse ocupada. El dominee llamó para invitarla a que fuera a Ámsterdam con ellos a comprarles a los niños los regalos de Navidad. Cuando él llamó, ella le contó todo lo que había hecho. No quiso alargarse mucho para no entretenerlo, pero él no dejaba de hacerle preguntas sobre los perros, sus paseos... Ella deseaba preguntarle que cuándo volvería, pero seguro que él se lo decía. Estaba a punto de despedirse cuando le dijo:
-Volveré mañana.
Antes de poder contenerse, le contestó entusiasmada:
-¡Qué bien! Te he echado mucho de menos...
Cuando colgó se dió cuenta de que no le había dicho a qué hora llegaba para poder ir a buscarlo al aeropuerto. Probablemente, no quería que fuera. Por primera vez desde se casaron, Paula se preguntó si no habría cometido un terrible error. De alguna manera, la amistad que había sentido en Salcombe se estaba diluyendo. Quizá lo había decepcionado, aunque ella había hecho lo que había podido para representar el papel que él quería. Le dió muchas vueltas a esos pensamientos, pero la tarde que llegaba Róele, estaba preparada para recibirlo alegremente. Se puso uno de los vestidos que le había comprado, se pasó un buen rato maquillándose y se recogió el pelo en una trenza. Bajó al salón a esperarlo con Prince y Polo, y abrió un libro para no parecer muy ansiosa. No leyó ni una palabra. Estaba atenta a cualquier ruido que proviniera del vestíbulo. Por eso, cuando Pedro entró por otra puerta, la pilló desprevenida.
-Hola, Paula -dijo desde la puerta del jardín.
Ella soltó el libro y corrió para saludarlo. Se olvidó de que había planeado recibirlo de una manera fría y amistosa y corrió hacia él. Él, al verla llegar, abrió los brazos para recibirla.
-¡Vaya! Qué bienvenida tan calurosa -dijo sonriéndole, y la apartó un poco para mirarla-. Y qué guapa estás, espero que sea en mi honor.
-No, por supuesto que no. Bueno, sí... ¿Qué tal el viaje? ¿Has tenido éxito?
-Espero que sí. Tenía un problema en el tórax que podía haber acabado con su carrera de cantante.
Kulk entró con una bandeja con té y ellos se sentaron en la mesa. Paula se sentía muy feliz. Al día siguiente, le dijo que el director del hospital los había invitado a un cóctel en su casa.
-Te advierto que este es el comienzo de una ronda de compromisos sociales que no puedo eludir. Así podrás conocer a todos: Mis colegas, viejos amigos de la familia...
-Mi holandés... -empezó a decir ella.
-No tienes por qué preocuparte. Todos hablan inglés. Tengo que confiar en tí para que te encargues de las invitaciones, porque como es lógico, para corresponder nosotros tendremos que invitar a todo el mundo. ¿Ves ahora por qué necesito una mujer?
Por algún motivo, ese último comentario la deprimió.
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