jueves, 29 de julio de 2021

Conectados: Capítulo 11

Federico era brillante, y llevaba muy bien el negocio, pero en lo que se refería a las mujeres era un caso perdido. Su hermano parecía atraer principalmente a chicas que veían en él a alguien de quién podían conseguir ropa deportiva gratis, o a mujeres de negocios que lo utilizaban para que las ayudara a darle un empujoncito a su empresa en cuestiones informáticas y tecnológicas, y luego le daban la patada al descubrir que no iba a hacerlo porque estaba tan ocupado que no tenía tiempo. Y luego estaban las peores: Las cazafortunas que se dedicaban a perseguir millonarios. Pedro conocía muy bien a esa clase de mujeres, pero en los tres años que había estado con Lori nunca se le había pasado por la cabeza que estuviese valiéndose de su estatus para llegar a donde quería llegar. Tras el accidente había dejado de serle útil, y lo había dejado por otro deportista de élite que sí podía darle el caché que buscaba. El haber conseguido su propio programa de televisión era una de las ventajas de haberse arrimado a ese tipo, y también que la hubieran invitado a la entrega de premios del mundo de los deportes, los Sports Personality Awards, la semana siguiente. Por eso era esencial que él fuera a ese evento por su propio pie, con otra mujer del brazo, y con una sonrisa en los labios. Pero tenía que ser la mujer adecuada, no otra modelo de ropa interior como Lorena. Necesitaba una acompañante vivaz, con chispa, independiente, que lo ayudase a dar ante los medios de comunicación la imagen de un hombre que no iba a dejar que un accidente de coche le impidiera hacer lo que quería. Quejarse a Federico de que no quería ir solo a aquel evento había sido un error. Lo último que había esperado de su hermano era que le diera de alta en una página de contactos. Aunque, bien mirado, podría ser que tuviera que darle las gracias después de todo. Andy era interesante, divertida… Lo único que tenía que hacer era poner a trabajar su encanto personal y convencerla de que lo acompañara a ese evento. Pan comido.


De pronto Paula apareció junto a él, y en vez de volver a sentarse tomó su gabardina, se la puso sin decir palabra, y se colgó el bolso del hombro. Estaba a punto de decirle algo cuando ella se volvió hacia él, y al verle la cara se quedó callado. Estaba blanca como el papel, y por como le temblaba el labio inferior era evidente que estaba disgustada por algo.


–Ha sido estupendo conocerte –le dijo atropelladamente–, pero tengo que irme. Es un asunto urgente. Muchas gracias por el café y…Bueno, espero que tengas más suerte en la próxima cita –le deseó, y se alejó hacia la salida.


–¡Eh, espera un momento! –la llamó Pedro.


Pero, o no lo oyó, o hizo como que no lo había oído, y salió de la cafetería a toda prisa. Pedro se levantó para ir tras ella, pero le dió un calambre en la pierna, y el dolor era tan fuerte que tuvo que volver a sentarse y masajear el músculo hasta que remitió un poco. El día estaba mejorando por momentos, pensó con ironía. Acababa de ahuyentar a la única chica con la que había accedido a quedar a través de la página de contactos. Fue entonces cuando sus ojos se posaron en algo morado que había apoyado contra la pared, junto a la silla que Pau había dejado vacía: Un paraguas.




La casa de Sofía estaba completamente a oscuras cuando Paula abrió la puerta. La lluvia se había convertido en aguanieve, y al entrar al calorcito de la casa cerrada respiró aliviada y se apresuró a cerrar tras de sí. Ya estaba a medio camino calle abajo cuando se dió cuenta de que se había dejado el paraguas en la cafetería, y después de esperar y esperar en la parada del autobús, se había hartado al ver que no llegaba optó por volver andando aunque se mojara. Lo de esperar era para los perdedores, se había dicho. Y es que, durante el tiempo que había estado esperando en la parada, con la fría lluvia corriéndole por el cuello y colándosele en los botines, había llegado a una conclusión importante: tras sus veintiocho años de vida ya había esperado bastante. De niña había esperado y esperado a que sus padres hicieran un hueco en sus ajetreadas vidas para prestarle un poco de atención. Había esperado que le explicaran por qué habían tenido que mudarse de repente, dejando su casa para irse a vivir a un pequeño departamento. 

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