Paula se tomó el té y se levantó. El cuarto de baño tenía todo tipo de comodidades. Había una gran bañera, estantes llenos de toallas, jabones, sales y todo lo que cualquiera pudiera desear. Se dió un baño espumoso y se vistió y maquilló para bajar a desayunar. Kulk, que estaba pasando la aspiradora en el vestíbulo, le deseó buenos días y la acompañó a la sala donde había servido el desayuno. La mesa estaba junto al fuego y Prince y Polo estaban esperando por ella. Ese era su hogar, pensó mientras Kulk le servía un café y le preguntaba qué le apetecía tomar. Ella le pidió unos huevos revueltos que devoró con apetito, y después se comió una tostada con mermelada. Cuando el hombre volvió para preguntarle si deseaba algo más, ella quiso saber si Pedro se había marchado muy temprano. Su inglés era bastante bueno, aunque tenía un fuerte acento.
-A las siete y media, mevrouw. Creo que tenía que ver muchos pacientes antes de ir al hospital.
-¿Lleva mucho tiempo con el doctor?
-Yo le enseñé a montar en bicicleta, mevrouw, cuando trabajaba para sus padres. Cuando ellos se retiraron, mi mujer y yo vinimos a trabajar para él.
Paula dejó la taza de café sobre la mesa.
-Todo es nuevo para mí, le agradecería que me ayudara...
-Para mí será un placer, mevrouw, Teresa y yo haremos todo lo que esté en nuestra mano para ayudarla. Si ya ha acabado su café, quizá le apetezca acompañarme a la cocina para que le explique cómo llevamos la casa. Ella no habla inglés, pero yo le traduciré cuando quiera darle instrucciones.
-Gracias, Kulk. Me gustaría enterarme de todo, pero no pretendo hacerme cargo de la casa -dudó un instante; él era un empleado que llevaba muchos años en la familia y tenía que confiar en él-. El doctor y yo nos casamos rápidamente porque yo acabo de perder a mi madre y no tenía ningún motivo para quedarme en Inglaterra.
-Mi mujer y yo estamos encantados de que se hayan casado, mevrouw. Llevábamos mucho tiempo deseando que el doctor encontrara una esposa y ahora estamos felices de darle la bienvenida y servirle a usted como le servimos a él.
Eso sonaba realmente anticuado, pero estaba convencida que lo había dicho con sinceridad.
-Gracias. Sé que voy a ser muy feliz aquí. ¿Lo acompaño ahora?
-Por supuesto, mevrouw.
Lo siguió a través del vestíbulo, entraron por una puerta al lado de las escaleras y continuaron por un pasillo. La cocina era una habitación espaciosa y las ventanas daban a un patio en la parte de atrás de la casa. A primera vista, era bastante anticuada, pero disponía de todo tipo de electrodomésticos. En cuanto entraron, Paula vió dos gatos sentados en sendas sillas.
-¡Los gatos! -exclamó Kulk-. Tal vez le molestan...
-No se preocupe. ¡Qué cocina tan fantástica!
Mevrouw Kulk no estaba allí, pero, en seguida, apareció con un cuenco lleno de huevos. Los dejó sobre la mesa y le deseo a Paula buenos días mientras le ofrecía una silla. Ella intentó averiguar lo que el matrimonio estaba hablando; pero al rato desistió. Empezaría a tomar clases lo antes posible, se dijo decidida. Sus palabras y frases sueltas no le serían de gran ayuda si iba a conocer a los amigos de Pedro. Además, le apetecería ir de tiendas; él nunca había hablado de ropa, pero ella estaba segura de que le gustaría que su esposa vistiera con estilo.
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