Paula se decidió por el conjunto de dos piezas para la visita del sábado. Era muy sencillo, pero el color verde le favorecía. Envuelta en su nuevo abrigo de cachemir, se montó en el coche al lado de Pedro, intentando convencerse a sí misma de que no estaba nerviosa.
-¿Estas inquieta? -le preguntó él al notar la tensión-. No te preocupes por nada. Seguro que les encantas. Son un par de jardineros entusiastas, adoran el teatro y los conciertos, y todavía viajan. A Luciana ya la conoces; pero tengo otra hermana. También está casada y con hijos, y vive en Limburg.
La información que le había proporcionado en tan poco tiempo mantuvo su mente ocupada durante todo el trayecto. Pronto llegaron a un pueblo costero del Mar del Norte. Qué bonito, pensó Paula al salir del coche y echar un vistazo alrededor. La casa era de ladrillos rojos, las ventanas tenían postigos y, sobre la puerta, colgaba un balcón de hierro forjado. El jardín, a pesar de ser invierno, invitaba a quedarse. Pedro la agarró del brazo y la llevó hacia la puerta que una mujer de aspecto fornido estaba sujetando. Saludó a la mujer en holandés y le dijo algo que la hizo reír.
-Clara cuida de mis padres -le dijo-. Lleva con nosotros incluso más tiempo que los Kulk.
Clara estrechó su mano con una sonrisa radiante y los condujo por el pasillo hacia la habitación del fondo. Era un lugar amplio con ventanas que daban al jardín. Había muchos sillones de aspecto cómodo, varias mesas y una estufa vieja. Era un lugar cálido, acogedor y un poco anticuado. A los niños, pensó Paula, les encantaría. Se le escapó un suspiro de alivio cuando las dos personas que había en el cuarto se acercaron a saludarlos con una sonrisa.
-Padre, madre, esta es Paula.
Los dos la recibieron como si la conocieran de toda la vida. Ella se tragó unas inesperadas lágrimas mientras la abrazaban y la besaban. Mevrouw Alfonso la invitó a sentarse en un sillón al lado del suyo.
-Pobre niña -dijo la mujer con una voz amable-. Lo has pasado muy mal durante el último año. Pero ahora Pedro te volverá a hacer feliz. Estamos encantados de que te haya encontrado. Estaba tardando demasiado en encontrar una esposa a la que amar y que lo amara.
Luego Paula se encontró sentada al lado del caballero.
-Pedro nos ha hablado tanto de tí que parece que ya te conocemos. No lo vemos tanto como nos gustaría porque es un hombre muy ocupado. Aunque eso ya lo sabrás... Pero tú debes venir a vernos lasveces que quieras. Dile que te compre un coche para que puedas tener un poco de independencia.
Paula murmuró algo; en realidad, no estaba muy segura de que quisiera ser independiente. La compañía de Pedro no solo era muy placentera sino que, además, dudaba de que pudiera ser feliz sin ella. No quería ser una de esas mujeres que tenían tantos intereses fuera del hogar que rara vez estaban dentro. En ese instante, su mirada coincidió con la de Pedro y tuvo lasensación de que él sabía lo que estaba pensando. Eso la hizo enrojecer. La comida fue un placentera. Estuvieron hablando alegremente de todo y después se fue a dar un paseo por el jardín con su suegro. Como era un experto en plantas lo pasaron muy bien juntos. Más tarde éste le dijo a su mujer Pedro se había casado con una chica espléndida.
-Conoce los nombres científicos de casi todas las plantas del jardín, pero no presume de ello. Pedro ha encontrado su pareja ideal.
Su esposa sabía lo que quería decir.
-Sí, cariño. Y creo que también ha encontrado a su amor.
Era tarde cuando volvieron a casa después de cenar. La casa estaba tranquila porque los Kulk ya se habían ido a acostar. Se dirigieron a la cocina y se encontraron con un chocolate caliente listo para tomar.
-Un día muy agradable -dijo ella adormilada y contenta.
Pero ese estado le duró poco, Pedro le dijo que se iba a Roma a la mañana siguiente. Paula se tragó un bostezo.
-¿A Roma? ¿Para qué tienes que ir a Roma? ¿Cuánto tiempo vas a estar allí?
Debido a su desmayo no se dió cuenta del brillo en los ojos de su marido. En la cara de Paula había visto algo más que sorpresa: Lo iba a echar de menos.
-Me han pedido que vaya a visitar a una paciente que vive allí. Estaré fuera cuatro o cinco días, quizá más tiempo. Depende de su estado.
-¿Es una mujer? -preguntó Paula, y él ocultó una sonrisa.
-Sí, muy famosa.
-Qué interesante -dijo ella sin mucha convicción-. ¿Te veré mañana antes de que te vayas?
-Me marcharé a las nueve. ¿Quieres que desayunemos a las ocho?
Ella asintió.
-Dejaré una nota para Teresa.
Paula se dirigió hacia la puerta y él se adelantó para abrírsela, inclinándose para darle un beso en la mejilla cuando pasó por su lado.
-Buenas noches, Paula. Que descanses.
«Pues no voy a descansar», pensó ella enfadada. Tenía toda la intención de permanecer despierta y sentir lástima de sí misma: Dejarla sola en un país extrañó mientras él se marchaba a Italia... ¿Y quién era aquella mujer? Sin lugar a dudas, alguna estrella de cine rabiosamente hermosa que lo iba a recibir acostada sobre almohadones de plumas con un camisón transparente. Paula dió rienda suelta a su imaginación y se quedó dormida llorando.
Ay ojala logren más comunicación!
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