-Usted es justo la persona que queríamos ver. ¿Puedo acompañarla al hotel? Creo que allí hay alguien que tiene que ver con la señora Chaves y para mí sería mucho más fácil si usted me presentara. Estoy seguro de que debe saber...
La señora Craig se puso en pie de inmediato.
-Por supuesto, doctor. Encantada de poder serles de alguna ayuda. Paula, perdona que no me quede más tiempo, pero seguro que el doctor quiere zanjar este asunto lo antes posible.
Paula se quedó sola para llorar todo lo que quiso. Cuando Pedro volvió, ya se encontraba mucho mejor.
-Había un par de cuentas en el hotel -le dijo-. Ya las he pagado.
Cuando ella le sugirió que tenían que hablar del tema, él le contestó con evasivas.
-Ya tienes bastante en qué pensar por hoy. Esta noche podemos cenar en la cafetería y acostarnos pronto, porque no sabemos a qué hora va a llegar la sobrina.
Paula se despertó a medianoche con una idea. «Qué tonta he sido, puedo vender el chalet y pagar todas las deudas. Tengo que decírselo a Pedro por la mañana». Se volvió a quedar dormida, satisfecha por haber resuelto el problema. Acababan de terminar el desayuno cuando la sobrina de la señora Riddley llegó. A ella le cayó mal desde el primer momento. Era una joven vestida a la moda con ropa cara y un maquillaje perfecto. Respondió al saludo afectuoso con un saludo cortante.
-¿Eres Paula Chaves? No tengo mucho tiempo, quiero volver lo antes posible —dijo mientas entraba en el chalet-. Espero que no hayas tocado nada...
-No. Siento mucho la muerte de tu tía.
A Pedro se le cayó un plato en la cocina.
-¿Hay alguien más aquí?
-Sí, un amigo que me ha traído de Londres. ¿Quieres un café o prefieres empaquetar las cosas de tu tía primero?
-Voy a empaquetar. ¿Cuál era su habitación?
-Te la enseñaré. Cuando acabes con la habitación, quizá quieras echar un vistazo al resto de la casa para no dejarte nada.
-Por supuesto que lo haré -dijo mientras cerraba la puerta con firmeza en la cara de Paula.
Pedro estaba secando los platos con el aire de una persona que lo ha hecho toda la vida. Al ver entrar a Paula levantó una ceja.
-No la pierdas de vista; podría llevarse alguna cuchara.
Paula no pudo evitar soltar una carcajada. Al rato, la joven bajó con una maleta.
-Este es el doctor Alfonso.
-Encantada -dijo la joven con una sonrisa-. He empaquetado las cosas de mi tía. Hay algunos vestidos y sombreros demasiado viejos para molestarse por ellos. Puedes darlos a la beneficencia.
-Creo que es mejor que te lo lleves todo.
-Sin lugar a dudas -intervino Pedro-. Voy a buscar una bolsa de plástico.
-¿Te apetece un café? Después tienes que darte una vuelta por el chalet.
La mujer rechazó el café.
-He dejado el coche al final del muelle...
-Yo la ayudaré -se ofreció el doctor cortésmente-. Le diremos al señor Trump que ha venido y que se ha llevado todo lo de la señora Riddley. ¿Nos vamos?
Paula los vió marcharse. Él tenía muy buen aspecto por detrás, pensó. Después, pensó que tenía que comentarle lo del asunto de vender el chalet para pagar las deudas. Entonces él se podría marchar a Ámsterdam tranquilo. Por supuesto, aún estaba Polo. «Quizá no le importa llevarme de vuelta para que yo pueda traérmelo...» Pensando en esas cosas, subió a su habitación para comprobar que todas las cosas de la señora Riddley habían desaparecido.
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